Jean Rabe - Redención

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¿Existe la redención para un héroe caído o no hay marcha atrás? Poseído por la maldición de una escama de dragón, Dhamon Fierolobo teme la muerte y el poder insidioso de sus propios demonios. En una carrera contra el tiempo y el destino a través de Ansalon, Dhamon busca compensar sus pasados errores. En su camino se cruzan agentes de un misterioso dragón: si no consigue vencerlos, es posible que pierda su alma.

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—¿Mis caballeros…?

Dhamon tragó saliva con fuerza, y sostuvo la mirada de su interlocutor; a continuación, echó los hombros hacia atrás e hinchó el pecho, como había visto hacer a los caballeros negros.

—Vuestros caballeros son muy impresionantes, comandante. Los he estado observando, por… porque me gustaría unirme a ellos. Quiero convertirme en un caballero negro.

Dhamon se sorprendió a sí mismo. Desde luego admiraba a los caballeros e imaginaba poder llegar a convertirse en uno. Lo imaginaba . Se trataba de una fantasía juvenil, se decía. Nada más.

—No hay nada que desee más, señor, que ser un caballero negro.

Pero se dio cuenta de que se trataba de algo más que una fantasía. Era lo que realmente quería ser, un caballero, no un granjero; y deseaba ser un Caballero de Takhisis, no un miembro de la Legión de Acero o de los Caballeros de Solamnia.

—Interesante —repuso el comandante, y su mirada se movió hasta un punto junto al sauce, donde tras la cortina de hojas, estaba acurrucado el hermano de Dhamon, que ya se había despertado—. ¿También él desea convertirse en un caballero?

Cuando el oficial señaló con el dedo al más joven de los Fierolobo, el hermano de Dhamon profirió un chillido y giró sobre los talones, para, a continuación saltar el riachuelo y desaparecer de la vista. La tenue sonrisa se ensanchó en el rostro arrugado del caballero.

—No, señor —respondió Dhamon—. Sólo yo. Ése es mi hermano pequeño.

—¿Cuántos años tienes, Dhamon Fierolobo?

La sonrisa se desvaneció, reemplazada por una intensa expresión exploratoria que dejó al muchacho sin aliento.

—Trece. Cumplí los trece la semana pasada, señor.

—Parece que tengas más.

Dhamon podría haber mentido, haber dicho dieciséis o diecisiete, ya que podía fácilmente hacerse pasar por mayor, al ser tan alto como sus amigos de esa edad. Pero temía mentir a aquel hombre. Aquellos ojos podían adivinar cualquier falsedad e imponer un terrible castigo.

—Trece; eso es un poco demasiado joven —respondió el comandante con suavidad—, para mi unidad. Aunque hay algunas que aceptan escuderos de tu edad. Años atrás nuestra Orden aceptaba muchachos de doce años, pero, como he dicho, eso fue hace años. Ahora buscamos jóvenes de dieciséis o más.

—Realmente quiero ser un caballero negro, señor —repitió el muchacho, apretando los dientes.

—¿Por eso nos has estado vigilando todo el día, Dhamon? —inquirió el comandante, y le asestó una palmada en el hombro.

Detrás de ellos, el entrenamiento se detuvo, y los hombres miraron hacia el lugar donde estaba su jefe, al que podían ver a lo lejos. El comandante de campo alzó una mano para que la siguiente pareja iniciara su entrenamiento.

—¿Tumbado entre la hierba y estudiando a mis hombres desde la salida del sol?

El muchacho intentó ocultar su sorpresa por que el otro supiera que había estado allí todo aquel tiempo. ¡Y eso que había intentado ser sigiloso!

—Sí, señor, he estado observando a vuestros caballeros todo el día.

—Recoge tu camisa, joven Dhamon Fierolobo, y ven a visitarnos a mí y a mis hombres.

Con el corazón martilleando alocadamente en su pecho, el muchacho recuperó la camisa, se la puso y se dedicó a frotar las manchas de tierra mientras corría todo lo que le permitían las piernas en dirección al campamento. Se peinó los cabellos con los dedos e intentó parecer tan orgulloso y seguro de sí mismo como los perplejos caballeros que se habían reunido para recibirlo.

—Éste es Dhamon Fierolobo de Hartford —dijo el comandante, presentándolo a una media docena de hombres que afilaban y limpiaban sus espadas—. Quiere ser un caballero negro.

Solamente uno de los caballeros alargó la mano y le dedicó un saludo con la cabeza.

—Y tal vez será uno de nosotros algún día —prosiguió el oficial—; dentro de unos años. Frendal, dale una vuelta por el campamento, déjale que ayude a montar unas cuantas tiendas, que maneje tu espada. Pero asegúrate de enviarlo a casa antes de la puesta de sol. No quiero que se meta en líos con su familia por nuestra causa.

Tal vez sería un caballero algún día. Dhamon se quedó cabizbajo al instante, aunque ocultó la desilusión que sentía. Algún día. ¿Por qué no ahora?

Averiguó que Frendal era el segundo en el mando del destacamento, que era originario de Encina Invernal en Coastlund, que se había alistado con los caballeros negros hacía doce años cuando tenía diecisiete, y que había pasado los primeros años estacionado en los Eriales del Septentrión y en Foscaterra. Un correo acababa de traer un mensaje importante, y la unidad de Frendal regresaba a Foscaterra. El caballero no quiso revelar nada más sobre la misión a Dhamon, aunque le regaló los oídos con relatos de batallas contra goblins.

—¿Sabes luchar? —inquirió el hombre, bromeando, a la vez que entregaba la espada al muchacho para que la inspeccionara.

Dhamon sostuvo el arma casi con reverencia, y descubrió que resultaba más pesada de lo que parecía. Admiró los detalles de la empuñadura y el travesaño.

—Fue un regalo de mi madre —explicó Frendal—. Era un miembro de los caballeros negros, también.

—Jamás he tenido la oportunidad de luchar —admitió el muchacho—, pero sabría luchar. Sé que sabría . —Retrocedió e imitó unos cuantos de los movimientos de prácticas que había visto realizar a los caballeros—. Aprendo deprisa.

—Te creo. —Los ojos del otro centellearon.

El día finalizó demasiado bruscamente para Dhamon, y cuando el sol se puso estaba ya de regreso en casa y ayudando a su madre a poner la mesa. Su hermano había contado a la familia que estaba codeándose con los caballeros negros, y ése fue el único tema de conversación durante la cena.

Su padre se mostró enojado al respecto.

—Los caballeros negros son malvados y despreciables —dijo, y agitó un dedo mientras contemplaba a Dhamon con ojos entrecerrados—. Son gentes ruines que combaten a las personas honradas. Si sientes deseos de convertirte en un caballero, estudiaremos el asunto la próxima primavera o más probablemente la siguiente. Cuando lleve las ovejas de más edad al mercado situado al norte de Solanthus, nos informaremos sobre la posibilidad de que te alistes con los caballeros solámnicos. Lo cierto es que se trata de una vida dura y peligrosa, y si superas el período de preparación te pueden enviar al otro extremo del mundo. De todos modos, los solámnicos resultarían mucho mejores que los caballeros negros. Aunque yo preferiría que te pasarás la vida trabajando en esta granja, no te disuadiré. Hay muchos argumentos en favor del servicio militar. —El patriarca de los Fierolobo se dedicó a masticar patatas durante un rato—. Pero te quedan algunos años para empezar a pensar en todo esto. Puede que cambies de idea.

Pero no recibió castigo ni prohibición alguna al respecto. Al contrario de lo que sucedía con algunos de los amigos de Dhamon, el muchacho sabía que su padre no lo forzaría a convertirse en granjero o cabrero; tampoco lo obligarían a trabajar en aquella granja cuando fuera mayor. Su padre era un fiel defensor del libre albedrío y de seguir los dictados del corazón, puesto que él mismo había abandonado su hogar a una edad relativamente temprana para hacer lo que le gustaba.

Dhamon sabía que podría llevar a cabo la ambición de su vida… dentro de unos pocos y cortos años.

—Los caballeros negros…

—… no son para ti —intervino su padre rápidamente—, y no volverás a ir allí. Todos los habitantes del pueblo tienen el suficiente sentido común para mantenerse apartados de lo que sea que esos hombres están haciendo ahí.

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