Jean Rabe - El héroe caído
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- Название:El héroe caído
- Автор:
- Издательство:Timun Mas
- Жанр:
- Год:2010
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—¡Cerdos, amor! ¡Hay un dragón! Muy alto en el cielo. Es difícil de distinguir. No lo habría visto si tú no lo hubieras…
Ella señaló y Dhamon lo vio, al tiempo que la imagen de su mente se desvanecía. El hombre entrecerró los ojos para mirar al brillante cielo veraniego y vio la figura que describía un arco sobre el valle, descendiendo y luego elevándose más y más y más, hasta que finalmente desapareció de la vista.
Un segundo después, el insoportable dolor de su pierna se disipó.
—Era un Dragón de Bronce, Riki.
—Estaba demasiado alto para ver de qué clase era, el sol brillaba con mucha fuerza —respondió ella, ladeando la cabeza.
—Era un Dragón de Bronce —repitió él.
—¿Cómo lo…?
—Lo sé, eso es todo.
Instantes después salían de la hendidura, Dhamon un poco vacilante pero dispuesto a realizar su parte en la recolección de cristales.
Decidida a mantener los pensamientos de su compañero alejados del extraño episodio, Rikali sacó una daga ondulada de su cinturón, que había cogido al ergothiano que había matado, y la usó para arrancar pedazos de peridoto verde. Alzó una de las preciosas gemas a la luz y empezó a explicar a Dhamon, con la habilidad de un gemólogo, cosas sobre imperfecciones y coloración en el material en bruto.
* * *
Entrada la mañana del segundo día, Trajín estaba sentado frente a un trozo de cuarzo amarillo claro con forma de redondeada lápida sepulcral, y su larga y plana faceta reflejaba el semblante perruno de la criatura como si el kobold se mirara en un espejo de color.
El ser estiró el cuello a un lado y otro, admirando sus diminutas y rugosas facciones, luego hizo una mueca de disgusto al ver el reflejo de los pájaros y setas bordados de sus ropas.
—Ropa de criatura —siseó—. Llevo ropa de bebé humano. —Al cabo de un instante, su mueca de desagrado se convirtió en una amplia sonrisa, que dejó al descubierto sus desiguales y amarillentos dientes puntiagudos—. Un bebé —musitó—. Cuchi-cuchi.
Empezó a canturrear una tonada chirriante y desafinada, mezclada con esporádicos y sonoros gargarismos, y sus dedos recubiertos de escamas empezaron a bailotear en el aire, como si dirigiera una orquesta invisible. El aire que lo rodeaba se iluminó, el calor se alzó del suelo y el brillo lo envolvió como un capullo, hasta que unas motas centelleantes y refulgentes empezaron a juguetear sobre sus mejillas, creciendo y parpadeando cada vez más brillantes. Se tragó una risita, pues la sensación del hechizo le producía cosquillas, y luego aumentó el ritmo de su extraña melodía. Finalmente, la música se detuvo y las motas desaparecieron, y el único sonido que quedó fue el del viento susurrando sobre los cristales como lejanas campanillas. En la acristalada superficie del trozo de cuarzo vio el rostro querúbico de un niño humano con finos cabellos rubios y sonrosadas mejillas. La criatura abrió la boca para mostrar dos dientes superiores que empezaban a abrirse paso a través de unas encías rosadas.
—¡Cuchi-cuchi! —Trajín se introdujo el pulgar en la boca, parpadeó y se retorció alegremente.
»Cada vez lo hago mejor —se felicitó el kobold—. Ojalá Maldred pudiera verme. —Giró el cuello para asegurarse de que el hombretón seguía a la vista—. ¡Realmente bien! —No tardó en volver a canturrear, olvidada su tarea de recoger piedras preciosas por el momento a favor de la magia; minutos más tarde, fue un enano gully de expresión alelada lo que se reflejó en el cristal—. Fien, qué es lo que safes —dijo, imitando el sonido nasal de la forma de hablar de los gullys. A continuación fue un anciano kender con profundas arrugas y un impresionante copete gris el que apareció—. Por desgracia dejé mi jupak en el carro. Completaría la imagen.
Sin embargo, por mucho que lo intentara, el kobold no conseguía cambiar el aspecto de las ropas. Experimentó para averiguar cuánto tiempo podía mantener un rostro, adivinando que habían transcurrido casi diez minutos antes de que su rostro rugoso reapareciera.
—Desde luego estoy mejorando mucho —declaró—. ¿Ahora qué? Humm. Ya lo sé.
Volvió a concentrarse, canturreando algo que sonaba como un canto fúnebre mientras sus dedos se retorcían en el aire a lo largo de su mandíbula. Las motas centellearon con una luz más oscura, concentrándose alrededor de su frente, que se iba ensanchando, y la mandíbula que parecía fundirse sobre sí misma y ampliarse. Los ralos mechones de rojizos cabellos que colgaban de su barbilla se multiplicaron y espesaron, creciendo y formando una espesa barba castaña. Unas gruesas cejas aparecieron sobre los ojos que se agrandaban y tornaban azules como los zafiros que había introducido en su saco de lona una hora antes. La nariz de Trajín se hinchaba, para adoptar el aspecto bulboso de una enorme cebolla, y la piel cubierta de escamas se tornaba de un rubicundo color carne que resaltaba sus despuntados dientes blancos. Cuando la metamorfosis se completó, en el cristal se reflejaba la imagen de un enano rechoncho.
—Mala suerte que Rikali no pueda verme —dijo pensativo—. Dice que está harta de enanos. Esto le arrancaría una buena carcajada.
Los ojos de la imagen se abrieron sorprendidos, y Trajín tragó saliva. Por encima de su rostro reflejado en el espejo estaba la imagen de un enano auténtico, uno que mostraba unos entrecerrados ojos gris acero, y cuyos gruesos dedos rodeaban el mango de un hacha de armas que descendía con fuerza hacia él.
—¡Mal! —balbuceó el kobold al tiempo que se apartaba a toda velocidad.
El enano había dejado caer el arma con fuerza y erró el blanco por apenas unos centímetros, golpeando en su lugar la gema y haciéndola añicos. Los fragmentos acribillaron al kobold en tanto que su imagen se disolvía como mantequilla. La criatura volvió a rodar, chillando con voz aguda cuando el hacha hendió su abombada manga.
—¡Mal! ¡Tenemos compañía, Mal!
El kobold se incorporó de un salto y empezó a gatear ladera abajo, con los pies resbalando sobre la grava mientras avanzaba. Un proyectil silbó por encima de su cabeza cuando se agachó tras una aguja de hornablenda, y arriesgó una ojeada al otro lado.
—So… son cuatro —tartamudeó—. Cuatro enanos furiosos. Y yo sin mi jupak.
* * *
—Éste debe de pesar casi tres libras, ¿no? —Rikali arrojó al aire un cristal en forma de pera que mostraba un uniforme color amarillo claro.
—¿Qué es?
Dhamon lo atrapó, lo sopesó en su palma y luego lo depositó con cuidado en su saco de lona. Utilizaba los pedazos de una capa hecha jirones para envolver los cristales de modo que no chocaran entre sí y se desportillaran. A sus pies descansaban tres sacos de lona llenos, y había casi tres docenas más de enormes sacos cargados ya en el carro.
—Citrino —respondió ella—. Una clase de cuarzo. No es tan valioso como algunas de las otras cosas que hemos cogido, pero ésa quedará espléndida una vez tallada. De todos modos, es más valiosa debido a su tamaño.
—¿Cómo aprendiste tantas cosas sobre gemas?
—Dhamon Fierolobo —sonrió la semielfa, henchida de orgullo—, a una edad muy temprana decidí que no iba a ser pobre como mis padres. Así que me uní a una pequeña cofradía de ladrones. Mi padre… mis padres eran ambos semielfos… De todas maneras, mi padre me repudió, ya lo creo, no es que a mí me importara. Dijo que no aprobaba la forma en que me ganaba la vida. Mi gente era horriblemente pobre, y apenas se ganaban la vida como pescadores en un pueblo en la costa de bahía Sangrienta. —Meneó la cabeza como si arrojara lejos un recuerdo inoportuno, sin rastro de remordimiento en sus ojos—. La cofradía me instruyó en todo lo que era importante para conseguir hacerse rico. Cosas tales como el modo de reconocer las piedras buenas, cómo saber qué casas es más probable que estén repletas de las cosas más valiosas, dónde traficar con objetos robados, cómo robar carteras y cortar bolsas de monedas del cinturón de una persona. Seguiría con ellos de no haber intentado robarle la cartera a Mal cuando éste paseaba con todo su gran corpachón por los muelles de Sanction. Me atrapó, ya lo creo, y se hizo cargo de mí y me enseñó otras cosas, como el modo de robar los carros de los comerciantes y a los bribonzuelos y a cambiar siempre de lugar. Ya no crecen raíces en las plantas de mis pies, tampoco debo darle un porcentaje a la cofradía. —Estudió su rostro unos instantes—. ¿Por qué no me lo habías preguntado antes?
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