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Orson Card: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón

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Orson Card Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón: краткое содержание, описание и аннотация

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En un futuro no demasiado lejano, un pequeño grupo de científicos e historiadores dedican sus horas a estudiar el pasado con una nueva máquina de observación a través del tiempo, la TruSite II. Por desgracia su mundo es un lugar trágico: la especie humana ha quedado reducida a una población de menos de mil millones de personas tras un siglo de guerras y plagas, de sequía, de inundaciones y de hambrunas. Ha habido demasiadas extinciones, demasiada tierra ha quedado envenenada y baldía. La gente que sobrevive lucha por renovar el planeta, mientras los especialistas observan el pasado en busca de las causas de su terrible presente. Un día, sin embargo, al contemplar la terrible matanza de las tribus caribeñas a manos de los españoles, que conducidos por Cristóbal Colón se dirigen a La Hispaniola, la observadora Tagin descubre que la mujer a quien está estudiando también la ve a ella y, a su vez, interpreta esa imagen como un mensaje de los dioses. ¿Podría alterarse el pasado? ¿Seria correcto que un pequeño grupo de observadores actuara deforma que, de tener éxito, hiciera desaparecer una línea temporal, aunque fuera la suya propia? ¿Se justificaría su acción si, gracias a ella, se evitara la muerte de todo el planeta?

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Sin embargo, lo que Tagiri no podía olvidar era que a través de todo esto, durante cada hora de cada día de cada año de esclavitud, la cara de Acho nunca perdió aquella expresión de nostalgia no olvidada, de pesar, de desesperación. La expresión que decía soy un extraño aquí, odio este lugar, odio mi vida. La expresión que le decía a Tagiri que Acho lloraba por su madre tan profundamente como ella lloraba por él.

Fue entonces cuando Tagiri abandonó su búsqueda hacia atrás a lo largo del pasado de su propia familia y se dedicó a lo que consideraba sería el proyecto de su vida: la esclavitud. Hasta aquel momento, todos los buscadores de historias en Vigilancia del Pasado habían dedicado sus carreras a grabar las historias de grandes, o al menos influyentes, hombres y mujeres del pretérito. Pero Tagiri estudiaría a los esclavos, no a los propietarios; buscaría a través de la historia, no para registrar las decisiones de los poderosos, sino para encontrar las historias de aquellos que habían perdido toda capacidad de elección. Para recordar a la gente olvidada, a aquellos cuyos sueños eran asesinados y cuyos cuerpos eran robados de sí mismos, de manera que ni siquiera contaban como artífices de sus propias biografías. Aquellos cuyos rostros mostraban que nunca olvidaban, ni por un instante, que no se pertenecían a sí mismos y que por eso no había ninguna posible alegría duradera en sus vidas.

Por todas partes encontraba esa expresión en los rostros. Sí, a veces había desafío…, pero los desafiantes eran siempre apartados para recibir un trato especial, y los que no morían entonces acababan adoptando por la fuerza la expresión de desesperación que mostraban los rostros de los otros. Era la expresión de los esclavos, y lo que Tagiri descubrió fue que, para un número enorme de seres humanos en casi todas las etapas de la historia, ése fue el único rostro que pudieron mostrar jamás al mundo.

Tagiri tenía treinta años, y llevaba unos ocho trabajando en su proyecto de esclavitud, con una docena de vigilantes del pasado más tradicionales trabajando a sus órdenes junto a dos de los buscadores de historias, cuando su carrera dio el giro definitivo que la condujo a Colón y deshacer la historia. Aunque nunca salió de Juba, la ciudad donde estaba emplazado su laboratorio de Vigilancia del Pasado, el tempovisor podía alcanzar cualquier lugar de la superficie de la Tierra. Y cuando el TruSite II fue introducido para sustituir a los ya caducos tempovisores, empezó a poder explorar a fondo, pues se había dotado a las nuevas máquinas de un rudimentario sistema de traducción de antiguos idiomas, de modo que no tenía que aprender cada uno de ellos para comprender lo que sucedía en las escenas que veía.

Tagiri se acercaba con frecuencia a la estación TruSite de uno de sus buscadores de historias, un joven llamado Hassan. No se había molestado en observar mucho su estación cuando utilizaba el tempovisor, porque no comprendía ninguno de los lenguajes antillanos que él reconstruía laboriosamente por analogía con otros lenguajes caribes y arahuacos. Sin embargo, había programado al TruSite para captar el sentido principal del dialecto arahuaco que hablaba la tribu en concreto que estaba observando.

—Es una aldea de montaña —le explicó él en cuanto advirtió que ella le estaba observando—. Mucho más templada que las aldeas cercanas a la costa… un tipo distinto de agricultura.

—¿Y el momento?

—Estoy viendo las vidas que fueron interrumpidas por los españoles. Sólo faltan semanas para que una expedición llegue por fin a la montaña para tomarlos como esclavos. Los españoles necesitan desesperadamente mano de obra en la costa.

—¿Las plantaciones crecen?

—En absoluto —contestó Hassan—. De hecho, están menguando. Pero los españoles no son muy buenos manteniendo con vida a sus esclavos indios.

—¿Lo intentan siquiera?

—La mayoría sí. La actitud de asesinato por deporte está presente, por supuesto, porque los españoles tienen poder absoluto y para algunos ese poder tiene que ser probado hasta el límite. Pero, por lo general, los sacerdotes tienen el control de la situación y están tratando de impedir que los esclavos mueran.

«Sacerdotes al control —pensó Tagiri—, y sin embargo la esclavitud no cambia.» Pero aunque eso siempre le parecía amargo, sabía que no tenía sentido recordarle a Hassan la ironía implícita: ¿no trabajaba con ella en el proyecto sobre la esclavitud?

—Los habitantes de Ankuash son plenamente conscientes de lo que está pasando. Ya han comprendido que son los últimos indios que quedan sin esclavizar. Han tratado de mantenerse ocultos, sin encender hogueras y asegurándose de que los españoles no los vean, pero hay muchos arahuacos y caribes en las llanuras que conservan una mínima libertad colaborando con los conquistadores. Ellos recuerdan a los ankuash. Así que habrá una expedición, pronto, y lo saben. ¿Ves?

Lo que Tagiri veía era un anciano y una mujer de mediana edad sentados en el suelo, uno a cada lado de una pequeña hoguera donde un recipiente con agua desprendía vapor. Sonrió ante la nueva tecnología: poder ver el vapor en el holograma era sorprendente; casi le pareció ser capaz de olerlo.

—Agua de tabaco —dijo Hassan.

—¿Beben la solución de nicotina? Hassan asintió.

—He visto este tipo de cosas antes.

—¿No se comportan de manera descuidada? No parece una hoguera sin humo.

—El TruSite debe de estar aumentando el humo en el holograma, así que puede que haya menos de lo que vemos —dijo Hassan—. Pero con humo o sin él, no hay forma de hervir el agua de tabaco sin fuego, y en este punto están casi desesperados. Prefieren arriesgarse a que vean el humo a continuar otro día más sin noticias de los dioses.

—Así que beben…

—Beben y sueñan.

—¿No confían más en los sueños que proceden de sí mismos? —preguntó Tagiri.

—Saben que la mayoría de los sueños no significa nada. Esperan que sus pesadillas no signifiquen nada… sueños de miedo en vez de sueños de verdad. Usan el agua de tabaco para que los dioses les digan la verdad. En otros lugares cercanos, los arahuacos y los caribes habrían ofrecido un sacrificio humano, o se habrían desangrado como hacen los mayas. Pero esta aldea no tiene tradición de sacrificios y nunca los copiaron de sus vecinos. Son un residuo de una tradición diferente, creo. Similar a algunas tribus del Alto Amazonas. No necesitan la muerte o la sangre para hablar con los dioses.

El hombre y la mujer hundieron sus pipas en el agua y luego sorbieron el líquido como si lo hicieran a través de una pajita.

La mujer se atragantó; según todos los indicios, el anciano era inmune al líquido. La mujer empezó a parecer muy mareada, pero el hombre la obligó a beber más.

—La mujer se llama Putukam… el nombre significa «perro salvaje» —dijo Hassan—. Es famosa por sus visiones, pero no ha usado mucho el agua de tabaco antes.

—Ya veo por qué no —dijo Tagiri, pues en ese instante Putukam empezaba a vomitar. Durante un par de minutos el anciano trató de ayudarla, pero poco después también él se puso a vomitar; sus descargas se mezclaron y fluyeron en las cenizas de la hoguera.

—Por otro lado, Baiku es un curandero, así que utiliza más las drogas. Constantemente, en realidad. Así que puede enviar su espíritu al cuerpo de la persona enferma y averiguar qué va mal. El agua de tabaco es su favorita. Naturalmente, sigue haciéndole vomitar. Hace vomitar a todo el mundo.

—Eso le convierte en un buen candidato para el cáncer de estómago.

—Si viviera lo suficiente.

—¿Les hablan los dioses?

Hassan se encogió de hombros.

—Adelantemos un poco para ver.

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