Al día siguiente iría a pasear por Thalassa y tal vez a darse un baño en una de sus hermosas playas. Pero ahora quería gozar de la compañía de un viejo y querido amigo.
Con sumo cuidado extrajo el libro del paquete cerrado al vacío. El ejemplar uno era raro sino único. Lo abrió al azar: se lo conocía prácticamente de memoria.
Empezó a leer, y a cincuenta años luz de las ruinas de la Tierra, la bruma cayó una vez más sobre la calle Baker.
— Ya lo hemos verificado — dijo el capitán Bey —. Los únicos que estaban metidos en el asunto eran los cuatro sabras. Por suerte no hay necesidad de interrogar a nadie más.
— No comprendo cómo pensaban salirse con la suya — dijo el capitán Malina. Se sentía deprimido.
— No creo que lo hubiesen logrado, pero afortunadamente no será necesario comprobarlo. Además, no estaban resueltos.
«El Plan A consistía en dañar el escudo. El teniente Fletcher, como ustedes saben, formaba parte del equipo de armadores. Estaba elaborando un plan para alterar la última etapa del programa. Si un bloque de hielo hacía impacto en el escudo a un par de metros por segundo… ¿comprenden?
«Podría parecer una accidente, aunque existía el riesgo de que la investigación posterior demostrara lo contrario. Además, el escudo dañado se puede reparar. Fletcher esperaba que la demora le daría tiempo para atraer más gente a su causa. Tal vez tenía razón: un año más en Thalassa…
«El Plan B consistía en sabotear los sistemas de oxigenación, para obligarnos a evacuar la nave. Las contras son las mismas que en el caso anterior.
«El Plan C era el más drástico, porque hubiera significado el fin de la misión. Afortunadamente, ninguno de los sabras trabajaba en la sección Propulsión; les hubiera resultado muy difícil llegar al mecanismo de empuje.
Todos quedaron estupefactos, sobre todo el comandante Rocklyn.
— No tan difícil, señor, para alguien que estuviera decidido a todo. El gran problema consistía en encontrar la manera de inutilizar el empuje por completo, sin dañar la nave. No creo que tuvieran los conocimientos técnicos indispensables.
— En eso estaban — dijo el capitán gravemente —. Lamentablemente, tendremos que alterar los dispositivos de seguridad. Mañana al mediodía habrá una reunión para discutir ese problema. De asistencia obligatoria para todos los oficiales superiores.
Fue entonces que la jefa médica Newton formuló la pregunta que estaba en las mentes de todos:
— ¿Habrá consejo de guerra, capitán?
— No es necesario; la culpa está demostrada. De acuerdo al Reglamento sólo falta dictar sentencia. Todos esperaron. Y esperaron…
«Gracias, damas y caballeros — dijo el capitán, y los oficiales salieron en silencio.
Quedó a solas en su oficina. Estaba furioso, se sentía traicionado. Pero al menos el asunto había concluido: el Magallanes había capeado el temporal artificial.
Los otros tres sabras eran, tal vez, tipos inofensivos. El problema era qué hacer con Owen Fletcher.
Pensó en el mortífero juguete guardado en su caja fuerte. El era el capitán: sería fácil simular un accidente…
Rechazó la idea de inmediato; era incapaz de semejante cosa. De todas maneras ya había tomado su decisión, y confiaba en que satisfaría a todos.
Alguien había dicho que para cada problema existía una solución sencilla, atractiva y… errónea. Pero estaba seguro de que su solución era sencilla, atractiva y totalmente justa.
Los sabras quieren quedarse en Thalassa: sea. Serán ciudadanos valiosos: tal vez los tipos agresivos y enérgicos que la sociedad necesitaba.
Qué extraño, cómo se repetía la historia: al igual que Magallanes, dejaría a varios hombres y seguiría viaje.
Pero tardaría trescientos años en enterarse si los había premiado o castigado.
En el laboratorio oceanográfico de Isla Norte no se mostraron demasiado entusiastas.
— Tardaremos una semana más en reparar el Calypso — dijo el director —. Por suerte pudimos salvar el trineo. Es el único que tenemos, no queremos correr el riesgo de perderlo.
Conozco esa actitud, pensó la oficial científica Varley. En la Tierra durante los últimos días, algunos directores de laboratorios protegían sus hermosos equipos del uso para evitar que se ensuciaran.
— No creo que exista riesgo de eso, salvo que Krakan, padre e hijo, vuelva a las andadas. Y los geólogos aseguran que eso no volverá a ocurrir en los próximos cincuenta años.
— No estoy tan seguro. Pero dígame con franqueza, ¿por qué le parece tan importante?
Qué estrechez de miras, pensó Varley. Ya sé que es un físico oceanográfico, pero podría demostrar algo de interés en la biología marina. Aunque tal vez soy injusta; él sólo quiere sondearme…
— Tenemos cierto interés sentimental en el tema, desde la muerte — que afortunadamente sólo fue temporaria — del doctor Lorenson. Aparte de eso los escorpios nos fascinan. Todo cuanto podamos descubrir sobre la inteligencia no humana será de importancia capital. Y en este caso, más para ustedes que para nosotros, ya que son sus vecinos.
— Comprendo. Por suerte nuestros hábitat son completamente distintos.
(Sí pero, ¿hasta cuándo? se preguntó la oficial científica. Si Moses Kaldor tiene razón…)
— Explíqueme para qué sirve el balón espía. Qué nombre extraño.
— Lo inventaron hace miles de años, y al principio lo usaban para tareas de seguridad e inteligencia, aunque después se descubrieron otras explicaciones. Algunos eran poco más grandes que la cabeza de un alfiler; éste tiene el tamaño de un balón de fútbol.
Varley desplegó los croquis sobre la mesa del director.
«Este fue diseñado para uso submarino. Me sorprende que no lo conozcan, viene del año 2045. Encontramos las referencias en la Memoria Técnica y las introdujimos en el Duplicador. El primero no funcionó, no sabemos por qué, pero éste si funciona.
«Estos son los generadores acústicos de diez megahertz, resolución milimétrica. La imagen no es tan buena como la de un trasmisor de video, pero para el caso será suficiente.
«El procesador de señales es bastante complejo. Cuando se enciende el balón, emite una pulsación que genera un holograma acústico de todo lo que encuentra en diez a veinte metros a la redonda. Trasmite la información en una banda estrecha de doscientos kilohertz a la boya flotante, que a su vez la retransmite a la base. La primera imagen se genera en diez segundos; luego el balón emite la segunda pulsación.
«Si no hay cambios en el cuadro, la señal es nula. Si los hay, trasmite la nueva información, lo que permite modificar la imagen.
«De hecho se trata de una serie de fotografías instantáneas tomadas a intervalos de diez segundos, lo cual en la mayoría de los casos es suficiente. Claro que si los hechos se suceden a gran velocidad las imágenes saldrán borrosas, pero en fin, nada es perfecto. El sistema funciona en la oscuridad total, es difícil de localizar y además es económico.
El director trataba en vano, de ocultar su entusiasmo.
— Es un juguete muy ingenioso, tal vez nos resulte útil. ¿Pueden darnos los datos específicos y un par de modelos?
— Por supuesto. Verificaremos que se acople bien al Duplicador de ustedes, así podrán sacar todas las copias que quieran. El primer modelo lo arrojaremos sobre Villa Escorpio; el segundo y el tercero quizá también. Y luego será cuestión de esperar a ver qué pasa.
La imagen era granulosa, difícil de interpretar, a pesar del revelado en colores que mostraba detalles invisibles al ojo humano. Era la proyección plana de una vista de trescientos sesenta grados del fondo del mar. A la izquierda aparecían algas, en el centro algunas formaciones rocosas y a la derecha más algas. Parecía una fotografía instantánea, aunque los números en la esquina inferior izquierda mostraban el paso del tiempo. De tanto en tanto, cuando algún movimiento modificaba las pautas de la información, la imagen cambiaba bruscamente.
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