En realidad no parecían tener muchas opciones. Los dados seguían resonando en su cabeza, así que aún había una posibilidad de que cayeran a su favor. Una posibilidad muy remota. La suerte de Mat Cauthon.
—Pon a tu gente en camino cuanto antes, Luca —dijo mientras montaba en Puntos —. Deja el muro de lona y cualquier otra cosa que no se pueda guardar rápidamente en las carretas. Sal pitando.
—¿Te has vuelto loco? —barbotó Luca—. ¡Si intento echar a la gente estallará un tumulto! ¡Y querrán que se les devuelva su dinero!
Luz, el tipo seguiría pensando en el dinero incluso teniendo la cabeza en el tajo del verdugo.
—Pues piensa en lo que se te vendrá encima si un millar de seanchan te encuentran aquí mañana. —Mat habló con toda la frialdad que pudo. Si fracasaba en su intento, los seanchan arrasarían el espectáculo de Luca rápidamente por deprisa que azuzaran a los tiros de caballos con los látigos. Luca también lo sabía a juzgar por el gesto de la boca, como si acabara de morder una ciruela podrida. Mat dejó de hacer caso del hombre. Los dados resonaban con estruendo en su cabeza, pero aún no se habían parado—. Juilin, deja todo el oro para Luca excepto una buena bolsa. —A lo mejor el tipo podía salir del aprieto con un soborno una vez que los seanchan vieran que él no tenía a su puñetera Hija de las Nueve Lunas—. Reúne a todo el mundo y salid a galope lo antes posible. Cuando hayáis perdido de vista la ciudad, internaos en el bosque. Yo os encontraré.
—¿A todos? —Juilin guareció con su cuerpo a Thera e hizo un gesto seco con la cabeza en dirección a Tuon y Selucia—. Dejad a esas dos en Jurador y puede que los seanchan se conformen con recuperarlas. Al menos los frenará un poco. No habéis dejado de repetir que las soltaríais antes o después.
Mat buscó los ojos de Tuon. Enormes y límpidos ojos oscuros en un rostro sereno e inexpresivo. Se había echado la capucha hacia atrás un poco, de modo que Mat le veía la cara perfectamente. Si la dejaba atrás, entonces la chica no podría pronunciar las palabras; o si lo hacía, él se encontraría demasiado lejos para que eso importara. Si la dejaba atrás, jamás descubriría por qué esbozaba esas misteriosas sonrisas o qué se escondía detrás del misterio. ¡Luz, era un estúpido! Puntos pateó el suelo con impaciencia.
—Todo el mundo —dijo. ¿Había asentido levemente Tuon, como para sí misma? ¿Por qué había asentido?—. Vamos —le dijo a Harnan.
Tuvieron que llevar al paso a los caballos entre la multitud para salir del recinto, pero tan pronto como llegaron a la calzada Mat puso a galope a Puntos , con la cabeza agachada para que el sombrero no se le volara y con la capa ondeando tras él. No era un paso que pudiera mantener un caballo mucho tiempo. La calzada serpenteaba entre colinas y atravesaba serrijones de manera esporádica cuando el cerro no era demasiado alto. Cruzaron arroyos someros levantando rociadas de agua y pasaron estruendosamente puentes bajos de madera que salvaban corrientes más profundas. Empezaron a aparecer de nuevo árboles en las laderas, pinos y cipreses que resaltaban con su verde entre las ramas desnudas de las especies caducas. En algunas colinas se veían granjas, casas de piedra bajas con techados de tejas y graneros más altos, y de vez en cuando una aldehuela de ocho o diez viviendas.
A unos cuantos kilómetros del espectáculo, Mat divisó a un hombre grueso que marchaba un poco más adelante, sentado en la silla como un saco de sebo. Montaba un pardo patilargo que engullía kilómetros a un trote regular. Se suponía que un cuatrero tenía ojo para elegir un buen caballo. Al escuchar el ruido de los cascos, Vanin miró hacia atrás, pero sólo aminoró la marcha, no se paró. Mal asunto.
Cuando Mat se situó con Puntos al lado del pardo, Vanin escupió.
—Lo mejor que puede pasar es que encontremos reventado su caballo y así podría seguirle el rastro a pie a partir de ese punto —masculló—. Avanza más deprisa de lo que supuse, al ir montada a pelo. Si apretamos, tal vez podamos alcanzarla al anochecer. Si su caballo no da un traspié o no se muere, será más o menos la hora en que esté llegando a Coramen.
Mat levantó la cabeza para mirar el sol, que casi había alcanzado el cenit. Era un largo trecho por recorrer en menos de medio día. Si daban media vuelta, se encontrarían a una buena distancia, pasada Jurador, para la puesta del sol, en compañía de Thom, Juilin y los demás. Con Tuon. Con los seanchan sabiendo que tenían que dar caza a Mat Cauthon. El hombre que había raptado a la Hija de las Nueve Lunas no tendría tanta suerte para salir del trance siendo hecho da’covale solamente. Y en algún momento del día siguiente o al otro, pondrían la cabeza de Luca en una pica. La de Luca y la de Latelle, y las de Petro y Clarine y los demás. Un bosque de estacas de empalar. Los dados resonaban y brincaban dentro de su cabeza.
—Podemos conseguirlo —dijo. No tenían otra opción.
Vanin escupió.
Sólo había una forma de cubrir velozmente a caballo un gran trecho de terreno si uno quería llegar al final montado en un caballo vivo. De modo que condujeron a los animales al paso durante un kilómetro y después al trote otro kilómetro. Otro tanto a trote rápido y a continuación a galope, para después volver al paso. El sol empezó a descender y los dados seguían rodando. Bordearon colinas escasamente arboladas y salvaron crestas de cerros coronadas por vegetación. Arroyos que podían cruzarse en tres pasos y que apenas mojaban los cascos de los caballos, y corrientes de treinta pasos de anchura, con puentes rectos de madera o a veces de piedra. El sol se iba hundiendo más y más hacia el horizonte y los dados rodaban más y más deprisa. Casi habían llegado al Eldar y no había señales de Renna salvo raspones en la endurecida tierra del camino que Vanin señalaba como si fueran postes indicadores.
—Nos estamos acercando —murmuró el hombre gordo, aunque no parecía contento.
Entonces rodearon una colina y vieron otro puente bajo más adelante. Pasado éste, la calzada giraba hacia el norte para cruzar el siguiente serrijón por un collado. El sol, rozando las crestas de los cerros, les daba de lleno en los ojos. Coramen se encontraba al otro lado de esos montes. Mat se caló el sombrero para resguardarse los ojos y escudriñó la calzada buscando a una mujer, a alguien, montado o a pie, y se le cayó el alma a los pies.
Vanin maldijo y señaló.
Un zaino cubierto de sudor y espuma subía por la ladera al otro lado del río mientras una mujer le taconeaba los flancos, apremiándolo a seguir. Renna debía de haber estado ansiosa por llegar hasta los seanchan para no haberse apartado de la calzada. Debía de encontrarse a unos doscientos pasos de distancia, pero habría dado igual que estuviera a doscientos kilómetros. Su montura se hallaba al borde del colapso, pero la mujer podía desmontar y llegar corriendo a la vista de las guarniciones antes de que la alcanzaran. Sólo tenía que llegar a lo alto del collado, unos quince metros más arriba.
—¿Milord? —dijo Harnan, que tenía una flecha encajada en la cuerda y el arco medio levantado. Gorderan sostenía la pesada ballesta contra su hombro, con una gruesa saeta metida en la ranura.
Mat sintió que algo parpadeaba vacilante y moría en su interior. No sabía qué. Algo. Los dados resonaban atronadores.
—Disparad —ordenó.
Quiso cerrar los ojos. La ballesta emitió un ruido seco; la saeta trazó una línea negra en el aire. Renna cayó hacia adelante cuando se hincó en su espalda. Casi había conseguido erguirse, apoyándose en el cuello del zaino, cuando la flecha de Harnan la alcanzó.
Lentamente, se desplomó del caballo, cayó rodando por la cuesta, rebotando por encima de los retoños de árbol, girando más y más deprisa hasta que frenó con un chapoteo en el arroyo. Durante un instante, flotó boca abajo contra la orilla y entonces la corriente la arrastró y se la llevó, la falda inflada sobre la superficie. Flotó lentamente hacia el Eldar. Quizá, con el tiempo, llegaría al mar. Y con ella eran tres. El hecho de que los dados hubieran dejado de rodar casi carecía de importancia. Con ella eran tres. «Nunca jamás —pensó mientras Renna se perdía de vista en un recodo del arroyo—. Aunque signifique mi muerte, nunca jamás».
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