Para Ellie, el romanticismo había sido la fuerza motriz de su vida, fuente de innumerables placeres. Defensora y practicante del romance, partió a reunirse con el hechicero.
Se les hizo llegar por radio un informe de la situación. Al parecer, no había fallas de funcionamiento que pudieran detectar los instrumentos instalados en la parte exterior de la Máquina. El motivo de la espera era la necesidad de evacuar el espacio existente entre los benzels. Un sistema de extraordinaria eficiencia extraía el aire con el fin de obtener el mayor vacío que jamás se hubiera logrado sobre la Tierra. Ellie revisó la colocación de su microcámara de vídeo y le dio una palmadita a la hoja de palmera. Fuera del dodecaedro se habían encendido poderosos reflectores.
Dos de las cápsulas concéntricas giraban ya, tal como lo indicaba el Mensaje, a velocidad crítica; tanto, que los espectadores ya las veían borrosas. La tercera se activaría un minuto después. Se estaba acumulando una potente carga eléctrica. Cuando las tres cápsulas concéntricas alcanzaran la necesaria velocidad, se pondría en funcionamiento la Máquina. Al menos eso decía el Mensaje.
El rostro de Xi trasuntaba una gran firmeza, pensó Ellie. Lunacharsky se esforzaba por transmitir serenidad, Sukhavati tenía los ojos desmesuradamente abiertos, Eda sólo dejaba traslucir una actitud de atención. Devi la miró y le envió una sonrisa.
Deseó haber tenido un hijo. Ése fue su último pensamiento antes de que las puertas oscilaran y se volvieran transparentes y — esa sensación tuvo —, antes de que la Tierra se abriera para tragarla.
TERCERA PARTE — LA GALAXIA
Recorro libremente las mesetas y comprendo que quedan esperanzas de que aquello que Tú modelaste con el polvo pueda armonizar con las cosas eternas
Los Manuscritos del Mar Muerto
Capítulo diecinueve — Singularidad desnuda
…llegar al paraíso
Por la escalera de la sorpresa.
RALPH WALDO EMERSON «Merlin», Poemas (1847)
No es imposible que para algún ser infinitamente superior, todo el universo sea como una sola llanura, que la distancia entre los planetas sea apenas como los poros de un grano de arena, y que los espacios entre un sistema y otro no sean mayores que los intervalos entre un grano y el contiguo.
SAMUEL TAYLOR COLERIDGE Omniania
Estaban cayendo. Los paneles pentagonales del dodecaedro se habían vuelto transparentes, al igual que el techo y el piso. En dirección hacia arriba y abajo, Ellie divisó las clavijas de erbio, que al parecer se movían. Los tres benzels habían desaparecido. El dodecaedro se zambullía por un largo túnel oscuro, apenas del ancho suficiente como para permitir su paso. Debido a la aceleración, Ellie, que miraba hacia adelante, quedaba apretada contra el respaldo de su asiento, mientras que Devi — sentada frente a ella —, se inclinaba levemente desde la cintura. Quizás hubieran tenido que poner cinturones de seguridad.
Era difícil no pensar que habían penetrado la corteza de la Tierra, que iban rumbo a su núcleo. O tal vez marcharan directo… Trató de imaginar ese insólito vehículo como si fuese un ferry que atravesaba la mitológica Estigia.
Por la irregular textura de las paredes del túnel podía percibirse la velocidad. Las paredes no eran notables por su apariencia sino sólo por su función. Apenas unos pocos kilómetros debajo de la superficie terráquea, existen rocas ígneas, que no era precisamente lo que ellos veían en ese momento.
De vez en cuando uno de los vértices del dodecaedro rozaba la pared, de la cual se desprendían escamas de un material desconocido. Muy pronto una nube de finas partículas iba siguiéndolos. Cada vez que tocaban la pared, Ellie sentía una ondulación, como si se hubiese retirado algo suave para amortiguar el impacto. La tenue iluminación era difusa, uniforme. En ocasiones, el túnel describía una curva suave, y el dodecaedro se veía obligado a mantener la curvatura. Hasta el momento, Ellie no divisaba ningún objeto que se dirigiese hacia ellos. A semejante velocidad, hasta el choque con un pajarito podía ocasionar una tremenda explosión. ¿Y si sólo fuese una caída sin fin en un abismo insondable? La ansiedad le provocaba un nudo en el estómago. Así y todo, procuró no desanimarse.
«Es un agujero negro» pensó. «Me estoy despeñando por un agujero negro, aunque a lo mejor enfilo directo hacia una singularidad desnuda, como la llaman los físicos. En las proximidades de una singularidad, se violan las leyes de la causalidad, los efectos pueden preceder a las causas, el tiempo se retrotrae, muy difícilmente uno puede sobrevivir, y mucho menos recordar la experiencia.» Frente a un agujero negro en rotación — recordó haber estudiado años antes — había que evitar una singularidad de anillo, o algo aún más complejo. Los agujeros negros eran siniestros. «Si nos descuidamos y caemos en ellos, las poderosas fuerzas gravitacionales nos estirarán hasta convertirnos en un hilo largo y delgado. También nos aplastarían en sentido lateral.» Felizmente no se advertían indicios de tales peligros. A través de las superficies transparentes del techo y el piso, notó que la matriz organosilícea en algunas partes se hundía sobre sí misma, mientras que en otras, se desplegaba. Las clavijas de erbio embutidas giraban y saltaban. Dentro de la Máquina, todo — incluso ella y sus compañeros — presentaba un aspecto normal. Bueno, quizás estuvieran un poquito excitados, pero todavía no se habían transformado en hilos largos.
Sabía que esas cavilaciones eran ociosas. La física de los agujeros negros no pertenecía a su esfera. Además, no veía por qué eso pudiera tener algo que ver con los agujeros negros, los cuales eran primordiales — producidos en el origen del universo —, o bien se habían formado en épocas ulteriores, debido al colapso de una estrella mayor que el Sol. En tal caso, sería tan fuerte la gravedad — salvo los efectos cuánticos — que ni siquiera la luz podría escapar, aunque el campo gravitacional ciertamente permanecería.
De ahí que se los denominara «agujeros», y «negros». No obstante, allí no había colapso de estrellas, como tampoco creía que se hubiesen adentrado en un agujero negro primordial. De todas maneras, nadie sabía dónde podía ocultarse el agujero negro primordial mas cercano. Sólo se habían limitado a fabricar la Máquina y a poner en funcionamiento los benzels.
Miró a Eda y vio que estaba realizando unos cálculos con una pequeña computadora.
Mediante la conducción ósea, Ellie podía sentir, además de oír, un rugido cada vez que el dodecaedro rozaba contra la pared. Levantó la voz para hacerse oír.
— ¿Tienes idea de lo que sucede?
— Ni la más mínima — respondió él, a gritos —. Casi podría demostrar que no está ocurriendo nada. ¿Conoces las coordenadas de Boyer-Lindquist?
— No; lo siento.
— Después te las explico.
Se alegró de que, para él, fuese a haber un «después».
Ellie percibió la desaceleración antes de verla, como si acabaran de bajar una pendiente en una montaña rusa y hubieran iniciado el lento ascenso de otra loma. En el momento previo a la desaceleración, el túnel había realizado una serie de zigzagueos. No se percibía cambio alguno en la tonalidad ni el brillo de la luz que los rodeaba. Ellie tomó la cámara, acomodó la lente para una distancia focal larga, lo más lejos que pudo, pese a lo cual sólo divisó la curva siguiente del sinuoso camino. Ampliada, la textura de la pared le pareció compleja, irregular y, por un momento, vagamente fluorescente.
El dodecaedro redujo considerablemente la velocidad, y no se vislumbraba aún el final del túnel. Ellie puso en duda que pudiesen llegar a destino. ¿No habría habido un error de cálculo en el diseño? Tal vez se hubiese construido la Máquina con una minúscula imperfección, y aquello que en Hokkaido pareciera un defecto tecnológico aceptable, podría condenar la misión al fracaso allí en… dondequiera que estuviesen. Al contemplar la nube de finas partículas que los seguía — y en ocasiones se les adelantaba —, pensó si no habrían chocado contra las paredes más veces de lo permitido, perdiendo así el impulso que requería el diseño. El espacio entre el dodecaedro y las paredes era ya muy estrecho. A lo mejor permanecerían atascados en esa tierra de nunca jamás, y languidecerían hasta que se les acabara el oxígeno. ¿Era posible que los veganos se hubiesen tomado semejantes molestias para después olvidarse de que necesitamos respirar? ¿Acaso no habían reparado en la multitud de enfervorizados nazis?
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