Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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— Fue hace mucho tiempo, Warren, cuando era joven como tú. Fue un capricho pasajero. —La sonrisa de la mujer se marchitó—. Ahora parecemos abuela y nieto. Durante todos esos años alejada de palacio he envejecido en más de un aspecto.
»Fuera, en el mundo, tan sólo dispondrías de algunas décadas para aprender antes de envejecer y morir. Pero aquí tendrás tiempo para estudiar y, tal vez un día, convertirte en profeta. Piensa que siempre puedes pedir prestados libros de otros lugares y estudiarlos aquí.
»Tú eres lo más parecido a un profeta que tenemos. Ahora que tanto la Prelada como Nathan están muertos, seguramente eres quien más sabe de profecías. Te necesitamos, Warren.
Warren posó la mirada en los chapiteles y los tejados de palacio que reflejaban la luz del sol.
— Pensaré sobre ello, Hermana.
— No pido más, Warren.
Con un suspiro, Warren apartó la mirada de palacio.
— ¿Y ahora qué? ¿Quién crees que será elegida nueva Prelada?
Mientras investigaban sobre los ritos funerarios, habían descubierto asimismo que el proceso de elección de una nueva Prelada era bastante complicado. Pocas personas conocían tan bien los libros que se guardaban en las criptas como Warren, por lo que debería saberlo.
Verna se encogió de hombros.
— Debe ser alguien con mucha experiencia y amplios conocimientos, lo cual significa que tendrá que ser una de las Hermanas de más edad. Tal vez Leoma Marsick, o Philippa o Dulcinia. Aunque la principal candidata es la hermana Maren, por supuesto. Diría que al menos hay treinta Hermanas cualificadas, aunque dudo de que más de una docena de ellas tengan una verdadera oportunidad de convertirse en Prelada.
— Supongo que tienes razón —respondió Warren, rascándose distraídamente un lado de la nariz con un dedo.
Verna sabía perfectamente que las Hermanas ya habían empezado a tomar posiciones en la lucha para el poder. Las menos reverenciadas escogían a su candidata, cerraban filas para apoyarla y hacían cualquier cosa para que fuese la elegida esperando ser recompensadas con un puesto de influencia cuando su favorita fuese la nueva Prelada. A medida que el número de candidatas fuese disminuyendo, las Hermanas más influyentes que aún no hubiesen tomado partido serían cortejadas hasta que se decantaran por una u otra. Era una decisión trascendental que afectaría el devenir de palacio durante siglos, y todo apuntaba a que la batalla sería encarnizada.
Verna suspiró.
— No me gusta la lucha que se avecina, pero supongo que el proceso de selección debe ser riguroso a fin de que la Hermana más fuerte sea elegida Prelada. Podría arrastrarse durante bastante tiempo; es posible que estemos sin Prelada durante meses o incluso un año.
— ¿A quién darás tu apoyo?
La Hermana se echó a reír.
— ¡Yo! Te dejas engañar por mi aspecto, Warren. Pese a mis arrugas, sigo siendo una de las Hermanas más jóvenes. No tengo ninguna influencia sobre quienes realmente cuentan.
— Bueno, pues creo que deberías tratar de ganar algo de influencia. —Warren se inclinó hacia ella y bajó la voz, aunque no había nadie cerca—. Las seis Hermanas de las Tinieblas que huyeron en barco, ¿recuerdas?
Verna fijó la mirada en los azules ojos del joven y luego frunció el entrecejo.
— ¿Qué tiene eso que ver con la elección de una nueva Prelada?
— ¿Quién dice que sólo fuesen seis? —Warren retorció la tela de la túnica sobre el estómago hasta formar un nudo violeta—. ¿Y si aún quedara una en palacio? ¿O doce? ¿O cien? De todas las Hermanas, solamente de ti tengo la certeza de que eres una verdadera Hermana de la Luz. Debes hacer algo para asegurarte de que ninguna Hermana de las Tinieblas sea elegida Prelada.
Verna echó un vistazo al palacio.
— Warren, ya te he dicho que soy una de las Hermanas más jóvenes. Mis palabras no cuentan, y las demás saben que las Hermanas de las Tinieblas huyeron.
Warren desvió la mirada y trató de alisar las arrugas de la túnica. De pronto, la miró con gesto de sospecha.
— Crees que tengo razón, ¿verdad? Crees que aún hay Hermanas de las Tinieblas en palacio.
Verna opuso una plácida expresión a la intensa mirada de aquel joven mago.
— Eso es algo que no puedo descartar por completo, pero no hay razón para creer que sea cierto. Y, más allá de eso, hay otras muchas cosas que deben tenerse en cuenta a la hora de…
— No te vayas por las ramas como soléis hacer las Hermanas. Esto es importante.
Verna tensó el cuerpo.
— Warren, eres un estudiante que habla con una Hermana de la Luz; muéstrame el respeto debido.
— No estoy siendo irrespetuoso, Hermana. Richard me ayudó a comprender que tengo que hacer valer mis derechos y luchar por lo que creo. Además, fuiste tú quien me quitó el collar y, como has dicho, tenemos la misma edad; no eres mayor que yo.
— No obstante, eres un estudiante que…
— Que, según tus propias palabras, seguramente sabe más de profecías que ninguna otra persona. En eso, Hermana, tú eres la estudiante y yo el maestro. Admito que tú sabes más que yo sobre muchas cosas, por ejemplo el uso del han, pero yo sé más que tú sobre otras. Una de las razones por las que me quitaste el rada’han fue porque sabes que no está bien mantener a alguien prisionero. Te respeto como Hermana, por el bien que haces y por lo que sabes, pero ya no soy un prisionero de las Hermanas. Te has ganado mi respeto, Hermana Verna, no mi sumisión.
Verna estudió los ojos azules del joven.
— ¿Quién se hubiera imaginado lo que había bajo el collar? —Finalmente asintió—. Tienes razón, Warren. Sospecho que hay otros que han entregado su alma al mismísimo Custodio.
— Otros. —Warren escrutó los ojos de la Hermana—. No has dicho Hermanas, sino otros. Te refieres a jóvenes magos, ¿no es así?
— ¿Te has olvidado ya de Jedidiah?
Warren palideció levemente.
— No, no he olvidado a Jedidiah.
— Como tú mismo has dicho, donde hay uno puede haber más. Es posible que otros jóvenes de palacio hayan hecho un juramento al Custodio.
Warren se inclinó hacia ella mientras nuevamente se retorcía la túnica entre los dedos.
— Hermana Verna, ¿qué vamos a hacer? No podemos permitir que una Hermana de las Tinieblas se convierta en Prelada; sería un desastre. Tenemos que asegurarnos de que no lo sea.
— ¿Y cómo sabremos que no ha entregado su alma al Custodio? Y lo más importante: ¿qué podríamos hacer tú yo para remediarlo? Ellas poseen Magia de Resta; nosotros no. Aunque supiésemos quiénes son no podríamos hacer nada de nada. Sería como meter la mano en un saco para sacar una víbora por la cola.
Warren palideció.
— No se me había ocurrido.
La hermana Verna unió las manos.
— Ya pensaremos en algo. Tal vez el Creador nos iluminará.
— También podríamos pedir a Richard que regrese para ayudarnos, como hizo con esas seis Hermanas de las Tinieblas. Al menos, de ésas nos hemos librado; nunca más se dejarán ver por aquí. Richard les metió el miedo al Creador en el cuerpo y huyeron.
— Pero en la huida hirieron a la Prelada, lo cual significó su muerte y la de Nathan. La muerte acompaña a Richard allá adonde va.
— No es él el culpable —protestó Warren—. Richard es un mago guerrero; lucha por lo que es justo, para ayudar a sus semejantes. De haber actuado de otra forma, la Prelada y Nathan hubiesen sido sólo el comienzo de toda la muerte y la destrucción.
La hermana Verna le apretó un brazo y suavizó el tono.
— Tienes razón, Warren; estamos en deuda con Richard. Pero una cosa en que lo necesitemos y otra que podamos localizarlo. Mis arrugas dan testimonio de ello. —Verna dejó caer la mano—. Creo que solamente podemos contar con nosotros mismos. Ya se nos ocurrirá alguna cosa.
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