—¿Sabes, Lena, que cuando dices «oh, no sé» y te encoges de hombros… eso significa «ni en un millón de años»?
Lena abrió mucho los ojos. Apretó la mano de Xiu.
—Vaya, ahí lo tienes. ¡Quizás en tu caso no haga falta un millón de años!
—Bien. Porque quiero decirte, Lena… que no creo que Robert sea el hijo de puta que recuerdas. Creo que ha cambiado de veras.
Lena apartó la mano.
—Retiro lo dicho. En tu caso, un millón de años no será suficiente. Xiu le tendió la mano, pero Lena ocultó la suya en el regazo. No importaba. Eran cosas que había que decir.
—Robert fue brutal al principio, pero mira cómo ayudó a Juan. Tengo una hipótesis. —Lanzó la referencia de Nature al otro lado de la mesa, hacia Lena. En realidad no era la hipótesis de Xiu—. Robert sufrió el equivalente a un gran trauma, de los que reconstruyen la visión del mundo de una personalidad.
—Lees demasiada ciencia basura, Xiu. Déjasela a los profesionales.
—Es como si hubiese retrocedido. Conserva todos sus recuerdos, pero físicamente es un hombre joven. Tiene una segunda oportunidad para hacer las cosas bien. ¿No lo ves, Lena?
Lena hizo una mueca al oír las palabras, para luego inclinarse aún más hacia delante. Guardó silencio un buen rato, mirando su cuerpo retorcido, cabeceando. Finalmente miró a Xiu. En sus ojos relucía algo que podían ser lágrimas.
—Te queda mucho por aprender, niña mía. —y dicho esto, Lena se alejó de la mesa. La silla ejecutó una elevación y unos giros ágiles—. Me temo que ya hemos acabado por esta noche. —Se marchó al dormitorio.
Xiu se ocupó de los platos. Habitualmente Lena insistía en hacer todo lo de la cocina.
«Es algo que todavía puedo hacer con mis dos manos», decía siempre. Esa noche no. Y si supiese un poco más sobre la gente, sabría por qué, se dijo Xiu.
Zulfikar Sharif ya no formaba parte del programa de doctorado de la Universidad Estatal de Oregón. Robert se topó con un mensaje de error de los de antes: «Ya no es estudiante registrado, ya no pertenece a la USO.» Incluso el enum de Sharif no era más que un punto muerto etiquetado como «abandonado». Daba un poco de miedo. Robert se dedicó a buscar. En todo el mundo había mil coincidencias para «Z* Sharif». Ninguna de las accesibles era la correcta. El resto eran personas que, con distintos grados de competencia, intentaban conservar su intimidad.
Pero el Zulfi Sharif que Robert buscaba seguía siendo un tecnopaleto. Al cabo de una hora o dos, Robert le localizó en la Universidad de Calcuta.
Sharif se mostró muy tranquilo.
—La profesora Blandings me echó.
—¿Del programa de doctorado de la UEO? En mi época, los profesores no tenían tanto poder.
—La profesora Blandings contó con la ayuda de las autoridades.
Pasé varias semanas intentando explicarme a varios agentes gubernamentales muy insistentes. No podían creer que yo sólo fuese un inocente que había logrado dejarse secuestrar varias veces.
—Ah. —Robert apartó la vista de Zulfi Sharif para mirar la ciudad que los rodeaba. El día parecía caliente y bochornoso. Más allá de la mesita bullía una multitud, los jóvenes reían. Destacaban en el perfil de la ciudad varias torres altas de marfil. Era la Calcuta de la moderna visión india. Por un momento se sintió tentado de abrir un segundo canal, negativo, para intentar distinguir la realidad de la ficción. No, concéntrate en qué parte de Zulfi Sharif es real y cuál es pura fachada.
—Supongo que la mejor prueba de que los polis te creen inocente es que te dejaron volver a la India.
—Efectivamente, pero a veces me pregunto si no seré un cebo al final de un sedal muy largo. —Le sonrió brevemente—. La verdad es que quería escribir mi tesis sobre usted, profesor Gu. Al principio fue por desesperación académica. Usted era el trofeo que podía venderle a Annie Blandings. Pero cuanto más hablábamos, cuanto más…
—¿En qué medida eras tú, Sharif? ¿Cuántos…?
—¡Yo también me lo preguntaba! Había al menos dos, aparte de mí mismo. Fue una experiencia muy frustrante, sobre todo al principio. Yo estaba hablando, planteando las preguntas que sabía que impresionarían a la profesora Blandings… ¡Y de pronto no era más que un simple observador!
—¿Seguías pudiendo ver y oír?
—Sí, ¡a menudo era así! Tan a menudo que en mi opinión los otros me usaban para generar preguntas que les inspirasen para luego emplearlas para sus propósitos. Al final… y confesárselo a su policía fue mi mayor error… al final, acabé valorando esas intervenciones grotescas. Mis queridos secuestradores planteaban preguntas que a mí no se me hubiesen ocurrido nunca. Así que me quedé durante la conspiración Bibliotoma y al final quedé como el perfecto provocador extranjero.
—Y si no hubieses estado allí la noche del disturbio, mi Miri habría muerto. ¿Qué viste, Zulfi?
—¿Qué? Bien, he repasado esa noche con todo detalle. Los otros ocupantes de mi persona tenían planes que no incluían hablar de literatura. Pero yo intentaba comunicarme continuamente. La policía afirma que jamás lo habría logrado de no haber tenido ayuda terrorista. En cualquier caso, durante unos segundos le vi tendido en el suelo. Me pidió ayuda. La lava se le acercaba al brazo… —Se estremeció—. La verdad, no pude ver mucho más.
Robert recordaba la conversación. Era uno de los fragmentos más claros entre la confusión.
Los dos, separados por más de doce mil kilómetros, permanecieron en silencio un momento. Luego Sharif inclinó la cabeza en un gesto inquisitivo.
—Ahora he dejado la peligrosa investigación literaria. Y, sin embargo, no puedo resistirme a preguntarle si está usted al comienzo de una nueva vida, profesor. ¿Podemos esperar algo nuevo bajo el sol? Por primera vez en la historia humana, ¿un nuevo Secretos de las edades ?
Ah.
—Tienes razón, hay espacio para algo más. Pero ¿sabes?, algunos secretos quedan más allá de las posibilidades expresivas de aquellos que los experimentan.
—¡No más allá de las suyas, señor!
Robert se descubrió sonriéndole. Sharif merecía la verdad.
—Podría escribir algo, pero no sería poesía. Tengo una nueva vida, pero la cura para el Alzheimer… destruyó mi talento.
—¡Oh, no! He oído de fallos con el Alzheimer, pero la verdad es que jamás sospeché que fuese su caso. Pensar que podría surgir otro canto para los Secretos era lo único bueno que todavía esperaba que saliese de esta aventura. Lo siento mucho.
—No lo sienta. Yo no era… una persona muy agradable.
Sharif bajó la vista y luego volvió a mirar a Robert.
—Ya lo había oído. Cuando no podía hablar con usted entrevistaba a sus antiguos colegas de Stanford, incluso a Winston Blount, cuando no se dedicaba a conspirar.
—Pero…
—No importa, señor. Con el tiempo comprendí que había usted perdido la tendencia sádica.
—¡Entonces deberías haber supuesto el resto!
—¿Eso cree? ¿Cree que su talento y su malevolencia iban juntos? —Sharif se inclinó hacia delante, involucrado como Robert no le había visto desde las entrevistas—. Yo… lo dudo. Pero investigarlo sería muy interesante. Siguiendo con lo mismo, hace tiempo que me preguntaba, y tenía miedo de preguntar, algo. ¿Qué ha cambiado realmente en usted? ¿Se convirtió usted en un tipo decente desde la cura para la demencia o fue un cambio al estilo de Cuento de Navidad de Dickens y cada experiencia le hacía más amable? —Se echó hacia atrás—. ¡Con eso podría escribir una tesis espléndida! —Volvió a mirar a Roben, inquisitivo.
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