El secuaz le llevó la noticia de que Chemosh se hallaba en la Sala del Tránsito de Almas y que aparentemente no tenía prisa en regresar.
Perfecto. Chemosh se encontraría allí para ver llegar el espíritu de Mina. Así no tendría razón para ir a la cueva. Ninguna en absoluto.
Krell alargó la mano hacia el picaporte y entonces se detuvo. Una luz ambarina empezó a brillar alrededor del marco de la puerta. Miró el fenómeno, desconcertado, mientras el resplandor se hacía más y más intenso.
El Caballero de la Muerte sonrió. Las cosas marchaban mejor de lo que podría esperar. Por lo visto Mina había prendido fuego a la habitación.
Golpeó la puerta con el puño, desenvainó la espada y penetró en el cuarto.
La gruta olía a cerdo salado. Atta relamía los huesos de las costillas que se había comido y miraba, anhelante, a Beleño, que restregaba obedientemente, aunque con aire triste, el interior de sus botas con un trozo de carne grasienta. Rhys había razonado que al kender le sería más fácil sacar los pies de las botas que intentar sacar las botas de los grilletes.
—¡Ya está, acabé! —anunció Beleño. Le dio lo que quedaba del trozo de cerdo destrozado a la perra, que lo engulló de una tacada y después se puso a olisquear las botas, hambrienta.
— Atta , vale ya —ordenó Rhys, y la perra se le acercó, obediente, y se tumbó a su lado.
Beleño giró el pie derecho y soltó un gruñido.
—Nada —dijo, tras forcejear un momento—. No cede. Lo siento, Rhys, valió la pena intentarlo...
—Lo que tienes que hacer es mover el pie, Beleño —comentó el monje con una sonrisa.
—Lo moví —protestó el kender—. Las botas están bien ajustadas en esa parte. Siempre me han quedado un poco pequeñas, por eso los dedos abrieron un agujero en la punta. Bien, pensemos ahora cómo podemos escapar los dos.
—Hablaremos de ello después de que tú estés libre —replicó Rhys. —¿Prometido? —Beleño miró a su amigo con desconfianza. —Prometido.
El kender asió el aro metálico que tenía ceñido ai tobillo y empezó a tirar de él y de la bota.
—Dobla el pie —instruyó pacientemente Rhys.
—¿Quién te crees que soy? —demandó Beleño— ¿Uno de esos tipos del circo que hacen un nudo con las piernas detrás del cuello y caminan sobre las manos? Sé que eso lo puedo hacer porque lo intenté una vez. Mi padre tuvo que desengancharme...
Beleño, el tiempo se nos está acabando —dijo Rhys. La luz del día menguaba en el exterior y la gruta estaba cada vez más oscura.
El kender suspiró profundamente. Arrugando la cara, se puso a tirar y a tirar. El pie derecho salió de la bota y después le siguió el izquierdo. Sacó las botas de los grilletes y las miró con tristeza.
—Todos los perros que haya en seis condados a la redonda me perseguirán —rezongó. Se metió las botas grasientas y, cogiendo otro trozo de cerdo salado, se agachó junto a Rhys—. Te toca a ti.
—Mira, Beleño. —El monje señaló los grilletes que se ajustaban muy prietos a sus tobillos huesudos, luego alzó los que le ceñían las muñecas, tan ajustados que le habían excoriado la piel.
Beleño miró y el labio inferior le tembló.
—Es culpa mía.
—Pues claro que no es culpa ruya, Beleño —arguyó Rhys, sorprendido—. ¿Por qué dices eso?
—¡Si fuera un kender como es debido no estarías atascado aquí para que te mataran! —gritó Beleño—. Tendría ganzúas, ¿sabes?, y abriría esos cierres así. —Chasqueó los dedos, o lo intentó, porque debido a la grasa el chasquido no sonó muy allá—. Mi padre me dio un juego de ganzúas cuando cumplí los doce e intentó enseñarme a utilizarlas. No se me daba nada bien. Una vez se me cayeron y, ¡zas!, el ruido despertó a toda la casa. Otra vez la ganzúa se coló del todo por la cerradura, aún no entiendo cómo, y acabó al otro lado de la puerta, y ésa la perdí...
»¡No me iré! —El kender se cruzó de brazos—. ¡No puedes obligarme!
—Beleño, tienes que irte —dijo Rhys con firmeza.
—No, no tengo que hacerlo.
—Es la única forma de salvarme —indicó el monje en tono solemne. Beleño levantó la cabeza.
—He estado pensado —prosiguió el monje—. Estamos en el Mar Sangriento, así que debemos de encontrarnos en algún lugar cercano a Flotsam. Hay un templo de Majere en Flotsam...
—¿Lo hay? ¡Eso es maravilloso! —gritó Beleño, entusiasmado—. ¡Puedo ir corriendo a Flotsam y encontrar el templo, reunir a los monjes, traerlos aquí para que repartan leña y te rescataremos!
—Es un plan excelente.
—¡Me marcho ahora mismo! —Beleño se incorporó precipitadamente. —Llévate a Atta —dijo Rhys—. Como protección. Flotsam es una ciudad sin ley o eso he oído decir.
—¡Vale! ¡Vamos, Atta !. —El kender silbó.
La perra se levantó, pero no lo siguió y miró a Rhys. Notaba que algo no iba bien.
— Atta , vigila-dijo el monje, que señaló al kender.
A menudo le daba la orden de «vigilar» algo, lo que significaba que tenía que proteger lo que fuera, no dejar que se acercara nadie. La había dejado guardando ovejas enfermas mientras él iba a buscar ayuda y a menudo le había encomendado guardar a Beleño.
En este caso, sin embargo, Rhys no se marchaba, sino que se quedaba, y el sujeto al que supuestamente tenía que guardar, se marchaba. Rhys ignoraba si el animal entendería y obedecería. Sin embargo, la perra estaba acostumbrada a cuidar del kender y Rhys confiaba en que ahora se avendría a esto igual que había hecho en el pasado. Había pensado en intentar hacer una correa para ella, pero la perra jamás había estado atada, por lo que Rhys imaginaba que se resistiría contra la correa y no había tiempo para eso. La noche avanzaba a pasos agigantados.
— Atta , aquí.
La perra se acercó a él y el monje la tomó por la cabeza con las manos y miró los ojos marrones.
—Ve con Beleño —le dijo—. Cuida de él. Vigila.
Rhys la acercó hacia sí y la besó suavemente en la frente. Luego la soltó.
—Llámala otra vez.
— Atta , ven —repitió Beleño.
La perra miró a Rhys, que gesticuló en dirección al kender. —Sal ahora —le ordenó Rhys a Beleño—. De prisa.
El kender obedeció y se encaminó hacia la boca de la gruta. Tras mirar de nuevo a Rhys, Atta fue en pos de Beleño obedientemente. Rhys soltó un suave suspiro. Beleño se paró un instante.
—Volveremos pronto, Rhys. No... no te muevas de aquí.
—Sé prudente, amigo mío —contestó el monje—. Tú y Atta cuidad uno del otro.
—Lo haremos. —Beleño vaciló un instante pero luego salió disparado de la cueva. La perra corrió tras él, igual que había hecho tantas veces antes.
Rhys se recostó en la pared rocosa mientras las lágrimas acudían a sus ojos, si bien sonrió.
—Perdóname por mentir, señor —musitó.
En toda su larga historial los monjes de Majere jamás habían construido un templo en Flotsam.
Chemosh se encontraba siempre en la Sala del Tránsito de Almas aunque iba allí en contadas ocasiones, una contradicción que se explicaba por el hecho de que una de las facetas del Señor de la Muerte se hallaba siempre presente en la Sala, sentada en el oscuro trono mientras ponía a prueba a las almas de quienes habían dejado el cuerpo mortal atrás y se disponían a emprender la siguiente etapa del eterno viaje.
Rara vez ocupaba esa faceta de sí mismo. Aquel lugar estaba demasiado aislado, demasiado lejos del mundo de dioses y mortales. Los otros dioses tenían prohibido ir a la sala para que no influyeran de forma indebida en las almas sometidas a juicio.
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