—Supongo que no sentía curiosidad —respondió él, encogiéndose de hombros.
La mujer desechó un trozo resquebrajado de ópalo, recogió otro gran fragmento de citrino y se lo pasó.
—Me pregunto qué tal le irá a Mal —reflexionó, mirando al otro lado de un afloramiento de yeso para buscar al hombretón—. Ahí está. Ahí abajo.
Contempló a Maldred un momento, disfrutando de la visión qué ofrecía su sudoroso cuerpo fornido, luego agitó la mano. Pero el hombre no miraba en su dirección, tenía los ojos alzados y desviados a la derecha, y su mano se dirigía hacia la enorme espada sujeta a su espalda.
—Problemas —siseó la semielfa, volviendo la cabeza para ver qué era lo que había llamado la atención de su camarada—. Trajín se ha metido en más problemas. Es un inútil.
Dhamon pasó corriendo junto a ella, rodeando las agujas de yeso al tiempo que soltaba su saco de gemas y sacaba la espada que llevaba al cinto.
* * *
Maldred llegó junto a Trajín justo en el momento en que hacían su aparición otros dos enanos.
—Media docena —gruñó el hombretón—. Y vendrán más si no los eliminamos deprisa. De todos modos podría haber más de camino. —Evaluó inmediatamente a sus adversarios—. Quédate agachado —indicó al kobold.
Enseguida se encontró esquivando proyectiles disparados por las ballestas de los enanos, moviendo la espada de un lado a otro para detener algunos que golpeaban contra la hoja mientras él gateaba por la grava suelta y las gemas. Cuando estuvo más cerca, se echó la espada al hombro, se agachó y recogió un puñado de piedras, echando el brazo atrás para arrojarlas contra el enano más próximo. Varias dieron en el blanco, y uno de los atacantes soltó su ballesta y se frotó los ojos con energía.
Los otros sacaban ya las hachas de guerra que llevaban sujetas a la cintura y se disponían a enfrentarse al ataque de Maldred. Este gritó mientras acortaba distancias:
—¡No tenéis la menor posibilidad contra mí! ¡Soltad las armas y os perdonaré la vida!
El más corpulento del cuarteto lanzó una sonora y profunda carcajada, que sólo interrumpió cuando Maldred llegó hasta ellos, balanceando la enorme espada. El arma partió prácticamente en dos al enano que estaba al mando, y luego el gigante echó hacia atrás la espada y la dejó caer para cortar el brazo de otro enano. El que había reído de buena gana empezó a gatear colina arriba, pidiendo ayuda, mientras los restantes enanos rechinaron los dientes y uno aulló:
—¡Muere, intruso!
—La vida es preciosa —dijo Maldred mientras echaba de nuevo el arma hacia atrás, con los músculos en tensión y las venas a punto de reventar—. Sois muy estúpidos al desperdiciarla.
Los enanos estaban ya muertos cuando Dhamon llegó junto al hombretón. El guerrero envainó su espada, se arrodilló y arrancó de un tirón una tira de cuero que rodeaba el cuello de uno de los enanos. Colgando de ella había un diamante enorme y bellamente tallado, el más grande que había visto nunca. Dhamon se lo colgó al cuello y empezó a registrar los otros cuerpos, recogiendo piedras talladas montadas en oro y plata que fue introduciendo en sus bolsillos. El hombretón entretanto se protegía los ojos de la luz de los cristales de las rocas y extendía el cuello para mirar montaña arriba, en busca del enano que había huido.
—No puedo ver con este resplandor. Pero sé que no tardaremos en tener visitas —dijo a Dhamon.
—Sí. Cojamos lo que hemos reunido y salgamos de aquí. Y hagámoslo deprisa. Desde luego tenemos más que suficiente para comprar la espada. Podríamos comprar todo Bloten, sospecho, con lo que hemos obtenido.
Trajín agarró sus sacos, forcejeando bajo el peso mientras ascendía despacio por la ladera. Maldred volvió veloz la mirada hacia su zona de recogida, donde aguardaban cuatro abultados sacos.
—Muy deprisa —añadió para sí.
Dhamon giró veloz y se encaminó hacia sus propios sacos, observando que Rikali seguía introduciendo gemas en uno de ellos; sus brazos eran prácticamente una mancha borrosa, y la túnica estaba pegada a la espalda por el sudor. Trepó por rocas y agujas y, cuando se encontraba casi junto a la mujer, dos proyectiles con punta de metal hendieron el aire; uno silbó junto a su hombro y rasgó su manga, y el otro se incrustó en su muslo derecho para a continuación ir a parar a la escama fijada allí.
Gritó sorprendido, al tiempo que caía de espaldas y se agarraba la pierna.
Quítate la escama, y morirás , oyó decir al caballero negro muerto hacia ya tanto tiempo. Luego el caballero desapareció y él se encontró retorciéndose en la ladera del valle de Caos. Profirió un gemido, largo y turbador, que arrancó un ahogado sollozo a la semielfa.
La mujer se arrojó sobre él, cerrando los delgados dedos sobre la saeta para tirar con suavidad.
—¡Maldred! —llamó—. ¡Por mi vida, Mal, ayúdame! —Siguió tirando, sin prestar atención a la docena de enanos que habían disparado sus últimos proyectiles y corrían ahora ladera abajo en dirección a ella y a Dhamon—. ¡Maldred!
El herido dio una boqueada. Todo lo que sentía era un calor intenso y un dolor insoportable que ocupaba cada centímetro de su cuerpo y lo convertía en un horno humano.
—¡Maldita escama!
En unos instantes, los enanos alcanzaron a la pareja, con las relucientes hachas alzadas, dispuestos a matar a los dos intrusos. Rikali intentó escudar a su compañero.
—Dije que íbamos a morir, amor —murmuró mientras la primera hacha descendía…
Y chocó con el sonido metálico de la espada alzada de Dhamon. A pesar del dolor, había conseguido arrastrarse lejos de ella y ponerse en pie.
—No voy a morir hoy —dijo a la semielfa mientras la apartaba.
Movió el arma veloz de un lado a otro y atravesó con la punta la muñeca de un enano. Maldred corrió a su lado, y el hombretón no lanzó ninguna advertencia a sus adversarios en esta ocasión, sino que se abrió paso entre ellos y empezó a blandir su espada.
—¡Únete a nosotros, Riki! —chilló—. ¡Cuando quieras, por favor!
La semielfa se incorporó y sacó su daga de hoja ondulada, que clavó profundamente en la garganta de un enano que iba hacia ella, uno que equivocadamente había decidido que luchar contra la mujer era una empresa más fácil que hacerlo contra Maldred o Dhamon.
Todos los enanos iban bien protegidos con armaduras a pesar del calor del verano, y cuando la semielfa arrancó su arma y se encaminó hacia otro adversario, tuvo que buscar una brecha en sus defensas, hundiendo la hoja en las junturas de las gruesas placas de metal.
Tres yacían muertos a los pies de Maldred y Dhamon antes de que uno de ellos consiguiera herir al hombretón. El más alto de los enanos hundió profundamente su arma en el brazo del gigante, arrancándole un gemido. La enorme espada cayó al suelo con un ruido metálico, al verse Maldred incapaz de sostenerla con las dos manos, pues el brazo herido colgaba inerte contra el costado.
Dos enanos se lanzaron entonces al ataque y alzaron sus hachas, pensando que el colosal humano sería ahora un blanco fácil. Sin embargo, el brazo sano de Maldred salió despedido al frente, y sus inmensos dedos se cerraron sobre el mango de un hacha de guerra y la arrancaron del puño de su propietario. Sin detenerse, el hombretón echó el arma hacia atrás y la descargó sobre el otro enano, hendiendo su casco e incrustándola en su cráneo. Liberó el hacha de un tirón al tiempo que su víctima se desplomaba y la blandió contra su anterior propietario, al que derribó.
Dhamon eliminó a un enano introduciendo su espada por una abertura de la armadura bajo el brazo de su oponente. Soltando con dificultad su arma, recogió el hacha del enano muerto y la balanceó con energía a un lado y a otro, clavándola en el cuello de otro adversario y lanzando un chorro de sangre por los aires. Muertos sus atacantes más inmediatos, se dedicó a recuperar el espadón y hundió el hacha en el pecho de un cadáver mientras llegaban más enanos.
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