Ahora, hacía ya sesenta años de su llegada a palacio, y pertenecía al grupo de las templarias superiores, aunque se encontraba entre las más jóvenes de éstas. Los años la habían cambiado. El poder del Rey Espectro la mantenía llena de vitalidad, pero la edad le había marchitado el rostro, y sus manos, antes finas y delicadas, estaban viejas y arrugadas; tenía la carne fláccida, y su piel se había vuelto tan fina como el pergamino. Pero para Nibenay, aquellos años habían traído aun mayores transformaciones, si bien no era la edad lo que lo había cambiado, pues el Rey Espectro ya era viejo cuando nació Veela. Era la metamorfosis.
Como era una de las templarias superiores que lo atendían personalmente, lo veía ahora mucho más a menudo que en todos los años transcurridos. Y en este momento ya había dejado de ser humano. Resultaba incluso más alto, aunque gran parte de su altura se debía al largo y escamoso cuello de reptil. El arco superciliar era mucho más pronunciado y se extendía como una protuberancia ósea por encima de las cuencas de los ojos. Éstos, de un amarillo dorado, tenían negras pupilas verticales, y la parte inferior del rostro se había alargado hasta formar un hocico repleto de dientes afilados como navajas. Los pies se habían convertido en zarpas de dragón, y una larga cola, con una púa en el extremo, surgía por debajo de su túnica. Mostraba la espalda encorvada por culpa de unos omóplatos sobresalientes, que poco a poco se iban transmutando en alas. Aunque jamás lo mencionaba, Veela sabía que a menudo padecía terribles dolores debidos a la lenta y atroz transformación.
La penosa metamorfosis se había iniciado cuando lo vio por primera vez, hacía ya tantos años, y tardaría mucho tiempo aún en completarse. Se desarrollaba en pausadas etapas, merced a complicados y poderosos conjuros que, durante largos períodos, habían ocupado toda la atención del monarca. Los habitantes de su reino nunca lo veían. Ya no abandonaba bajo ninguna circunstancia sus aposentos privados. Había sirvientes en palacio que llevaban allí toda la vida y jamás lo habían visto ni que fuera de soslayo. Veela no estaba segura de que durmiera alguna vez, ya que en cada ocasión en que iba a visitarlo, fuera la hora que fuera, lo encontraba despierto, bien realizando los largos y agotadores preparativos para la siguiente etapa de su transformación, bien descansando de sus esfuerzos y batallando con el dolor. Para él, lo que hacía que todo aquello valiera la pena era el objetivo final; una vez que se hubiera desprendido de los últimos vestigios de su humanidad, se convertiría en la criatura más poderosa del planeta. Según Nibenay, el ansia de poder lo era todo; no tenía tiempo para otra cosa.
Sin embargo, en los últimos días, había aparecido un nuevo tema que despertaba su interés. Y ahora parecía como si no pudiera pensar en nada más.
—El Nómada —dijo—. Cuéntame todo lo que hayas averiguado.
—Es un elfling, mi señor.
—¿Un elfling? ¿Qué clase de criatura es ésa?
—El resultado del apareamiento de un halfling y un elfo —respondió Veela.
—¿Qué tontería dices? —replicó Nibenay—. Halflings y elfos son enemigos mortales.
—No obstante, mi señor, al parecer se produjo tal unión. Yo misma lo he podido oír de labios de los que lo vieron, y dan fe de que posee las características de ambas razas.
—Criatura de mal agüero —masculló el Rey Espectro dándole la espalda—. Sigue. ¿Qué más?
—Su nombre es Sorak, que significa «nómada que viaja solo» en lengua elfa, y de ahí su apodo. Pero no viaja solo. Va en compañía de una sacerdotisa villichi.
—Protectores —escupió el soberano con repugnancia.
—Se dice que es un maestro del Sendero —siguió Veela—, aunque todavía es casi un muchacho. Y hay testigos que lo afirman. ¿De qué otro modo habría podido vencer a dos templarias y a varios pelotones de semigigantes de la guardia de nuestra ciudad?
—Y ¿dónde ha obtenido alguien tan joven su educación en el arte del Sendero? ¿Cómo puede haberlo dominado tan deprisa? —inquirió el Rey Espectro.
—Lo ignoro, mi señor, pero corre el rumor de que fue educado por las villichis.
—¿Un varón? ¿En un convento villichi? Absurdo.
—Quizá, mi señor. No he conseguido establecer la veracidad de esto último.
—Continúa.
—Hemos averiguado que vino a la ciudad en busca de la Alianza del Velo.
— ¡Más protectores! —exclamó el monarca profanador—. ¿Qué tiene él que ver con la Alianza?
—No lo sé, mi señor, pero fueron en su ayuda cuando luchó contra nuestros semigigantes. Existen testigos. Y también recibió la ayuda de los elfos de la ciudad.
—¿Elfos?
—En su mayoría semielfos, mi señor, aunque igualmente se ha informado de la presencia de elfos de pura raza entre ellos —replicó Veela.
—¿Desde cuándo se preocupan los elfos de algo que no sea su propio provecho? —inquirió Nibenay—. Que la Alianza del Velo salga en ayuda de este Nómada, eso lo puedo entender. Combatía contra la guardia de la ciudad. Pero ¿por qué tendrían que tomar partido los elfos?
—Una vez más, mi señor, no puedo confirmar la veracidad de estos informes, pero se dice que ellos lo consideran una especie de caudillo, puede incluso que un rey. Muchos de los elfos de la ciudad ponen en duda la historia, la ridiculizan y afirman que jamás rendirían vasallaje a un supuesto rey elfo. Sin embargo, hubo elfos que sí fueron en su ayuda. Eso es innegable. Se dice que posee una espada mágica sobre la que existe una especie de leyenda estúpida..., la antigua espada perdida de los reyes elfos, o algo parecido.
– ¡Galdra! –exclamó el Rey Espectro.
—Pues sí, mi señor. —Veela frunció el entrecejo—. Ése es el nombre dado a la espada en los relatos que he oído.
Nibenay miraba con fijeza por la ventana, como absorto en sus pensamientos.
–No es un simple cuento —respondió—. Al menos, no esa parte. Galdra es muy real. La espada existe, aunque ha estado perdida durante generaciones. ¿Has hablado con alguien que afirme haber visto esta espada?
—Lo he hecho.
—¿La describieron?
—Sí, mi señor. Se me dijo que estaba forjada en acero elfo, aunque jamás he oído hablar de tal cosa, y que posee una estructura insólita. La hoja, tal y como me fue descrita, es un cruce entre un alfanje y un machete, ancha y terminada en la punta en forma de hoja, con una empuñadura recargada envuelta en hilo de plata.
—Y ¿hay una inscripción grabada en la hoja? —inquirió Nibenay con inquietud.
—Lo ignoro, mi señor.
Durante unos instantes, el rey dragón permaneció silencioso, la cola agitándose de acá para allá. Veela sintió curiosidad ante aquel interés repentino por este elfling conocido como el Nómada. Apareció en la ciudad surgido de la nada, provocó alborotos y estragos, y luego se esfumó con la misma rapidez. Nadie sabía qué había sido de él.
–Podría ser —dijo por fin Nibenay—. Podría ser la espada llamada Galdra. Si es así, su reaparición tras todos estos años es un mal presagio. Eso en sí mismo resultaría bastante significativo, pero en manos de alguien tan extraordinario..., un protector que puede llamar en su ayuda tanto a la Alianza como a los elfos, un maestro del Sendero a pesar de su juventud... Y además está su nombre: el Nómada, aquel que siempre anda solo. Todo lo que lo rodea parece un presagio, maldita sea.
Muy a pesar suyo, Veela no pudo evitar preguntar:
—¿Presagio, mi señor?
—Presentí su presencia desde el momento en que entró en nuestra ciudad —repuso el Rey Espectro—. Sin embargo, no comprendí lo que era. Supe tan sólo que algo..., alguien..., estaba produciendo una impresión en mi conciencia como no había sucedido desde... —Su voz se apagó.
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