Hal Clement - Ciclo de fuego
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- Название:Ciclo de fuego
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— No sé lo suficiente sobre el pasado para refutar esa creencia, pero tengo razones para dudarlo.
— Es suficientemente claro.
— Sacas una conclusión extremadamente positiva con realmente muy pocos datos. ¿Me prometerías no revelar ningún conocimiento a la gente de Dar Lang Ahn, excepto lo que aprobemos nosotros…?
— ¡No!
— Déjame terminar… ¿Hasta que hayas aprendido lo suficiente sobre nosotros para formarte una opinión equilibrada?
— ¿Quién decide si mi opinión es equilibrada?
— Estaría de acuerdo en librarte de tu promesa cuando lo pidieras, dando por entendido que yo podría entonces encontrar oportuno o necesario acabar contigo.
— ¿Cómo sabe que me sentiré atado por una promesa obtenida bajo semejantes condiciones?
— No te aconsejaría que hicieras o dijeras algo que me diera motivo para dudar del valor de tu palabra. Estoy seguro que entiendes la razón.
— ¿Qué pasa con Dar?
— Como dije, puede decir lo que quiera mientras viva. No sabe nada que me oponga a que comparta con su gente.
— Me oyó hablar con usted sobre electricidad.
— Lo recuerdo.
— De acuerdo, no diré nada sin advertirle previamente; pero le aseguro que será difícil convencerme — algo muy parecido a un suspiro de alivio vino del que preguntaba.
— Mucho mejor así — fue la respuesta —. Lo creas o no, me gustaría estar en las Mismas relaciones contigo que Dar Lang Ahn parece estar.
— Después de estos accidentes preparados necesitaré hechos para creerlo.
— Tus palabras me hacen comenzar a preguntarme si tu raza puede ser una que nunca comete errores. La mía sí los comete. Sin embargo, mejor será que te lo explique.
En primer lugar, tu idea de que simplemente utilizamos a la raza de Dar Lang Ahn para trabajar es bastante errónea. Sería prácticamente imposible para nosotros hacer eso, ya que no podemos vivir bajo las mismas condiciones que ellos. Su muerte dentro de unos pocos años señalará el momento en que podamos vivir normalmente en este mundo.
— Quiere decir que ustedes viven cuando ellos mueren, y…
— Y la mayoría de nosotros mueren cuando ellos viven. Eso es correcto.
— ¡Entonces la ciudad que hay entre los volcanes fue construida por su gente!
— Sí. Se mantiene durante nuestra época de muerte con poca gente, entre los cuales me encuentro yo.
— Entonces es por eso que había electricidad en aquel edificio.
— ¿Cuándo? ¿Ahora mismo?
— Sí, cuando estábamos en la ciudad, poco antes de venir — una sucesión de sonidos imposibles de imitar por las cuerdas vocales humanas salió del que hablaba, seguida de un breve silencio. Entonces la criatura invisible habló de nuevo.
— Gracias. Tuve que poner en marcha el sistema de energía hace algún tiempo para mover una válvula de vapor, sospecho que debido a alguna acción tuya, y se me olvidó apagarlo otra vez. Me temo que ya pasó la época dorada de mi vida.
— ¿Quiere decir que aquella cosa en el cráter, pasada la ciudad…, la manejaba usted…?
— Al principio no; es automática. El vapor procede de la misma fuente subterránea caliente que alimenta los géiseres. El calor es virtualmente inagotable, pero no así el agua. Tuve que cerrar la válvula manualmente porque la pérdida de vapor estaba amenazando la mayor parte de nuestra otra maquinaria, y creo sospechar que tú eres la causa de esta molestia.
— Me temo que sí — Kruger contó la historia al tiempo que le volvía su buen humor.
— Entiendo — dijo el otro al final —. Confío en que pierdas un poco de tiempo en quitar esas piedras antes de volver al casquete polar. Podría hacer que lo hiciera mi gente, supongo, pero hay razones por las que no quiero que vayan todavía allí.
— Lo haré mientras su válvula manual esté cerrada — replicó Kruger.
— Parece que empezamos a confiar el uno en el otro — fue la respuesta —. Sin embargo, volvamos al tema. Como dije, somos diferentes de tus amigos; vivimos bajo condiciones diferentes, usamos herramientas, edificios y; comidas diferentes. En resumen, no competimos con ellos; podíamos casi también vivir en un planeta diferente.
— Entonces, ¿cuál es su objeción a que ellos vivan en un planeta diferente, o por lo menos a que puedan hacerlo?
— Eso les interesa tanto a ellos como a nosotros, como te podría decir cualquiera de sus Profesores. Si dejaran este planeta, ¿qué probabilidad tendrían de encontrar otro igual?
— No lo sé; debe haber muchos. Hay cantidad de ellos en la galaxia.
— Pero muy pocos, si es que hay alguno, que les matara en el momento adecuado. He deducido que tú no sabes cuándo vas a morir, y que te gusta que sea así. ¿Has intentado alguna vez enterarte de cómo se sentiría tu amigo Dar bajo tales circunstancias? — Kruger estaba callado; había deducido ya que Dar más bien sentía lástima por el estado humano de eterna incertidumbre. Entonces recordó una de sus numerosas teorías favoritas.
— Admito que Dar ha sido educado toda su vida en la idea de que morir en un momento determinado es natural e inevitable, pero parece ser un simple asunto de educación; a algunos de su raza parece agradarles la idea de una vida más larga.
— No te dijeron eso en las Murallas de Hielo — Kruger eligió interpretar esta respuesta como un reconocimiento de que tenía razón.
— No tenían que hacerlo; no estoy ciego. Toda la gente de Dar Lang Ahn, incluso su familia aquí, tienen el mismo tamaño… y la misma edad. Sus Profesores son también del mismo tamaño, aunque mucho mayores que Dar. No hacía falta ser un genio para interpretar la historia: o esta gente crece durante sus vidas o ese momento de la muerte de que habla usted les llega antes de completar totalmente su crecimiento. Algunos sobreviven ese momento y siguen creciendo. Son los Profesores.
— Tienes bastante razón en los temas principales, pero creo que tus insinuaciones acerca de la actitud de los Profesores de prolongar sus vidas deben ser supuestas.
¿Preguntaste realmente a alguien en las Murallas de Hielo quiénes serán sus Profesores durante la próxima época de vida?
— ¿Qué quiere decir? Hablé con muchos de sus Profesores.
— ¡Pero seguro que no crees que el presente grupo de Profesores sobrevivirá este momento de muerte! El hecho de que sean todos del mismo tamaño, como dijiste, debe demostrártelo. El próximo grupo saldrá de entre la gente que empezó a vivir en el mismo momento que Dar Lang Ahn.
— Pero ¿cómo se les eligió? ¿Por qué no puede Dar ser de ellos?
— Puede, pero estoy seguro de que no lo desea. Las Murallas de Hielo son el único lugar de Abyormen donde los de su clase pueden vivir en el tiempo que mi gente domina el planeta. Simplemente, no pueden dar acomodo a toda la raza; hay que hacer alguna selección. Como hace falta un largo entrenamiento, se les selecciona cuando son jóvenes.
— Usted sugirió que los elegidos no están muy contentos. Encuentro eso difícil de creer.
— Un Profesor elegido lo acepta por sentido del deber. Vivir más del tiempo natural es un castigo; viste que los Profesores en las Murallas de Hielo se movían despacio, si es que lo hacían. No los viste a todos; tres de cada cuatro, en este momento, están virtualmente impedidos. Su tamaño aumenta, pero su fuerza no guarda relación con él.
Sus articulaciones se entumecen, su digestión es pesada. Los males físicos aparecen de forma que convierten la vida más en una carga que en un placer. Aceptan esto porque si no lo hicieran cada nuevo grupo de su gente tendría que empezar desde el principio, y este mundo, durante el tiempo de su vida, estaría habitado sólo por animales salvajes.
— ¿Vale esto lo mismo para los Profesores de su raza?
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