Jean Rabe - Redención

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¿Existe la redención para un héroe caído o no hay marcha atrás? Poseído por la maldición de una escama de dragón, Dhamon Fierolobo teme la muerte y el poder insidioso de sus propios demonios. En una carrera contra el tiempo y el destino a través de Ansalon, Dhamon busca compensar sus pasados errores. En su camino se cruzan agentes de un misterioso dragón: si no consigue vencerlos, es posible que pierda su alma.

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La voz y la risa aumentaron de volumen, y el aire se tornó más frío aún. Un frío como el que había notado junto al pozo y en los escalones de la posada donde había dejado a Ragh. Un frío como el del invierno más crudo.

De repente, Dhamon percibió una presencia en el frío, y en ese instante la risa volvió a cambiar, para adoptar un tono masculino que al principio se parecía a Maldred, y que a continuación, rápidamente, se tornó sombrío y amenazador y del todo desconocido. Inhumano. Dhamon comprendió que la voz estaba pensada para asustarlo; pero en su lugar, sólo sirvió para enfurecerlo. La voz no pertenecía a Feril, y tampoco a Rikali.

Se llevó la mano instintivamente al costado, y los dedos se cerraron en el vacío. ¡La espada! La había dejado caer en el mar durante la tormenta.

«¿Cómo podía ser tan estúpido para haber olvidado que se hallaba desarmado? ¿Acaso se veía afectado por el aceite drogado de la lámpara? ¿Le provocaba éste alucinaciones? Todos ellos estaban desarmados. ¿Dónde estaban Ragh y Fiona?».

—¡Fiona!

¿Dónde estaba la solámnica? Se concentró unos instantes, y recordó que la dama se había alejado de él en el pozo cuando marchó en busca de un cubo. ¡Y Ragh! El draconiano se hallaba en la posada abandonada.

En una ciudad desconocida sin señales de vida, ¿por qué había permitido que sus dos compañeros marcharan cada uno por su cuenta? No era seguro, en especial con toda la zona afectada por sumideros. No era propio de él mostrarse tan distraído y descuidado. Como antiguo caballero negro, por lo general sabía mantener su unidad junta; por lo tanto, ¿qué, por la memoria de la Reina Oscura, le estaba pasando? ¿Se hallaba bajo alguna especie de hechizo?

—¡Fiona! ¡Ragh!

—Ha sido obra mía, Dhamon Fierolobo. Con apenas una sugestión, aparté a tus compañeros de tu lado. Separados, resulta mucho más fácil ocuparse de vosotros.

Dhamon se volvió en busca de la voz y, sin esperar, exactamente, encontrarse con una persona. Con un drac, tal vez, o con el espíritu de la pitonisa que había regentado esa tienda, o con algún ser mágico. ¡Entonces! Una sombra emergió de debajo de la mesa, cruzó veloz el suelo, y fue a concentrarse como si fuera aceite unos metros más allá. De ella surgieron unos zarcillos humeantes, que se retorcieron y espesaron, y por fin formaron una imagen que recordaba vagamente a los hombres lagarto que habían poblado la ciénaga de la hembra de Dragón Negro. Pero a diferencia de aquellos seres, esa imagen poseía unos incandescentes ojos de un blanco amarillento y unas astas deformes que brotaban de lo alto de la cabeza. Dhamon dudó que ésta fuera la auténtica forma de la criatura, pero era lo bastante horrenda como para inquietarlo incluso a él.

La criatura abrió el hocico parecido al de un cocodrilo, y una lengua fina como un zarcillo chasqueó al exterior y golpeó el aire a pocos centímetros del rostro del hombre. Al ver que Dhamon no se acobardaba, el zarcillo retrocedió al interior de una boca que, en aquellos momentos, relucía, cambiaba y se reducía poco a poco para moldear un rostro humano. En unos instantes, la criatura adoptó primero el aspecto de Feril, la elfa kalanesti, luego el de una embarazada Rikali, a continuación el de Maldred, y por fin, el del asesinado marinero, Rig.

—¿Quién o qué eres? —exigió Dhamon, sin mostrarse en absoluto intimidado.

—Una criatura de Caos —respondió el ser con tranquilidad, y entonces su aliento creó nieve que centelleó y cayó, para fundirse en el charco de sustancia negra que seguía en el suelo discurriendo alrededor de sus pies.

—Un no muerto.

—Tal vez —respondió la criatura con la voz de Rig, pues parecía disfrutar con el sonoro acento del ergothiano muerto—. No muerto, vivo, no he conocido ninguna otra clase de existencia. La gente de este lugar me llamaba un ser de Caos.

—Todos los ciudadanos que mataste.

—Tu compañera… —La criatura con aspecto de Rig calló, y ladeó la cabeza como si buscara las palabras correctas, mientras la fina lengua le culebreaba fuera de la boca y rodeaba sus labios—. Tu compañera…, Fiona…, me acusó de hacer lo mismo. En realidad, ella…

Dhamon se alejó de un salto de la criatura, lanzándose hacia la pared, de la que arrancó un estrecho estante. Cráneos de monos y frascos de arena se estrellaron contra el suelo. Se abalanzó entonces hacia el ser y blandió la estantería de madera como si fuera una espada, gruñendo, nada sorprendido, al observar que atravesaba la imagen de Rig como si allí no hubiera nada.

—¡Demonio! —exclamó, mientras blandía el estante una y otra vez, y la fuerza de sus golpes hacía ondear pañuelos y cortinas, y alzarse las cintas, sin que el ser de Caos sufriera daño alguno.

—Idiota —replicó su adversario, y alargó un brazo, que estrelló con fuerza en el pecho de Dhamon, lanzándolo hacia atrás varios metros.

Desde luego, la mano había parecido muy sólida; y gélida. Dhamon se adelantó, mareado, e intentó golpear el brazo del ser con la estantería. La criatura lanzó una sonora carcajada cuando el objeto lo atravesó.

—Careces de la capacidad para hacerme daño.

Dhamon soltó el estante y alzó las manos, cerrando los dedos con fuerza sobre el cuello del oponente. La boca abierta de la criatura era amplia y negra como una cueva, y la risa resonaba en sus profundidades. El hombre apretó con más fuerza, y, por un breve instante, creyó estar causando realmente daño a aquel ser de otro mundo; sintió cómo el ente se estremecía, pero no fue más que el efecto de un nuevo cambio de aspecto.

—Te he dicho que no puedes hacerme daño. No dispones de magia. —En esta ocasión adoptó el rostro de Dhamon, y habló con la voz de éste.

Dhamon se movió a un lado, para mantenerse al nivel de su doble, y sus ojos escudriñaron estantes y paredes, en busca de un arma. «Dices que no puedo hacerte daño —pensó—, sin embargo eso podría ser falso».

—No, es cierto, Dhamon Fierolobo. Tus pensamientos son un libro abierto para mí —respondió la imagen del hombre—. No puedes infligirme dolor.

«Pues si eres capaz de leer mi mente, veamos si puedes predecir esto». Dhamon bajó las manos, cerró con fuerza los puños y los hundió en el estómago de su doble. Las manos atravesaron limpiamente a la criatura y salieron por el otro lado. Tuvo la sensación de haber sumergido los brazos en un helado arroyo de montaña, y cuando los retiró observó que tenían un brillante color rosado debido al frío. Siguió fintando con su doble, mientras le arrojaba objetos diversos, y mientras danzaba en dirección a una pared, recogió cráneos de animales y los lanzó contra su adversario; también probó con frascos de arena y polvos, con grupos de palillos atados, con cualquier cosa que pudiera alcanzar, tomar y arrojar.

La criatura lo siguió al interior de la otra habitación de la tienda, donde Dhamon siguió acribillándola con objetos; más cráneos, campanas, las raíces de olor desagradable. Aquellas raíces realmente hicieron vacilar al ser, aunque no recibió auténtico daño.

«Magia —pensó Dhamon—. Las raíces son mágicas».

—Sí; sólo la magia puede hacerme daño. Y te lo cuento sólo porque careces de magia.

«Es probable que no haya nada mágico en toda la tienda».

—Nada puede hacerme daño. Años atrás destruí aquellas cosas que podían producirme dolor.

Dhamon arrancó otro estante de la pared y lo blandió con toda la fuerza de que fue capaz. Hubo ocasiones en que había deseado morir cuando la escama de la pierna le producía tal sufrimiento que ya no podía soportarlo más pero no podía dejar que esa insignificante creación de Caos lo matara. Tenía que encontrar a Riki y a su hijo, y a Maldred; también estaba Fiona, que necesitaba que se ocupasen de ella. El ser había mencionado a la mujer; ¿había matado el ente a la dama solámnica?

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