Jean Rabe - El héroe caído

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El héroe caído: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Hasta qué punto puede un héroe deshornarse? ¿Tanto como para perder su alma? Dhamon Fierolobo, Héroe del Corazón del pasado, se ha sumido en una amarga vida de crimen y sordidez. Ahora, mientras los poderosos dragones, señores supremos de la Quinta Era, conspiran fríamente para consolidar su dominio y destruir a sus enemigos, Dhamon debe encontrar la fuerza de voluntad para redimirse. Aunque tal vez ya sea demasiado tarde.

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Dhamon frunció el entrecejo cuando, al doblar un recodo del sendero, se encontró con que un desprendimiento de rocas impedía el paso. Probablemente lo habían provocado los temblores, pensó, mientras escalaba el derrumbe y atisbaba por la parte superior para averiguar cuánto trecho había obstruido. Un muro de roca se alzaba en el lado este del camino, y gran parte de su ladera se había desmoronado para cortar el paso. Se dio cuenta de que no habría excesivas dificultades más allá de ese punto, una vez que se hubiera apartado el montón de rocas.

Maldred era fuerte. Entre él y Dhamon, y con alguna ayuda de Rikali y Trajín, tendrían que poder arreglárselas sin demasiados problemas. Siempre y cuando no hubiera más temblores en esa zona de las montañas. Las sacudidas lo habían inquietado considerablemente, pues la fuerza de la naturaleza era algo a lo que él no podía enfrentarse; pero al parecer los temblores eran algo que tendría que soportar allí, incluidos los resultados, como ese sendero obstruido.

Dhamon se aplicó a la tarea de despejar el camino él mismo; la actividad le produjo una agradable sensación y apartó de su mente a Feril y a otras cosas que lo emponzoñaban cuando se tornaba introspectivo. Trabajó hasta oscurecer, momento en que el calor aminoró aunque sólo un poco. No lo había despejado todo, pero lo peor ya estaba fuera del paso; podría volver a abordarlo por la mañana para finalizar la tarea. Agotado, empapado de sudor y muy hambriento, regresó sobre sus pasos por el sendero, de vuelta al lugar donde había dejado a los otros acampando.

* * *

La noche no suavizó las facciones de Dhamon. Los ángulos de su rostro seguían siendo duros, los ojos oscuros, su porte indescifrable como de costumbre. La barba incipiente se había espesado, y Dhamon frotó la punta de los dedos sobre ella, produciendo un sonido casi imperceptible. Su mandíbula se movió y los músculos del brazo con el que empuñaba la espada se tensaron y relajaron mientras pensaba en el botín del carro y la venta de las mercancías y, en silencio, maldecía a los comerciantes por no haber tenido más carromatos o algo de extraordinario valor en ellos.

Él y Maldred estaban sentados lo bastante cerca de una pequeña fogata para ver las monedas que contaban. Trajín aparecía de tanto en tanto para girar la carne que se asaba en el espetón y para asegurarse de que no lo estafaban ni en cuestiones de comida ni de dinero. Rikali se hallaba en las inmediaciones, probándose una prenda tras otra de las que había reclamado como suyas del botín de los carromatos e intentando infructuosamente atraer la atención de Dhamon.

—Aceptable —anunció Maldred cuando hubo hecho cuatro montoncitos de monedas y los hubo colocado en cuatro bolsitas de cuero; dos eran más grandes, y arrojó una a Dhamon y ató la otra de gran tamaño a su propio cinto—. Monedas y comida.

—Bebida —añadió su compañero, abandonando sus sombríos pensamientos; señaló una jarra de fuerte alcohol destilado que se hallaba al alcance de su mano y estiró el brazo hacia ella, cerrando los dedos alrededor del asa—. Buena bebida.

—Y ropas nuevas, mi buen amigo.

Maldred había abandonado sus calzas y su camisa de gamuza por unos pantalones livianos y una fina y ondulante túnica del color de pálidas azucenas. Sólo había encontrado unas pocas cosas de su tamaño en los pertrechos de los comerciantes, suficiente para dos cambios de atuendo con una camisa extra y una capa que le llegaba justo por debajo de las rodillas. Aunque era sólo unos centímetros más alto que Dhamon, sus hombros eran mucho más anchos, su pecho, brazos y piernas gruesos y fornidos.

Dhamon tuvo más para escoger, y eligió prendas caras de colores oscuros que envolvían su larguirucho cuerpo. También, ante la insistencia de Rikali, se había quedado con una cadena de oro gruesa como un cordón, y se la había colgado del cuello, donde centelleaba bajo la luz de las llamas.

Trajín había conseguido hallar algunas ropas infantiles que se ajustaban a su talla, aunque los colores y estampados le arrancaron siseos de disgusto: azul cielo con pájaros y setas bordados en las mangas. Por suerte, también consiguió encontrar una capa con capucha de lana de color negro de la talla de un kender, que juró llevar puesta cuando se acercaran a la civilización, sin importar el calor que hiciera. Si bien otros miembros de su raza raramente se preocupaban por su vestimenta, Trajín había llegado a apreciar las prendas bien confeccionadas, aunque sólo fuera porque ayudaban a disimular su raza. Farfulló que necesitaba encontrar un atuendo más apropiado en algún punto del camino y que, desde luego, no quería penetrar en ninguna ciudad de buen tamaño con un aspecto como el que entonces tenía.

En aquel instante, se disponía a fumar en su apreciada adquisición, la pipa del anciano, como la llamaba. Canturreando y gesticulando con los dedos, empezó a ejecutar un sencillo conjuro. Introdujo los dedos en la tallada barba que formaba la cazoleta y apretó con fuerza el tabaco en el fondo; el hechizo ayudó mágicamente a que el tabaco prendiera y dio unas chupadas para mantenerlo encendido, haciendo chasquear los dientes tranquilamente sobre la boquilla.

Rikali era la que había salido mejor parada, según su propia modesta opinión, al descubrir toda clase de túnicas, faldas, pañuelos y baratijas. Llevaba ocupada más de una hora desde que se habían detenido, probándose una prenda detrás de otra y girando al compás de una música que nadie oía.

Las cosas que no se acomodaban a su sentido de la moda, junto con prácticamente todo lo demás que contenían las carretas, se había vendido en el campamento de los bandidos, donde Dhamon había dirigido las negociaciones, obteniendo más de lo que Maldred había imaginado posible por todo el lote. Allí adquirieron un nuevo carro, uno que tenía altas paredes laterales y una enorme lona alquitranada. Maldred opinó que era aún más resistente y apropiado para el viaje al valle que los que vendían. Y se quedaron con dos caballos de tiro para arrastrarlo.

—El sendero que quieres tomar es estrecho —le dijo Dhamon.

—Lo sé, lo he usado antes. Es mi ruta favorita para entrar en el valle. No es fácil de recorrer y, por lo tanto, no se usa demasiado.

—Y bien, ¿vas a decirme exactamente qué hay en este valle? —instó su compañero—. ¿Diamantes, dijiste?

—Sí.

—¿Por qué tan reservado?

—Creía que te gustaban las sorpresas.

—Jamás lo dije. Debes de estar pensando en Riki.

Maldred sonrió de oreja a oreja y sacudió la cabeza, extendiendo el brazo para arrancar un pedazo de carne.

—Obtendremos ganancias inmensas, socio —dijo—, si podemos llevarlo a cabo. Ni me plantearía intentarlo sin ti.

Los oscuros ojos de Dhamon centellearon, reflejando la luz y su curiosidad.

—Resultará fácil, creo. Todo lo que tenemos que hacer es… —Maldred pescó a Rikali escuchando y sacudió la cabeza—. Será mejor que me guarde los detalles para mí mismo hasta que lleguemos allí. —Bajó la voz hasta el punto que Dhamon tuvo que esforzarse por oírlo—. Trajín hará lo que queramos, irá donde le digamos. Pero es mucho mejor que Rikali no se ponga nerviosa y alterada. Confía en mí.

—Con mi vida —repuso él—. Guarda tu sorpresa un poco más.

El hombretón se puso de pie y echó la cabeza hacia atrás para contemplar el cielo nocturno. Un aluvión de estrellas parpadearon desde las alturas, y él alzó un dedo para trazar un dibujo en ellas.

—También yo confío en ti con mi vida, amigo. No le había dicho esto a ningún hombre antes. Pero en los cuatro meses transcurridos desde que fuiste a parar a mi lado he acabado considerándote como un hermano.

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