Jean Rabe - Redención
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El otro le ofreció una sonrisa lúgubre.
—Les dije que sinceramente no sabía dónde había perdido las mías, que con toda probabilidad en alguna gran batalla ocurrida hace tantas décadas que lo he olvidado.
—Y ¿respecto a mí?
—Les expliqué que tus alas no han brotado aún.
El draconiano lamentó al instante sus palabras en cuanto vio cómo se ensombrecían los ojos de su compañero.
»En cuanto a Sabar —siguió, cambiando apresuradamente de tema.
Tomó con cuidado la bolsa de tela que colgaba de su cintura y extrajo la bola de cristal.
Se oyó toda una colección de ooohs y aaaahs procedentes de los goblins, y unos cuantos se aproximaron en exceso hasta que Dhamon los detuvo con una mirada.
—Ogro —llamó Dhamon a Maldred—, vuelve a usar el cristal, y a ver si consigues encontrar el pueblo para nosotros. Quiero visitar a Riki y al niño.
Maldred eligió un pedazo de suelo llano y polvoriento, extendió las piernas y depositó la bola con la base en forma de corona entre las rodillas. Utilizar el cristal era mucho más fácil ahora, pues su mente estaba familiarizada ya con la mágica pulsación del objeto. Las neblinas moradas no tardaron en inundar la esfera, para luego separarse y dar forma a la imagen de Sabar.
—Me buscas de nuevo, ser sagaz —ronroneó la mujer al ogro—. ¿Vamos emprender otro viaje juntos? Me gustaría.
Maldred negó rápidamente con la cabeza.
—Muéstranos el pueblo, Sabar —indicó con suavidad.
—¿Bloten?
—No; el que mostraste antes de ése, aquél en el que vivían la semielfa y la criatura.
—Como desees, ser sagaz.
La mujer giró sobre sí misma dentro de los confines del cristal, y el pueblo fue apareciendo poco a poco. Dhamon hizo una seña a un viejo goblin para que se acercara, y la criatura se inclinó sobre la esfera, con un dedo extendido que casi tocaba el cristal, pero claramente asustada.
—Pregúntale si… —Dhamon dio un codazo a Maldred, sin dejar de observar con atención mientras la imagen cambiaba para mostrar a Riki dormida con el bebé sobre el pecho, y con Varek acurrucado a su lado—. Pregúntale si ha visto este lugar.
El tosco lenguaje goblin sonó aún peor en la profunda voz de Maldred. El mago ogro habló durante un buen rato, deteniéndose a intervalos para permitir que el otro respondiera; por fin, Maldred alzó los ojos del cristal.
—El nombre del viejo goblin es Yagmurth Dientesafilados. Es el jefe y dice que sabe dónde se encuentra este pueblo. Al parecer tanto él como su gente lo conocen bastante bien, pues suelen visitarlo a finales de verano, para saquear pequeños campos de maíz y patatas, y en primavera regresan cuando nacen las ovejas. Sin embargo, no lo visitaron este verano, ya que ha habido un ejército de hobgoblins acampado a las afueras durante los últimos tres o cuatro meses. —Un atisbo de sonrisa apareció en el rostro de Maldred—. Los goblins esperan que los «hijos perfectos de su venerada diosa» los acaudillarán contra sus primos, los hobgoblins, de modo que puedan aplastar al enemigo y volver a hacer incursiones en el pueblo en busca de comida.
Dhamon estudió al goblin llamado Yagmurth.
—Sólo si es necesario existirá un enfrentamiento con los hobgoblins. Díselo. Los combates ocupan tiempo, y no estoy de humor para malgastarlo. Habrá un combate sólo como último recurso, ya que haré cualquier cosa para asegurarme de que Riki y el niño permanecen a salvo. Pero no le digas eso. De hecho… —Sintió cómo el suelo temblaba otra vez—. Maldred, pregunta a la bola de cristal…
El mago ogro se sobresaltó, ya que Dhamon no lo había llamado por su auténtico nombre desde que habían sido transportados de la celda de Nostar a la cueva del Dragón de las Tinieblas.
—Pregunta al cristal si todavía está a mi alcance curarme.
Se pasó la mano por encima del estómago, y notó el contacto de todas las escamas que ocultaba la andrajosa túnica; luego tocó el lado izquierdo del rostro para asegurarse de que seguía habiendo carne allí, y aguardó impaciente mientras el otro conversaba con Sabar. Se relajó visiblemente y exhaló un profundo suspiro de alivio cuando oyó que la mujer respondía afirmativamente.
—Pero Sabar dice que no te queda mucho tiempo para encontrar la cura —explicó Maldred—. Tienes que encontrar al Dragón de las Tinieblas pronto.
—Sí, Mal, me doy perfecta cuenta de ello.
La fiebre había regresado de improviso, y la piel de la mejilla estaba empapada de sudor, a pesar del frío de la noche otoñal. El estómago le ardía como si tuviera una hoguera en su interior. Dhamon se apartó repentinamente, para dirigirse hacia el arroyo.
—¿Por qué no echas una mirada a tus detestables montañas de Blode mientras estás en ello? Comprueba cómo está tu querido padre.
Ragh le arrebató el cristal.
—Eso ya lo hiciste, ¿no es cierto? —El draconiano devolvió la bola a la bolsa, que ató al improvisado cinturón—. Ya no necesitas usar esto.
Dhamon se despojó de la harapienta túnica, lo que le mereció más oohs y aahs por parte de los goblins que lo seguían, que contemplaron con admiración las escamas que le cubrían el cuerpo. Se introdujo en las aguas, con la esperanza de que su frialdad ahuyentara la fiebre y extinguiera el fuego que ardía en el estómago. Dejó la alabarda en la orilla y gruñó cuando un goblin se acercó para tocar el arma.
—¡Retrocede!
La criatura no necesitó traducción, pues el significado quedaba muy claro en los ojos del hombre. El goblin marchó corriendo a reunirse con ocho de sus compañeros, que estaban sentados en la parte alta de la ribera, a una respetuosa distancia. Todos observaban con suma atención cada movimiento de Dhamon. Cuando el suelo volvió a temblar, con más fuerza que antes, Dhamon vio que la expresión de los rostros aplastados de aquellos seres se convertía en una de horror. Los temblores persistieron y se tornaron más intensos. Unos guijarros rodaron por la orilla y cayeron al arroyo.
Dhamon saltó fuera, y casi perdió el equilibrio mientras la tierra retumbaba. Con las lanzas en la mano, los goblins parloteaban entre sí asustados, reunidos en pequeños grupos chillones.
—¡Tienen miedo! —gritó Ragh a Dhamon.
—No necesito hablar su lengua para saberlo.
—Aguardan tus órdenes.
Dhamon volvió a ponerse la ropa y agarró la alabarda. Vio que Fiona daba un traspié al intentar levantarse.
—Suéltala, Ragh. Eso la ayudará a mantener el equilibrio.
El aludido hizo intención de protestar pero se lo pensó mejor cuando las sacudidas se volvieron más acusadas. Mientras el draconiano se encaminaba hacia la dama solámnica, una hendidura apareció detrás de él y media docena de goblins fueron engullidos por ella.
Antes de que sus histéricos compañeros pudieran rescatarlos, el suelo bajo el manzano dulce estalló en un géiser de tierra y rocas, que hizo rodar el árbol orilla abajo y huir en todas direcciones a la mitad de los goblins que quedaban.
Algo empezó a alzarse del suelo en el punto donde había estado el frutal.
—¡Por mi padre! —exclamó Maldred—. Por todos los niveles del Abismo, ¿qué es eso?
El mago ogro no había esperado recibir una respuesta, pero obtuvo una del sivak.
—Es un coloso pardo —gimió Ragh.
—Un ¿qué? —preguntaron Dhamon y Maldred, prácticamente al unísono.
—Un monstruo —siseó Fiona.
Trepando al exterior de un agujero cada vez más abultado había una criatura repugnante, que fácilmente mediría unos dos metros y medio de altura y casi lo mismo de ancho. Parecía un cruce entre un enorme mono y un crustáceo, con largas pinzas de cangrejo, que chasqueaban ruidosamente, en los extremos de brazos enormes, y era del color de la tierra húmeda, a la que olía de un modo inconfundible. Un par de aserradas mandíbulas a ambos lados de la cavernosa boca eran tan negras como la medianoche, y los ojos —cuatro en total, colocados en parejas— eran más oscuros aún.
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