Carl Sagan - Contacto

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Contacto: краткое содержание, описание и аннотация

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La novela trata sobre lo que podría ser el contacto con una cultura extraterrestre inteligente, sobre cómo se vería afectada la especie humana al conocer que no estamos solos en el universo, lo que sería un gran cambio en la historia de la humanidad. La protagonista, Eleanor
Arrowayw, dirige el proyecto Argus del SETI, dedicado a captar emisiones de radio provenientes del espacio.
Un día, sus radiotelescopios captan una señal compuesta por una serie de números primos, lo que se considera evidencia de una inteligencia extraterrestre. La señal, además, contiene instrucciones para construir una compleja máquina. Una vez construida, cinco tripulantes, incluida la propia Ellie, son transportados a través de varios agujeros de gusano (ellos creen que es por medio de agujeros negros) a un punto en el centro de la Vía Láctea, específicamente en la constelación de Lyra y en Vega donde se reúnen con extraterrestres que adoptan la forma de un ser querido para cada uno de ellos.
Al volver a la Tierra, descubren que su viaje apenas ha durado veinte minutos de tiempo real, y que no quedan pruebas grabadas, por lo que son acusados de fraude y sometidos a frecuentes interrogatorios.
En una especie de epílogo, Ellie actuando según una sugerencia de los emisores de la señal, trabaja en un programa para encontrar patrones ocultos en los decimales del número pi. Finalmente encuentra oculto en la representacion en base 11 un patrón especial en el que los números dejan de variar de forma aleatoria y comienzan a aparecer unos y ceros en una secuencia. La única forma de ocultar semejante mensaje en pi es que el propio creador del universo lo hubiera hecho. Por lo que Ellie empieza una nueva búsqueda análoga al SETI en el aparente ruido de los números irracionales. Esta parte de la trama fue completamente omitida en el film realizado sobre la novela.

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— Adelante, doctor Valerian.

— El mensaje ha sido enviado intencionadamente. Ellos saben que estarnos aquí. Por la transmisión de 1936 que interceptaron, tienen alguna idea de nuestra tecnología, de nuestro grado de inteligencia. No se tomarían todo este trabajo si no desearan que entendiéramos el Mensaje. En alguna parte de ese Mensaje debe de haber una clave que nos ayude a decodificarlo. Sólo es cuestión de almacenar la totalidad de los datos y analizarlos con mucho cuidado.

— ¿De qué supone usted que trata el Mensaje?

— Imposible saberlo, señora. Sólo puedo repetirle lo expresado por la doctora Arroway:

se trata de un Mensaje complejo. La civilización transmisora está ansiosa de que lo recibamos. Quizá no sea más que un pequeño volumen de la Enciclopedia Galáctica. La estrella Vega es tres veces más grande que el Sol, y casi cincuenta veces más brillante.

Debido a que quema su combustible nuclear con tanta rapidez, tendrá una vida mucho más breve que el Sol…

— Sí. Puede estar ocurriendo algo serio en Vega — lo interrumpió el director de Inteligencia Central —. A lo mejor el planeta está a punto de quedar destruido y quieren que alguien conozca su civilización antes de ser exterminados.

— También podría ser — insistió Kitz — que estuvieran buscando otro sitio adonde mudarse y que la Tierra les conviniera. Tal vez no sea por casualidad que resolvieron enviarnos la película de Hitler.

— Un momento — propuso Ellie —. Hay muchas posibilidades, pero no todo es posible.

La civilización emisora no tiene posibilidad de saber si hemos recibido el Mensaje, y mucho menos de constatar si podemos descifrarlo. Si el Mensaje resulta ofensivo, no estamos obligados a responderlo. Y aun si lo contestáramos, pasarían veintiséis años antes de que ellos recibieran la respuesta, y otros veintiséis para hacernos llegar la suya.

La velocidad de la luz es enorme, pero no infinita. Estamos aislados de Vega. Y si el mensaje contuviera algún motivo de preocupación para nosotros, tendríamos décadas para decidir el curso a seguir. Es muy pronto para que nos dejemos dominar por el pánico. — Estas últimas palabras las pronunció con una agradable sonrisa dirigida a Kitz.

— Agradezco sus conceptos, doctora — manifestó la Presidenta —. Sin embargo, las cosas están sucediendo con demasiada prisa. Y quedan muchos interrogantes sin respuesta. Ni siquiera he hecho aún una declaración pública sobre esto. No he tenido tiempo todavía de hablar sobre los números primos, sobre lo de Hitler, y ya tenemos que pensar en ese «libro» que, según usted, nos están enviando. Y como ustedes, los científicos, no son propensos a intercambiar opiniones, corren los rumores. Phyllis, ¿dónde está esa carpeta? Fíjense los titulares que voy a leerles.

Todos dejaban entrever la misma idea, con mínimas variaciones de estilo periodístico:

«Experta Espacial Afirma Señales de Radio Provienen de Monstruos de Ojos Saltones».

«Telegrama Astronómico Sugiere Existencia Inteligencia Extraterrestre», «¿Una Voz del Cielo?» y «¡Llegan los Invasores!» La Presidenta dejó caer los recortes sobre la mesa.

— Al menos todavía no se ha dado a conocer la historia de Hitler. No veo la hora de leer esos titulares: «Hitler Está Vivo y Reside en el Espacio». O algo mucho peor. Yo propondría levantar la sesión y volver a reunimos después.

— Con su permiso, señora — la interrumpió Der Heer —, hay ciertas implicaciones internacionales que deberían ser tratadas ahora.

La Presidenta se limitó a asentir con un suspiro.

— Corríjame si me equivoco, doctora Arroway — prosiguió Der Heer —. Todos los días sale la estrella Vega sobre el desierto de Nuevo México y ustedes reciben una página de esta compleja transmisión, la que casualmente estén enviando en ese momento a la Tierra. Unas ocho horas más tarde la estrella se pone. ¿Hasta aquí voy bien? De acuerdo.

Al día siguiente vuelve a salir la estrella por el este, y ustedes perdieron las páginas remitidas durante el lapso en que no pudieron observar la estrella, es decir, por la noche.

Así, estaríamos recibiendo desde la página treinta a la cincuenta, desde la ochenta a la cien, y así sucesivamente. Por más paciente que sea nuestra observación, siempre nos faltarían grandes tramos de información. Y aunque el mensaje vuelva a repetirse, existirían brechas.

— Eso es muy cierto — convino Ellie, al tiempo que se dirigía hasta un inmenso globo terráqueo. Era obvio que la Casa Blanca se oponía al concepto de oblicuidad de la Tierra puesto que el eje del globo era decididamente vertical. Ellie lo hizo girar —. La Tierra da vueltas en redondo. Para que no haya brechas, harían falta telescopios distribuidos regularmente en numerosas longitudes. Cualquier país que se dedique a observar sólo desde su territorio, recibirá un tramo del mensaje, y luego dejará de recibirlo, quizás en la parte más interesante. Es el mismo tipo de problema con que se enfrenta una de nuestras naves espaciales interplanetarias que envía información a la Tierra al pasar junto a algún planeta, pero quizás en ese momento, los Estados Unidos estén orientados hacia el otro lado. Por eso la NASA cuenta con tres estaciones de rastreo distribuidas en forma pareja en cuanto a latitud alrededor de la Tierra. A través de los años, estas relaciones han dado un excelente resultado. Pero… — Su voz se fue perdiendo, al tiempo que ella posaba sus ojos en P. L. Garrison, funcionario de la NASA allí presente.

— Bueno, gracias. Sí. La denominamos Red Intergaláctica y estamos muy orgullosos de ella. Poseemos estaciones en el desierto de Mojave, en España y en Australia. Desde luego, nuestros recursos financieros no alcanzan, pero con un poco de ayuda podremos acelerar nuestra labor.

— ¿España y Australia? — preguntó la Presidenta.

— Por razones de trabajo puramente científico — decía en ese momento el secretario de Estado —. Estoy seguro de que no habrá problemas. No obstante, si este programa de investigación tuviera derivaciones políticas, eso podría acarrearnos trastornos.

En los últimos tiempos se habían enfriado las relaciones de los Estados Unidos con ambos países.

— Sin lugar a dudas habrá derivaciones políticas — sostuvo la Presidenta.

— Pero no tenemos por qué atarnos a la superficie de la Tierra — intervino el general de la Fuerza Aérea —. Sólo se necesitaría instalar un gran radiotelescopio en nuestra órbita.

— Muy bien. — La Presidenta paseó la mirada por los asistentes —. ¿Tenemos ya un radiotelescopio espacial? ¿Cuánto tiempo nos llevará la instalación? ¿Quién lo sabe?

¿Doctor Garrison?

— Este… no, señora Presidenta. Durante los últimos tres años fiscales, la NASA ha presentado la propuesta del Observatorio Maxwell, pero nunca se lo incluyó en el presupuesto. Tenemos hecho un estudio pormenorizado, desde luego, pero llevaría años — tres, por lo menos — su puesta en práctica. Me veo en la necesidad de recordarles que hasta el otoño pasado los rusos poseían un radiotelescopio en funcionamiento en la órbita de la Tierra. No sé qué fue lo que falló, pero ellos estarían en mejores condiciones de enviar un cosmonauta a repararlo que nosotros de construir y lanzar uno desde cero.

— ¿Eso es todo? — dijo la Presidenta —. La NASA cuenta con un telescopio común en el espacio pero no con un radiotelescopio de grandes dimensiones. ¿No hay nada allá arriba que nos sirva? ¿Qué pasa con los organismos de inteligencia, la Agencia Nacional de Seguridad?

— Siguiendo con la misma idea — sostuvo Der Heer —, estamos recibiendo una señal muy potente en muchas frecuencias. Cuando Vega se pone en los Estados Unidos, hay otros radiotelescopios en varios países que reciben y registran la señal. No son tan sofisticados como los del proyecto Argos y quizá no han descubierto aún lo de la polarización modulada. Si nos ponemos a preparar un radiotelescopio para después lanzarlo al espacio, tal vez entonces el mensaje ya haya desaparecido. ¿No le parece doctora, que la única solución lógica sería la colaboración inmediata de varios países?

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