Jean Rabe - Redención

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¿Existe la redención para un héroe caído o no hay marcha atrás? Poseído por la maldición de una escama de dragón, Dhamon Fierolobo teme la muerte y el poder insidioso de sus propios demonios. En una carrera contra el tiempo y el destino a través de Ansalon, Dhamon busca compensar sus pasados errores. En su camino se cruzan agentes de un misterioso dragón: si no consigue vencerlos, es posible que pierda su alma.

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Había esperado que el entrenamiento sería riguroso, pero también esperaba que tuviera cierto atractivo y emoción… y desde luego combates. A su alrededor, los hombres practicaban y afilaban las armas, bruñían las armaduras y conversaban sobre los ogros contra los que esperaban luchar en Foscaterra; pero Dhamon quedaba siempre al margen de la mayoría de las conversaciones, aunque Frendal parecía creerse en la obligación de charlar con él de vez en cuando. En una ocasión, el soldado preguntó a Dhamon sobre la antigua moneda, y éste agradeció la oportunidad para regalarle con la historia del antiguo comerciante istariano que había sido recompensado por los enanos. No obstante, la mayor parte del tiempo el muchacho se mantenía apartado, y se dedicaba a observar y aguardar, y en los momentos tranquilos en que disponía de un descanso, a menudo practicaba a solas con un arma prestada.

Un buen día en que se hallaban ya cerca de la frontera de Foscaterra, acampados en los terrenos de una granja, Frendal le asignó un compañero de prácticas. La actuación del muchacho fue pobre en las primeras sesiones, pero no tardó en dominar golpes y poses defensivas y empezó a desarrollar maniobras propias. Antes de que finalizara la semana ya había ganado una competición con un caballero aguerrido. Su auténtica preparación se inició entonces, de un modo más intenso del que podría haber imaginado; las manos le sangraban más que nunca, y las tardes las pasaba estudiando a la luz de las velas. Se le impuso la tarea de memorizar los preceptos de la Orden, la cadena de mando y la legendaria historia de los caballeros negros.

Cuando por fin se reunieron con una segunda unidad —en el otro lado de un afluente del Vingaard y ya en el interior de Foscaterra— fue puesto a prueba primero por Frendal, luego por el comandante de campo, y finalmente tuvo que pasar el examen de un caballero de aspecto macilento, que vestía túnica en lugar de armadura de metal y cuyas facciones podrían situarlo en cualquier punto entre los cuarenta y los sesenta años de edad.

—Muy joven —comentó el enjuto caballero— para querer seguir nuestras costumbres.

Dhamon asintió respetuoso, no muy seguro de si debía dirigirse al hombre directamente.

—Frendal me cuenta que eres excepcional con una espada y que puedes recitar los nombres y fechas tan bien como cualquiera de los caballeros que hay aquí.

El muchacho volvió a asentir.

—¿Cuándo nacieron los caballeros negros?

—En el año 352 —empezó a recitar Dhamon—, cuando Ariakan, hijo del Señor del Dragón Ariakas y la diosa del mar Zeboim fue capturado por los Caballeros de Solamnia.

—Y ¿en el Verano de Caos…?

—El año 383. Ariakan ordenó a sus caballeros invadir Ansalon, y éstos tomaron más territorio en un mes que el que todos los ejércitos de los Dragones habían conquistado durante la Guerra de la Lanza.

El desconocido sonrió y colocó las manos ahuecadas ante Dhamon, para a continuación mascullar palabras en una lengua desaparecida hacía mucho tiempo. ¡Magia! Las palmas del hombre adoptaron un brillo azul pálido que se oscureció rápidamente y se alzó para formar una esfera que quedó flotando entre las cabezas de ambos.

—Sabes las fechas, los nombres y las conquistas, jovencito. Sin embargo, percibo que para ti que son simplemente palabras, que no hay un sentimiento real tras ellas.

Dhamon abrió la boca para protestar, pero la curiosa expresión del otro lo acalló.

—Yo cambiaré eso, muchacho. Añadiré sentimiento y comprensión a tus lecciones de historia.

Hizo un gesto y la esfera centelleó y se tornó transparente, luego ésta avanzó, envolvió la cabeza de Dhamon y pareció desaparecer.

Dhamon ya no se encontraba en el terreno de labranza. Estaba en Neraka, en medio de un impresionante ejército de draconianos y de camino al templo de la Reina de la Oscuridad. Unos caballeros solámnicos cayeron sobre ellos, y la lucha empezó. Olía la sangre en el aire, los gemidos de los moribundos zumbaban en sus oídos, y se desarrollaba toda una carnicería a su alrededor. Consiguió abatir a cinco solámnicos antes de ser sojuzgado… igual que Ariakan había matado a cinco antes de que lo capturaran.

¡Dhamon se hallaba en el lugar de Ariakan!

Herido y derrotado, el muchacho fue arrastrado a la Torre del Sumo Sacerdote y encarcelado, igual que Ariakan. Los solámnicos no tardaron en quedar impresionados por su valor e inteligencia y lo consideraron un cautivo realmente valioso.

Mediante la visión inducida mágicamente, Dhamon vio que, igual que Ariakan, escudriñaba a sus carceleros y fingía estar «rehabilitado». Afirmó ser su amigo y les pidió estudiar con ellos, pero cuando llegara el momento, se marcharía, armado con los conocimientos necesarios para iniciar su propia Orden.

Dhamon sintió frío de improviso. Helado hasta los huesos, se rodeó el pecho con los brazos en un inútil esfuerzo por calentarse. Las piernas le escocían debido al crudo viento invernal y al esfuerzo que significaba avanzar por las elevadas montañas que rodeaban la gloriosa ciudad de la Reina Oscura. Hambriento y congelado, se vio a sí mismo en la piel de Ariakan deambulando perdido, mientras rezaba a su madre, Zeboim, para que lo ayudara. La ayuda le fue concedida bajo la forma de un rastro de conchas marinas, que lo condujeron a una profunda caverna en la que descansó y se recuperó, y donde presenció una manifestación de Takhisis, que le concedió su beneplácito para fundar la Orden de Caballería.

¡Deseó ver más… mucho más! Pero se oyó un chasquido sordo, y Dhamon se deshizo de mala gana del sueño inducido por la magia y despertó. Estaba helado a pesar de ser verano, y las piernas aún le dolían.

—Ahora, muchacho, empiezas a sentir algo por nuestra historia —declaró el delgado caballero.

Dhamon cerró las manos con fuerza y respondió afirmativamente, y al decir «sí» sintió que algo afilado se le clavaba en la palma. Era una concha marina; una que había guardado durante muchos años como recuerdo de aquella primera tarde pasada junto al clérigo de los caballeros negros.

Hubo muchas otras noches en las que tuvo otros sueños-visiones mágicos de sí mismo en el papel de Ariakan, y a través de aquellas visiones el clérigo le permitió revivir la historia de la Orden y el establecimiento del Código y el Voto de Sangre.

—No quiero otra cosa que ser un caballero negro —manifestó Dhamon al clérigo una tarde—. No quiero ser escudero, ni un trabajador del campamento. Deseo convertirme en un caballero negro más que nada.

Aquella tarde el clérigo que jamás en todo ese tiempo se había dirigido a Dhamon por su nombre le dedicó una sonrisa que era a la vez cálida e inquietante.

—Muchacho, eres un caballero negro.

Aquella misma tarde, entregaron a Dhamon una espada, una muy hermosa con un travesaño que recordaba unas zarpas de dragón; también le tomaron medidas para una armadura, le dieron un capote y una capa negros como la noche, y le hicieron jurar lealtad a la Orden.

—Dhamon Fierolobo, eres el filo de una espada —salmodió Frendal—. Empuñada por nuestro comandante, esa hoja arrasará el corazón de Foscaterra y matará a nuestros enemigos.

—El filo de una espada formidable —declaró él con profundo orgullo.

—Abrazas nuestra Orden y dejas atrás tu vulgar pasado —prosiguió Frendal.

—Sí, lo dejo todo atrás —asintió Dhamon.

El oficial alargó la mano hacia el cuello de Dhamon, y tomó la cadena y la antigua moneda que llevaba colgadas; luego, hundió el tacón de la bota en el blando suelo de Foscaterra y abrió un agujero.

—Lo dejas todo atrás para siempre —dijo mientras dejaba caer la reliquia familiar en la tierra y la tapaba.

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