—La quiero, y también quiero a mis hijos —respondió Ulin—. Pero el amor no es suficiente. Tengo la sensación de que me falta algo en la vida.
—¿Y esperas encontrarlo bajo la nieve?
—Necesito dejar mi huella en el mundo, ya sea con mi magia o con mi inteligencia.
—¡Te pareces tanto a tu tío abuelo y a tu padre!
El joven Majere se pondría en contacto con su padre en cuanto alcanzaran la meta; o más precisamente «si» la alcanzaban, pensó Gilthanas. Luego Palin los sacaría de allí mediante un conjuro mágico. Devolver a una persona a su tierra le resultaba más sencillo que enviarla a un sitio que no conocía bien. Gilthanas recordó las palabras del hechicero: «Podríais acabar en medio de un glaciar».
Furia se adaptaba al clima mucho mejor que ellos. Rara vez se alejaba del trío, y cuando lo hacía era porque había olido algo interesante. Con las orejas pegadas a la cabeza, el lobo avanzaba con cautela, olfateando el aire. En esas ocasiones, Gilthanas, Ulin y Groller aflojaban el paso y miraban con sigilo a su alrededor.
Ulin tenía la impresión de que los vigilaban o los seguían y estaba seguro de que eso explicaba la actitud recelosa de Furia. Aunque no encontraron huellas de ninguna clase, en dos ocasiones el joven Majere creyó ver un bulto con forma humana a su espalda, entre los montículos de nieve. Sin embargo, cuando Groller y Gilthanas se volvían a mirar, la silueta ya había desaparecido. No había rastros de otros seres vivos y Furia no parecía advertir ninguna presencia cercana.
Al caer la noche se sentaron junto a un banco de nieve, algo parecido a una ola congelada, para resguardarse de los fuertes vientos. Ulin continuaba intrigado por la silueta que creía haber visto y le preocupaba la posibilidad de que el refugio no fuera seguro. Pero estaban demasiado cansados para buscar un sitio mejor, así que rápidamente se asentaron allí.
El manto de nubes se hizo más fino y las estrellas se reflejaron en la nieve, embelleciendo el paisaje. Gilthanas admiró la vista mientras maldecía el frío para sus adentros y mantenía los ojos fijos en el horizonte. Pensó que era probable que Ulin hubiera visto un ogro o un kalanesti envuelto en pieles; un solitario Elfo Salvaje que habría permanecido en el territorio después de la llegada del dragón y que quizá temiera acercarse a los desconocidos.
Protegidos del silbido del viento por el banco de nieve, pudieron oírse entre sí por primera vez desde que habían llegado a Ergoth del Sur. Ulin dijo que la figura que había vislumbrado no se parecía a ninguna criatura que hubiera visto antes y que estaba seguro de que no se trataba de un elfo envuelto en pieles. La silueta con forma humana era grande y robusta, pero estaba demasiado lejos para que pudiera describirla en detalle.
Gilthanas se reclinó sobre la compacta pared de nieve y cerró los ojos. Él había sugerido hacer esa pequeña expedición a la Tumba de Huma, y sus palabras habían sido lo bastante convincentes para que lo pusieran al mando del grupo. Sin embargo, sus delgaduchas piernas de elfo ya acusaban los rigores del viaje. Clavó la lanza en la nieve.
—Espero que no la necesitemos —dijo a Ulin—. Rig se muere de ganas de usarla contra un dragón. No obstante, aunque ha sido forjada para matar dragones, dudo mucho que sirva de algo contra un señor supremo.
Ulin hizo un gesto afirmativo y cerró los ojos. Se había ofrecido voluntario para ir a Ergoth del Sur porque, aunque admiraba mucho a su padre, lo atraía la posibilidad de escapar de la temible sombra de Palin y hacer algo importante solo.
—Soy un adulto que siempre vivirá a la sombra de su padre —dijo para sí—, pero no en este lugar.
El qualinesti se arropó con las pieles y se acercó más a Ulin con la vana intención de calentarse un poco. Procuró imaginar arena, aguas brillantes, altos robles en primavera, cualquier cosa que lo distrajera del frío, pero no le sirvió de nada.
Una semana después avistaron otras dos criaturas con forma humana, que en esta ocasión llevaban lanzas o garrotes.
—No parecen amistosos —observó el elfo.
Ese mismo día descubrieron huellas de botas en el camino que conducía a la tumba. Había huellas claras de nueve individuos, ninguna lo bastante grande para pertenecer a ogros o a las robustas criaturas que habían visto con anterioridad.
—Esto no me gusta —dijo Gilthanas a Ulin por la noche, cuando se detuvieron a descansar en el claro de un pinar—. En un sitio tan desolado como éste, no debería haber rastros de otros seres.
—Aun así, está claro que hay alguien delante de nosotros y que se dirige en la misma dirección, en línea recta hacia la Tumba de Huma. Y me pregunto qué clase de criaturas son esas que nos siguen —añadió mientras masticaba un trozo de cecina—. Al ver las lanzas, he supuesto que serían hostiles. Pero hasta ahora no nos han molestado. Puede que ellos también nos teman a nosotros.
Ajeno a sus palabras, Groller se detuvo en seco y olfateó el aire. El semiogro miró con nerviosismo alrededor como si oliera algo preocupante, algo que no acababa de identificar. Sin embargo, era un olor familiar. ¿Peces? ¿Mar? Inclinó la cabeza a un lado y se adelantó a sus compañeros.
Furia gruñó y sus pelos se erizaron formando una cresta congelada sobre el lomo. El lobo pasó entre dos pinos pequeños, y Groller se quitó la capucha para ver mejor.
De repente, el lobo aulló y dio un salto hacia atrás. Groller vio un lanza clavada en su flanco. El semiogro rebuscó entre los pliegues de la capa de piel, sacó la cabilla de maniobras y echó a correr cubriendo de nieve a Ulin y a Gilthanas, que caminaban a su espalda.
Cuatro criaturas surgieron súbitamente de atrás de un montículo de nieve situado entre dos pinos altos. Tenían forma humana, pero la luz de la luna que se filtraba entre las ramas iluminó sus grotescos rasgos, de modo que los hombres pudieron verlos bien por primera vez.
De color gris azulado y más altos que el semiogro, medían al menos dos metros y medio de estatura y un metro de ancho entre hombro y hombro. Pese a sus barrigas abultadas, eran extraordinariamente musculosos. Del grueso torso salían unos brazos humanoides acabados en garras palmeadas, lo que les daba el aspecto de un híbrido entre hombre y morsa. La cabeza de foca coronaba un cuello corto y ancho. Unos colmillos de casi medio metro de largo se proyectaban en curva desde la boca de dientes romos. Sobre los bigotes, que caían sobre el labio superior, había unos ojos pequeños, brillantes y negros. Las pieles que vestían eran rústicas y primitivamente curtidas.
Emitieron un sonido grave y gutural. Groller sólo vio el movimiento de las bocas y las nubes de vapor que salían de ellas cuando su aliento se encontraba con el aire gélido. El semiogro golpeó el pecho de la criatura más cercana con la cabilla de maniobras, pero su pellejo era tan grueso que la herramienta rebotó.
—¡Aparta a Groller de los árboles! —gritó Ulin a Gilthanas.
Sin apartar la vista de las ramas de los pinos, el joven Majere se acuclilló en la nieve y comenzó a pronunciar las palabras de un encantamiento. «Si esto funcionó con el barco de los Caballeros de Takhisis, debería funcionar con los pinos», se dijo.
El semiogro vio que las otras tres criaturas avanzaban hacia él y retrocedió hasta el tronco de uno de los pinos más grandes. La criatura que iba delante atacó con la lanza, pero Groller no se apartó. En cambio, extendió rápidamente el brazo e interceptó el golpe con la cabilla de maniobras. Los músculos del semiogro se tensaron mientras trataba de evitar que la punta de la lanza alcanzara su cuerpo. Luego tiró hacia arriba y arrebató el arma de manos del hombre-morsa. Los otros tres se cerraron sobre él, pero Groller usó la lanza para defenderse y atacar.
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