Jean Rabe - Redención
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—Mi padre me entregó esa espada. —Los ojos de Maldred se convirtieron en delgadas rendijas.
Dhamon saludó con la mano al capitán del barco de pesca, que se alejaba en aquellos momentos de la rocosa orilla, en dirección a aguas más profundas del Nuevo Mar. El sonriente capitán Eben agitó la espada a modo de respuesta.
—Necesitábamos pagar por la travesía, compensar a esos pescadores por el tiempo perdido y las molestias causadas. Les hemos costado unos cuantos días de labor e innumerables preocupaciones. Compartimos su comida y bebimos de su agua y su alcohol. Además estaban todos tan nerviosos que no creo que ninguno de ellos durmiera durante el tiempo que estuvimos a bordo. Fue una suerte para nosotros que la espada fuera valiosa.
Maldred gruñó, y sus colmillos inferiores sobresalieron de los bulbosos labios.
—¿Valiosa? Esa espada valía más que toda su embarcación junta, Dhamon, y lo sabes muy bien. Podría comprarse un barco nuevo y grande con lo que vale, dos o tres en realidad, y contratar más hombres. Fuiste muy caritativo.
El otro no pudo reprimir una sonrisa.
»Mi espada estaba hechizada. Podrías haberles dado esa maldita alabarda, manchada con la sangre de Goldmoon. O la espada de Fiona. Mi padre me entregó esa arma.
Dhamon le dio la espalda para mirar a Fiona. El draconiano empuñaba todavía la espada de la dama solámnica y apuntaba a la mujer con ella.
—Quítale la mordaza, Ragh —indicó Dhamon.
—¿Quieres escuchar más de su cháchara insensata? —El sivak sacudió la cabeza y contempló con fijeza los ojos enloquecidos de la dama—. No te preocupes, no voy a desatarte —continuó diciendo—. Jamás sería tan estúpido como para eso; pero te quitaré la mordaza… si prometes mantenerte callada esta vez.
Fiona lo miró furiosa.
—Júralo.
La mujer sacudió la cabeza en ademán desafiante.
—No, pues la mordaza se queda, Dhamon. A menos que quieras vigilarla tú. —Ragh se sorprendió cuando Dhamon no discutió—. Recuerda lo que pasó cuando se la quitamos para permitirle comer en el barco…
Calló y ladeó la cabeza. Había oído algo; el suave susurro de ramas secas, una voz apagada y confusa. Tanto él como Dhamon miraron en dirección nordeste, los ojos fijos en el crepúsculo que avanzaba, mientras buscaban el origen del inquietante ruido.
16
Un comité de bienvenida Throtiano
—Quienesquiera que sean —indicó Ragh—, creo que se ocultan detrás de aquellos pinos.
—O lo que sean —corrigió Dhamon.
Miró con atención los árboles, a la vez que dejaba fuera de su percepción las sordas voces de sus compañeros para concentrarse en el lejano sonido. Oyó el susurrar de arbustos y el tenue ruido de ramas de pino rozándose entre sí; también distinguió voces, al menos cuatro distintas.
—Sean lo que sean —repitió—. No son humanos.
No sonaban humanos a sus muy agudos oídos, y hablaban en un chirriante tono gutural que no reconocía.
Ragh escuchó con atención durante unos minutos, con la cabeza ladeada.
—Estoy de acuerdo… son voces extrañas. Acabo de captar algo. Una palabra: «bendita». Otra: «Takhisis».
Mientras proseguían los susurros, una figura menuda salió a toda velocidad de detrás de los pinos.
—Distingo al menos seis voces —dijo Dhamon, y señaló al que corría.
—Goblins.
Ragh escupió la palabra; aunque no podía estar seguro de la forma que tenía la criatura, que corrió veloz hasta colocarse detrás de un grupo de arbustos ralos, había conseguido por fin identificar el lenguaje. Había pasado tiempo suficiente en Krynn para reconocer la lengua goblin cuando la oía.
—Ratas grandes.
Ragh permaneció en silencio, sin dejar de observar a Dhamon a la espera de una señal, pero dirigiendo también veloces miradas a Maldred y Fiona para asegurarse de que no causaban problemas. La dama solámnica, que forcejeaba con las ligaduras de las muñecas, captó su mirada, se quedó quieta, y se encogió de hombros.
—Si sólo hay seis, podríamos hacer como si no los viéramos —sugirió Ragh.
—Hay más de seis —advirtió Maldred, que se había acercado por detrás de ellos y también contemplaba los árboles—. Tal vez no oigas a más de seis, pero los goblins no viajan en grupos tan reducidos. Al menos debe de haber el doble.
—No tendrían que ser un problema, no importa cuántos sean. —Dhamon se echó la alabarda sobre el hombro derecho—. He descubierto que los goblins no son más que una molestia. Ratas de gran tamaño, como Ragh ha dicho. Y mueren deprisa.
Los dos días pasados en el barco de pesca habían hecho maravillas por su salud, y la grave herida provocada por Fiona casi había cicatrizado por completo. El dolor que le provocaban las escamas había disminuido algo, y la fiebre lo había abandonado a primeras horas de esa misma tarde. Se sentía vivo y alerta, y descubrió que esperaba casi con anhelo una pelea para poner a prueba las recuperadas energías; aunque los goblins no representarían un gran desafío.
—No, no deberían ser un problema —coincidió Ragh—, dependiendo de cuántos haya.
—Ya he dicho que no importa cuántos sean.
Dhamon vio a uno con claridad, agazapado entre las ramas desnudas de un achaparrado matorral de guillomo. Se encontraba a unos treinta y seis metros de distancia, y la luz que se desvanecía servía para darle un aspecto especialmente grotesco. Era una criatura pequeña, que no llegaba ni al metro de altura, con una piel moteada de color marrón rojizo salpicada de verrugas. El rostro era plano, como si hubiera chocado contra un muro de piedra, y la nariz demasiado ancha para el resto de la cara, mientras que las orejas eran asimétricas e irregularmente puntiagudas. Al contemplarlas con más atención, Dhamon descubrió que la frente se inclinaba hacia atrás un poco, para dar paso a un grosero conjunto de mechones de pelo castaño oscuro en la parte superior y en los costados de la cabeza. Los ojos enormes, que le permitían disponer de visión nocturna estaban muy abiertos y fijos en Dhamon.
—Esos malditos goblins son un fastidio —siseó Dhamon—. Son peores que las ratas.
Dio un paso en dirección al guillomo y observó que otros tres seres salían corriendo de entre los pinos y saltaban al grupo de matorrales. Todos sujetaban toscas lanzas cortas en las retorcidas manos, y los larguiruchos brazos les llegaban casi hasta las rodillas. Eran unos seres asquerosos.
Los goblins parloteaban detrás de los arbustos, y las palabras, que sonaban igual que bufidos y gruñidos, recordaron a Dhamon una jauría de perros discutiendo por un hueso.
—¿Qué dicen? —preguntó al draconiano.
—Hablan sobre nosotros —respondió éste—. Principalmente sobre Maldred. Por su color, saben que es un mago ogro y que puede lanzar hechizos. Tienen miedo a la magia. —Tras unos instantes, añadió—: Sin embargo, tú les tienes perplejos. Creen que eres una especie de drac o draconiano, pero quieren verte más de cerca. Y… se preguntan cuántas monedas de acero podrían sacar por Fiona.
—Dejemos que se preocupen y se hagan preguntas. No tardarán en morir. —Dhamon avanzó a grandes y decididas zancadas hacia el grupo de matorrales, y echó hacia atrás la capucha para que los goblins pudieran ver su rostro cubierto de escamas—. Me pregunto cuánto tiempo tardaré en liquidarlos. —Dirigió una veloz mirada de reojo—. Ragh, vigila a Fiona y a Maldred.
—Son una docena —anunció el draconiano, en el mismo instante en que ese mismo número de criaturas salía de su escondite, agitando lanzas entre sonoros gritos—. Son una docena, por lo que puedo ver.
Los goblins salieron de los matorrales, aunque no avanzaron más que unos metros. Apestaban; una ráfaga de viento arrastró el hedor al interior de su nariz, y Dhamon tuvo que hacer un gran esfuerzo para no vomitar.
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