Tristezas de Bay City

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Divise una mesa vacia, me acerque y me sente contra la pared acolchada. Mis ojos se adaptaron aun mas a la luz. Incluso vi al cantante. Tenia el pelo rojo, ondulado y parecia tenido con alhena. La chica situada en la mesa contigua a la mia tambien era pelirroja.

Llevaba los cabellos con raya al medio y peinados para atras, como si los detestara. Sus ojos eran grandes, oscuros y de expresion famelica; tenia rasgos toscos y no iba maquillada, con excepcion del pintalabios que brillaba como un letrero de neon. Su traje de calle era de hombreras demasiado anchas y solapas excesivamente llamativas. El jersey naranja protegia su cuello y lucia una pluma negra y naranja en su sombrero a lo Robin Hood, encajado en la coronilla. Me sonrio y vi que sus dientes eran tan delgados y afilados como los de un Papa Noel pauperrimo. No le devolvi la sonrisa.

La chica vacio el vaso y lo agito sobre la mesa. Un camarero de bonita chaqueta surgio de la nada y se detuvo delante de mi.

– Escoces con soda -espeto la chica. Hablo con tono tajante y seco, con un deje aguardentoso.

El camarero la miro, apenas movio la barbilla y volvio a observarme. Dije:

– Bacardi con granadina.

El camarero se retiro y la chica dijo:

– Chico, esa mezcla te dara nauseas -ni la mire-. Parece que no quieres jugar -anadio sin darle demasiada importancia. Encendi un cigarrillo e hice una «o» en el suave ambiente purpura-. Que te den por saco. Puedo ligarme a una docena de gorilas como tu en cada manzana de Hollywood Boulevard.?Hollywood Boulevard y un cuerno! Hay un monton de jugadores sin trabajo y de rubias con cara de pescado que intentan quitarse la mona de encima. -?Quien dijo algo de Hollywood Boulevard? -pregunte.

– Tu. Solo un tio de Hollywood Boulevard no le habla a una chica que acaba de insultarlo cortesmente.

El hombre y la chica sentados en una mesa cercana se volvieron y nos miraron. El sujeto me dirigio una sonrisa fugaz y solidaria.

– Tambien va por ti -dijo la chica.

– Todavia no me has insultado.

– Porque la naturaleza se me adelanto, guaperas.

El camarero regreso con las bebidas. Me sirvio primero a mi. La chica comento a voz en cuello:

– Parece que no esta acostumbrado a servir a las damas.

El camarero dejo sobre la mesa su escoces con soda y replico con tono gelido:

– Disculpe, senora.

– Perdonado. Venga cuando quiera y le hare la manicura, siempre que alguien me preste una azada. Mi amigo paga esta ronda.

El camarero me miro. Le entregue un billete y levante el hombro derecho. Me dio la Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 20 – vuelta, acepto la propina y se perdio entre las mesas.

La chica cogio el vaso y se reunio conmigo. Apoyo los codos sobre la mesa y la barbilla en las manos.

– Vaya, vaya, un manirroto -comento-. Creia que ya no los fabricaban.?Que tal te caigo?

– Me lo estoy pensando -replique-. Baja la voz o te echaran.

– Lo dudo. No creo que me echen a menos que rompa algun espejo. Ademas, el jefe y yo estamos asi -levanto dos dedos pegados-. Mejor dicho, lo estariamos si lograra dar con el – rio metalicamente y bebio un sorbo-.?Donde te he visto antes?

– Practicamente en cualquier parte. -?Donde me has visto?

– En cientos de locales.

– Si, tienes razon -reconocio-. Ya no es posible mantener la individualidad.

– No se recupera dandole al trago -dije. -?Y un cuerno! Podria hablarte de un monton de capitostes que se van a la cama con una botella en cada mano. Y a los que hay que meterles una endovenosa para que no se despierten aullando. -?De veras? -pregunte-.?Gente del cine?

– Si. Trabajo con un tio que les pincha el brazo…, por diez pavos la endovenosa. A veces pagan veinticinco o cincuenta.

– Parece un buen negocio.

– Si dura.?Crees que durara?

– Cuando te echen de aqui puedes trasladarte a Palms Springs. -?Quien echara a quien de donde? -quiso saber la chica.

– No lo se.?De que hablabamos?

Era pelirroja. Aunque no se trataba de una beldad, curvas no le faltaban. Y trabajaba con un tipo que daba endovenosas. Me humedeci los labios.

Un hombre moreno y corpulento franqueo la entrada, se detuvo al lado de la puerta y espero a que sus ojos se adaptaran a la luz. Sin prisas paseo la mirada por el local. Su vista viajo hasta la mesa en la que me encontraba. Echo hacia adelante su corpachon y avanzo hacia nosotros.

– Vaya, vaya -dijo la chica-. Es el gorila.?Puedes ocuparte de el?

No respondi. La chica acaricio su mejilla con una mano fuerte y palida y me miro de reojo.

El pianista interpreto algunos acordes y se puso a cantar «We Can Still Dream, Can't We?».

El hombre moreno y corpulento se detuvo y poso la mano en la silla situada frente a mi.

Aparto la mirada de la chica y me sonrio. Era ella a quien buscaba. Habia cruzado la sala para estar cerca de ella. A partir de ese momento se dedico a mirarme. Tenia el pelo liso, oscuro y brillante, los ojos friamente grises, cejas que parecian dibujadas, bonita boca de actor y la nariz partida, aunque bien arreglada. Hablo sin mover los labios. -?Lo he visto alguna vez o me falla la memoria?

– No lo se -repuse-.?Que intenta recordar?

– Su nombre, doctor.

– No se esfuerce mas. Jamas nos hemos visto -saque la placa de metal del bolsillo y se la mostre-. Aqui tiene el billete que el tambor mayor me entrego en la entrada -saque una tarjeta de la cartera y la arroje sobre la mesa-. Aqui figuran mi nombre, edad, talla, peso, cicatrices dignas de mencion y las veces que me condenaron. He venido a ver a Conried.

Ignoro la placa, leyo dos veces la tarjeta, le dio la vuelta, miro el reverso, volvio a mirar el anverso, paso el brazo por el respaldo de la silla y sonrio camandulero. En ningun momento, ni antes ni despues, miro a la chica. Paso el borde de la tarjeta por la mesa y provoco un ligero chirrido, como el de una cria de raton. La chica contemplo el techo y aparento que bostezaba.

– Veo que es uno de esos -dijo secamente-. Lo lamento. El senor Conried se fue al norte por negocios. Cogio temprano el avion.

– En ese caso, esta tarde debi de ver a su doble en Sunset and Vine, en un sedan gris Cord – Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 21 – intervino la chica.

El tio moreno y corpulento no la miro, pero esbozo una sonrisa.

– El senor Conried no tiene un sedan gris Cord.

– No te dejes enganar -insistio la chica-. Me juego la cabeza a que en este mismo instante esta arriba, amanando la rueda de una ruleta.

El hombre moreno ni la miro. Su actitud fue mas notoria que si la hubiera abofeteado. Vi que la chica palidecia lentamente y no recobraba el color.

– No esta aqui, no esta aqui -dije-. Le agradezco que me haya escuchado. Otra vez sera.

– Desde luego. De todos modos, aqui no contratamos detectives privados. Lo lamento.

– Si vuelves a decir «lo lamento» me pondre a gritar. Ya esta bien -aseguro la pelirroja.

El hombre de pelo oscuro guardo mi tarjeta en el bolsillo de su esmoquin. Aparto la silla y se irguio.

– Ya sabe como son estas cosas. Lo la…

La chica lanzo una carcajada y le arrojo a la cara el contenido de su vaso.

El hombre moreno retrocedio bruscamente y saco del bolsillo un panuelo blanco almidonado. Se enjugo el rostro deprisa y meneo la cabeza. Cuando aparto el panuelo, vi un manchon humedo en su camisa, por encima del boton semejante a una perla negra. El cuello daba pena.

– Lo lamento -dijo la chica-. Te confundi con una escupidera.

El hombre moreno bajo la mano y mostro nervioso los dientes.

– Saquela de aqui -murmuro-. Saquela deprisa. Se volvio, serpenteo velozmente entre las mesas y mantuvo el panuelo pegado a la boca. Dos camareros de elegantes chaquetas se acercaron y se dedicaron a mirarnos. Todos nos miraban.

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