Jean Rabe - Redención

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¿Existe la redención para un héroe caído o no hay marcha atrás? Poseído por la maldición de una escama de dragón, Dhamon Fierolobo teme la muerte y el poder insidioso de sus propios demonios. En una carrera contra el tiempo y el destino a través de Ansalon, Dhamon busca compensar sus pasados errores. En su camino se cruzan agentes de un misterioso dragón: si no consigue vencerlos, es posible que pierda su alma.

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Las criaturas elevaron las disonantes voces en un agudo y molesto coro. Dhamon avanzó a paso largo entonces, seguro de que huirían, pero con la esperanza de que algunos se quedasen y pelearan. Ante su sorpresa, todos los goblins se mantuvieron firmes, agitando las lanzas en el aire, mientras el más pequeño de todos ellos daba saltos y vítores.

—Como prefieras —dijo, a la vez que alzaba la alabarda y la blandía—. Veamos a cuántos de vosotros puedo matar de una arremetida.

La hoja silbó con energía mientras barría al frente, y sólo entonces dieron un salto atrás los goblins situados en su trayectoria. Dhamon hizo girar el arma para otro barrido, pero se detuvo para no abatir a alguna de las criaturas.

—Maldita sea.

Comprendió que ninguna de ellas lo amenazaba en realidad.

Ninguna se había lanzado al frente, ni una sola había arrojado una lanza; se limitaban a dar saltitos y a ulular de un modo muy molesto.

Dhamon soltó un suspiro de exasperación. El buen corazón de Maldred —el Maldred que había sido su amigo en una ocasión y que, en aquellos tiempos, parecía venerar la vida— puede que finalmente se le hubiera pegado también a él.

—¡Pelead contra mí!

Maldijo, pues no era capaz de atacar a las desagradables y diminutas criaturas a menos que éstas realizaran algún movimiento hostil; pero aquellos seres se limitaron a permanecer en sus puestos y a lanzar vítores aún más potentes.

—Maravilloso —rezongó Dhamon—; ¿vais a pelear o simplemente a gritar y bailar?

Se oyeron más ruidos, gruñidos y chasqueos. Los goblins siguieron parloteando mientras formaban un semicírculo a su alrededor, y sus gruñidos y refunfuños parecían casi rítmicos en esos momentos. El más alto del grupo, un anciano encorvado con un sucio pellejo amarillo y más de una docena de aros de acero ensartados en labios, mejillas y nariz, agitaba violentamente la mano en dirección a los pinos. Otro señalaba detrás de Dhamon, al lugar donde Ragh, Fiona y Maldred aguardaban.

De detrás de los árboles surgieron cuarenta goblins más, todos con lanzas, y la mitad de ellos luciendo pedazos de cuero que habían cosido entre sí para formar petos. Uno ostentaba un casco, de talla humana, que había sido martilleado en ciertos lugares para ajustarlo y evitar que resbalara y cubriera toda la cabeza de su propietario, y dos sostenían escudos de madera llamativamente pintados con las imágenes de goblins boquiabiertos. Se mostraban animados y gruñones, si bien ninguno agitó lanza alguna en actitud amenazadora en dirección a Dhamon.

—¡Ragh!

—Ya voy —respondió el draconiano, que apuntó con la espada larga primero a Fiona, luego a Maldred—. Moveos, vosotros dos; pero quedaos delante de mí para que os pueda vigilar.

—¿Qué dicen ahora? —preguntó Dhamon cuando Ragh y los otros se aproximaron.

En esa ocasión fue Maldred quien respondió:

—Fundamentalmente te están dando la bienvenida a Throt, sólo que ellos la llaman Hogar Goblin. Se sienten honrados por tu presencia. Al parecer han decidido que tú y el sivak sin alas os encontráis entre las mayores creaciones de Takhisis, y creen que vuestra presencia es una bendición para ellos. El jefe arguye que Ragh es la mayor bendición, sin embargo, ya que tú todavía posees carne y podrías ser humano en parte.

—¿Y tú, ogro?

—Creen que soy tu esclavo, y que Fiona es de tu propiedad.

—¿Ragh?

—Maldred lo está traduciendo con mucha fidelidad —bufó éste.

—No paran de hablar. ¿Dicen alguna otra cosa que valga la pena tener en cuenta?

Maldred permaneció en silencio, y su mirada fue de los goblins a Dhamon mientras decidía cómo responder.

—Preguntan cómo os pueden servir, a vosotros los «hijos perfectos» de su venerada diosa.

El cielo siguió oscureciéndose junto con el estado de ánimo de Dhamon, y éste volvió a sentir que el suelo temblaba bajo sus pies; tal vez el anuncio de un terremoto.

—Hijos perfectos de Takhisis. Ja. De modo que todo el mundo piensa que soy un monstruo —musitó—. Y tal vez todos tengan razón.

El parloteo goblin cesó cuando Dhamon alzó la alabarda hacia el cielo, y, como una sola, las extrañas criaturas adoptaron una postura parecida a una posición de firmes, sin apenas respirar, y paseando la mirada entre Dhamon y Ragh, todos con expresión nerviosa. La quietud la rompió el aullido de un lobo, y al poco rato también se oyó el chirrido de un ave nocturna al pasar sobre sus cabezas. El suelo volvió a temblar ligeramente, durante más tiempo ahora, antes de calmarse.

Ragh fue a colocarse junto a Dhamon, y le dijo en un tono que era apenas un susurro:

—Utilízalos, Dhamon. Ponlos de nuestro lado, y entonces no tendremos que preocuparnos por ellos.

—¿Preocuparnos? A mí sólo me preocupa una cosa.

—Sí, lo sé. Encontrar al Dragón de las Tinieblas —dijo el draconiano por él.

—De acuerdo. Veamos si pueden ayudar —concedió Dhamon—. Veamos si pueden guiarnos a Haltigoth, es decir, al pueblo cercano a Haltigoth donde están Riki y mi hijo.

«Resultarán una agradable molestia si lo hacen —pensó—. Pueden ayudar en la lucha contra los hobgoblins que hay en las afueras del pueblo si es necesario».

—Nos pondremos en marcha ahora. Las nubes se están disipando y con la luna en el cielo tendremos luz suficiente para viajar.

Ragh se apresuró a transmitir las órdenes a los goblins, y cuando finalizó, varios de ellos sonrieron de oreja a oreja y menearon las deformes cabezas.

—Se sienten muy felices de poder ayudarnos —explicó el draconiano a su compañero—, aunque dicen que hay varios poblados humanos cerca de Haltigoth. ¿Cómo sabrán cuál es el correcto? Temen disgustarte si se equivocan de lugar.

—Ya lo creo que deben temer disgustarme —dijo él—, aunque cuento con que la mujer de la bola de cristal nos diga cuál es el poblado.

Anduvieron hasta bien pasada la medianoche, a una marcha forzada marcada por Dhamon, que hizo que los goblins corrieran sin aliento y se sujetaran los huesudos costados. El terreno no ayudaba demasiado, ya que estaba lleno de tocones de árboles y rocas afiladas, con pronunciadas depresiones y pizarra resbaladiza que hacían resbalar a las pequeñas criaturas. Dhamon no encontró nada interesante en Throt; el lugar era primitivo, y habría preferido evitar aquel territorio.

Cuando los goblins empezaron a quedarse demasiado rezagados e incluso Ragh, Fiona y Maldred tuvieron problemas para mantener su ritmo, Dhamon se detuvo de mala gana junto a un delgado y sinuoso arroyo. La luna estaba alta, y por ese motivo, iluminaba con claridad la moribunda vegetación que los rodeaba y hacía relucir el agua como plata fundida. Los goblins se esforzaron por recuperar el aliento, mientras se mantenían a una respetuosa distancia de Dhamon y sus compañeros.

Dhamon había comprobado que ninguno de aquellos seres conocía el Común, de modo que podían hablar con toda libertad sin temor a insultar o provocar a sus guías.

—Ser venerado por esos seres resulta desagradable —confesó al draconiano.

Resultaba evidente que Ragh no compartía aquel sentimiento, pues gozaba con la adoración de los goblins, y los mantenía ocupados trayéndole agua del arroyo y arrancando manzanas dulces que colgaban todavía de un árbol próximo.

Retiraron la mordaza de la boca de Fiona pero no le desataron las manos. La Dama de Solamnia no quiso aceptar fruta ni agua y se negó a entablar conversación con nadie.

—Creen que vamos a pedir un rescate por ella en ese pueblo. Creen que es un miembro de la realeza.

—No les lleves la contraria en eso, Ragh.

—Quieren saber por qué ni tú ni yo tenemos alas.

—¿Qué les has contado? —inquirió Dhamon con una mueca.

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