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Poul Anderson: Estrella del mar

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Poul Anderson Estrella del mar

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—No he realizado mis investigaciones sola. Nada de eso. Otros están muy ocupados en cientos de años antes y después de mi periodo en particular, en áreas que van de Rusia a Irlanda. Y están ésos, los verdaderamente indispensables, que se quedan en casa para reunir, correlacionar y analizar nuestros informes. Pero, por casualidad, opero en los alrededores de lo que ahora es Holanda y las zonas cercanas de Bélgica y Alemania, durante la época en que la influencia celta estaba desapareciendo, después de la conquista romana de la Galia y cuando el pueblo germánico empezaba a desarrollar una cultura realmente distintiva. Tampoco hemos aprendido mucho, comparado con lo que no sabemos. Somos muy pocos.

Muy pocos, ciertamente —pensó Everard—. Con medio millón de años o más que vigilar, la Patrulla está siempre escasa de personal, siempre dispersa, siempre llegando a compromisos, improvisando. Obtenemos ayuda de los científicos civiles, pero la mayoría de ellos trabajan en civilizaciones milenios en el futuro; sus intereses son en ocasiones demasiado extraños. Y aun así, tenemos que descubrirlas verdades ocultas de la historia, tener una idea de cómo son los momentos cuando sería tan fácil cambiarlos… Desde un punto de vista divino, Janne Floris, probablemente tú vales más para la causa de preservar la realidad que nos produjo que yo.

Su risa afligida le sacó de sus ensoñaciones. Se sintió agradecido; ahora lo asaltaban de forma recurrente.

—Como una profesora, ¿no? —exclamó ella—. Y qué evidente. Por favor, créame, normalmente sé ir directamente al grano. Hoy estoy nerviosa. —Su humor se apagó. ¿Temblaba?—. No estoy acostumbrada a esto. Enfrentarse a la muerte, sí, pero al olvido, a la nada de todo lo que he conocido… —Se calló y se sentó recta—. Perdóneme.

Una vez llenada la pipa, Everard encendió una cerilla y envió la primera bocanada a la lengua.

—Descubrirá que es muy dura —le aseguró—. Lo ha demostrado. Quiero oír sus experiencias de campo.

—Más tarde. —Durante un instante apartó la vista. Él creyó detectar miedo, Sus ojos volvieron a él, las palabras se hicieron más intensas—. Hace tres días, un agente especial me llamó para una larga discusión. Un equipo de investigación había obtenido su propio texto de las Historias . ¿Lo sabía?

—Ajá. —Aunque su puesta al día había sido breve, a Everard se lo habían dicho. Pura casualidad; ¿o no? (la causalidad puede plegarse sobre sí misma de formas extrañas). Los sociólogos que estudiaban Roma, a principios del siglo II d.C., descubrieron en poco tiempo que necesitaban saber lo que opinaba la clase alta del emperador Domiciano, muerto un par de décadas antes. ¿Realmente le recordaban como a un Stalin o le concedían algunos hechos buenos? Las últimas secciones de Tácito expresaban elocuentemente la visión negativa. Parecía más fácil tomar su obra de una biblioteca privada y duplicarla furtivamente que pedir datos al futuro—. Apreciaron diferencias con respecto a la versión estándar tal y como la recordaban, si es la versión estándar, y una comparación demostró que las diferencias eran radicales.

—Más que errores de copia, revisiones del autor o cualquier cosa razonable —remarcó Floris—. Una labor detectivesca demostró que no era una falsificación, sirio una copia auténtica de un manuscrito del propio Tácito. Y, aunque varían la expresiones entre uno y otro, como se esperaría si llevan a dos finales diferentes, la crónica en sí, la línea narrativa, no se divide hasta el libro quinto, muy poco después de la escena en la que la copia que sobrevive se acaba. ¿Es una coincidencia?

—No lo sé —contestó Everard— y mejor que dejemos la cuestión. Da miedo, ¿no? —Se obligó a recostarse, cruzó las piernas, vació la taza y dejó escapar un lento hálito de humo—. Supongamos que me da una sinopsis de la historia… de las dos historias. No tema repetir lo que para usted es elemental. Confieso que sólo recuerdo que los galos y algunos holandeses se rebelaron contra el dominio romano y le dieron al Imperio una buena batalla antes de ser derrotados. Después, sus descendientes se convirtieron en tranquilos siervos romanos y, más tarde, en ciudadanos.

Le contestó la sobriedad.

—Tácito da detalles, y he… hemos confirmado que en general su relato está bien. Empieza con los bátavos, una tribu que vivía en lo que ahora es el sur de Holanda, entre el Rin y el Waal. Ellos, con un cierto número en esa área, no habían sido formalmente incorporados al Imperio, pero se les cobraban impuestos. Todos aportaban soldados a Roma, tropas auxiliares, que servían un tiempo en la Legión y se retiraban con una buena pensión, tanto si se asentaban allí donde se encontraban al ser licenciados como si regresaban a su tierra natal.

»Pero con Nerón el gobierno romano se hizo más y más abusivo. Por ejemplo, se suponía que los frisios debían enviar cierta cantidad de cuero cada año para la fabricación de escudos. En lugar de las pieles de los animales domésticos más pequeños, el gobernador ahora exigía las pieles mayores y más gruesas de los toros salvajes, que eran cada vez más escasos, o el equivalente. Era ruinoso.

Everard sonrió con el lado izquierdo de la cara.

—Los impuestos. Me resulta familiar. Siga.

El tono de Floris se hizo más intenso. Miraba al frente, con los puños sobre el regazo.

—Recuerde que a la caída de Nerón se desató una guerra civil. El año de los tres emperadores (Galba, Oto, Vitelio), luego, en Oriente Próximo, Vespasiano devastando el Imperio con su lucha. Cada uno conseguía las fuerzas que podía, lo que fuese, en cualquier sitio, por cualquier medio, incluido el reclutamiento. Los bátavos, especialmente, vieron cómo sus hijos les eran arrebatados, y no sólo para luchar en una guerra que no tenía sentido para ellos. Algunos oficiales romanos sentían gusto por los jóvenes atractivos.

—Sí. Dale un centímetro a un gobierno y siempre le hará eso a la gente. Ésa fue la razón por la que los padres fundadores de Estados Unidos intentaron limitar los poderes federales. Una lástima que su éxito fuese temporal. Lo siento, no pretendía interrumpirla.

—Bien, había una familia bátava noble, con propiedades, influencia, se decía que descendía de los dioses, que había suministrado a Roma cierto número de soldados. Destacaba entre ellos un hombre que había adoptado el nombre latino de Claudio Civilis. En su casa, descubrimos, se llamaba Burhmund. Se distinguió en muchas acciones durante una larga carrera. Luego llamó a las tribus a las armas, los bátavos y sus vecinos. No era un rústico ingenuo, entiéndalo.

—Lo entiendo. Medio civilizado, y sin duda un tipo inteligente y observador.

—Abiertamente, se declaró a favor de Vespasiano y contra Vitelio, y le dijo a sus seguidores que Vespasiano les daría justicia. Eso facilitó que las tropas germánicas en cualquier lugar desobedeciesen las órdenes y se uniesen a él. Obtuvo varias victorias importantes. El noreste de la Galia se convirtió en un polvorín. Bajo julio Clásico y julio Tutor, los auxiliares galos se pasaron a Civilis, y proclamaron que su provincia era un imperio propio. En la tribu germana de los brúcteros, una profetisa llamada Veleda predijo la caída de Roma. Inspiró aún más los esfuerzos heroicos de los nativos, y su meta fue una confederación independiente.

Eso les suena mucho a los norteamericanos. Empezamos en 1775 luchando por nuestros derechos como ingleses. Luego una cosa llevó a la otra. Everard no habló.

Floris suspiró.

—Bien, la causa de Vespasiano prevaleció. Él mismo permaneció en Oriente Próximo durante varios meses. Tenía allí muchas cosas entre manos, pero escribió a Civilis pidiendo el fin de las hostilidades. Fue rechazado, por supuesto. Después de eso, envió al capaz general Petilio Cerial para que se ocupase del norte. Mientras tanto, los galos y las tribus germánicas luchaban, no podían coordinarse, estropeaban todas las oportunidades que se les presentaban. Entiéndalo, el mando unificado era algo que quedaba más allá de su horizonte intelectual. Los romanos los redujeron con facilidad. Al final, Civilis aceptó encontrarse con Cerial para discutir los términos. Es una escena dramática de Tácito… un puente sobre el Ljssel, del que los obreros habían retirado la parte central… Los dos hombres permanecieron cada uno al extremo del espacio vacío y hablaron…

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