Los ergothianos mantuvieron su posición por un segundo, luego Dhamon se encogió forzándolos a la acción. El que empuñaba las dos dagas arremetió, y Maldred describió un arco con su espada sin el menor esfuerzo y rebanó el brazo derecho de su atacante. La extremidad cayó al suelo, y el ergothiano se desplomó de rodillas, aullando y sosteniendo el muñón mientras la sangre rociaba a los horrorizados mercaderes.
Al mismo tiempo, su compañero apretó el cuchillo contra la garganta de Rikali, pero la semielfa fue más rápida, y antes de que el hombre pudiera degollarla, la mujer extendió velozmente sus manos hacia arriba para sujetar el brazo. Lanzando toda su energía y peso contra él, la semielfa consiguió bajar el brazo de su adversario, y se escabulló en el mismo momento en que Dhamon se adelantaba y blandía su arma, hundiéndola profundamente bajo las costillas del ergothiano y acabando con su vida al instante.
La mujer corpulenta chilló aterrorizada, y el muchacho entró en acción entonces, batiendo los pies con energía sobre la grava hasta llegar junto a Maldred. El joven se lanzó contra la espalda del hombretón y lo sujetó rodeándole el grueso cuello con los brazos, sin hacer caso de los atemorizados gemidos de su abuelo. Rikali giró en dirección al cadáver, le arrancó la muñequera de oro de la muñeca y se la introdujo en la parte alta del brazo; luego recuperó su cuchillo.
Dhamon sostuvo la ensangrentada espada en posición de ataque, indicando a los comerciantes que permanecieran en fila o serían los siguientes en morir.
—No soy tan caritativo como mi grandullón amigo —siseó—. No tendré reparos en matar a cualquiera de vosotros.
Todos obedecieron nerviosamente, con los ojos clavados en la escena que se desarrollaba ante ellos, mientras el anciano rogaba por la vida de su nieto. Los brazos del muchacho rodeaban el cuello de Maldred, y sus rodillas aporreaban la espalda del gigante; pero éste parecía insensible al ataque.
Rikali se deslizó detrás de la pareja y arrancó al joven, arrojándolo al suelo al tiempo que le oprimía el estómago con el tacón de la bota.
—Lamentaría ver como Maldred te mataba, chico —siseó, agitando el cuchillo para dar más énfasis a sus palabras—. Nos mantendría en vela durante días atormentándose por ello, quejándose de lo sagrada que es la vida y toda esa porquería. Claro que Dhamon podría hacerlo y evitar esa pena a Maldred. —El muchacho forcejeó un instante más, hasta que la mirada gélida de la mujer lo acalló y se quedó inmóvil.
—¡Trajín! —Dhamon limpió la sangre de su espada en la camisa del ergothiano muerto—. ¿Qué encontraste?
La cabeza del kobold asomó por el segundo carro, con una gorra roja descansando desgarbadamente sobre su pequeña cabeza.
—¡El primero está repleto de ropas y cosas así! —chilló, ululando cuando Rikali lanzó un hurra—. Este tiene comida y alcohol y haar…mo…sas pipas de fumar. —Exhibió una muestra exquisitamente tallada de un anciano con barba, cuyo tubo surgía de su cabeza—. Pipas para mí, tabaco. Mucho tabaco. Hay unas cajas en las que no puedo meterme. Tienen muchos clavos. —Salió raudo del carromato y corrió hacia el tercero—. A lo mejor nuestra suerte mejorará aquí.
—Ropas. Bien. Necesitas ropas —indicó Rikali a Dhamon—. Y a ti también te irían bien algunas —añadió en dirección a Maldred—. Desde luego, yo siempre puedo… —Hizo una mueca, y el ergothiano que había perdido un brazo gimió con más fuerza—. ¡Cállate! —Saltó sobre él y lo golpeó en la cabeza con el mango del cuchillo, dejándolo sin sentido.
El hombre quedó tumbado en un charco cada vez mayor de sangre que rezumaba bajo las puntas de las botas de Rikali. Volviéndose hacia la rechoncha mujer, que había empezado a sollozar, la semielfa añadió:
—Si no quieres que muera, será mejor que te quites un trozo de falda y ates ese muñón. Apriétalo un poco. De todos modos, no hace falta llevar tanta ropa con este calor. —Giró sobre los talones y se volvió hacia Dhamon, frotando las suelas en el suelo para intentar deshacerse de la sangre—. Ahora, con respecto a las nuevas ropas…
Toda una serie de agudos chillidos procedentes del tercer carromato la interrumpió.
—Vigílalos —indicó a Dhamon y Maldred, satisfecha consigo misma por poder dar una orden ella, para variar—. Es un inútil, ese Trajín. —A continuación salió corriendo hacia el sonido.
—¡Un monstruo! —aulló Rikali al cabo de un momento—. ¡Hay un monstruo horrible aquí dentro!
Dhamon, manteniendo su posición, paseó la mirada por los comerciantes y la pequeña caravana, luego indicó con la cabeza el último carro, y Maldred fue hacia él con paso lento. El hombretón introdujo la cabeza tras el faldón y volvió a sacarla al punto. Rikali abandonó el carromato tras él, sosteniendo sólo el mango de su cuchillo. La hoja había desaparecido. Trajín la siguió de cerca, con finos cortes recorriendo su diminuto torso.
—¡Cerdos! —bufó la semielfa—. Cerdos, hay una bestia de aspecto raro atada en este carro. —Dirigió una airada mirada a los comerciantes, agitando el mango del cuchillo.
—No es un monstruo —manifestó a toda prisa uno de los hombres—. No es más que un animal. Dejadlo tranquilo. Por favor.
Dhamon seleccionó al gimoteante mercader y le indicó que fuera al carromato. Maldred empujó al hombre al interior, mientras Dhamon se probaba las botas del ergothiano muerto y declaraba que le iban razonablemente bien.
Instantes después, el comerciante salía llevando a una insólita criatura sujeta por una gruesa soga que le había pasado alrededor del cuello. El ser era tan grande como un ternero cebado, pero se parecía más a un insecto, con seis patas quitinosas y antenas que se agitaban despacio en el aire. Sus ojos negros, con aspecto de platillos, giraban a un lado y a otro para abarcarlo todo, y su pequeño hocico, que se estremecía, estaba dirigido hacia Maldred. El animal empezó a olfatear, al tiempo que disparaba su lengua morada para lamer los bulbosos labios.
—¡Traedlo hacia aquí! —ordenó Dhamon—. Mal, apártate de eso. Oí hablar de ellos cuando estaba estacionado en Neraka. Esa cosa come metal.
—Ya lo he descubierto —se quejó Rikali—. Ése era mi cuchillo favorito. Se lo hurté a un apuesto noble en Sanction el año pasado. Tenía un gran valor sentimental.
El comerciante condujo a la criatura como a un perro y la colocó en fila junto con los mercaderes, al tiempo que parloteaba con ella en voz baja y la llamaba Ruffels .
—Queréis que eso viva… queréis vivir vosotros … pues empezad a andar montaña abajo —exigió Dhamon—. Ahora. Todos vosotros… y esa bestia. Seguid andando y no miréis atrás. Como dije, no soy tan generoso como mi grandullón amigo. Realmente no me remorderá la conciencia si os mato a todos y cada uno de vosotros.
El muchacho agarró a su abuelo y ambos empezaron a andar por el sendero, seguidos por la rechoncha mujer que continuaba sollozando histérica, y con dos hombres que transportaban al ergothiano herido cerrando la marcha. El hombre con el insecto mascota fue el último en moverse.
—¡Aguarda! —llamó Rikali, corriendo tras él—. ¿Es valioso ese animalejo?
—No —respondió él, sacudiendo la cabeza sin dejar de andar.
La mujer entrecerró los ojos y se rascó la barbilla, decidiendo que el hombre la estaba insultando o, al menos, no le había respondido adecuadamente. Esperó un instante y luego corrió para alcanzarlo.
—Entonces, si no vale nada, no te importará dejarla aquí.
—Por favor —dijo el hombre acercando la bestia hacia él y hablando con dulzura—. Habéis cogido todo lo que era de valor. No os llevéis a Ruffels . Es una mascota.
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