Ursula Le Guin - La mano izquierda de la oscuridad

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La mano izquierda de la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La trama gira en torno a la estancia de Genly Ai, un enviado terrestre del Ekumen, al planeta Gueden, también conocido como Invierno por atravesar una edad glaciar. El Ekumen podría definirse como una liga interplanetaria compuesta por los “mundos inhabitados” (es decir, por aquellos que no son ni los planetas conocidos ni sus colonias) cuyo propósito, en este caso, es que Gueden se una a la alianza. Por ello, Genly Ai lleva dos años en Karhide (uno de los dos reinos más importantes de Gueden) esperando una audiencia con el rey. Cuando llega el momento, todo apunta a que el rey no goza de un juicio sano, ve al Enviado como una amenaza y a su primer ministro, Estraven, como ejemplo de traición.
En un intento por conseguir en otra ciudad lo que ha resultado imposible en Karhide, Genly Ai viaja a Orgoreyn, donde Estraven cumple su exilio. El rechazo de los orgotas hacia Genly provoca el reencuentro entre éste y Estraven que, a partir de este punto, deberán convivir en duras condiciones.

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13. En la granja

Alarmado por la súbita reaparición de Estraven, el conocimiento que tenía de mis asuntos, y el apremio de sus advertencias, llamé a un taxi y fui directamente a la isla de Obsle, a quien quería preguntarle cómo era que Estraven sabia tanto y cómo había surgido de pronto de la nada incitándome a hacer precisamente lo contrario de lo que Obsle me había aconsejado el día anterior. El comensal no estaba en la casa, y el portero no pudo darme ninguna indicación sobre el paradero presente o futuro de Obsle. Fui a casa de Yegey y no tuve mejor suerte. Caía una nevada densa, la mayor del otoño hasta entonces, y el conductor se negó a llevarme más allá de la casa de Shusgis, pues no tenía agarraderas para la nieve en los neumáticos. Esa noche no pude comunicarme con Obsle, Yegey o Slose por teléfono.

A la hora de la cena Shusgis explicó: estaba celebrándose un festival yomesh, la Solemnidad de los Santos y Fieles del Trono, y se esperaba que los altos oficiales de la comensalía visitaran los templos.

Me explicó asimismo la conducta de Estraven con mucho ingenio, como la de un hombre poderoso y caído ahora, que se aferra a cualquier posibilidad de influir en personas y acontecimientos, cada vez de un modo menos racional, más desesperado, a medida que el tiempo pasa y descubre que está hundiéndose en un anonimato inútil. Estuve de acuerdo en que esto podría explicar la ansiedad y el estado casi frenético de Estraven. La ansiedad sin embargo se me había contagiado. Me sentí de algún modo intranquilo durante casi toda la larga y pesada comida. Shusgis hablaba y hablaba, conmigo y a los secretarios, ayudantes y sicofantes que se sentaban a su mesa todas las noches; yo nunca lo había visto tan animado, tan incesantemente jovial. Cuando la cena terminó era demasiado tarde para salir de nuevo, y de cualquier modo la Solemnidad mantendría ocupados a todos los comensales, dijo Shusgis, hasta medianoche. Decidí saltear la cena, y me fui a la cama temprano. En algún momento entre medianoche y el alba unos extraños me despertaron diciéndome que estaba detenido, y una guardia armada me llevó a la prisión de Kundershaden.

Kundershaden es viejo, uno de los pocos muy viejos edificios que quedan en Mishnori. Yo ya lo había visto antes, caminando por la ciudad: un sitio de mal aspecto, con muchas torres, sucio y largo, que se distinguía en seguida entre los volúmenes pálidos de los edificios de la comensalía. Es lo que el nombre y el aspecto dicen. Es una cárcel. No es una máscara de otra cosa, una mera fachada, un seudónimo. Es real, la cosa real, la cosa detrás de la palabra.

Los guardias, unos hombres robustos y sólidos, me llevaron a los empujones por muchos pasillos y al fin me dejaron en un cuartito, muy sucio y muy iluminado. Pocos minutos después llegó otro grupo de guardias como escoltas de un hombre de cara delgada y aire de autoridad. Despachó a todos menos dos, y le pregunté si se me permitía mandar un mensaje al comensal Obsle.

—El comensal está enterado del arresto de usted.

—¿Está enterado? —repetí como un estúpido.

—Por supuesto, mis Superiores actúan por orden de los Treinta—y—tres. Bien, tendremos que interrogarlo.

Los dos guardias me sujetaron los brazos. Me resistí, gritándoles: —¡Estoy dispuesto a contestar todas las preguntas, no es necesario que me amenacen! —El hombre de cara delgada no me prestó atención, y llamó a otro guardia. Entre los tres me sujetaron con correas a una mesa columpio, me desnudaron, y me inyectaron, supongo, alguna droga de la verdad.

No sé cuánto duró el interrogatorio ni sobre qué me preguntaron. Parece que me drogaban de distintos modos casi sin interrupción, y no recuerdo nada. Cuando recobré el sentido no tenía idea del tiempo que había pasado en Kundershaden: cuatro o cinco días, considerando mi estado físico, pero no podía asegurarlo. Durante un tiempo no supe en qué día del mes estábamos ni en qué mes, y en verdad tardé bastante en ir comprendiendo dónde me encontraba ahora.

Yo iba en una caravana de camiones, muy parecidos a aquel que me había llevado de Kargav a Rer; pero en la caja, no en la cabina. Había otras veinte o treinta personas conmigo; era difícil decir cuántas, pues no había ventanas y la luz entraba sólo por una ranura de la puerta trasera, protegida con cuatro capas de alambre tejido. Parecía evidente, cuando recuperé la conciencia, que estábamos viajando desde hacia tiempo, pues el sitio que ocupaba cada uno estaba ya bastante definido, y el olor de los excrementos, vómitos y sudores había alcanzado un nivel estable. Nadie conocía a nadie. Nadie sabia a dónde íbamos. Se hablaba poco. Era ya la segunda vez en que me encerraban en la oscuridad con gente de Orgoreyn desesperanzada y sumisa. Entendía ahora la señal que se me había presentado en aquella primera noche. Había ignorado el sótano oscuro y había ido a buscar la sustancia de Orgoreyn en la superficie, a la luz del día. No era raro que nada me hubiese parecido real.

Me pareció de algún modo que el vehículo iba hacia el este, y así seguí pensándolo aun cuando fue claro que íbamos hacia el oeste, adentrándonos más y más en Orgoreyn.

Nuestros subsentidos magnéticos y de orientación no funcionan bien en otros planetas; cuando el intelecto no puede o no quiere compensar las discrepancias, el resultado es una profunda confusión, la impresión de que no hay, literalmente, puntos de referencia.

Uno de mis compañeros de encierro murió aquella noche. Le habían golpeado o pateado el vientre y murió de hemorragia. Nadie trató de hacer algo, no había nada que hacer. Unas horas antes nos habían traído una jarra plástica de agua, pero no quedaba una gota. El hombre yacía a un lado, a mi derecha, y le puse la cabeza en mis rodillas para que reposara mejor, y allí murió. Estábamos todos desnudos, y las piernas, muslos y manos me quedaron cubiertas de sangre; una vestidura seca, de color castaño, que no calentaba.

La noche se enfrió más, y tuvimos que juntarnos en busca de un poco de calor. El cadáver, que no tenía nada que dar, fue expulsado del grupo, excluido. Nos apretamos unos contra otros sacudiéndonos y balanceándonos todos juntos el resto de la noche. La oscuridad era total dentro de la caja de acero. Estábamos en algún camino secundario y no se oía a ningún otro vehículo; aun acercando la cara a la malla de alambre no podía verse otra cosa que oscuridad y los borrosos reflejos de la nieve caída.

Nieve caída, nieve recién caída, nieve de hace tiempo, nieve que precede a la lluvia, nieve escarchada… El orgota y el karhidi tienen una palabra para cada una de estas nieves. En karhidi (que conozco mejor que el orgota) he contado por lo menos sesenta y dos palabras para las distintas clases, estados, edades y cualidades de la nieve, es decir la nieve caída. Hay otra serie de palabras para las variedades de la nieve que cae; otras para el hielo, y unas veinte más que indican la temperatura, la fuerza del viento, y la clase de precipitación de ese momento, todo junto. Aquella noche me senté y traté de hacer listas de esas palabras en mi cabeza. Cada vez que recordaba una nueva, repetía la lista insertando la palabra en orden alfabético.

Poco después del alba el camión se detuvo. La gente gritó por la ranura que había un muerto en la caja, vengan y sáquenlo. Uno tras otro gritamos y aullamos. Golpeamos los costados y la puerta, haciendo un ruido de todos los demonios en aquella caja de acero, tanto que era inaguantable para nosotros mismos. No vino nadie. El camión no se movió durante varias horas. Al fin se oyó afuera un sonido de voces; el camión se sacudió, resbalando en la carretera helada, y se puso otra vez en marcha. Podía verse por la ranura que era una mañana soleada, y que cruzábamos unas lomas con árboles.

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