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Philip Farmer: Mundo Río (A vuestros cuerpos dispersos)

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Philip Farmer Mundo Río (A vuestros cuerpos dispersos)

Mundo Río (A vuestros cuerpos dispersos): краткое содержание, описание и аннотация

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«A Vuestros Cuerpos Dispersos», «El Fabuloso Barco Fluvial», «El Oscuro Designio» y «El Laberinto Mágico» constituyen los cuatro volúmenes de una de las series mas famosas de la literatura mundial de ciencia ficción: El Mundo del Río. El mundo imaginado por Philip José Farmer es un mundo cruzado por un único y caudaloso río que lo atraviesa de parte a parte y cuya fuente es desconocida, y al que van a parar todos los seres muertos sobre la Tierra y, resucitados por una desconocida y extraña entidad con propósitos ignorados, en ese extraño planeta. La vida puede ser muy apacible allí: la subsistencia está asegurada y la resurrección, tras cualquier tipo de muerte, también esta asegurada. Pero el hombre es un ser social, y las relaciones de esa sociedad artificial no son sencillas precisamente. La vida, aun en un mundo así, puede ser terriblemente difícil… Philip José Farmer escandalizó a la puritana sociedad norteamericana en 1952 con su novela «Los Amantes», donde relataba, mas allá de todo convencionalismo, los amores de un terrestre con una mujer alienígena, por encima de todos los tabúes sociales y religiosos. Más adelante seguiría escandalizando al público con novelas como «Extrañas Relaciones», «Dare», con casi pornográficas como «Carne» y «La Imagen De La Bestia», y con novelas satíricas escritas al estilo Burroughs en las que enfrentaba a su gran personaje Tarzán con otros personajes literarios de la más diversa índole. Nada de su obra sin embargo ha alcanzado la resonancia universal de su serie del Mundo del Río…

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— ¡Aah! — exclamó el ser —. Así que salí de mi planeta nativo aproximadamente doscientos años antes de que usted muriese. ¿Mi planeta? Era un satélite de esa estrella a la que ustedes los terrestres llaman Tau Ceti. Nos pusimos en animación suspendida, y cuando nuestra nave se acercó a su sol, fuimos descongelados automáticamente y… Pero usted no debe de saber de lo que estoy hablando.

— No del todo. Las cosas están sucediendo demasiado deprisa. Me gustaría que me explicase todo esto más tarde. ¿Cuál es su nombre?

— Monat Grrautut. ¿Y el suyo?

— Richard Francis Burton, a su servicio.

Se inclinó ligeramente, y sonrió. A pesar de lo extraño de aquel ser y algunos aspectos físicos repulsivos, Burton comenzó a sentir un cierto afecto hacia él.

— El fallecido capitán Richard Francis Burton — añadió —, que hasta hace poco era cónsul de Su Majestad la Reina en el puerto austrohúngaro de Trieste.

— ¿De la reina Isabel?

— Viví en el Siglo XIX, no en el XVI.

— Una reina Isabel reinó en la Gran Bretaña en el Siglo XX — dijo Monat.

Se volvió para mirar hacia la orilla del río.

— ¿Por qué están tan temerosos? Todos los seres humanos que conocí estaban seguros o bien de que no habría vida después de la muerte, o de que obtendrían un tratamiento agradable en ella.

Burton sonrió y le contestó:

— Aquellos que negaban el más allá están seguros de que se hallan en el infierno por haberlo negado. Aquellos que sabían que irían al cielo están asombrados, me imagino, por hallarse desnudos. Mire, la mayor parte de las ilustraciones de la vida después de la muerte mostraban que los habitantes del infierno estaban desnudos, y los del cielo vestidos. Así que si uno resucita con el culo al aire, es que debe de estar en el infierno.

— Parece usted divertido — comentó Monat.

— No estaba tan divertido hace unos minutos — dijo Burton —. Y estoy temblando. Realmente temblando. Pero el verle aquí me hace pensar en que las cosas no son lo que la gente pensó que serían. Pero pocas veces lo son. Y Dios, si es que va a aparecer, no parece tener prisa en ello. Creo que debe de haber alguna explicación para esto, pero que no debe de estar de acuerdo con ninguna de las conjeturas que se hacían en la Tierra.

— Dudo que estemos en la Tierra — dijo Monat. Señaló hacia arriba con largos y finos dedos, que llevaban gruesas protecciones de cartílago en lugar de uñas —. Si mira fijamente allí, protegiéndose los ojos — dijo — podrá ver otro cuerpo celeste cerca del sol. Y no es la Luna.

Burton hizo pantalla sobre sus ojos con las manos, con el cilindro de metal sobre el hombro, y miró al punto indicado. Vio un cuerpo ligeramente brillante que parecía tener un octavo del tamaño de la luna llena. Cuando bajó las manos, preguntó.

— ¿Una estrella?

— Creo que sí — le respondió Monat —. Me pareció ver otros cuerpos muy débiles por otras partes del cielo, pero no estoy seguro. Lo sabremos cuando llegue la noche.

— ¿Dónde cree que estamos?

— No lo sé. — Monat hizo un gesto hacia el sol —. Se alza, así que descenderá, y entonces llegará la noche. Creo que sería mejor prepararse para la noche. Y para otros acontecimientos. Hace calor, y va en aumento, pero la noche puede ser fría, y quizá llueva. Deberíamos construir algún tipo de abrigo. Y también deberíamos pensar en encontrar comida. Aunque me imagino que este artilugio — señaló a su cilindro — nos alimentará.

— ¿Qué le hace pensar eso?

— He mirado dentro del mío, y contiene platos y tazas, que ahora están vacíos, pero que obviamente son para ser llenados.

Burton se sintió menos irreal. El ser… el taucetano, parecía tan pragmático, tan realista, que le servía de anda a la que Burton podía atar sus sentidos antes de que vagasen de nuevo. Y, a pesar del repulsivo aspecto del ser, exudaba una amistosidad y una franqueza que alegraban a Burton. Además, cualquier ser que viniese de una civilización que podía recorrer muchos billones de kilómetros de espacio interestelar debía tener muchos conocimientos y recursos valiosísimos.

Otros estaban comenzando a separarse de la multitud. Un grupo de más o menos diez hombres y mujeres caminaron lentamente hacia él. Algunos estaban hablando, pero otros iban en silencio y con los ojos muy abiertos. No parecían tener una meta definida en mente; simplemente, vagaban como una nube empujada por el viento. Cuando llegaron junto a Burton y Monat, dejaron de caminar.

Un hombre que seguía al grupo atrajo especialmente la atención de Burton. Obviamente, Monat era no humano, pero aquel individuo era subhumano o prehumano. Tenía una altura de más o menos metro y medio. Era macizo y con poderosos músculos. Su cabeza se inclinaba hacia adelante sobre un cuello muy grueso y arqueado. Su frente era aplastada e inclinada hacia atrás. Su cráneo era largo y estrecho. Unas enormes protuberancias supraorbitales ensombrecían unos ojos marrón oscuro. Su nariz era un pegote de carne con arqueados orificios, y los prominentes huesos de sus mandíbulas le hacían sobresalir los delgados labios. En otro tiempo quizá estuvo cubierto por tanto pelo como un mono, pero ahora, como los demás, estaba completamente desprovisto de él.

Sus enormes manos tenían el aspecto de poder hacer polvo una piedra.

No dejaba de mirar tras él, como si temiese que alguien le fuera siguiendo. Los seres humanos se apartaban de él cuando se les aproximaba. Pero entonces otro hombre se acercó al subhumano y le dijo algo en inglés. Resultaba evidente que no esperaba ser comprendido, pero que estaba tratando de mostrarse amistoso. Sin embargo, su voz era muy ronca. El recién llegado era un musculoso joven de un metro ochenta de alto. Tenía un rostro bien parecido cuando le daba la cara a Burton, pero cómicamente desigual de perfil. Sus ojos eran verdes.

El subhumano tuvo un pequeño sobresalto cuando le habló. Atisbó al sonriente joven bajo los arcos supraciliares. Luego sonrió, revelando enormes y gruesos dientes, y habló en un lenguaje que Burton no reconoció. Se señaló a sí mismo, y dijo algo que sonaba como Kazzintuitruaabemss. Luego, Burton averiguaría que aquello era su nombre, y que significaba Dientes-Blancos.

Los otros eran cinco hombres y cuatro mujeres. Dos de los hombres se habían conocido en la vida terrenal, y uno de ellos había estado casado con una de las mujeres. Todos eran italianos o eslovenos que habían muerto en Trieste, aparentemente en 1890, aunque no conocía a ninguno de ellos.

— Oiga, usted — dijo Burton, señalando al hombre que había hablado en inglés —, dé un paso al frente. ¿Cuál es su nombre?

El hombre se le acercó dubitativo. Le dijo:

— Usted es inglés, ¿no?

El hombre hablaba con un acento del medio oeste americano.

Burton alzó la mano y le contestó:

— Ajá. Soy Burton.

El hombre alzó una cejas sin cabello y dijo:

— ¿Burton? — se inclinó hacia adelante, y escrutó el rostro de Burton —. Es difícil afirmar… No puede ser que…

Se irguió.

— Mi nombre es Peter Frigate. F-r-i-g-a-t-e.

Miró a su alrededor, y entonces dijo con una voz aún más tensa:

— Es difícil hablar coherentemente. Todo el mundo se halla en un estado de shock, ¿sabe? Yo siento como si fuera a caer hecho pedazos. Pero… aquí estamos… de nuevo en vida… de nuevo jóvenes… sin fuegos infernales… al menos aún no. Nací en 1918, morí en 2008. A causa de lo que ese extraterrestre hizo… aunque no lo acuso por ello… ¿Sabe? solo estaba defendiéndose.

La voz de Frigate murió en un susurro. Sonrió nerviosamente a Monat.

— ¿Conoce usted a este tal… Monat Grrautut?

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