Philip Farmer - Mundo Río (A vuestros cuerpos dispersos)

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Mundo Río (A vuestros cuerpos dispersos): краткое содержание, описание и аннотация

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«A Vuestros Cuerpos Dispersos», «El Fabuloso Barco Fluvial», «El Oscuro Designio» y «El Laberinto Mágico» constituyen los cuatro volúmenes de una de las series mas famosas de la literatura mundial de ciencia ficción: El Mundo del Río.
El mundo imaginado por Philip José Farmer es un mundo cruzado por un único y caudaloso río que lo atraviesa de parte a parte y cuya fuente es desconocida, y al que van a parar todos los seres muertos sobre la Tierra y, resucitados por una desconocida y extraña entidad con propósitos ignorados, en ese extraño planeta.
La vida puede ser muy apacible allí: la subsistencia está asegurada y la resurrección, tras cualquier tipo de muerte, también esta asegurada. Pero el hombre es un ser social, y las relaciones de esa sociedad artificial no son sencillas precisamente. La vida, aun en un mundo así, puede ser terriblemente difícil…
Philip José Farmer escandalizó a la puritana sociedad norteamericana en 1952 con su novela «Los Amantes», donde relataba, mas allá de todo convencionalismo, los amores de un terrestre con una mujer alienígena, por encima de todos los tabúes sociales y religiosos. Más adelante seguiría escandalizando al público con novelas como «Extrañas Relaciones», «Dare», con casi pornográficas como «Carne» y «La Imagen De La Bestia», y con novelas satíricas escritas al estilo Burroughs en las que enfrentaba a su gran personaje Tarzán con otros personajes literarios de la más diversa índole. Nada de su obra sin embargo ha alcanzado la resonancia universal de su serie del Mundo del Río…

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— ¿A qué distancia se halla esa zambullida sin retorno?

— Siguiendo el curso del río, a unos cuarenta mil kilómetros. Navegando con presteza, podrías llegar en un año o más. Y sólo Dios sabe cuánto más tendrías que recorrer antes de llegar al final propiamente dicho del Río. Lo más probable es que murieses antes de hambre, aunque hubieses tomado provisiones en tu barco antes de dejar la última piedra de cilindros.

— Hay una forma en que averiguar eso — dijo Burton.

— Entonces, ¿no hay nada que pueda detenerte, Richard Burton? — dijo Collop —. ¿No abandonarás esta búsqueda infructuosa de lo físico cuando deberías estar dedicado a perseguir lo metafísico?

De nuevo Burton aferró a Collop por el brazo.

— ¿Has dicho Burton?

— Sí, lo he dicho. Tu amigo Goering me dijo hace algún tiempo que ése era tu verdadero nombre, y también me ha dicho otras cosas acerca de ti.

— ¿Está Goering aquí?

Collop asintió y dijo:

— Lleva aquí hace ya dos años. Vive a un par de kilómetros de este lugar. Lo podremos visitar mañana. Te sentirás complacido por el cambio que ha experimentado, lo se. Ha logrado superar la disolución iniciada por la goma de los sueños, y moldeado con los fragmentos de sí mismo un hombre nuevo y mucho mejor. De hecho, ahora es el líder de la congregación de la Segunda Oportunidad en esta área.

«Y mientras tú, amigo, has estado buscando una meta sin valor alguno en el exterior, él ha hallado la verdadera meta en su interior. Casi pereció en su locura, casi volvió a los malvados comportamientos de su vida terrestre. Pero por la gracia de Dios, y dado su verdadero deseo de mostrarse digno de que se le haya concedido otra oportunidad de vivir, ha… Bueno, ya lo verás mañana. Y ruego porque te aproveche su ejemplo.

Collop siguió explicándose: Goering había muerto casi tantas veces como Burton, normalmente por suicidio. No pudiendo soportar las pesadillas y la repugnancia de sí mismo, había buscado una y otra vez un breve e inútil descanso. Solo para enfrentarse de nuevo consigo mismo al día siguiente. Pero al llegar a aquel área y buscar la ayuda de Collop, el hombre al que había asesinado en otro tiempo, había logrado la victoria.

— Estoy asombrado — dijo Burton —. Y me alegro por Goering. Pero tengo otros planes. Preferiría que me prometieses que no le dirás a nadie mi verdadera identidad. Permíteme seguir siendo Abdul ibn Harun.

Collop afirmó que se mantendría en silencio, aunque le apenaba que Burton no fuera a ver a Goering de nuevo para poder juzgar por sí mismo lo que la fe y el amor podían hacer por los que parecían más depravados y sin esperanza. Llevó a Burton a su cabaña y le presentó a su esposa, una morena bajita y de finos huesos. Era muy alegre y amistosa, e insistió en acompañar a los dos hombres a visitar al jefe local, el valkotukkainen (palabra que en el habla local significaba el tipo de cabellos blancos, o mandamás).

Ville Ahonen era un gran hombre, muy tranquilo, que escuchó pacientemente a Burton. Burton reveló únicamente la mitad de su plan, diciendo que deseaba construir un barco para poder viajar hasta el extremo del Río. Pero no mencionó que deseaba llevarlo más allá. No obstante, evidentemente Ahonen se había encontrado ya con otros como él.

Sonrió con aire condescendiente, y replicó que Burton podía construir su nave. No obstante, la gente de por allí era conservacionista. No deseaba despojar el lugar de sus árboles. Debería respetar los pinos y abetos, pero había

bambú disponible. Aunque debería adquirir este material con cigarrillos y licor, lo cual le llevaría un cierto tiempo de acumular, a partir de lo que le suministrase su cilindro.

Burton le dio las gracias y se marchó. Más tarde, fue a dormir a una cabaña cercana a la de Collop, aunque no pudo conciliar el sueño.

Poco antes de que llegasen las inevitables lluvias, decidió salir de la cabaña. Iría hasta las montañas y se refugiaría bajo un saliente hasta que cesase la lluvia, se disipasen las nubes, y el eterno, pero débil, sol volviese a surgir. Ahora que estaba tan cerca de su objetivo no deseaba ser sorprendido por Ellos, y parecía probable que los Éticos concentrasen a sus agentes allí. Incluso la mujer de Collop podía ser uno de ellos.

Antes de caminar un kilómetro, la lluvia lo golpeó, y un rayo cayó cerca. A su cegador destello vio que algo parpadeaba, materializándose justo delante y a unos seis metros por encima de él.

Dio media vuelta y corrió hacia un soto de árboles, esperando que no le hubieran visto y poder esconderse allí. Si no lo observaban, podría llegar hasta las montañas, y, cuando pusiesen a dormir a todo el mundo de la región, se encontrarían con que se les había escapado de nuevo…

CAPÍTULO XXIX

— Nos ha llevado a una cacería larga y difícil, Burton — dijo un hombre en inglés.

Burton abrió los ojos. La transición a aquel lugar era tan inesperada que se sintió atontado. Pero sólo por un segundo. Estaba sentado en una silla de algún material hinchable muy suave. La habitación era una perfecta esfera; las paredes eran de un color verde muy pálido y semitransparentes. Podía ver otras cámaras esféricas por todas partes: delante, detrás, encima y, cuando se inclinó, debajo. De nuevo se sintió confuso, puesto que las otras habitaciones no sólo tocaban los límites de la esfera en que se hallaban, sino que la intersectaban. Secciones de las otras salas entraban en ésta, pero entonces se convertían en tan incoloras y transparentes que apenas si podía detectarlas.

En la pared, al otro extremo de la habitación, había un óvalo de color verde más oscuro. Se curvaba para seguir la pared. En dicho óvalo se dibujaba un bosque fantasmal. Un pavo fantasma trotó de un lado para otro de la imagen. De ella surgía olor a pino y a maderas aromáticas.

Frente a él, al otro lado de la burbuja, estaban sentadas doce personas en sillas similares a la suya. Seis eran mujeres, y seis hombres. Todos de hermoso aspecto. Exceptuando a dos, todos tenían cabello negro o marrón oscuro y pieles muy morenas. El cabello de uno de ellos era tan rizado que parecía el de un negro. Una mujer tenía un largo cabello amarillo atado en un nudo. Un hombre tenía cabello rojo, tan rojo como la piel de un zorro; era hermoso, aunque sus facciones eran irregulares, su nariz larga y curvada, y sus ojos de un color verde oscuro.

Todos estaban vestidos con blusas plateadas o púrpura, con cortas mangas acampanadas y cuellos como golas, estrechos cinturones luminiscentes, faldellines y sandalias. Tanto los hombres como las mujeres tenían pintadas las uñas de las manos y los pies, usaban lápiz de labios, maquillaje en los ojos y pendientes.

Sobre la cabeza de cada uno de ellos, casi tocándoles el cabello, giraba un globo multicolor de unos treinta centímetros de diámetro. Estos globos volteaban, relampagueaban, y cambiaban de color, pasando por cada tonalidad del espectro. De vez en cuando, los globos emitían largos brazos hexagonales de color verde, azul, negro, o de un blanco deslumbrante. Luego los brazos desaparecían, solo para ser sucedidos por otros hexágonos.

Burton se miró. Estaba vestido únicamente con una toalla negra asegurada alrededor de su cintura.

— Me adelantaré a su primera pregunta diciéndole que no le vamos a dar ninguna información acerca de dónde se encuentra.

El que hablaba era el hombre de cabello rojo. Sonrió hacia Burton, mostrando unos dientes inhumanamente blancos.

— Muy bien — dijo Burton —. ¿Qué preguntas son las que van a responder, sean ustedes quienes sean? Por ejemplo, ¿cómo me hallaron?

— Mi nombre es Loga — dijo el hombre de cabello rojo —. Le hallamos a través de una combinación de labor investigativa y suerte. Fue un procedimiento complicado, pero se lo simplificaré: teníamos un cierto número de agentes buscándole, un número penosamente pequeño, considerando los treinta y seis mil millones novecientos mil seiscientos treinta y siete candidatos que viven a lo largo del Río.

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