La descendencia es reconocida, en todo Gueden, en la línea materna, el «padre en la carne» (karhidi, amha).
El incesto, con distintas restricciones está permitido entre hermanos de sangre de un voto de kémmerer.
Los hermanos sin embargo, no están autorizados a hacer voto de kémmerer, ni a mantener el kémmer luego del nacimiento de un niño. El incesto entre generaciones está estrictamente prohibido en Karhide/Orgoreyn, pero parece que se lo permite en las tribus de Perunter, el continente antártico, aunque quizá sea una calumnia.
¿Qué otra cosa sé con seguridad? Esto parece resumirlo todo.
Hay un aspecto de estas anomalías que parece tener sentido de adaptación. Como el coito ocurre sólo durante los períodos fértiles la posibilidad de concepción es alta, como en el caso de todos los mamíferos que tienen un ciclo estro. En condiciones duras, cuando la mortalidad infantil es alta, es posible encontrar algún factor importante de supervivencia. En la actualidad ni la mortalidad infantil ni el índice de nacimientos son muy elevados en las áreas civilizadas de Gueden. Tinibossol estima una población de más de 100 millones en los tres continentes, y considera que se ha mantenido estable por lo menos durante un milenio. La abstención ética y ritual y el uso de drogas anticonceptivas parecen haber tenido especial importancia en el mantenimiento de esta estabilidad.
Hay tres aspectos de la ambisexualidad que hemos vislumbrado o entrevisto apenas, y que quizá nunca entendamos del todo. El fenómeno kémmer, por supuesto, nos fascina a todos nosotros, los investigadores. Nos fascina a nosotros, pero gobierna a los guedenianos, los domina. La estructura social, la administración de las industrias, la agricultura y el comercio, las dimensiones de las casas, los temas literarios, todo se ordena con el fin de acomodarse al ciclo sómer —kémmer.
Todas las gentes tienen un día libre una vez al mes; nadie, cualquiera sea el puesto que ocupe, está obligado a trabajar cuando se encuentra en kémmer. Nadie tiene vedado el acceso a la casa de kémmer por más pobre o desconocido que sea. Todo cede ante esa tormenta recurrente, esa fiesta de la pasión. Esto podemos entenderlo con facilidad. Lo que no parece nada fácil de entender es que en tres cuartas partes del tiempo no hay en esa gente ningún signo de demostración sexual. Se da mucho espacio al sexo, realmente, pero un espacio de algún modo separado, aparte. La sociedad de Gueden, en su funcionamiento y continuidad cotidianos, no tiene sexo.
Considérese: Cualquiera puede cambiarse en cualquiera de los dos sexos. Esto parece simple, pero los efectos psicológicos son incalculables. El hecho de que cualquiera entre los diecisiete y los treinta y cinco años, aproximadamente, pueda sentirse «atado a la crianza de los niños» (como dice Nim) implica que nadie está tan «atado» aquí como pueden estarlo, psicológica o físicamente, las mujeres de otras partes. Las cargas y los privilegios son compartidos con bastante equidad: todos corren los mismos riesgos o tienen que afrontar las mismas decisiones. Por lo tanto nadie es aquí tan libre como un hombre libre de cualquier otra parte.
Considérese: No hay imposición sexual, no hay violaciones. Como en la mayoría de los mamíferos no humanos el coito implica una invitación y un consentimiento mutuos; de otro modo no es posible. La seducción es por supuesto posible, pero sólo con un extraordinario sentido de la oportunidad.
Considérese: No hay división de la humanidad en dos partes: fuerte/débil; protector/protegido; dominante/sumiso; sujeto de propiedad/objeto de propiedad; activo/pasivo. En verdad toda esa tendencia al dualismo que empapa el pensamiento humano se encuentra aminorada, o cambiada, en Invierno.
Lo que sigue ha de incluirse en mis directivas últimas: cuando uno se encuentra con un guedeniano no puede comportarse, ni deberá hacerlo, como un ser bisexual normal: esto es considerar al guedeniano hombre o mujer, y adoptar uno mismo el rol opuesto correspondiente, de acuerdo con las propias expectativas acerca de la estructura o interacciones posibles entre personas del mismo o de distinto sexo. Todas nuestras formas de interacción socio—sexual son aquí desconocidas. No les es posible a los guedenianos entrar en el juego. No se ven a si mismos como hombres o mujeres. Si, ni siquiera alcanzamos a imaginarlo, y ya lo rechazamos como imposible. ¿Qué es lo primero que preguntamos cuando nace un niño?
Sin embargo los guedenianos no son neutros. Son potenciales, o integrales. No habiendo en mi idioma el equivalente del «pronombre humano» karhidi, y que se refiere en todos los casos a las personas en sómer, diré «él» por las razones que nos llevan a emplear el pronombre masculino refiriéndonos a un dios trascendente: es menos definido, menos específico que el neutro o el femenino. Pero esta recurrencia del pronombre masculino en mis pensamientos me hace olvidar continuamente que el karhíder con quien estoy no es un hombre, sino un hombre—mujer.
El primer móvil, si se envía uno, ha de recordar esta advertencia; si no está muy seguro de sí mismo o es un anciano se sentirá humillado a menudo. Un hombre desea que se tenga en cuenta su virilidad, una mujer desea que se aprecie su femineidad, por más indirectos y sutiles que sean este tener en cuenta y estas apreciaciones. En Invierno no existen. Uno es respetado y juzgado sólo como ser humano. La experiencia es asombrosa.
De vuelta a mi teoría. Buscando cuáles pudieran ser los propósitos de un experimento semejante, si ha sido un experimento, y tratando quizá de no acusar a nuestros antecesores hainis del pecado de barbarismo, tratar vidas como cosas, he de aventurar aquí algunas hipótesis.
El ciclo sómer—kémmer nos parece degradante, una vuelta del ciclo estro de los mamíferos inferiores, una sumisión de los seres humanos al imperativo mecánico del celo. Es posible que los experimentadores trataran de averiguar si los seres humanos despojados de una potencialidad sexual continua siguen siendo inteligentes y capaces de crear cultura.
Por otra parte, la limitación del impulso sexual, en un plazo de tiempo discontinuo, y la «homogeneidad» del estado andrógino, han de prevenir, de modo notable, tanto la explotación como la frustración de ese mismo impulso. Tiene que haber frustración sexual (aunque la sociedad trata de impedirlo, pues mientras las dimensiones de la unidad social permitan que por lo menos dos personas estén en kémmer al mismo tiempo la satisfacción sexual está bastante asegurada); pero por lo menos no puede acumularse; termina junto con el kémmer. Sí, y de este modo se evitan pérdidas de tiempo y mucha insensatez, pero, ¿qué queda en sómer? ¿Qué se sublima entonces? ¿A dónde puede llegar una sociedad de eunucos? Aunque por supuesto, no son eunucos, y sería mejor llamarlos en sómer—prepúberes: no castrados, latentes.
Otra hipótesis sobre el objeto del posible experimento: la eliminación de la guerra. ¿Creían los antiguos hainis que la capacidad sexual continua y la opresión social organizada, atributos que no se encuentran en otros mamíferos que el hombre, son causa y efecto? O, como opina Tumass Song Angot, ¿consideraban quizá que la guerra es una actividad de desplazamiento puramente masculina, una vasta violación, y decidieron así eliminar la masculinidad que viola y la femineidad que es violada? Dios lo sabe. El hecho es que los guedenianos, aunque extremadamente competitivos (como lo prueban los elaborados medios sociales que invitan a luchas de prestigio, etc.) no parecen ser muy agresivos; por lo menos y hasta ahora, no han tenido nunca algo que pudiera llamarse una guerra. Se matan a veces, y rápidamente, de a uno o de a dos; rara vez de a diez o veinte; nunca de a cien o mil. ¿Por qué?
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