Vernor Vinge - Al final del arco iris

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Al final del arco iris: краткое содержание, описание и аннотация

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Robert Gu es un famoso poeta afectado de Alzheimer durante años y al que la medicina del futuro cercano logra recuperar y rejuvenecer. Así, debe enfrentarse a un mundo parecido pero insidiosamente distinto del que recordaba.

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Juan vaciló un segundo más. A continuación se puso a correr por el campo de fútbol, conjurando un escenario fantasma paralelo a las gradas y orientado hacia ellas. Los intérpretes subieron por ambos lados del escenario. La imagen era normal, sin imposibilidades. Se trataba de personas reales y de instrumentos musicales de verdad, explicó al público la voz amplificada de Juan.

—¡Hola, hola, hola ! —Juan hablaba con el entusiasmo de un vendedor de feria y, a los oídos de Robert, claramente se moría de miedo. Robert podría haber hecho de maestro de ceremonias, o Juan podría haber grabado su voz y luego ponerla en playback… pero habrían perdido puntos con Chumlig. Así que Juan tenía que hacerlo en vivo, con una voz rota y con palabras separadas por pausas torpes y baladronadas forzadas—. ¡Damas y caballeros! ¡Les presento la Orquesta de las Américas, creada para ustedes esta noche a partir de la orquesta y el coro del instituto Charles River, en directo por red barata desde Boston —hizo un gesto hacia la izquierda— y del Gimnasio Clásico de Magallanes, también en directo por red barata desde Punta Arenas, Chile!

Ambos lados del escenario ya estaban llenos: doscientos adolescentes con uniforme escolar, rojo al norte y de cuadros verdes al sur; estudiantes que tenían que cumplir con sus propios requerimientos de «cooperación lejana». El conjunto comprendía parte de dos coros y dos orquestas, separadas entre sí por más de once mil kilómetros, con sólo una red barata de unión. Convencerlos para intentar algo así ya había sido un milagro. El éxito parecería normal a los espectadores exteriores, pero el fracaso era una posibilidad muy real. Bien, las cosas no salieron muy mal en los ensayos.

—Y ahora… —Juan habló con entusiasmo para dar énfasis—. Ahora, damas y caballeros, la Orquesta de las Américas interpretará su adaptación del himno de la Unión Europea de Beethoven, con letra de Orozco y Gu, ¡Y sincronización de red de Gu y Orozco! —Hizo un saludo teatral y corrió a la línea de banda para sentarse con Robert. El sudor le corría por la cara y estaba pálido.

—Lo has hecho bien, chico —dijo Robert.

Juan se limitó a asentir, temblando.

La orquesta híbrida se puso a tocar. Todo estaba en manos de aquellos chicos y del algoritmo de fluctuación de Robert. Los sonidos de violonchelos y bajos surgieron de los jóvenes músicos de Boston y del otro extremo del mundo. El ritmo de la adaptación era más rápido que el habitual del himno de la Unión Europea. Y cada nota llegada después de cientos de saltos sobre redes que cambiaban aleatoriamente, con retrasos que podían fluctuar varios cientos de milisegundos.

Era el mismo problema de sincronización que había hecho que el coro de Winnie de la biblioteca fuese tan cacofónico.

La letra de Juan comenzó. El coro del norte cantaba en inglés y el coro del sur en español. Sus estudiantes colaboradores habían creado una obra flexible con su propia interfaz de dirección; lo que ayudaba un poco. Además, eran músicos y cantantes sorprendentemente buenos. Pero la interpretación seguía exigiendo la magia de los retrasos adaptativos que el algoritmo de Robert inyectaba en las transmisiones. Bueno, de acuerdo, y también quizá de la magia todavía más profunda de Beethoven.

Robert prestó atención. Su contribución no era perfecta. Iba peor que en los ensayos. Había demasiadas personas mirando y demasiado de golpe. Temía lo que pudiese pasar. El problema no era el ancho de banda. Miró la gráfica de varianza que tenía en la vista privada. Mostraba la presencia de varios millones de personas que de pronto observaban, consumiendo recursos a tal velocidad que confundían a su pobre programita de predicción… y cambiaban la naturaleza de lo que se observaba.

Y aun así, la sincronización se mantuvo. El híbrido no se fragmentó.

Quedaban diez segundos. La interpretación llegó a un crescendo un tanto dislocado y luego, por efecto de algún milagro, todo fue perfecto en los últimos dos segundos. La letra de Juan terminó y la melodía central pasó al silencio.

El coro/orquesta conjunto miró al público. Sonreían, algunos posiblemente se sintiesen avergonzados… pero ¡lo habían logrado!

Hubo aplausos, muy entusiastas desde algunas zonas.

El pobre Juan parecía completamente agotado. Por suerte, no tenía que volver al campo para cerrar la actuación. Los intérpretes saludaban y salían por el norte y el sur… de regreso a sus respectivos rincones del mundo. La sonrisa de Juan era un poco forzada mientras saludaba al público local. A Robert su voz le llegó de refilón.

—Eh, no me importa la nota que nos pongan. ¡Lo hemos hecho y ya hemos terminado!

34

El museo británico y la biblioteca británica

Los chicos abandonaron las gradas a toda prisa, un poco por el hecho de que Chumlig y compañía repasarían la noche y determinarían quién había sido inaceptablemente ruidoso. Juan y Robert salieron más despacio, con los otros alumnos que habían hecho demostraciones, intercambiando felicitaciones. Las notas de las presentaciones no saldrían hasta al cabo de veinte horas más o menos. Tendrían tiempo de sobra para sufrir por los fallos. Aun así, Louise Chumlig parecía bastante contenta. Felicitaba a todos los alumnos… y rechazaba cualquier pregunta sobre si uno u otro defecto sería muy importante para la nota.

Seguía sin haber rastro de Miri ni de Bob. La atención de Robert estaba centrada en los chicos, en Chumlig y en Juan Orozco… este último alternaba entre la histeria del alivio y el convencimiento del fracaso.

Así que fue sin previo aviso que Roben se encontró cara a cara, casi nariz contra nariz, con Winston Blount. Detrás del antiguo decano, Tommie Parker daba la mano a Xiu Xiang. Vaya, ¡era la pareja más extraña que podría haber surgido de aquella aventura! El hombrecito sonreía de oreja a oreja. A Roben le hizo un gesto con el pulgar.

Pero, por el momento, Blount acaparaba toda su atención. Robert había visto poco a Tommie y Winnie desde la noche en la UCSD. Ellos y Carlos habían pasado varios días en la clínica Crick. Por lo que Robert podía ver, habían llegado a acuerdos, más o menos como en su caso. Y estaban libres. La historia oficial era la que le había dicho Bob: las actividades del conciliábulo habían sido una protesta, pero jamás habían tenido intención de dañar el equipo del laboratorio y lo lamentaban profundamente. La historia extraoficial de sacrificio heroico ayudaba a explicar que la universidad y los laboratorios biológicos estuviesen encantados de no presentar cargos. Si el Conciliábulo de Ancianos mantenía la boca cerrada, no habría consecuencias.

En aquel momento Winnie sonreía de un modo extraño. Saludó a Juan y estiró el brazo para tomar la mano de Robert.

—Aunque he dejado Fairmont, todavía tengo familia aquí. Doris Schley es mi tatarasobrina.

—¡Oh! ¡Lo ha hecho muy bien, Winston!

—Gracias, gracias. Y tú… —Winston vaciló. En el pasado, los halagos para Robert Gu llegaban de todas partes y a menudo se habían empleado como maza para hundir a Winston Blount—. Has escrito algo maravilloso, Robert. Esa letra. Nunca hubiese imaginado algo así para Beethoven, y en inglés y español. Ha sido… arte. —Se encogió de hombros, como si esperara la pulla sarcástica.

—No fue obra mía, Winston. — Y quizá sea una pulla, pero no lo pretendo —. Juan se encargó de la letra. Colaboramos durante todo el semestre, pero en ese aspecto le dejé hacer, criticando sólo el resultado final. Sinceramente… y Chumlig es la demoledora de las mentiras… sinceramente, Juan es el responsable.

—¿Oh? —Winnie se apartó y sólo entonces pareció ver a Juan. Tendió la mano al joven—. Ha sido una belleza, hijo. —Lanzó una mirada de soslayo, todavía incrédulo, a Robert—. ¿Sabes, Roben, que, a su modo, ha sido tan bueno como lo que tú hacías antaño?

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