Dhamon, que se encontraba en buena posición, soltó a Fiona y blandió la alabarda a la altura de la cintura con todas sus fuerzas. La enorme hoja partió el quitinoso cascarón del coloso pardo, y la tierra se estremeció con violencia bajo los alaridos de la criatura. El pétreo suelo en el que estaba incrustada empezó a agrietarse por los esfuerzos de la bestia para liberarse.
Dhamon volvió a golpear.
—¡Sangra! —chilló Fiona jubilosa—. ¡Podemos matarlo! ¡Puedo matarlo!
Se inclinó al frente y asestó unos cuantos golpes más antes de que la bestia se estremeciera violentamente y dejara de moverse.
La tierra se sosegó al cabo de unos instantes, lo que permitió a Dhamon retroceder y tomar aliento. Transcurrieron varios minutos antes de que Ragh y los goblins recuperaran la consciencia y muchos más antes de que los goblins que habían huido empezaran a regresar.
Dhamon fue hasta el arroyo para limpiar la sangre que lo cubría a él y a la alabarda. Cuando alzó la vista, vio que el draconiano intentaba arrebatar la espada a Fiona.
—¡Me habla! —gritaba enloquecida la mujer.
—Deja que se la quede —indicó Dhamon, mientras avanzaba para reunirse con ellos.
El draconiano enarcó una ceja.
—Estuvo a punto de matarte, Dhamon. ¿Estás tan loco como ella para dejar que se quede con el arma?
«Tal vez», pensó él, y en voz alta respondió:
—Descansaremos aquí una hora, no más, luego volveremos a ponernos en marcha.
Avanzaron a buen paso hasta casi el amanecer, siguiendo el curso del arroyo, que se ensanchó hasta convertirse en un río a medida que iban hacia el norte.
—Yagmurth dice que el pueblo que quieres se encuentra justo detrás de aquella elevación —dijo Ragh a Dhamon—. Quieren saber si vas a conducirlos a la batalla contra sus primos hobgoblins. Dado que mataste al coloso pardo, creen que puedes realizar milagros.
Dhamon no respondió al principio, pues tenía la vista fija en el reflejo que le devolvía el agua. «Soy un monstruo», pensó. El fuego de su estómago se había extendido a todo el cuerpo, y durante los últimos kilómetros tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no hacer caso del dolor y seguir avanzando pesadamente.
—Estás creciendo —siguió Ragh, dedicando una cautelosa mirada a su compañero, para a continuación, mirar a la solámnica, que seguía sosteniendo la mágica espada y no dejaba de hablarle—. Te das cuenta de ello, ¿verdad? Yo diría que unos cuantos centímetros al menos.
Las costuras de las andrajosas ropas de Dhamon se tensaban sobre las extremidades en crecimiento.
—Sí, Ragh, me doy cuenta.
El hombre siguió con la mirada clavada en su reflejo. El rostro era distinto, también, y necesitó unos instantes para comprender en qué modo; la frente era ligeramente más elevada, y se estaba formando una cresta sobre los ojos. Igual que Ragh, se dijo también que el cuello parecía más grueso, aunque no estaba seguro. Las orejas eran algo más pequeñas, como si se estuvieran fusionando con los laterales de la cabeza.
—Maldred, pregunta a Sabar si todavía queda suficiente tiempo.
—Más alto —observó Ragh con suavidad—, y más indulgente. Dejas que Fiona conserve la espada; llamas al mago ogro por su nombre.
—Hay tiempo —respondió Maldred tras varios minutos de silencio, durante los cuales consultó a la mujer mágica del cristal—; pero no mucho. Dice que te des prisa.
«Ya me doy prisa». Se pasó la mano por los cabellos, y un escalofrío le recorrió la espalda cuando descubrió que las palmas eran del mismo gris oscuro que las plantas de los pies. Se apartó del riachuelo y miró en dirección a la aldea.
—Debo asegurarme de que Riki y la criatura están a salvo. —Al cabo de un instante añadió—: Y no puedo permitir que me vean. Hasta que le haya arrancado una cura al condenado Dragón de las Tinieblas, no si puedo encontrar a ese ser a tiempo.
El viejo goblin amarillo se aproximó despacio, pero procurando mantener una respetuosa distancia, y esperó hasta que Dhamon terminó de hablar para empezar a parlotear con Ragh. Los otros goblins se apelotonaron cerca, y observaron la conversación entre el draconiano y su jefe.
—Yagmurth pregunta otra vez si vas a conducirlos a la batalla contra sus primos hobgoblins. Está ansioso por pelear.
El sivak se inclinó más sobre el anciano goblin, sin dejar de agitar una mano ante el rostro para alejar el hedor. Gruñó y emitió ruidos en la lengua gutural del otro hasta que Yagmurth pareció satisfecho.
El viejo goblin irguió los hombros, se contoneó, y fue a reunirse con sus compañeros. Fiona dedicó a todo el grupo una mirada de asco, luego fue hasta donde estaban Dhamon y Ragh.
—¿Qué le has dicho?
Dhamon contempló cómo las criaturas parloteaban alegremente entre ellos, lanzando vítores y agitando las lanzas.
Ragh echó un vistazo de refilón, y observó cómo Maldred volvía a guardar la bola de cristal en la improvisada bolsa, y luego se ataba ésta a la cintura.
—Les dije que yo, la más grande de las creaciones de Takhisis, los conduciría a la batalla contra sus primos hobgoblins —bajó la voz—, si era necesario. Si no podemos sacar a Riki y a su familia de la población de ningún otro modo. Si el cristal no miente, y los hobgoblins no están allí a requerimiento del Dragón de las Tinieblas, podría haber problemas para llevar a cabo una operación de rescate.
—¿Y qué sucede conmigo?
—Le he dicho a Yagmurth que tienes cosas que hacer en otra parte.
Dhamon sacudió la cabeza.
—No, he de…
—… Has de obtener tu cura antes de que sea demasiado tarde. Tu hijo no necesita a un draconiano, o a un drac, como padre. Sálvate, Dhamon, y yo procuraré salvar a tu mujer y a tu hijo.
—Ragh…
—Te acompañaré, sivak. —Fiona posó la mano en la empuñadura de la espada—. Iré contigo a ayudar a la semielfa Riki. Ésa es una causa honorable. —Los ojos de la solámnica estaba muy abiertos y fijos, pero la abrasadora locura parecía haber desaparecido por el momento—. No ayudaré a Dhamon a encontrar una cura, y no permaneceré en compañía del ogro mentiroso, de modo que iré contigo. Eso es lo que debo hacer y haré.
Se encogió de hombros y se sacudió una mancha de la túnica, luego alzó la mirada con una expresión demente de nuevo en los ojos.
—Pero cuando Riki y su familia estén a salvo, iré tras Dhamon; lo seguiré incluso hasta las montañas más elevadas. —Dio la espalda al draconiano y clavó los ojos en los de Dhamon—. Y entonces, Dhamon Fierolobo, pondremos fin a esto, tú y yo. Pagarás por la muerte de Rig, por las muertes de Shaon y Jaspe y de todos aquéllos que hayas traicionado. Pagarás por todo.
—Riki estará bien, Dhamon. Tal vez no tengan que luchar con los hobgoblins para sacarla. Quizá podrán llevársela a ella, a tu hijo y también a Varek.
—Sí, quizás.
Era lo primero que ninguno de ellos había dicho desde que abandonaran a Ragh, Fiona y los goblins, hacía horas. Iban de camino hacia la cordillera, bajo un fuerte viento que azotaba la accidentada llanura, hacía susurrar la alta vegetación reseca y levantaba guijarros del suelo. El cielo era azul y sin una sola nube, lo que daba al tostado paisaje un aspecto aún más desolado y monótono. Los pocos árboles que crecían en los escarpados salientes eran delgados y estériles, a excepción de un solitario pino que se alzaba alto y desafiante.
Dhamon alargó la zancada, sin perder de vista el pino. Había elegido una ruta que evitaba la multitud de poblados y granjas que había entre Haltigoth y las montañas, y que discurría más o menos paralela a una calzada comercial situada al sur.
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