• Пожаловаться

Robert Silverberg: Hacia la tierra prometida

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg: Hacia la tierra prometida» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2006, ISBN: 978-84-450-7610-1, издательство: Minotauro, категория: Альтернативная история / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Robert Silverberg Hacia la tierra prometida

Hacia la tierra prometida: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Hacia la tierra prometida»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Robert Silverberg: другие книги автора


Кто написал Hacia la tierra prometida? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

Hacia la tierra prometida — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Hacia la tierra prometida», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Míralos —dijo con desprecio Eleazar cuando pasamos al lado de las enormes ruinas del templo de Serapis—. Detesto verlos. ¿Cuánta estupidez! ¡Cuánta basura! Y todos ellos construidos con el sudor de nuestros antepasados.

Lo cierto es que no había mucha verdad en tal aseveración. Quizá en la época del primer Moisés, los hebreos trabajaran para construir las grandes pirámides para el faraón, como se afirma en las Escrituras, pero nunca fuimos los suficientes para constituir una gran fuerza de trabajo. Incluso ahora, después de habitar en el Nilo durante cuatro mil años, sólo somos unos veinte mil. Perdidos entre diez millones de egipcios.Y los propios egipcios, perdidos en un mar de romanos y réplicas de romanos, de modo que no somos sino una minoría entre una minoría; una curiosidad etnográfica, una gota en el vasto océano de la humanidad, una secta extraña y trivial, insignificante excepto para nosotros mismos.

El distrito de los templos se iba quedando atrás y salimos de él atravesando el largo y delgado arco del puente de Augusto César, adentrándonos en el ingente barrio periférico de Hikuptah, en la ribera oriental del río, con sus bazares de pieles y oro, sus innumerables cafeterías, su maraña de callejones medievales. Después, Hikuptah se disolvió en una jungla de higueras y cañas de azúcar y entramos en una zona de transición de olivares y palmeras datileras para, abruptamente, llegar a un lugar donde la tierra cambia del negro al rojo y en la que no crece nada. En seguida, la terrible aridez y soledad del lugar me golpean como una fuerza tangible. Es una tierra espantosa, inhóspita y vacía. Un lugar muerto, lleno de terribles fantasmas. El sol es un azote por encima de nosotros. Pensé que nos íbamos a asar y cuando, en una o dos ocasiones, el coche empezó a calarse y a petardear, supe por la expresión sombría de Eleazar que si sufríamos una avería, seguramente podríamos morir allí. Di Filippo conducía encorvado, tenso, sin abrir la boca, sujetando la palanca de cambios con una rigidez permanente, lo que indicaba su gran intranquilidad. Eleazar también estaba callado. Ninguno de los dos había hablado mucho desde que salimos de Menfis. Tampoco yo. En aquella tierra tórrida y áspera, el silencio resultaba abrumador, pero ninguno de nosotros dijo una palabra ni se movió. El coche parecía haberse convertido en nuestra tumba. Continuamos penosa, lentamente, sin confianza en el motor, con la arena levantada por el viento que soplaba del oeste silbando a nuestro alrededor. Con aquel inmenso calor, cada respiración era un jadeo. Tenía la ropa adherida a la piel. La carretera fue buena durante un rato, ancha, recta y bien pavimentada, pero después se estrechó y, finalmente, ya no era más que una cinta blanca llena de baches y curvas. Las carreteras se mantenían mejor durante la Roma imperial, pero eso fue hace mucho tiempo. Esta es la era de los cónsules, y en las zonas del interior, las cosas se van al infierno y a nadie le importa.

—¿Conoce la ruta que estamos siguiendo, doctor? —me preguntó Eleazar, rompiendo por fin el tenso silencio, cuando ya llevábamos más o menos una hora en aquel desierto deprimente y miserable.

Tenía la garganta seca como tiras de piel que llevaran tendidas al sol un millar de años, y me costaba pronunciar las palabras.

—Creo que nos dirigimos hacia el este —dije al final.

—Al este, sí. Da la casualidad de que estamos viajando por la misma ruta que siguió el primer Moisés cuando intentó liberar a nuestro pueblo de su cautiverio. Hacia los lagos Amargos y el mar Rojo, donde el ejército del faraón nos alcanzó y murieron ahogadas diez mil personas inocentes.

Había un tono de furia en su voz, como si eso fuera algo que hubiera ocurrido justo el otro día, como si él no se hubiera enterado de ello por el libro de Aarón, sino por el periódico de aquella mañana. Me dirigió una mirada encendida como si yo, de algún modo, fuera cómplice del largo cautiverio de nuestro pueblo entre los egipcios y tuviera alguna responsabilidad en el espantoso fracaso de aquel antiguo intento de escapar. Me estremecí ante la fiereza de aquella mirada y desvié la mía a otra parte.

—¿No le importa, doctor ben-Simeón? ¿No le importa que ellos nos siguieran y nos empujaran al mar? ¿Que la mitad o más de nuestro pueblo muriera en un solo día en medio de un miedo y un pánico horribles? ¿Qué las ruedas de los carros del faraón aplastaran a las jóvenes madres con niños en sus brazos?

—Fue hace mucho tiempo —dije sin convicción.

Mientras pronunciaba aquellas palabras tuve conciencia de lo estúpidas que eran. No había sido mi intención minimizar la debacle del Éxodo. Tan sólo había querido decir que el gran desastre que sufrió nuestro pueblo había tenido tiempo de cerrarse y cicatrizar a lo largo de miles de años. Que, aunque aplastados y abatidos y horriblemente mermados en número, conseguimos continuar después de aquello. Habíamos sobrevivido, habíamos aguantado. Los supervivientes de la catástrofe habían reconstruido sus vidas a lo largo del Nilo bajo el gobierno del faraón, y luego bajo los griegos, que sometieron al faraón, y después bajo los romanos, que conquistaron a los griegos. ¿Es que acaso no seguimos sobreviviendo ahora, aquí, sumidos en la larga y soñolienta decadencia del Imperio, en la Pax Romana, cuando incluso el sempiterno Imperio se derrumbó y la absurda y patética Segunda República se hizo con el gobierno del mundo?

Pero para Eleazar fue como si hubiera escupido en los manuscritos de la Ley.

—«Fue hace mucho tiempo» —repitió mofándose brutalmente de mí—. Entonces, qué, ¿deberíamos olvidarlo? ¿También deberíamos olvidarnos de los patriarcas? ¿Deberíamos olvidarnos de la Alianza? ¿Es AEgyptus la tierra que el Señor quería que pobláramos? ¿Fuimos elegidos por El para estar por encima de los pueblos de la Tierra o para ser los esclavos eternos del Faraón?

—Sólo quería decir…

Lo que yo había querido decir no le interesaba. Los ojos le brillaban, tenía el rostro enrojecido y en la frente se le marcaba asombrosamente una vena.

—Estamos llamados a la grandeza. El Señor Nuestro Dios dio Su bendición a Abraham y dijo que El multiplicaría su semilla como las estrellas del cielo y la arena de las playas. Y la semilla de Abraham echará abajo las puertas de sus enemigos.Y en su semilla, todas las naciones de la Tierra serán bendecidas. ¿Has oído antes estas palabras, doctor ben-Simeón? ¿Crees que tenían algún significado o que no eran más que las fanfarronadas de algunos alborotadores y pequeños caciques del desierto? Yo te aseguro que nuestro destino es la grandeza, que estamos llamados a despertar al mundo y que hemos estado demasiado tiempo recuperándonos de la catástrofe del mar Rojo. Una o dos horas más tarde y toda la Historia habría sido diferente. Habríamos cruzado hasta el Sinaí y las tierras fértiles que hay más allá. Habríamos construido nuestro reino en aquel lugar, tal como decretaba la Alianza. Habríamos hecho que todos escucharan el trueno de la voz de nuestro Dios y actualmente, el mundo entero nos miraría como ha mirado a los romanos durante los últimos veinte siglos. Pero ni siquiera ahora es demasiado tarde. Un nuevo Moisés ha llegado y él triunfará allá donde el primero fracasó. Y nosotros saldremos de AEgyptus, doctor ben-Simeón, y tendremos lo que es nuestro por derecho. Por fin, doctor ben-Simeón. Por fin.

Se recostó en el asiento. Estaba sudando, tembloroso, lívido, aparentemente extenuado por su elocuencia. No intenté contestarle. Contra una fuerza tal de convicción no hay victoria posible, y ¿qué es lo que yo podría haber ganado en cualquier caso, ofreciéndole mi opinión sobre su visión de Israel triunfante? Mejor dejarlo con su fe, con su sueño de la victoriosa Israel. Yo, por mi parte, tenía mi particular visión, menos romántica, más cínica. Fácilmente podía imaginarme a los niños israelitas escapando del yugo del faraón siglos atrás, llegando hasta el Sinaí e incluso más allá, hacia la dulce y fértil Palestina. Pero ¿y entonces qué? ¿El dominio global? ¿Qué había en nuestra historia, en nuestro carácter, en nuestro temperamento nacional que pudiera conducirnos a él? ¿Predicando la palabra de Jehová a los gentiles? Sí, pero ¿escucharían? ¿La entenderían? No. No. Nosotros hemos sido siempre un pueblo especial (sospecho yo), una tribu pequeña y contumaz, aferrada a nuestro conocimiento de un Dios Único en medio de las hordas que necesitaban creer en muchos. Podríamos haber conquistado Palestina, podríamos habernos apoderado también de Siria, incluso expandirnos un poco más alrededor del perímetro del Gran Mar. Pero aún hubiéramos tenido que lidiar con los asirios, los babilonios y los persas, y con los griegos de Alejandro, y los romanos, especialmente los tercos e invencibles romanos, cuyo destino era engullirse todos los rincones del planeta para convertirlos en provincias romanas llenas de carreteras romanas y puentes romanos y burdeles romanos. En lugar de vivir en AEgyptus bajo el actual faraón (que es la marioneta del Primer Cónsul que ha sustituido al emperador de Roma), estaríamos viviendo en Palastina, gobernados por algún procurador o prefecto o procónsul y nos dirigiríamos a nuestros señores en alguna clase de griego o latín en lugar de en egipcio. Todo lo demás sería lo mismo. Pero no dije nada de esto a Eleazar. Él y yo pertenecíamos a clases diferentes de hombres. Su alma y su visión eran mayores y más grandiosas que las mías. También su fuerza era superior, y perdía los estribos más fácilmente que yo. Yo podía discrepar de sus teorías acerca de la historia y él podía golpearme con toda su rabia. Y ¿cuál de los dos sería el más sabio?

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Hacia la tierra prometida»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Hacia la tierra prometida» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Robert Silverberg: Las puertas del cielo
Las puertas del cielo
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Al final del invierno
Al final del invierno
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Hacia la estrella oscura
Hacia la estrella oscura
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Getting Across
Getting Across
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Now + n, Now – n
Now + n, Now – n
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Why?
Why?
Robert Silverberg
Отзывы о книге «Hacia la tierra prometida»

Обсуждение, отзывы о книге «Hacia la tierra prometida» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.