Hal Clement - Ciclo de fuego
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- Название:Ciclo de fuego
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— No hay mucho más que contar. Odiaban como el veneno abandonar sus teorías favoritas, y les he venido oyendo durante todo el camino especular con la posibilidad de que el sol rojo hubiera sido capturado por Alcyone después de que su o sus planetas se formaran, y así. Hay mucho trabajo que hacer y tú nos puedes ayudar mucho. Pienso que has aprendido bastante del idioma local, y nos ahorrarás tiempo haciendo de intérprete.
— Sí, hasta cierto punto; de alguna forma, cada vez que hablo con uno de estos seres empezamos pronto o tarde a malinterpretarnos. Puede que esté sucediendo esto ahora sin que siquiera lo sepa, ya que no he visto nunca a ese tipo con el que estoy hablando por radio.
— ¿Cómo es eso? ¿No le has visto?
— No, y no tengo la menor idea de su aspecto. Mire, mayor, si bajan y me sacan de este baño de vapor podré explicar mucho mejor todo esto, y créame, tengo mucho que contar.
— Para allá vamos. ¿Vendrás solo? — Kruger explicó la cuestión brevemente a Dar y si le importaría ir con él. El nativo dudó un poco al principio, y después se dio cuenta de que aquello acarrearía sin duda más material para los libros, por lo que estuvo de acuerdo en acompañar a su amigo —. Dar Lang Ahn vendrá conmigo — informó Kruger a Donabed.
— ¿Necesitará algún acomodo especial?
— Le he visto perfectamente a gusto en un campo de hielo y ha hecho viajes en planeador de dos días de duración sin preocuparse de beber, así que no creo que le afecten la temperatura ni la humedad. No sé la presión, ya que como dice usted estará más alto ahí.
— ¿Qué altura consigue en estos vuelos en planeador?
— No lo sé. No tiene ningún instrumento de vuelo, para nuestras normas.
— ¿Llegó alguna vez a alcanzar la máxima altura de las usuales nubes cúmulos?
— Sí. He estado allí con él. Sube a la máxima altura que puede en los vuelos de larga distancia.
— De acuerdo. No creo que la presión terrestre le afecte. Será mejor que le expliques los riesgos y que sea él quien tome la decisión.
Kruger nunca supo con certeza si Dar le entendió o no del todo, pero estaba al lado; el chico cuando el módulo de aterrizaje del Alphard se posó en el claro de los géiseres. El Profesor había sido informado de lo que sucedía, y el chico le prometió volver a entrar en contacto con él a través de la radio de la nave tan pronto como fuera necesario. El oculto ser no puso ninguna objeción, aunque debió advertir que la maniobra ponía a Kruger fuera de su alcance.
El viaje de regreso al Alphard, que estaba girando con todo tipo de seguridad fuera de la atmósfera de Abyomen, no tuvo novedades para nadie, excepto para Dar Lang Anh. No hizo ninguna pregunta mientras tanto, pero sus ojos se fijaron en casi todo lo que se podía ver. Una particularidad de su comportamiento fue apreciada por la mayoría de la tripulación humana. En la mayor parte de las ocasiones en que una criatura más o menos primitiva es sacada de su planeta para dar una vuelta, se pasa casi todo el tiempo mirando cómo es su mundo desde arriba. Sin embargo, casi toda la atención de Dar estaba puesta en la estructura y manejo del módulo. El único momento en que miró un poco abajo fue cuando se pusieron a velocidad circular y el módulo se volvió ingrávido.
Entonces volvió a mirar a la superficie y, para sorpresa de todos los que miraban, aceptó el fenómeno sin esfuerzo. Aparentemente, se había convencido de que la sensación de caída no significaba de hecho que se estuvieran cayendo, y aunque así fuera, los pilotos atajarían el problema antes de que fuera realmente peligroso. El mayor Donabed desarrolló un sano respeto por Dar Lang Ahn en aquel momento; había conocido a demasiados seres humanos bien educados que se pusieron histéricos en las mismas circunstancias.
Por supuesto, reflexionó el chico, Dar volaba y experimentaba muchas breves sacudidas cuando se metía en corrientes ascendentes o descendentes, pero esto no duraba nunca más de uno o dos segundos. Era un buen tipo; el mismo Kruger, después de pasar casi un año terrestre en tierra, se sentía un poco mareado.
En su debido momento, la monstruosa masa del Alphard fue divisada, aproximada y contactada, y el módulo se deslizó en su acomodo a través de su especial sistema de seguridad.
La reunión se celebró en la sala mayor de la nave, ya que todo el mundo quería oír la historia de Kruger. De común acuerdo, hizo primero su informe, contando brevemente la forma en que había escapado a la muerte cuando fue abandonado, y también sus experiencias con los animales, minerales y gente de Abyormen. La falta de algo parecido a la fruta, el hecho de que los tallos de muchas plantas fueran comestibles, aunque no muy nutritivos, la forma en que había probado suerte para ver si por lo menos no eran venenosos, y su determinación en abandonar la región volcánica donde había sido abandonado y en llegar al polo, donde se podría quizá estar más confortable, todo fue siendo entretejido en una narración razonablemente concisa. Todo el mundo tenía alguna pregunta que hacerle cuando terminó, y fue necesario que el comandante del Alphard actuara de moderador.
— Debiste tener bastantes dificultades en fijar tu rumbo cuando empezaste por primera vez a viajar — preguntó uno de los astrónomos.
— Fue un poco confuso — Kruger sonrió —. Si el sol rojo se hubiera limitado a variar de tamaño, no hubiera sido demasiado problemático, pero vacilaba de un lado a otro, en el lugar donde aterricé, del sudeste al sudoeste, y de vuelta otra vez, de forma que tardé bastante tiempo en poderme acostumbrar. Con el azul es más sencillo; Alcyone sale por el Este y se pone por el Oeste, como debe ser. Al menos lo hace a una buena distancia del polo, y resultó lo suficientemente sencillo ver por qué no lo hacía cuando llegué más al norte.
— Bien. Los movimientos del sol rojo son bastante lógicos, si recuerdas lo excéntrica que es la órbita del planeta. ¿A cuánto, en tu experiencia, asciende la variación angular?
Sólo he visto el planeta durante una de las vueltas de la nave.
— Unos sesenta grados a cada lado de la media.
— El astrónomo asintió con la cabeza y dejó de preguntar. El comandante concedió la palabra a un geólogo.
— ¿Has dicho que casi todo el terreno que viste es volcánico?
— En el continente donde me encontraron sí. Recuerda que no recorrí demasiada parte del planeta. La larga península que seguí hacia el norte…
— Durante tres millas — atajó un fotógrafo.
— Gracias. Es totalmente volcánica, y la región del continente de donde sale se halla en gran parte cubierta de flujos de lava de varias épocas. Cerca del casquete de hielo es montañoso, pero claramente no volcánica.
— Bien. Tenemos que sacar un mapa de secuencias de los estratos, si queremos hacernos una idea de la edad de este mundo. Supongo que no verías ningún fósil cerca del hielo.
— Sólo estuve en tierra cerca de su colonia; volé sobre el resto. Dar Lang Ahn, aquí presente, es posible que te ayude.
— ¿Querrá hacerlo?
— Probablemente. Su grado de curiosidad es bastante elevado. Te di una idea de para qué quiere la información: lo pone en libros para la próxima generación, ya que la suya no durará ya mucho — Kruger no sonrió al decir esto, ya que la idea de perder a Dar le iba afectando cada vez más conforme pasaba el tiempo.
— ¿Nos contaría tu amigo algo más de este asunto de la sucesión de generaciones? — preguntó el biólogo —. Tenemos animales en la Tierra que hacen lo mismo, aunque normalmente las dos formas no estén adaptadas a unos cambios tan drásticos de medio; pero lo que realmente me preocupa en este momento es el tema de los Profesores.
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