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Orson Card: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón

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Orson Card Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón: краткое содержание, описание и аннотация

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En un futuro no demasiado lejano, un pequeño grupo de científicos e historiadores dedican sus horas a estudiar el pasado con una nueva máquina de observación a través del tiempo, la TruSite II. Por desgracia su mundo es un lugar trágico: la especie humana ha quedado reducida a una población de menos de mil millones de personas tras un siglo de guerras y plagas, de sequía, de inundaciones y de hambrunas. Ha habido demasiadas extinciones, demasiada tierra ha quedado envenenada y baldía. La gente que sobrevive lucha por renovar el planeta, mientras los especialistas observan el pasado en busca de las causas de su terrible presente. Un día, sin embargo, al contemplar la terrible matanza de las tribus caribeñas a manos de los españoles, que conducidos por Cristóbal Colón se dirigen a La Hispaniola, la observadora Tagin descubre que la mujer a quien está estudiando también la ve a ella y, a su vez, interpreta esa imagen como un mensaje de los dioses. ¿Podría alterarse el pasado? ¿Seria correcto que un pequeño grupo de observadores actuara deforma que, de tener éxito, hiciera desaparecer una línea temporal, aunque fuera la suya propia? ¿Se justificaría su acción si, gracias a ella, se evitara la muerte de todo el planeta?

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—Tengo un trabajo más importante para ti —dijo Dios entonces, y por fin Colón estaba cerca de la culminación de ese trabajo. Le llenaba como un vino, le llenaba como la luz, le llenaba como el viento hinchaba las velas sobre su cabeza.

2

ESCLAVOS

Aunque Tagiri no retrocedió personalmente en el tiempo, sí es cierto que fue ella quien dejó aislado a Cristóbal Colón en la isla de La Española y cambió para siempre el rostro de la historia. Pese a que nació siete siglos después del viaje de Colón y nunca salió de su continente natal de África, encontró un medio de volver atrás y sabotear la conquista europea de América. No fue un acto de malicia. Algunos dijeron que fue como corregir una dolorosa hernia en un niño con lesión cerebral: en el fondo, el niño seguiría estando severamente limitado, pero no sufriría tanto. Pero Tagiri lo veía de otra manera.

—La historia no es preludio —dijo en una ocasión—. El sufrimiento de la gente en el pasado no se justifica porque todo hubiera acabado lo suficientemente bien cuando nosotros aparecimos. Su sufrimiento cuenta tanto como nuestra paz y felicidad. Nos asomamos a nuestras ventanas doradas y sentimos pena por las escenas de sangre y muerte, de plagas y hambrunas que se desarrollan en las inmediaciones. Cuando creíamos que era imposible retroceder en el tiempo y hacer cambios podíamos tener excusas para derramar una lágrima por ellos y continuar con nuestras felices vidas. Pero ahora que sabemos que está en nuestro poder ayudarlos, si nos darnos la vuelta y dejamos que su sufrimiento continúe, nuestra época no será una edad dorada, y nuestra felicidad quedará envenenada. La buena gente no deja que los demás sufran sin necesidad.

Lo que pedía era difícil, pero algunos estaban de acuerdo con ella. No muchos, pero los suficientes.

Nada en su familia, sus raíces o su educación indicaba que, un día, al deshacer un mundo, crearía otro. Como la mayor parte de los jóvenes que se unían a Vigilancia del Pasado, el primer uso que Tagiri dio al tempovisor fue seguir a su propia familia hacia atrás, generación a generación. Era vagamente consciente de que, como novicia, sería observada durante su primer año. ¿Pero no le habían dicho que mientras aprendía a controlar y sintonizar la máquina («es un arte, no una ciencia») podría explorar todo lo que quisiera? No le habría molestado saber que sus superiores menearon afirmativamente la cabeza cuando quedó claro que estaba siguiendo su línea materna hacia atrás, hacia la aldea Dongotona a orillas del río Koss. Aunque era de razas mezcladas, como cualquier otra persona en el mundo de su época, había escogido el linaje que más le importaba, del que derivaba su identidad. Dongotona era el nombre de su tribu y el del país montañoso donde vivía, y la aldea de Ikoto era el antiguo hogar de sus antepasados.

Era difícil aprender a usar el tempovisor. Aunque la ayuda por ordenador era extraordinaria, de forma que llegar al lugar y tiempo exacto deseados era preciso y se producía en cuestión de minutos, no había aún ninguna máquina capaz de superar lo que los vigilantes del pasado llamaban «problema significante». Tagiri escogía un punto de observación en la aldea, cerca del camino principal que serpenteaba entre las casas, y establecía un marco temporal, por ejemplo una semana. El ordenador escrutaba el paso humano y grababa todo lo que sucedía dentro de la cobertura del punto de observación.

Todo esto requería solamente minutos… y enormes cantidades de electricidad, pero se hallaban en los albores del siglo veintitrés y la energía solar era barata. Lo que consumió las primeras semanas de Tagiri fue sortear las conversaciones vacías, los acontecimientos sin significado. No es que parecieran vacíos o carentes de importancia al principio. Cuando empezó, Tagiri escuchaba cualquier conversación y se quedaba embelesada. ¡Eran personas reales, de su propio pasado!

Algunos de ellos sin duda eran antepasados suyos, y tarde o temprano averiguaría cuáles eran. Mientras tanto, le encantaba todo… las muchachas flirteando, los ancianos quejándose, las mujeres cansadas pegando a niños malcriados. ¡Oh, aquellos niños! Aquellos niños hambrientos llenos de vida y cubiertos de hongos, demasiado jóvenes para saber que eran pobres y demasiado pobres para saber que no todos en el mundo se levantaban con hambre por la mañana y se acostaban igual por la noche. ¡Eran tan vitales, tan despiertos!

En unas pocas semanas, Tagiri se topó con el problema significante. Después de observar a unas docenas de muchachas tonteando, sabía que todas las chicas de Ikoto tonteaban más o menos de la misma forma. Después de observar unas pocas docenas de castigos, amenazas, peleas y caricias entre los niños, se dio cuenta de que había visto todas las variantes de castigos, amenazas, peleas y caricias que podría ver. Aún no se había encontrado ningún medio para que los ordenadores de Tempovisión reconocieran la conducta humana inusitada e impredecible. Ya había sido bastante difícil programarlos para que reconocieran el movimiento humano; en los primeros días, los vigilantes del pasado habían tenido que observar interminables paisajes y bandadas de aves y grupos de lagartos y ratones antes de poder ver unas cuantas interacciones humanas.

Tagiri encontró su propia solución: una solución minoritaria, pero los que la observaban no se sorprendieron de que fuera una de las que emprendían esta ruta. Donde la mayoría de los vigilantes del pasado recurrían a aproximaciones estadísticas en su investigación, llevando la cuenta de distintas conductas y escribiendo luego trabajos sobre pautas culturales, Tagiri tomó el camino contrario, y empezó por seguir a un individuo desde el principio hasta el final de su vida. No buscaba pautas, sino historias.

Ah —dijeron sus observadores—. Será una biógrafa, son sus vidas, no sus culturas, lo que estudiará para nosotros.

Entonces su investigación dio un giro que sus superiores solo habían visto en contadas ocasiones anteriormente. Tagiri ya había retrocedido seis generaciones en la familia de su madre cuando abandonó su estrategia biográfica y, en vez de seguir a cada persona desde el nacimiento hasta la muerte, empezó a seguir a mujeres concretas hacia atrás, desde la muerte hasta el nacimiento.

Tagiri empezó a hacer esto con una anciana llamada Amami, estableciendo su tempovisor para que mantuviera puntos de observación cambiantes que siguieran a Amami atrás en el tiempo. Eso significaba que excepto cuando interrumpía su programa, Tagiri era incapaz de encontrar sentido a las conversaciones de la mujer. Y en vez de causa y efecto desplegándose en la pauta lineal normal, buscaba constantemente el efecto primero, y luego descubría la causa. En su vejez Ama-mi caminaba con una pronunciada cojera; sólo después de seguirla hacia atrás en el tiempo descubrió Tagiri el origen de la cojera, cuando una Amami mucho más joven yacía sangrando en su camastro. Después pareció arrastrarse hacia atrás apartándose del camastro hasta que se desencogió y se puso en pie para enfrentarse a su marido, que parecía apartar bruscamente su bastón de su cuerpo una y otra vez.

¿Y por qué la había golpeado? Unos cuantos minutos de retroceso le dieron la respuesta: Amami había sido violada por dos fornidos hombres de la cercana aldea de Lotuko cuando iba a por agua. Pero su marido no podía aceptar la idea de que se tratara de una violación, pues eso habría significado que era incapaz de proteger a su esposa; eso habría requerido que él emprendiera algún tipo de venganza, lo que habría puesto en peligro la frágil paz entre Lotuko y Dongotona en el valle del Koss. Así que, por el bien de su tribu y para proteger su propio ego, tuvo que interpretar la historia de su llorosa esposa como mentira y asumir que de hecho se había comportado como una prostituta. La golpeaba para que le entregara el dinero que había cobrado, aunque para Tagiri estaba claro que sabía que no había ningún dinero, que su amada esposa no era ninguna prostituta, que de hecho estaba siendo injusto. El obvio sentido de la vergüenza del marido por lo que hacía no parecía suavizar las cosas para ella. Era más brutal que ningún otro hombre que Tagiri hubiera visto en la aldea… innecesariamente, y continuó golpeándola con el bastón hasta mucho después de que ella gritara y suplicara y confesara todos los pecados jamás cometidos en el mundo. Como la castigaba no porque creyera en la justicia de su acción sino para así convencer a los vecinos de que creía que su esposa se lo merecía, se le fue la mano. Se le fue la mano, y luego tuvo que ver a Amami cojeando durante el resto de su vida.

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