— Como verán — dijo la comandante Varley a los invitados en el auditorio de Terra Nova — al principio no había escorpios. Tal vez escucharon, advirtieron de alguna manera, la caída de nuestro, digamos, obsequio. Y aquí llega el primero a investigar, al minuto con veinte segundos.
La imagen cambiaba bruscamente cada diez segundos, a medida que aparecían nuevos escorpios en escena.
«Inmovilicemos esta imagen para estudiar los detalles. Miren ese escorpio, a la derecha. Vean la tenaza izquierda: ¡no menos de cinco pulseras metálicas! Parece ser el de mayor autoridad: en las imágenes siguientes los demás escorpios le abren paso. Ahora estudia ese misterioso paquete. caído de su cielo… esta foto es excelente… vean cómo coordina las tenazas y las palpas bucales… unas para hacer fuerza, las otras para efectuar movimientos precisos… tironea del alambre, pero nuestro obsequio es muy pesado… miren la pos… cualquiera diría que está dando órdenes, aunque no hemos detectado ninguna señal… tal vez sea subsónica… ahí viene otro grandote…
La imagen cambió bruscamente, viró a un ángulo agudo.
«Ahí van, llevándonos a la rastra. Usted tenía razón, doctor Kaldor: se dirigen hacia la cueva en la pirámide… el paquete no cabe, es demasiado grande… tal como habíamos previsto… y ahora viene lo más interesante de todo…
El obsequio era fruto de un largo estudio. Era un montón de chatarra, pero chatarra cuidadosamente seleccionada: barras de acero, cobre, aluminio y plomo; tablas de madera; tubos y láminas de plástico; cadenas de hierro; un espejo metálico y varios rollos de alambre de cobre de distintos diámetros. El balón espía ocupaba un discreto rincón y estaba sujeto por cuatro cables separados.
Dos escorpios grandes atacaban la chatarra con decisión y, aparentemente, en forma metódica. Las poderosas tenazas cortaron los alambres y a continuación desecharon las piezas de madera y de plástico. Evidentemente solo les interesaba el metal.
El espejo les llamó la atención. Lo alzaron, contemplaron sus reflejos, los cuales, desde luego, no aparecían en las imágenes acústicas del balón.
— Creímos que lo atacarían: cuando se introduce un espejo en una pecera a veces se inicia un alboroto. Tal vez se reconocieron. Eso podría ser señal de un buen nivel de inteligencia.
Los escorpios dejaron de lado el espejo y empezaron a arrastrar el montón de chatarra sobre el fondo del mar. Tras una serie de imágenes totalmente borrosas apareció una escena completamente diferente.
«Tuvimos suerte, todo sucedió tal cual estaba previsto. Introdujeron el balón en la cueva vigilada. Pero no es la sala del trono de la reina de los escorpios, si es que existe, cosa que dudo… ¿Alguien quiere proponer alguna hipótesis?
Se hizo silencio, mientras el auditorio contemplaba la extraña escena.
— ¡Es un depósito de chatarra! — exclamó una voz.
— Pero debe de tener algún objeto…
— Miren, un motor fuera de borda de diez kilovatios… ¡se habrá caído de algún bote!
— ¡Ahora sabemos quién roba las cadenas de anclaje!
— ¿Pero por qué? No tiene sentido…
— Para ellos evidentemente si.
Moses Kaldor tosió para llamar la atención: era un recurso casi infalible.
— Esto que voy a decir es sólo una hipótesis — anunció —, pero son muchos los hechos que la corroboran. Como ven, todos los objetos son metálicos y han sido recogidos cuidadosamente en diferentes lugares…
«Ahora bien, para un animal marino inteligente el metal debe de ser algo misterioso, muy distinto a todos los productos naturales del océano. Se diría que los escorpios viven en la edad de piedra, y no pueden superarla como hicimos nosotros, animales terrestres. La falta de fuego los mantiene encerrados en un callejón sin salida tecnológico.
«Me da la impresión de que asistimos a la repetición de algo que sucedió hace milenios en nuestro planeta. ¿Saben de dónde extraía el hierro el hombre primitivo? ¡Del espacio!
«Comprendo que se muestren incrédulos. Pero el hierro nunca se encuentra en la naturaleza en estado puro porque se oxida con excesiva facilidad. La única fuente de metal del hombre primitivo eran los meteoritos. Por eso los adoraban; por eso nuestros antepasados creían que el cielo estaba poblado de seres sobrenaturales.
«Me pregunto si no estamos ante el mismo proceso. Les ruego que lo estudien seriamente. No conocemos el nivel de inteligencia de los escorpios. Tal vez el metal los atrae por mera curiosidad, o porque les fascinan sus propiedades, digamos, mágicas. La cuestión es si sabrán emplearlo para algo más que meros objetos ornamentales. ¿Hasta qué punto podrán progresar mientras permanezcan bajo el agua? ¿Hasta cuando seguirán allí?
«Caballeros, pienso que deben estudiar los escorpios a fondo. Tal vez comparten el planeta con otra raza inteligente. ¿Qué hacer: convivir o pelear? Y aunque no sean inteligentes, los escorpios podrían constituir una amenaza mortal… o convertirse en herramientas útiles. Tal vez deberían reproducirlos en viveros; ya que estamos, les recomiendo que busquen la referencia CARGO CULT en el banco de datos históricos.
«Me muero de ganas de conocer el capítulo siguiente de esta historia. Quién sabe si en este preciso instante no se está realizando una reunión de filósofos escorpios en algún bosque de algas, para estudiar qué actitud tomar hacia nosotros.
«Caballeros, les ruego que reparen la antena espacial a fin de mantenerse en contacto con nosotros. La computadora del Magallanes recibirá la información, mientras vela por nosotros en la travesía a Sagan 2.
46 — Quienesquiera que sean los dioses…
— ¿Qué es dios? — preguntó Mirissa.
Kaldor suspiró y alzó la vista de la pantalla, donde aparecía una escena de la antigüedad.
— Válgame el cielo. ¿A qué viene esa pregunta?
— Por algo que dijo Loren ayer: «Moses cree que tal vez los escorpios buscan a Dios».
— Conque eso dijo. Ya se las verá conmigo. Y tú, jovencita, me pides que te explique algo que ha obsesionado a millones de hombres durante miles de años. Ningún otro tema ha generado tantos ríos de tinta. ¿Cuánto tiempo tienes esta mañana?
— Una hora, por lo menos — rió Mirissa —. Pero tú mismo sueles decir que cualquier concepto, si es verdaderamente importante, se puede explicar con una sola frase.
— Ajá. Bueno, he oído y leído frases bastante largas en mi vida. La cuestión es por dónde empezar…
Su vista se dirigió a la ventana y se detuvo en la mole silenciosa — y a la vez tan elocuente — de la Nave Madre en medio del prado. Aquí se inició la vida humana en este planeta, pensó. Por eso me recuerda al Edén. ¿Seré yo la Serpiente que pondrá fin a su edad de la inocencia? Pero no: Mirissa es una muchacha tan inteligente, no le diré nada que no sepa o sospeche ya.
— Bueno, por empezar, jamás hubo dos personas, menos aún si eran filósofos, que se pusieran de acuerdo en el significado a la palabra dios. Por eso gradualmente cayó en desuso, hasta que a principios del tercer milenio sólo sobrevivía como un exclamación, que algunas sociedades consideraban incluso obscena.
«Se la reemplazó con toda una serie de términos especializados, referidos a los diversos aspectos del tema. Esto tuvo la ventaja de poner fin a esas discusiones de sordos, causantes de tantos disturbios en el pasado.
«Al dios personal, también llamado Dios Primero, se lo denominó Alfa. Era un ente hipotético que, se decía, presidía los asuntos de la vida cotidiana. Velaba por cada individuo — ¡incluso por cada animal! — , recompensaba el bien y castigaba el mal, generalmente en una supuesta vida después de la muerte. El hombre adoraba a Alfa, le rezaba, realizaba complicados ritos y construía enormes templos en su honor… ¿comprendes lo que te digo?
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