«No, Arroway. Miraremos arrobados la gran ciudad, y ellos se reirán de nosotros. Nos exhibirán como objetos curiosos. Cuanto más atrasados seamos, más placer experimentarán.
«Es un sistema de cupos. Cada tantos siglos, cinco de nosotros pasarán un fin de semana en Vega. Los seres rústicos son dignos de compasión y es preciso demostrarles quiénes son los mejores.
Capítulo trece — Babilonia
Con los seres más despreciados por compañía, recorrí las calles de Babilonia…
SAN AGUSTÍN Confesiones, II, 3
Se programó la principal computadora de Argos para que comparara diariamente la multitud de datos recibidos de Vega con los primeros registros del nivel tres del palimpsesto. En realidad, se cotejaba en forma automática una larga e incomprensible secuencia de ceros y unos, con otra secuencia similar anterior. Eso formaba parte de una imponente tarea de intercomparación estadística de varios tramos del texto, aún no descifrado. Había varios períodos breves de ceros y unos — que los analistas denominaban «palabras» — que se repetían una y otra vez. Muchas secuencias aparecían sólo una vez en miles de páginas de texto. Ellie conocía desde sus épocas de secundaria el enfoque estadístico para la decodificación de mensajes, pero las subrutinas que proveían los expertos de la Agencia Nacional de Seguridad, eran brillantes. Dichas subrutinas se obtenían exclusivamente por una orden de la Presidenta, y aun así estaban programadas para autodestruirse si se las examinaba muy en detalle.
Qué prodigiosos recursos de la inventiva humana, reflexionaba Ellie, se destinaban a poder leer la correspondencia de los demás. El enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética — no tan candente en los últimos tiempos — seguía devorando al mundo. Y no pensaba sólo en los recursos económicos que se designaban a gastos militares en todos los países, cifra que se aproximaba a los dos billones de dólares por año, desproporcionada teniendo en cuenta tantas otras necesidades humanas más urgentes. Lo peor, en su opinión, era el esfuerzo intelectual que se volcaba en la carrera armamentista.
Se calculaba que casi la mitad de los científicos del planeta trabajaba en alguno de los casi doscientos organismos militares del mundo. Y no eran la resaca de los programas doctorales en física y matemática. Muchos colegas de Ellie se consolaban pensando eso cuando no sabían qué decirle a alguien que hubiese obtenido su título de doctor y recibiese ofertas laborales, por ejemplo, de los laboratorios destinados a armamentos. «Si se tratara de un profesional mínimamente idóneo, lo menos que le ofrecerían sería una ayudantía de cátedra en la Universidad de Stanford», comentó Drumlin cierta vez. No; había que tener cierto temperamento, cierta disposición mental para que a uno le gustara la aplicación de la ciencia y la matemática en el campo militar; seguramente eran personas a las que les atraían las grandes explosiones; podían ser aquellos que no sentían predilección por la lucha personal pero que, para vengarse de alguna injusticia padecida en tiempos de estudiante, aspiraban al mando militar; o bien podía tratarse de esos individuos con tendencia a resolver acertijos, que ansiaban descifrar hasta los mensajes más complicados. En ocasiones, el aliciente era de tipo político; tenía que ver con litigios internacionales, con políticas de inmigración, con los horrores de la guerra, con la brutalidad de la policía o con la propaganda que una u otra nación pudiera haber hecho en décadas anteriores. Ellie sabía que muchos de esos científicos eran muy capaces, por más reservas que tuviera ella sobre las motivaciones que los animaban.
Deseaba tener alguna amiga en Argos con quien poder comentar lo dolida que se sentía por la conducta de Ken. Pero no la tenía, y tampoco era muy afecta a utilizar el teléfono, ni siquiera con ese propósito. Consiguió pasar un fin de semana en Austin con Becky Ellenbogen, una antigua compañera de estudios, pero Becky, cuyo concepto sobre los hombres solía ser acerbo, en ese caso se mostró sorprendentemente discreta en sus críticas.
— No le exijas tanto, Ellie — le aconsejó —. Después de todo, él es asesor de la Presidenta, y este descubrimiento es el más asombroso en la historia del mundo. Dale tiempo, y vas a ver que recapacita.
Pero Becky era una de las tantas que encontraban «encantador» a Ken, y sentía una marcada complacencia por el poder. Si Ken hubiese tratado a Ellie con semejante indiferencia cuando era apenas un profesor de biología molecular, Becky habría estado tentada de vapulearlo.
Luego de regresar de París, Der Heer inició una discreta campaña de petición de disculpas y manifestaciones de cariño. Adujo un exceso de tensiones y una gran variedad de responsabilidades, incluso problemas políticos inéditos y difíciles de resolver. No hubiera podido desempeñar correctamente su doble tarea de jefe de la delegación norteamericana y copresidente de la sesión plenaria si se hubiera hecho público el vínculo que lo unía a Ellie. Kitz había estado insoportable. Además, durante muchas noches seguidas sólo pudo dormir unas pocas horas. «Son demasiadas explicaciones», pensó Ellie, pero permitió que continuara la relación.
Una vez más fue Willie, en el turno de noche, el primero en advertirlo. Con posterioridad, el técnico atribuía la rapidez del descubrimiento no tanto a la computadora supersensible ni a los programas de la NASA, sino más bien a los nuevos circuitos integrados Hadden para reconocimiento de contexto. Vega se hallaba en una posición baja en la esfera celeste una hora antes del amanecer, cuando la computadora emitió una alarma. Con cierto fastidio, Willie dejó el libro que estaba leyendo, y reparó en las palabras que aparecían en la pantalla:
REPET. TEXTO PÁGS. 4161741619: DESAJUSTE DE BITS 0/2271. COEFICIENTE DE CORRELACIÓN 0,99+ Enseguida el 41619 se convirtió en 41620, y luego en 41621. Los dígitos posteriores a la barra oblicua iban continuamente en aumento. Tanto el número de páginas como el coeficiente de correlación iban también creciendo, lo cual daba la pauta de lo improbable que era que la correlación se debiese al azar. Dejó pasar otras dos páginas antes de comunicarse por línea directa con el departamento de Ellie.
Como ella estaba profundamente dormida, durante un instante se desorientó, pero en el acto encendió la luz del velador y ordenó que se convocara al personal superior de Argos. Ella misma se encargaría de localizar a Der Heer, dijo, que se hallaba en algún sector del edificio. No le costó demasiado: bastó con que le tocara el hombro.
— Ken, despiértate. Me avisan que se ha repetido.
— ¿Qué?
— El Mensaje volvió al principio. Yo voy para allá. ¿Por qué no esperas unos diez minutos? Así no se dan cuenta de que estábamos juntos.
Cuando ya abría la puerta para salir, Ken le gritó:
— ¿Cómo es posible volver al comienzo si todavía no recibimos las primeras instrucciones?
En las pantallas se dibujaba una secuencia duplicada de ceros y unos, una comparación en tiempo real de los datos que se recibían en ese instante y los pertenecientes a una página anterior, registrada en Argos un año antes. El programa estaba en condiciones de advertir cualquier diferencia, pero como hasta el momento no había ninguna, sabían que no se trataba de aparentes errores de transmisión y que eran escasas las oportunidades de que alguna densa nube interestelar se interpusiera entre Vega y la Tierra. Argos contaba ya con una comunicación de tiempo real con decenas de otros telescopios que integraban el Consorcio Mundial para el Mensaje, y fue así como la noticia del reciclaje se propaló a las siguientes estaciones de observación hacia el oeste, a California, Hawaii, al Marshal Nedelin que surcaba en esos momentos el Pacífico Sur, y a Sidney. Si el descubrimiento se hubiera realizado cuando Vega se hallaba sobre alguno de los demás telescopios de la red Argos habría recibido la información al instante.
Читать дальше