Jean Rabe - Redención

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¿Existe la redención para un héroe caído o no hay marcha atrás? Poseído por la maldición de una escama de dragón, Dhamon Fierolobo teme la muerte y el poder insidioso de sus propios demonios. En una carrera contra el tiempo y el destino a través de Ansalon, Dhamon busca compensar sus pasados errores. En su camino se cruzan agentes de un misterioso dragón: si no consigue vencerlos, es posible que pierda su alma.

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Patas gruesas como troncos de árbol se doblaron cuando la extraña criatura se sacudió, y esparció a su alrededor una lluvia de tierra. El coloso pardo golpeó el suelo con las enormes zarpas que tenía por pies, y el terreno volvió a estremecerse.

La criatura volvió la cabeza, con las mandíbulas en movimiento y las pinzas chasqueando. La boca se abrió despacio, para mostrar una intensa negrura, y los dientes, que parecían afiladas raíces, eran también del negro más profundo, aunque relucían de un modo sobrenatural. Cuando la criatura rugió, fue como si lo hicieran una docena de leones enfurecidos, una explosión de ruido que inundó la noche y arrancó lágrimas a los ojos de los goblins.

—¡Los ojos! —chilló Ragh—. ¡No miréis a los ojos del coloso pardo! ¡Hay magia en ellos!

Él draconiano repitió la orden en la lengua de los goblins; luego, con la mirada desviada, avanzó tambaleante, encabezando la carga con la larga espada tendida ante él, pero, en un segundo, la dama solámnica se colocó frente a él, le cortó el paso y le arrancó la espada de las zarpas. Sin hacer caso de su exclamación, Fiona se acercó a la bestia, con el arma centellando bajo la luz de la luna llena.

El coloso pardo alargó los brazos a los costados en una macabra pose triunfal, luego rugió con más fuerza aún y avanzó al encuentro de la mujer.

—Estaba cazando a los goblins —dijo Maldred en voz baja; el mago ogro dirigía furtivas miradas a la criatura sin mirarle a los ojos—. Las vibraciones del suelo indican su paso. Estaba excavando como una tuza.

El ogro tenía las manos en el aire, con los dedos bien separados, y las palmas relucían llenas de magia.

Dhamon no había dado permiso a Maldred para lanzar ningún conjuro, pero aquél no era momento para discutir. Se lanzó al frente, para alcanzar al coloso pardo antes que Fiona.

La mujer llegó primero, y alzó los ojos para contemplar los cuatro mareantes ojos del ser.

—Locura —declaró, al mismo tiempo que parpadeaba y sacudía la cabeza—. Hermosos ojos.

A continuación, permaneció inmóvil un instante, como paralizada, balanceándose adelante y atrás mientras la criatura rugía.

—Locura —repitió, recuperados de algún modo los sentidos.

Casi todos los goblins que no habían huido o bien permanecían inmóviles, fascinados, o bien vagaban sin rumbo a lo largo del arroyo, como atrapados en una especie de hechizo mágico que embotaba la mente. Uno pasó demasiado cerca de la bestia, demasiado aturdido para ver cómo un brazo-pinza salía disparado hacia él, y demasiado entumecido para sentir cómo las pinzas se cerraban alrededor de su cintura.

El coloso pardo alzó en alto al goblin, luego apretó a la pequeña criatura hasta casi partirla en dos. A continuación el monstruo echó la cabeza hacia atrás, abrió la boca y se tragó a su víctima, todo en un mismo movimiento. El gigante fue en busca de otra presa.

—¡Monstruo! —gritó Fiona, y su voz sonó, momentáneamente, como la de la Fiona de antaño.

Echó hacia atrás la espada y la descargó al frente con energía, pero aunque la hoja se hundió en el cascarón quitinoso del brazo-pinza del ser no le produjo daños considerables. La dama solámnica, como si estuviera poseída, golpeó una y otra vez a la gigantesca criatura; entre tanto, Ragh consiguió maniobrar hasta colocarse detrás de ambas y se unió a la refriega, clavando las zarpas en la espalda del coloso pardo a la vez que apartaba a patadas a los aturdidos goblins.

Otro goblin fue a parar a las fauces del coloso pardo.

—¡Estaremos toda la noche igual! —gritó Dhamon, al observar que ni Fiona ni el sivak parecían causar auténtico daño al adversario—. ¡Tiene la piel tan dura como el metal de una armadura!

Se acercó más, esquivando por los pelos unas pinzas, que apartó a un lado con el extremo de la alabarda. Al tener a Ragh y a Fiona tan cerca, Dhamon no podía arriesgarse a blandir el arma en un amplio arco, así que, en su lugar, la alzó por encima de la cabeza y la descargó con fuerza como si fuera una cuchilla. Se sentía curiosamente ávido de disputar un buen combate.

En cuanto la hoja de la alabarda penetró en el hombro del coloso pardo, la espesa sangre verde del ser salió disparada a lo alto como un surtidor y cayó sobre todos ellos.

—¡Sangra! —exclamó Fiona—. ¡Si puede sangrar, puede morir!

La dama aceleró sus esfuerzos, y, aunque algunos golpes rebotaron en el acorazado pellejo de la criatura, unos cuantos se hundieron en el brazo justo por encima de las pinzas. Las runas que recorrían la hoja del arma brillaban azules, y el afilado borde centelleaba a la luz de la luna.

—¡Puedo matarlo con esta espada!

Retrocedió para lanzar una estocada, justo en el momento en que el coloso pardo giraba con una velocidad inesperada para su tamaño, y un brazo-pinza salía disparado al frente, con un sonoro chasqueo. Fiona poseía reflejos veloces y se apartó en el último instante, pero el ser le enganchó las ropas. La dama giró para colocarse detrás del adversario, apartó a Ragh, y aceleró el frenético ataque.

—¡Lo cierto es que le estamos haciendo daño!

Aquellas palabras las gritó el sivak, que también había conseguido herir a la criatura así como hacer que derramara parte de su maloliente sangre.

Dhamon se adelantó para lanzar un potente golpe, y esta vez consiguió clavar más profundamente el arma en el hombro del animal y herir a la criatura de tal modo que uno de los brazos-pinza se contrajo, para, a continuación, colgar inerte. Descargó el arma de nuevo, con más fuerza esta vez, y el ser profirió un alarido, un sonido horrible, que recordaba el chirriar cuando chocan dos piedras. El suelo tembló, y una serie de grietas corrieron por el suelo desde los pies en forma de zarpa del coloso pardo. Las patas se movieron veloces, y la criatura empezó a retroceder al interior del enorme agujero.

—¡Huye! —gritó Ragh en son de triunfo; pero siguió con su ataque—. ¡Estamos venciendo!

—¡No podemos permitir que escape! —gritó Fiona, enfurecida—. ¡No lo dejéis marchar!

—¡Ella tiene razón! —asintió Dhamon, mientras volvía a elevar la alabarda, y la blandía de modo que se hundiera en la parte central de la espalda de la bestia; a continuación, tensó todos los músculos y liberó la hoja—. ¡Si consigue huir, puede aparecer en cualquier parte para volver a intentarlo!

El suelo retumbó con más fuerza, cuando el coloso pardo profirió un rugido desafiante mientras descendía.

—Aguardad, no va a ir a ninguna parte.

Al finalizar Maldred su conjuro, un suave resplandor amarillo se vertió de las palmas de sus manos al suelo, y, como un relámpago fundido, corrió veloz hacia el ser.

—¡Quitaos de en medio! ¡Muévete, Dhamon!

Dhamon tuvo que agarrar a Fiona, pues la dama solámnica seguía atacando a la bestia con rápidos mandobles. Ragh saltó atrás justo a tiempo. La luz mágica alcanzó su objetivo, se enrolló en espiral al coloso pardo, y se afianzó en el suelo.

—¿Qué va a suceder ahora? —inquirió el draconiano—. ¿Qué clase de magia…? —El resto de palabras quedó engullido por el estruendo que se produjo al levantarse la tierra.

Mientras observaban, el suelo empezó a endurecerse en aquellas partes por las que fluía la luz, atrapando las patas de la criatura y el brazo-pinza sano en piedra maciza.

El animal aulló enfurecido. Sacudió con violencia la cabeza, y los cuatro ojos se clavaron en Ragh, al que aturdió con su magia. El hocico del draconiano se abrió inconscientemente, al mismo tiempo que éste avanzaba en dirección al vociferante coloso y al suelo que seguía endureciéndose.

—¡Ahora, Dhamon! —gritó Maldred—. ¡Acaba con él!

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