Jean Rabe - El héroe caído

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El héroe caído: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Hasta qué punto puede un héroe deshornarse? ¿Tanto como para perder su alma? Dhamon Fierolobo, Héroe del Corazón del pasado, se ha sumido en una amarga vida de crimen y sordidez. Ahora, mientras los poderosos dragones, señores supremos de la Quinta Era, conspiran fríamente para consolidar su dominio y destruir a sus enemigos, Dhamon debe encontrar la fuerza de voluntad para redimirse. Aunque tal vez ya sea demasiado tarde.

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—¿Dónde estamos exactamente? —quiso saber Dhamon, comprendiendo por qué Maldred había mantenido en secreto su destino, aunque se preguntaba ahora si no habría debido presionar a su compañero para obtener algo de información con respecto a esa misteriosa misión.

Descendían con cautela por la ladera de una montaña, Dhamon y Rikali siguiendo a Maldred y a Trajín, intentando, con excepción de las farfulladas quejas de la semielfa, moverse en relativo silencio. Mantener el equilibrio era bastante difícil, pues por todas partes había rocas afiladas alzándose hacia lo alto como dedos retorcidos y abundantes zonas de grava suelta que amenazaba con hacerlos resbalar hasta el fondo. Estaba oscuro, era bien pasada la medianoche, y una pincelada gris en el este indicaba que apenas faltaba una hora para que despuntara el alba.

—Por mi vida —persistió Rikali en su voz apagada—, esto es una idiotez, Mal, es el peor plan que has sugerido jamás. Primero Dhamon roba todas las riquezas guardadas en un hospital y luego deja bien claro que no se va a repartir correctamente, un abrepuertas lo llama. Tiene que ser una puerta enorme. Dónde está esa puerta, quisiera saber yo.

—¿Dónde estamos exactamente? —repitió Dhamon, alzando la voz.

—¡Chisst! —advirtieron Maldred y Trajín, prácticamente al unísono.

Dhamon se detuvo y observó a los tres que se deslizaban montaña abajo. Parecía como si se dirigieran al interior de un enorme pozo negro del Abismo en el fondo del valle. A través de las suelas de las botas que se había procurado, percibía el calor del verano tostando el terreno, pero aun así se sentía mejor de lo que se había sentido en bastante tiempo. La escama no le había molestado durante los últimos días y se sentía muy animado; demasiado animado para seguir soportando las protestas de Rikali y ese misterio.

—Dime con exactitud dónde estamos, Mal, o no doy un paso más.

Maldred continuó montaña abajo, sin hacer caso de la amenaza del otro, y Trajín se encogió de hombros y siguió al hombretón. Pero la semielfa se detuvo, bufó y posó las delgadas manos sobre sus caderas. Volvió la cabeza por encima del hombro, la plateada cabellera ondeando al viento, y miró airada a Dhamon.

—Estamos justo al sur de Thoradin, en pleno territorio enano. ¿Satisfecho? —Luego reanudó la marcha, haciéndole una seña para que la siguiera.

—Eso ya lo sé… querida.

—El valle de Caos —añadió, hablando aún en voz tan baja que él tuvo que aguzar el oído para oírla—. Justo en medio del valle de Caos.

Cuando Dhamon los alcanzó por fin, Maldred indicó que habían descendido la mitad de la ladera y los hizo colocarse tras un enorme peñasco.

—Nunca oí hablar de él —masculló Dhamon—. De este valle de… ¿Caos?

—Eso es porque nunca has vivido por la zona —indicó Rikali—. Eso se debe a que antes tenías la cabeza siempre llena de ideas sobre caballeros, dragones y honor y cosas parecidas. Y de… cómo se llamaba esa dama… Fiona. —Escupió en el suelo y atajó una mirada maligna de Maldred—. Vamos a morir todos, ya lo creo. Moriremos justo aquí en este condenado valle de Caos.

El kobold parecía nervioso, pero permaneció en silencio, aferrando con la menuda mano una bolsa de tabaco.

—Este lugar está gobernado por enanos —continuó la mujer, con voz más baja aún—. No tiene sentido ir en busca de enanos después de Estaca de Hierro.

Jaspe Fireforge , pensó Dhamon, devolviéndole la mirada. Ese era un enano que él había considerado un amigo.

—Cerdos, pero si se supone que este lugar lo patrulla un ejército de esas gentes rechonchas y peludas.

—Hay patrullas —dijo por fin Maldred, hablando en voz baja—. Pero no es un ejército. Y pueden estar en cualquier parte. El valle es demasiado grande. Y los enanos no son los dueños del territorio, simplemente lo reclaman .

Dhamon le dirigió una mirada que indicaba: ¿cuál es la diferencia?

El hombretón suspiró y miró en derredor, luego se pasó los dedos por los cabellos y rumió sus palabras.

—Dhamon, Thoradin anda siempre librando escaramuzas con Blode…

—Los ogros —intervino Rikali.

—… por la propiedad de este valle —continuó—. Es una contienda con una larga historia, que en las últimas décadas se ha vuelto más encarnizada.

—Todo debido a la Guerra de Caos —añadió la semielfa.

—La reivindicación de los ogros es legítima, puesto que vagan libremente por el resto de estas montañas. En realidad, el valle debería pertenecerles.

—Dile eso a los enanos, Mal —musitó Rikali.

—Pero los ogros no quieren insistir sobre el asunto por el momento. No pueden. Tienen que dirigir sus esfuerzos contra dracs y draconianos y otros esbirros de la hembra de Dragón Negro que invaden constantemente sus tradicionales territorios.

—¿Por qué es tan deseable este valle? —inquirió Dhamon.

—Espera a que salga el sol, amor —repuso Rikali—. Lo verás, o al menos eso es lo que se cuenta. Todos lo veremos. Y entonces todos nosotros moriremos.

Cuando se tumbaron a dormir, la semielfa se acurrucó contra Dhamon y apoyó la cabeza sobre su pecho, diciéndole que la despertara al amanecer si los enanos no los habían encontrado antes. Maldred también cerró los ojos, pero Dhamon se dio cuenta de que no dormía. La protuberancia de su garganta ascendía y descendía, sus dientes tintineaban con suavidad y sus dedos dibujaban complicados dibujos en la arena. Trajín dirigía veloces miradas de uno a otro de sus tres compañeros y de vez en cuando, muy nervioso, sacaba la cabeza por detrás del peñasco. Dhamon dormitó brevemente y a intervalos, sin perder de vista a Mal y a Trajín. Cuando, horas más tarde, el sol iluminó lo alto de las paredes del cañón, el kobold fue el primero en contemplarlo y lanzar una ahogada exclamación de asombro.

También Dhamon se encontró por una vez en la vida sin saber qué decir. La impasible máscara se desprendió y su rostro se iluminó con infantil admiración. Golpeó con el codo a la semielfa para despertarla.

—Olvida lo que dije antes, Mal —indicó Rikali con voz apagada, al tiempo que se protegía los ojos con la mano—. Ésta fue una idea gloriosa. Me alegro de haberte seguido hasta aquí.

Cristales de todos los colores imaginables salpicaban las escarpadas paredes del cañón, capturando la luz del sol naciente para reflejarla a continuación en haces de luz casi cegadores. El valle era un inmenso y deslumbrante caleidoscopio de cambiantes colores: distintas tonalidades de amatista; una exuberancia de peridotos y olivinas; hipnotizadoras agujas de cuarzo que centelleaban en un rosa brillante un instante y en un azul cielo al siguiente; diamantes que parpadeaban como hielo; gemas a las que nadie podría dar un nombre jamás. Las rocosas montañas por las que habían avanzando la noche anterior estaban espolvoreadas de rubíes, ópalos y turmalinas y fragmentos de topacios y granates y… toda clase de piedras preciosas que normalmente no se hallarían juntas pero que de algún modo lo estaban. Todas ellas en el valle de Caos.

El viento empezó a soplar con más fuerza a medida que el sol iba ascendiendo, y la brisa sonaba como el tintineo de campanillas mecidas por el aire mientras serpenteaba por entre las rocas, descendía por un lado del valle, y volvía a subir por el otro para calentar el terreno. Era un calor que, a medida que avanzaba el día, se convertiría en una canícula insoportable.

Dhamon se sintió capturado por la natural belleza del lugar. Se protegió los ojos con la mano y luego, parpadeando y girando, miró en derredor contemplando la hipnotizadora exhibición de colores. Colores raros, inestimables, abundantes e interminables.

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