Tristezas de Bay City
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Me parecio muy divertido. Estuve a punto de reir a mandibula batiente.
Me acerque a otra puerta que daba al cuarto de bano. Habia dos toallas en el suelo, una alfombrilla de bano perfectamente doblada sobre el borde de la banera y encima una ventana Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 24 – de cristal. Cerre silenciosamente la puerta del cuarto de bano, me subi en el borde de la banera y levante la mitad inferior de la ventana de guillotina. Asome la cabeza y mire seis plantas mas abajo, contemple la oscuridad de una calle lateral bordeada de arboles. Para hacerlo tuve que mirar a traves de la ranura formada por dos muros cortos y vacios, poco mas que un pozo de ventilacion. Las ventanas estaban emparejadas y todas se abrian en la misma pared, frente al extremo abierto de la ranura. Me asome un poco mas y llegue a la conclusion de que, si lo intentaba, podria llegar a la ventana de al lado. Me pregunte si estaba cerrada, si me serviria de algo y si tendria tiempo antes de que abrieran la puerta.
A mis espaldas, mas alla de la puerta cerrada del cuarto de bano, las llamadas sonaron mas fuertes y mas energicas y una voz ordeno:
– Abran o echamos la puerta abajo.
Eso no tenia sentido. Solo era la fraseologia habitual de la pasma. No derribarian la puerta porque podian conseguir la llave y porque, ademas, patear ese tipo de puerta sin un hacha como la de los bomberos requiere mucho esfuerzo y te puedes danar los pies.
Cerre la mitad inferior de la ventana, baje la superior y cogi una toalla. Volvi a abrir la puerta y mis ojos vieron el rostro de la foto enmarcada en la repisa. Necesitaba leer la inscripcion antes de irme. Me acerque y le eche un vistazo mientras alguien seguia aporreando colericamente la puerta. La dedicatoria decia: Con todo mi amor, Leland.
Esa frase convertia en un sinverguenza al doctor Austria. Me hice con la foto, regrese al cuarto de bano y volvi a cerrar la puerta. La meti bajo la ropa y las toallas sucias del armario.
Si eran polis avezados, tardarian un rato en encontrarla. Si estabamos en Bay City, probablemente nunca darian con ella. No encontre ningun motivo por el cual tuvieramos que estar en Bay City, salvo que era muy probable que Helen Matson viviese alli y que el aire que se colaba por la ventana del cuarto de bano olia a mar.
Me escurri a traves de la mitad superior de la ventana con la toalla en la mano y balancee el cuerpo hacia la de al lado, aferrado a una hoja movil de la que acababa de dejar. Apenas llegaria a levantar la ventana contigua, siempre y cuando no tuviese echado el pestillo. No estaba trabada. Di un puntapie y patee el cristal por encima del cierre. Hizo tanto ruido que tendria que haberse oido a un kilometro. Los aporreos a la puerta continuaron monotonamente.
Me envolvi la toalla alrededor de la mano izquierda, estire los brazos cuanto pude, pase la mano por el cristal roto y accione el cierre de la ventana. Pase al otro alfeizar y me estire para subir la ventana por la que acababa de salir. Podian quedarse con las huellas dactilares. No me veia capaz de demostrar que no habia estado en el apartamento de Helen Matson. Lo unico que me interesaba era la posibilidad de demostrar como habia entrado.
Mire calle abajo. Un hombre estaba a punto de subir a un coche. Ni siquiera me miro. En el apartamento en el que me disponia a entrar no se encendio ninguna luz. Baje la hoja movil y entre. La banera estaba llena de anicos de cristal. Llegue al suelo, encendi la luz, recogi los cristales de la banera, los meti en la toalla y la escondi. Utilice otra toalla que no me pertenecia para limpiar el alfeizar y el borde de la banera, donde me habia apoyado.
Desenfunde la pistola y abri la puerta del cuarto de bano.
Era un apartamento mas grande que el anterior. La habitacion que contemple tenia dos camas gemelas con fundas rosadas contra el polvo. Estaban hechas y se hallaban vacias.
Despues del dormitorio se encontraba la sala. Todas las ventanas estaban cerradas y el piso olia a cerrado y a polvo. Encendi una lampara de pie, pase el dedo por el brazo de un sillon y mire el polvo acumulado. Junto al sillon habia una radio, un estante que parecia una carbonera, una enorme libreria llena de novelas que aun conservaban las sobrecubiertas, una comoda de madera oscura con un sifon y una licorera y cuatro vasos rayados y puestos boca abajo. Oli la licorera, que contenia escoces, y me servi un trago. La cabeza me dolio un poco mas, pero me senti mejor.
Deje la luz encendida, regrese al dormitorio y hurgonee en la comoda y los armarios. En uno habia ropa de hombre, hecha a medida, y el sastre habia escrito el nombre del cliente en Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 25 – una etiqueta: George Talbot. Las Prendas de George eran algo pequenas para mi. Revise la comoda y di con un pijama que pense que me sentaria bien. En el armario encontre albornoz y zapatillas. Me quede en cueros.
Cuando sali de la ducha, apenas olia a ginebra. Como no habia ruidos ni aporreos en ninguna parte, supe que los polis estaban en el apartamento de Helen Matson con sus trozos de tiza y sus cintas metricas. Me puse el pijama, las zapatillas y el albornoz del senor Talbot, me aplique en el pelo su tonico capilar y utilice su cepillo y su peine. Abrigue la esperanza de que el senor Talbot y su esposa se lo estuvieran pasando pipa dondequiera que estuviesen y que no se viesen obligados a regresar apresuradamente a casa.
Volvi a la sala, me servi otro largo del escoces de Talbot y encendi uno de sus cigarrillos.
Quite el cerrojo a la puerta del apartamento. Un hombre tosio muy cerca, en el pasillo. Abri la puerta, me apoye en el marco y mire hacia afuera. Un tio de uniforme estaba apoyado en la pared de enfrente; era un individuo menudo, rubio y con ojos de lince. La raya de sus pantalones azules era afilada como un cuchillo y parecia un sujeto metodico, limpio, competente y curioso.
Bostece y pregunte:
– Agente,?que pasa?
Me observo con sus agudos ojos pardo rojizos salpicados de dorado, color que casi nunca se ve en un rubio.
– Ha habido algunos problemillas en el piso de al lado.?Oyo algo? -su tono era ligeramente ironico. -?En casa de la del pelo color zanahoria? -pregunte-. Ja, ja. La buscona a lo grande. ?Quiere un trago?
El poli no dejo de mirarme atentamente y luego grito pasillo abajo: -?Eh, Al!
Un sujeto se asomo por una puerta abierta. Media mas de metro ochenta, pesaba cerca de cien kilos, tenia el pelo negro grueso y ojos hundidos e inexpresivos. Se trataba de Al de Spain, al que yo habia conocido esa noche en la central de Bay City.
Bajo por el pasillo sin prisas. El poli de uniforme anadio:
– Aqui esta el vecino de al lado.
De Spain se acerco y me miro a los ojos. Los suyos eran tan expresivos como un trozo de pizarra negra. Hablo casi con suavidad: -?Quien es usted?
– Soy George Talbot -replique y logre no vacilar. -?Ha oido algun ruido extrano? Quiero decir,?ha oido algun ruido antes de que llegaramos?
– Bueno, supongo que alrededor de medianoche hubo una pelotera. Pero aqui no es ninguna novedad -senale con el pulgar el apartamento de la chica muerta. -?De veras??Conocia a la senora?
– No, y creo que no me gustaria conocerla.
– Ni falta que hace -anadio De Spain-. Se la han cargado.
Apoyo una solida manaza en mi pecho y me hizo retroceder hasta el interior del apartamento. Mantuvo la mano sobre mi pecho, su mirada descendio rapidamente hacia los bolsillos del albornoz y volvio a mirarme a la cara. Cuando me tuvo a dos metros y medio de la puerta, dijo por encima del hombro:
– Pequenajo, entra y cierra la puerta.
Pequenajo entro y cerro la puerta, brillantes sus ojos pequenos y sagaces.
– Vaya truco -comento De Spain con gran indiferencia-. Pequenajo, apuntale.
Pequenajo abrio su pistolera negra de cinturon y veloz como un rayo sostuvo en la mano un arma de reglamento. Se humedecio los labios.
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