Vernor Vinge - Al final del arco iris

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Al final del arco iris: краткое содержание, описание и аннотация

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Robert Gu es un famoso poeta afectado de Alzheimer durante años y al que la medicina del futuro cercano logra recuperar y rejuvenecer. Así, debe enfrentarse a un mundo parecido pero insidiosamente distinto del que recordaba.

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En algún punto de la capa alta de protocolo, todo aquello implicaba libros y contenido de libros. En la capa física, era todavía más… fascinante. Siguió vagando, con la mente muy lejos, intentando imaginar cómo el baile complejo de los hápticos se podría reproducir en robots que estuvieran a cierta distancia en la red. Si en ambos lados se incluían actores humanos, sería infernalmente difícil. Pero si se trataba de un servicio asimétrico, quizás…

—¡Eh, profesor Gu! Mire arriba.

Robert se volvió hacia la voz. El techo se había vuelto transparente, así como el del siguiente piso. Su vista atravesaba el sexto. Carlos Rivera le miraba desde arriba, con una sonrisa de felicidad en la cara.

—Hace tiempo que no le veía, profesor. Suba, ¿quiere?

—Claro. —Robert encontró el camino a las escaleras. En las escaleras no había distracciones hápticas… como tampoco las había en el sexto piso. Pero tampoco había libros. Alguien había montado despachos.

Rivera le enseñó las instalaciones. Parecía ser el único ocupante del piso.

—Ahora el equipo está muy disperso. Algunos trabajan en las nuevas extensiones para el sótano.

—Entonces, ¿a qué te dedicas? Supongo que sigues siendo bibliotecario.

Carlos vaciló.

—Bien, ahora ocupo varios puestos. Es una larga historia. Eh, venga a mi despacho.

Tenía el despacho en la esquina sureste, con ventanas que daban al camino de la serpiente y las explanadas. De hecho, allí era donde había celebrado las reuniones el conciliábulo. Carlos le hizo un gesto para que se sentase y él se acomodó tras una enorme mesa. Carlos, que seguía con sobrepeso, todavía llevaba gafas de culo de botella y una camiseta pasada de moda. Pero había una diferencia. Parecía más relajado, más enérgico… feliz con lo que fuese que hacía.

—Tenía la esperanza de que pudiésemos hablar, pero he estado tan atareado desde… ya sabe, desde que casi lo jodimos todo por completo.

—Sí, sé a qué te refieres. Tuviste… mucha suerte, Carlos. —Miró el despacho. En aquellos días era difícil deducir la posición jerárquica guiándose por los objetos visibles, pero gran parte del mobiliario y las plantas era realmente lo que parecía—. Ibas a hablarme de tu trabajo.

—¡Sí! Me da un poco de vergüenza. Soy el nuevo director de soporte bibliotecario. Es el título reconocido por la universidad. En algunos círculos, ése no es el título importante. Abajo y para el resto del mundo descubrirá que soy otras cosas… por ejemplo, Conocimiento Peligroso y Grandioso Pequeño Scooch-a-mout.

—Pero son de dos círculos de opinión diferentes. Pensaba…

—Leyó que los scoochis lo habían ganado todo, ¿no? No es del todo cierto. Tras la tormenta, se llegó a un extraño… bien, la palabra «compromiso» no es exacta. «Alianza» o «fusión distanciada» serían términos más adecuados para describirlo. —Se arrellanó en el asiento—. Da miedo pensar en lo cerca que estuvimos de volar esta parte de San Diego. Pero nos detuvimos justo a tiempo. Y ese disturbio demencial dio más dinero que una nueva producción cinematográfica. Lo que es más importante, sacó dinero y creatividad de todas partes, y la administración de la universidad tuvo la inteligencia de aprovecharse. —Vaciló, y dijo con un poco de tristeza—: Por tanto, fracasamos en todo lo que dijimos que pretendíamos hacer. Los libros han desaparecido. Han desaparecido físicamente. Pero la biblioteca Geisel vive, y esos dos demenciales círculos de opinión dispersan su contenido por todo el mundo. Pero eso ya lo sabe, ¿no? ¿Por eso ha venido?

—En realidad, he venido a estudiar vuestros hápticos. —Robert le explicó que estaba interesado en la interacción táctil a distancia. —¡Eh, es genial! Los dos grupos me presionan para que extienda el alcance. Pero, en otro orden de cosas, ¿qué le pareció lo que hacíamos con la experiencia bibliotecaria?

—Mmm, Los Bibliotecarios Militantes parecen los mismos de siempre, supongo. Es una interfaz divertida, si te gustan esas cosas. Los scoochis… He intentado entender qué hacían, pero no tiene ni pies ni cabeza. Es tan inconexo que parece casi como si cada libro ocupase su propia realidad consensuada.

—Casi. Los scoochis siempre han sido eclécticos. Ahora que pueden, están construyendo consenso interactivo hasta el nivel mínimo de tema, incluso en ocasiones de párrafo. Es mucho más sutil que lo de Hacek, aunque los niños lo entienden de inmediato. Su verdadero poder es que los scoochis pueden fusionar realidades. Eso es lo que les pasó con los hacekeanos. Los scoochis vienen de todas partes, incluso de estados fracasados. Ahora están enviando la digitalización al exterior. Donde conviene, la gente de Hacek dirige el catarro. Otros lugares, otras visiones… pero con acceso al fondo completo de la biblioteca. Si resuelve usted el problema de la interacción táctil remota, el atractivo sería mucho mayor. —Carlos miró el despacho donde el conciliábulo había maquinado para lograr fines muy diferentes—. Muchas cosas han cambiado en dos meses.

—¿Qué crees que pasó esa noche, Carlos? ¿Se suponía que el disturbio cubriría lo que hacíamos nosotros cuatro… o era al revés?

—Lo he pensado bastante. Creo que el disturbio era la distracción, pero una distracción que se desmadró y acabó provocando tremendos… ¿qué es lo contrario de daños colaterales? ¿Beneficios colaterales? Sharif-alguien, a menudo a mí se me presentaba como un conejo, era un loco alegre.

Conejo. Así era como sus interrogadores habían llamado al Extraño Misterioso. También era como el Extraño se había llamado al final.

—Bien, nuestra participación en ese asunto fue más tenebrosa. Conejo nos manipuló, a cada uno según su debilidad.

Carlos asintió.

—Sí.

—Conejo prometió a cada uno hacer realidad su deseo secreto, con intención de largarse en cuanto cometiésemos la traición necesaria. —Aunque, para ser sinceros, Robert estaba bastante seguro de que el bicho había muerto. Quizá las cosas habrían sido diferentes de haber sobrevivido. La ardiente esperanza de la promesa del Extraño era lo que había alimentado la traición de Robert. La esperanza sólo era ya cenizas frías. Gracias a Dios.

Carlos se inclinó hacia delante. Tras los gruesos cristales tenía una mirada de escepticismo.

—Vale —dijo Robert—, quizá Conejo no nos prometiese algo a todos. Creo que para Tommie lo de conspirar a gran escala era su propia recompensa.

—Probablemente fuese así. —Pero el bibliotecario no parecía convencido.

—Mira, nos quedaría claro si alguna promesa se cumpliese. Sería espectacular. Apuesto a que Winston quería… ¿dónde se mete Winnie? —Se puso a buscar la respuesta, pero Carlos ya la tenía.

—El mes pasado la universidad contrató al decano Blount, en la División de Artes y Letras.

Los ojos de Robert recorrieron los resultados de la búsqueda. —Pero ¡como ayudante de nivel más bajo!

—Sí, es estrambótico. La actual decana de Artes y Letras es Jessica Laskowicz. Otra recauchutada médica. Pero a principios de siglo era secretaria de la división. Hoy en día, las posibilidades de promoción de los ayudantes no tienen techo, pero Winston empieza desde terriblemente abajo y, según se rumorea, él y Laskowicz nunca se llevaron bien.

Oh, Dios.

—Supongo que Winston finalmente hizo las paces con sus sueños. — Como yo. En cualquier caso, significaba que el Extraño Misterioso se había ido de veras y que con él habían muerto sus extravagantes promesas. Miró a Carlos Rivera e intuyó que le esperaba una gran sorpresa. A Robert le quedaba muy poco de su antiguo talento para las personas; lo evidente tenía que morderle en el tobillo—. ¿Qué… qué hay de ti ?

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