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Orson Card: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón

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Orson Card Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón: краткое содержание, описание и аннотация

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En un futuro no demasiado lejano, un pequeño grupo de científicos e historiadores dedican sus horas a estudiar el pasado con una nueva máquina de observación a través del tiempo, la TruSite II. Por desgracia su mundo es un lugar trágico: la especie humana ha quedado reducida a una población de menos de mil millones de personas tras un siglo de guerras y plagas, de sequía, de inundaciones y de hambrunas. Ha habido demasiadas extinciones, demasiada tierra ha quedado envenenada y baldía. La gente que sobrevive lucha por renovar el planeta, mientras los especialistas observan el pasado en busca de las causas de su terrible presente. Un día, sin embargo, al contemplar la terrible matanza de las tribus caribeñas a manos de los españoles, que conducidos por Cristóbal Colón se dirigen a La Hispaniola, la observadora Tagin descubre que la mujer a quien está estudiando también la ve a ella y, a su vez, interpreta esa imagen como un mensaje de los dioses. ¿Podría alterarse el pasado? ¿Seria correcto que un pequeño grupo de observadores actuara deforma que, de tener éxito, hiciera desaparecer una línea temporal, aunque fuera la suya propia? ¿Se justificaría su acción si, gracias a ella, se evitara la muerte de todo el planeta?

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Manipuló la pantalla unos instantes. Putukam y Baiku podrían haber dormido durante horas, pero para los vigilantes del pasado sólo pasaron segundos. Cada vez que se movían, el TruSite frenaba un poco automáticamente; Hassan sólo devolvió la velocidad a la normalidad cuando quedó claro que los movimientos eran signos de despertar, no las sacudidas normales del sueño. Conectó el sonido, y como Tagiri estaba presente, usó el traductor informático en vez de escuchar directamente las voces de los nativos.

—He soñado —dijo Putukam.

—Y yo —respondió Baiku.

—Déjame escuchar el sueño curador —dijo Putukam.

—No hay nada curador en él —dijo él, el rostro grave y triste.

—¿Todos esclavos?

—Todos excepto los benditos que son asesinados o mueren por las enfermedades.

—¿Y luego?

—Todos muertos.

—Ésta es nuestra curación, pues —dijo Putukam—. Morir. Habría sido mejor que nos capturaran los caribes. Mejor que nos hubieran sacado el corazón y se hubieran comido nuestros hígados. Entonces al menos seríamos una ofrenda a algún dios.

—¿Cuál fue tu sueño?

—Mi sueño fue una locura. Mi sueño no tuvo ninguna verdad.

—El soñador no sabe —dijo Baiku. Ella suspiró.

—Pensarás que soy una pobre soñadora y que los dioses odian mi alma. Soñé con un hombre y una mujer que nos observaban. Eran ya adultos, y sin embargo supe en el sueño que son cuarenta generaciones más jóvenes que nosotros. Tagiri interrumpió.

—Alto —dijo. Hassan obedeció.

—¿Ha sido correcta la traducción? Hassan hizo retroceder un poco al TruSite y pasó de nuevo lo visto, esta vez sin la rutina de traducción. Escuchó las palabras nativas, dos veces.

—La traducción es bastante acertada —dijo—. Las palabras que empleó y fueron traducidas por «hombre» y «mujer» proceden de un lenguaje anterior, y creo que puede haber sustratos que podrían indicar que significan «hombre-héroe» y «mujer-héroe». Menos que dioses, pero más que humanos. Pero utilizan a menudo esas palabras para hablar de sí mismos, como opuestos a la gente de otras tribus.

—Hassan, no te estoy preguntando por la etimología. Te pregunto por el significado de lo que ha dicho. Él la miro, aturdido.

—¿No crees que parece como si nos hubiera visto? —Pero eso es absurdo.

—Cuarenta generaciones. ¿No es el tiempo exacto? Un hombre y una mujer, observando.

—De todos los sueños posibles, ¿no puede haber sueños del futuro? —preguntó Hassan—. Y puesto que Vigilancia del Pasado ha recorrido ya tan concienzudamente todas las eras de la historia, ¿no es probable que un observador acabe siendo testigo de la narración de un sueño que parece referirse al propio observador?

—Probabilidad de coincidencia —dijo ella. Conocía ese principio, por supuesto.

Lo había estudiado a fondo en las últimas etapas de formación. Pero había algo más. Sí. Cuando Hassan mostró la escena por tercera vez, a Tagiri le pareció que cuando Putukam hablaba de su sueño su mirada se volvía hacia la dirección desde donde Hassan y Tagiri estaban observando, los ojos enfocados como si pudiera verlos de verdad, o al menos algún atisbo de ellos.

—Puede ser desorientador, ¿verdad? —le sonrió Hassan.

—Muestra el resto —pidió Tagiri. Claro que era desorientador, pero no menos que la sonrisa de Hassan. Ninguno de sus subordinados le habría sonreído así jamás, con un comentario tan personal. Y no es que Hassan fuera impertinente. Más bien, era tan sólo… amistoso, sí, eso era.

Puso de nuevo el TruSite por delante de lo que habían visto ya.

—Soñé que me observaban tres veces —decía Putukam—, y la mujer parecía saber que yo podía verla.

Hassan dio un manotazo al botón de pausa.

—No hay más Dios que Alá —murmuró en árabe—, y Mahoma es su profeta.

Tagiri sabía que a veces, cuando un musulmán habla así, es porque tiene demasiado respeto para maldecir de la forma en que lo haría un cristiano.

—¿Probabilidad de coincidencia? —murmuró—. Estaba pensando que parecía que ella podía vernos.

—Si vuelvo y contemplamos de nuevo la escena, serán cuatro veces, no tres —dijo Hassan.

—Pero fueron tres veces cuando la oímos decir por primera vez el número. Eso nunca cambiará.

—El TruSite no tiene ningún efecto sobre el pasado. No puede ser detectado allí.

—¿Y cómo lo sabemos?

—Porque es imposible.

—En teoría.

—Y porque no lo ha sido nunca.

—Hasta ahora.

—¿Quieres creer que ella nos vio de verdad en su sueño de nicotina?

Tagiri se encogió de hombros, fingiendo una indiferencia que no sentía.

—Si nos vio, Hassan, continuemos y veamos qué significa para ella.

Lenta, casi tímidamente, Hassan soltó el botón para que el TruSite continuara explorando la escena.

—Esto es profecía, pues —decía Baiku—. ¿Quién sabe qué maravillas traerán los dioses dentro de cuarenta generaciones?

—Siempre he pensado que el tiempo se movía en grandes círculos, como si todos nosotros hubiéramos sido tejidos en la misma gran cesta de la vida, cada generación otra anilla alrededor del borde —dijo Putukam—. ¿Pero cuándo en los grandes círculos hubo jamás un horror tan grande como estos monstruos blancos del mar? Así que la cesta está rota, el tiempo está roto y todo el mundo cae de la cesta al suelo.

—¿Qué hay del hombre y la mujer que nos observan?

—Nada —dijo Putukam—. Nos observaban. Estaban interesados.

—¿Nos ven ahora?

—Vieron todo el sufrimiento de tu sueño —dijo Putukam—. Estuvieron interesados.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Creo que estaban tristes.

—Pero… ¿eran blancos, entonces? ¿Veían a la gente sufrir y no se preocupaban, como los hombres blancos?

—Eran oscuros. La mujer es muy negra. Nunca he visto una persona de piel tan negra.

—¿Entonces por qué no impiden que los hombres blancos nos conviertan en esclavos?

—Tal vez no pueden —dijo Putukam.

—Si no pueden salvarnos, ¿entonces por qué nos miran, a menos que sean monstruos que disfrutan con el sufrimiento de los demás?

—Apágalo —le dijo Tagiri a Hassan.

El detuvo de nuevo la imagen y la miró, sorprendido. Vio algo en su rostro que la hizo extender la mano y tocarle el brazo.

—Tagiri —dijo amablemente—, de todas las personas que han observado el pasado, tú eres la única que nunca, ni por un solo instante, ha olvidado la compasión.

—Ella tiene que comprender —murmuró Tagiri—. La ayudaría si pudiera.

—¿Cómo puede comprender algo así? Aunque realmente nos viera, de algún modo, en un sueño verdadero, no alcanzaría a entender las limitaciones de lo que podemos hacer. Para ella, la habilidad de ver así en el pasado sería el poder de los dioses. Por supuesto que pensará que podemos hacer algo, y decidimos simplemente no hacerlo. Pero tú y yo sabemos que no podemos y que no tenemos elección.

—La visión de los dioses sin el poder de los dioses —dijo Tagiri—. Qué don tan terrible.

—Un don glorioso —dijo Hassan—. Sabes que las historias que hemos extraído del proyecto de la esclavitud han despertado gran interés y compasión en el mundo que nos rodea. No se puede cambiar el pasado, pero has cambiado el presente y estas personas ya no son olvidadas. La gente de nuestra época las aprecia más que a los antiguos héroes. Les has dado la única ayuda que está en tu mano ofrecer. Ya no son olvidados. Su sufrimiento se ve.

—No es suficiente —dijo Tagiri.

—Es todo lo que puedes hacer, por tanto es suficiente.

—Estoy preparada ya —dijo Tagiri—. Puedes enseñarme el resto.

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