Alexander Beliaev - Ictiandro
Здесь есть возможность читать онлайн «Alexander Beliaev - Ictiandro» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Moscú, Год выпуска: 1989, Издательство: “Raduga”, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Ictiandro
- Автор:
- Издательство:“Raduga”
- Жанр:
- Год:1989
- Город:Moscú
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Ictiandro: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Ictiandro»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Ictiandro — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Ictiandro», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Ictiandro salió del estanque todo cubierto de cieno. El grado de extenuación era tal que lo derribó sobre el césped.
Lucía se inclinó sobre él y tomó su mano.
— Pobrecito mío — susurró.
— ¡Qué idilio! — oyeron súbitamente una burlona voz.
Se volvieron y vieron a Zurita parado a unos pasos de ellos.
Zurita, al igual que Lucía, no había dormido aquella noche. Su aparición en el jardín se debió al grito lanzado por Lucía y oyó el diálogo íntegro.
Cuando Pedro se enteró de que se hallaba ante el «demonio marino» — a cuya caza dedicó tanto tiempo, pero que fue tan larga como ineficaz —, decidió llevárselo al «Medusa». Mas una breve reflexión le indujo a obrar de otro modo.
— Oiga, Ictiandro, usted no conseguirá llevarse a Lucía a casa del doctor Salvador por el mero hecho de que es mi esposa. Es más, dudo de que usted mismo pueda volver a casa de su padre, pues le está esperando la policía.
— ¡No soy culpable de nada! — exclamó el joven.
— Sin culpa alguna la policía no pone esas pulseras a la gente. Y si usted ha caído en mis manos, mi deber es entregarlo a la policía.
— ¿Y usted es capaz de hacer eso? — inquirió indignada Lucía.
— Es mi obligación — respondió Pedro encogiéndose de hombros.
— ¡No faltaba más, vaya un ciudadano sería — terció Dolores, aparecida repentinamente — si dejara en libertad a un presidiario! ¿Por qué? Sencillamente, porque ese aherrojado andaba fisgando por ventanas ajenas, proponiéndose raptar mujeres, esposas de otros.
Lucía se acercó a su marido, le tomó la mano y dijo con cariño:
— Le ruego. Déjelo en libertad. Créame, es inocente…
Temerosa de que el hijo pudiera acceder a las súplicas de su esposa, Dolores comenzó a hacer aspavientos y gritó:
— ¡No le hagas caso, Pedro!
— Ante las súplicas de una mujer soy impotente — declaró cortésmente Zurita —. Conforme.
— Acaba de casarse y ya lo tiene en un puño — rezongaba la anciana.
— Espérate, mamá. Joven, le serraremos esos hierros, le daremos ropa más decente y lo llevaremos al «Medusa». En Río de la Plata usted podrá saltar al agua y nadar hacia donde se le antoje. Pero le dejaré en libertad con una condición: deberá olvidar a Lucía. Y tú, Lucía, te vendrás conmigo. Así estarás más segura.
— Usted es mejor de lo que yo me imaginaba — dijo Lucía en un arrebato de sinceridad.
Zurita enroscó el bigote con aire de suficiencia e hizo una reverencia a la esposa.
Dolores conocía demasiado bien a su hijo para no ver que estaba tramando alguna artimaña. Pero para secundarle en ese juego, ella hizo ver que estaba indignadísima y rezongó:
— ¡Lo tiene hechizado! ¡Ya lo tiene bajo su férula!
A TODA MÁQUINA
— Mañana llega Salvador — le dijo Cristo a Baltasar. El diálogo transcurría en la tienda de Baltasar —. La fiebre palúdica me ha tenido sujeto a la cama precisamente cuando más necesidad teníamos de vernos. Atiende, hermano: escucha lo que voy a decirte y no me interrumpas, pues podré olvidarlo.
Cristo se reconcentró un rato, para hilvanar las ideas, y prosiguió:
— Tú y yo hemos trabajado mucho para Zurita. El ya es más rico que nosotros, pero se empeña en superarse a sí mismo. Ahora quiere cazar al «demonio marino».
Baltasar hizo un movimiento de impaciencia.
— Cállate, hermano, cállate o me harás olvidar lo que quería decirte. Zurita se propone esclavizar al «demonio marino». ¿Tú sabes qué es ese «demonio»? Un tesoro. Una riqueza inagotable. Puede recoger perlas en el fondo, muchas y maravillosas perlas. Pero en el fondo marino no sólo abundan las perlas sino que también numerosos barcos hundidos con tesoros inestimables. Y él podría rescatar esos tesoros para nosotros. Digo para nosotros, no para Zurita. ¿Sabes que Ictiandro está enamorado de Lucía?
Baltasar quiso decir algo, pero Cristo se lo impidió.
— Cállate y escucha. No puedo hablar cuando me interrumpen a cada momento. Sí, Ictiandro ama a Lucía. A mí no se me escapa nada. Cuando me enteré de eso, pensé: «Magnífico. Dejemos que ese amor progrese. Será mejor marido y yerno que ese Zurita». Lucía también está enamorada del joven. Yo los he atisbado, sin importunarlos. Dejémosles que se citen y se vean de vez en cuando.
Baltasar suspiró, pero no interrumpió al narrador.
— Esto no es todo, hermano. Oye lo que viene ahora. Quiero recordarte algo que sucedió hace muchos años, unos veinte. Yo acompañaba a tu esposa, que regresaba después de haber hecho una visita a sus parientes. ¿Recuerdas que viajó a la cordillera para asistir al entierro de su madre? Por el camino tu mujer murió del parto. Murió también el recién nacido. Entonces, no queriendo amargarte más la existencia, omití algunos detalles. Ahora sí te los comunicaré. Tu mujer murió, realmente, por el camino, pero el niño — aunque muy débil — nació vivo. Esto sucedió en un poblado de indios. Una anciana me dijo que muy cerca de allí vivía un gran mago, el Dios Salvador…
Baltasar se puso en guardia.
— Ella me aconsejó que le llevara la criatura y él se encargaría de arrancársela a la muerte. Seguí el consejo de la anciana y lo llevé. «Sálvemelo» — le dije. Salvador tomó el niño, meneó la cabeza, y dijo: «Va a ser muy difícil». Y se lo llevó. Esperé largo tiempo. Ya entrada la tarde salió un negro y se anunció: «El niño ha muerto». Consternado, me retiré.
— Así, pues — prosiguió Cristo —, Salvador me comunicó, a través de su negro, que el niño había muerto. Yo había advertido que el recién nacido — tu hijo — tenía una mancha en la piel. Recuerdo perfectamente hasta la forma. — Cristo hizo una breve pausa y continuó-: Hace poco tiempo alguien hirió a Ictiandro en el cuello. Para vendarlo tuve que retirarle el traje de escamas y le vi una mancha idéntica a la de tu hijo.
Baltasar le espetó una delirante mirada y, emocionado, preguntó:
— ¿Crees que será mi hijo?
— Cállate, hermano, cállate y escucha. Sí, creo que así es. Creo que Salvador me ha mentido. Tu hijo no murió, y Salvador hizo de él un «demonio marino».
— ¡Oh…! — exclamó fuera de sí Baltasar —. ¡Cómo pudo atreverse! ¡Lo mataré con mis propias manos!
— ¡Cállate! Salvador es más fuerte que tú. Y, además, yo he podido equivocarme. Pasaron veinte años. Cualquiera puede tener manchas en el cuello. Ictiandro es tu hijo, y puede que no lo sea. Este asunto requiere sumo cuidado. Tú te vas a ver a Salvador y le dices que Ictiandro es tu hijo. Yo seré tu testigo. Le exigirás que te devuelva el hijo. Si se niega a hacerlo, le dices que recurrirás a la justicia, que lo denunciarás como mutilador de niños. Eso le atemorizará. Si no accede, recurrirás al tribunal. Si no conseguimos demostrar en el juzgado que Ictiandro es tu hijo, lo casaremos con Lucía; pues ella es tu hija adoptiva. Recuerdas cómo sufrías la pérdida de la esposa y el hijo, y entonces yo te encontré a esta huérfana, a Lucía…
Baltasar saltó de la silla. Caminaba por la tienda tropezando con cangrejos y ostras.
— ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Qué desgracia!
— ¿Por qué desgracia? — asombróse Cristo.
— Te he escuchado atentamente, sin interrumpirte, ahora escúchame tú a mí. Mientras estabas con tu paludismo, Lucía contrajo matrimonio con Pedro Zurita.
Esta nueva abatió a Cristo.
— Ictiandro… mi pobre hijo… — Baltasar bajó la cabeza —. ¡Ictiandro está en manos de Zurita!
— No puede ser — objetó Cristo.
— Cómo que no puede ser. Ictiandro está en el «Medusa». Esta mañana Zurita pasó por aquí. Se reía de nosotros, se mofaba y nos injuriaba. Nos acusó de haberle estado engañando. ¡Figúrate, solo, sin nuestra ayuda, capturó a Ictiandro! Ahora no nos pagará nada. Aunque yo mismo no le cobraría un centavo. ¿Acaso se puede vender al propio hijo?
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Ictiandro»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Ictiandro» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Ictiandro» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.