Ursula Le Guin - La mano izquierda de la oscuridad

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La mano izquierda de la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La trama gira en torno a la estancia de Genly Ai, un enviado terrestre del Ekumen, al planeta Gueden, también conocido como Invierno por atravesar una edad glaciar. El Ekumen podría definirse como una liga interplanetaria compuesta por los “mundos inhabitados” (es decir, por aquellos que no son ni los planetas conocidos ni sus colonias) cuyo propósito, en este caso, es que Gueden se una a la alianza. Por ello, Genly Ai lleva dos años en Karhide (uno de los dos reinos más importantes de Gueden) esperando una audiencia con el rey. Cuando llega el momento, todo apunta a que el rey no goza de un juicio sano, ve al Enviado como una amenaza y a su primer ministro, Estraven, como ejemplo de traición.
En un intento por conseguir en otra ciudad lo que ha resultado imposible en Karhide, Genly Ai viaja a Orgoreyn, donde Estraven cumple su exilio. El rechazo de los orgotas hacia Genly provoca el reencuentro entre éste y Estraven que, a partir de este punto, deberán convivir en duras condiciones.

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Así fui registrado en los archivos de Orgoreyn, secretario de Yegey, aunque no como dígito sino como dependiente. Los nombres comunes no les bastan, han de señalar alguna clasificación, e indicar el tipo antes que se vea la cosa. Pero esta vez la clasificación resultó adecuada. Yo era dependiente, y pronto me encontré maldiciendo el propósito que me había traído aquí a comer el pan de otro hombre. Pues durante todo un mes no me dieron señal de que yo me hubiese acercado algo más a la meta que cuando estaba en la isla del Pescado.

En el lluvioso anochecer del último día de verano, Yegey me llamó a su estudio, donde lo encontré hablando con el comensal del distrito de Sekeve, Obsle, a quien yo había conocido en Erhenrang como jefe de la comisión de comercio naval. Bajo de estatura, inclinado de hombros, con ojitos triangulares en una cara de veras chata, hacía una rara pareja con Yegey, todo delicadeza y huesos. La vieja regañona y el joven petimetre, parecían, pero eran algo más que eso. Eran dos de los Treinta—y—tres que gobernaban Orgoreyn, y, de nuevo, eran algo más que eso.

Una vez cambiadas las primeras cortesías, y luego de beber un trago de agua de vida de Sidish, Obsle suspiró y me dijo: —Cuénteme ahora por qué hizo usted lo que hizo en Sassinod, Estraven, pues si hubo alguna vez un hombre incapaz de equivocarse en la oportunidad de un acto o la consideración de un shifgredor yo pensaba que ese hombre era usted.

—El miedo se sobrepuso en mí a la precaución, comensal.

—¿Miedo de qué demonios? ¿De qué tenía usted miedo, Estraven?

—De lo que está ocurriendo ahora. La continuación de esa lucha de prestigio en torno al valle de Sinod; la humillación de Karhide, la cólera que nace de la humillación; la utilización de esa cólera por parte del gobierno karhidi.

—¿Utilización? ¿Con qué propósito?

Obsle no era hombre de buenas maneras; Yegey, delicado y quisquilloso, nos interrumpió: —Comensal, el Señor Estraven es mi huésped y no es necesario que soporte interrogatorios…

—El Señor Estraven responderá a preguntas cuándo y cómo le parezca adecuado, como ha hecho hasta ahora —dijo Obsle sonriendo con una mueca, una aguja oculta en un montón de grasa —. Sabe muy bien que está aquí entre amigos.

—Tomo mis amigos donde los encuentro, comensal, pero desde hace un buen tiempo no me preocupa conservarlos.

—Ya entiendo. Podemos empujar un trineo juntos sin ser kemmerantes, como decimos en Eskeve, ¿eh?. Qué demonios, sé por qué lo exiliaron a usted, mi querido: por poner a Karhide por encima del rey.

—Mejor por poner al rey por encima de su primo, quizá.

—O por poner a Karhide por encima de Orgoreyn —dijo Yegey —. ¿Me equivoco, Señor Estraven?

—No, comensal.

—¿Quiere decir —preguntó Obsle —, que Tibe desea que Karhide tenga un gobierno como el nuestro, eficiente?

—Sí, creo que Tibe, empleando la disputa del valle de Sinod como un aguijón, y afilándolo cada vez que sea necesario, puede traer a Karhide el cambio más grande del último milenio. Tiene un modelo de trabajo, el Sarf. Y sabe cómo manejar los miedos de Argaven. Es más fácil que tratar de despertar el coraje de Argaven, como hice yo. Si Tibe triunfa, descubrirán, caballeros, que tienen un enemigo digno de ustedes.

Obsle asintió con un movimiento de cabeza. —Renuncio al shifgredor —dijo Yegey —. ¿Qué trata de decir, Estraven?

—Esto: ¿cabrán en el Gran Continente dos Orgoreyns?

—Ay, ay, ay, el mismo pensamiento —dijo Obsle —, la misma idea: me la puso usted en la cabeza hace mucho tiempo, Estraven, y nunca pude quitármela. Nuestra sombra se alarga demasiado. Pronto cubrirá también a Karhide. Una contienda entre dos clanes, si; un saqueo entre dos ciudades, sí; una disputa fronteriza y unos pocos asesinatos y graneros incendiados, sí; ¿pero una contienda entre dos naciones? ¿Un saqueo en que intervienen cincuenta millones de almas? Oh, por la dulce leche de Meshe; es una imagen que me ha quemado como un fuego, algunas noches, y he tenido que levantarme, empapado en sudor… No estamos seguros, no estamos seguros. Tú lo sabes, Yegey, tú lo has dicho a tu modo, muchas veces.

—He votado hasta trece veces contra el mantenimiento de esa disputa del valle de Sinod. ¿De qué ha servido? El partido de las dominaciones dispone de veinte votos incondicionales, y cualquier movida de Tibe fortalecerá el poder que el Sarf tiene sobre esos veinte. Tibe levanta una cerca a lo largo del valle, pone guardias en esa cerca armados de fusiles de saqueo… ¡Fusiles de saqueo! Uno pensaría que los guardan en los museos de historia. Proporciona un blanco a la facción de las dominaciones, cada vez que ellos lo necesitan.

—Así se fortalece Orgoreyn, pero también Karhide. Toda respuesta de ustedes a las provocaciones de Tibe, toda humillación infligida a Karhide, todo acontecimiento que implique para nosotros una pérdida de prestigio servirá para que Karhide sea más fuerte, hasta que se parezca a Orgoreyn: todo el país gobernado desde un centro. Y en Karhide no guardan las armas de saqueo en museos históricos. Son las armas de la guardia del rey.

Yegey sirvió otra rueda de agua de vida. Los nobles orgotas bebían ese fuego precioso, traído desde Sid a una distancia de ocho mil kilómetros sobre océanos de nieblas, como si fuese cerveza común. Obsle se enjugó la boca y parpadeó. —Bueno —dijo —, todo esto es como lo he pensado, y como lo pienso ahora. Y hay un trineo, parece, que podemos empujar juntos. Pero quiero hacer una pregunta. Me ha echado usted la capucha sobre los ojos, y dígame pues: ¿qué es toda esa oscuridad, esa ofuscación y esos dislates a propósito de un Enviado del otro lado de la luna?

Genly Ai, entonces, había pedido permiso para entrar en Orgoreyn.

—¿El Enviado? Es lo que él dice.

—Y él dice que es…

—Un mensajero de otro mundo.

—Por favor, Estraven, dejemos de lado esas condenadas y oscuras metáforas de la lengua karhidi. Renuncio al shifgredor, lo descarto. ¿Me contestará ahora?

—Ya lo he hecho.

—¿Es una criatura extraña? —dijo Obsle, y Yegey —: ¿Y ha tenido una audiencia con el rey Argaven?

Respondí sí a los dos. Guardaron silencio un minuto y luego ambos empezaron a hablar al mismo tiempo, y no trataron de ocultar su interés. Yegey estaba dando un rodeo, pero Obsle atacó directamente: —¿Y qué papel desempeñaba ese extraño en los planes de usted, Estraven? Parece que usted se apoyó en él, y cayó al suelo. ¿Por qué?

—Porque Tibe me hizo una zancadilla. Yo tenía los ojos puestos en las estrellas, y no miré el barro a mis pies.

—¿Estudiaba usted astronomía, mi querido?

—Sería bueno que todos estudiáramos astronomía, Obsle.

—¿Es una amenaza para nosotros, este Enviado?

—Creo que no. Nos trae de afuera proposiciones de comunicaciones y comercio, tratados y alianzas, nada más. Vino solo, sin armas ni defensas, sin otra cosa que un dispositivo de comunicaciones, y su nave, que hemos examinado de arriba abajo. No es hombre de temer, me parece. Sin embargo, nos trae el fin de las comensalías y el reino en las manos desnudas.

—¿Por qué?

—¿Cómo podremos tratar con extranjeros excepto como hermanos? ¿Cómo podría Gueden tratar con una unión de ochenta mundos sino como un mundo?

—¿Ochenta mundos? —dijo Yegey, y rió nerviosamente. Obsle me miró un rato de reojo y dijo —: Prefiero pensar que ha estado demasiado tiempo con los locos del palacio y ha enloquecido también usted… ¡En nombre de Meshe! ¿Qué es esa charla de alianzas con el sol y tratados con la luna? ¿Cómo vino aquí ese hombre, cabalgando en un cometa? ¿Subido a un meteoro? Una nave. ¿Qué clase de nave flota en el aire, en el espacio vacío? Sin embargo, no está usted más loco que antes, Estraven, lo que quiere decir estrictamente loco, sabiamente loco. Todos los karhíderos son locos. Adelante, mi Señor, yo iré detrás. ¡En marcha!

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