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Ursula Le Guin: Los desposeídos

Здесь есть возможность читать онлайн «Ursula Le Guin: Los desposeídos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1983, ISBN: 978-84-350-0398-8, издательство: Minotauro, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Shevek, un físico brillante, originario de Antares, un planeta aislado y “anarquista”, decide emprender un insólito viaje al planeta madre Urras, en el que impera un extraño sistema llamado el “propietariado”. Shevek cree por encima de todo que los muros del odio, la desconfianza y las ideologías, que separan su planeta del resto del universo civilizado, deben ser derribados. En este contexto la autora explora algunos de los problemas de nuestro tiempo: la posición de la mujer en la estructura social, la complejidad de las relaciones humanas, los méritos y las promesas de las ideologías, las perspectivas del idealismo político en el mundo actual.

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—Algunas personas nos desaprueban en el centro de aprendizaje.

—¿Y con qué maldito derecho?

—Calla, calla. Desaprueban al Sindicato.

—¡Oh! —dijo Takver, un sonido extraño, gutural y al abotonarse la túnica arrancó el botón de la tela. Lo miró un momento sobre la palma de la mano. Luego miró a Shevek y a Sadik.

—¿Cuándo empezó?

—Hace mucho tiempo —respondió Sadik sin levantar la cabeza.

—¿Días, décadas, en el último trimestre?

—¡Oh, mucho más! Pero… Pero ahora están peores en el dormitorio. De noche. Terzol no los obliga a callar. —Sadik hablaba como en sueños, muy serena, como si ya no le importara.

—¿Qué hacen? —preguntó Takver, sin atender a la mirada de advertencia que le echaba Shevek.

—Bueno, dicen… me tratan mal, simplemente. Me excluyen de los juegos y las cosas. Tip, ella era una amiga, sabes, siempre venía a charlar, al menos después que apagaban las luces. Ahora no viene más. Terzol, la hermana grande del dormitorio, es… dice «Shevek es… Shevek…»

Shevek la interrumpió, sintiendo la tensión que crecía en el cuerpo de la niña, desgarrada entre la timidez y el deseo de no parecer cobarde.

—Dice «Shevek es un traidor, Sadik es egotista…» ¡Tú sabes lo que dice, Takver! —Los ojos le relampagueaban.

Takver se acercó y tocó la mejilla de su hija, una vez, casi tímidamente. Dijo en voz baja:

—Sí, sé —y se apartó y se sentó en la plataforma de la otra cama, frente a ellos.

Pilun, acurrucada cerca de la pared, roncaba dulcemente. La gente de la habitación contigua regresó del comedor, sonó un portazo, alguien en el patio gritó buenas noches, y alguien le contestó desde una ventana abierta. El gran domicilio, doscientas habitaciones, estaba en movimiento, plácidamente vivo todo alrededor; así como la vida de ellos era parte del domicilio, así la vida del domicilio era parte de ellos, parte de un todo. Sadik se deslizó fuera de las rodillas del padre y se sentó en la plataforma junto a él, muy cerca. Los cabellos oscuros, revueltos y enredados le colgaban en guedejas alrededor de la cara.

—No quería decirlo porque… —La voz era tenue, pequeña—. Pero es cada vez peor. Se incitan unos a otros.

—Entonces no volverás allí —dijo Shevek. Quiso rodearla con el brazo, pero la niña se resistió, sentándose muy erguida.

—Iré a hablar con ellos… —dijo Takver.

—Es inútil. Sienten lo que sienten.

—Pero ¿contra qué, contra qué esta lucha? —dijo Takver como confundida.

Shevek no respondió. Seguía tratando de abrazar a Sadik, y la niña cedió al fin, vencida por el cansancio, y apoyó la cabeza en el brazo de Shevek.

—Hay otros centros de aprendizaje —dijo Shevek, sin mucha convicción.

Takver se levantó. Era obvio que no podía quedarse quieta, que necesitaba hacer algo, actuar. Pero no había mucho que hacer.

—Deja que te trence el pelo, Sadik —dijo con una voz vencida.

Le cepilló y le trenzó los cabellos; pusieron el biombo abierto en medio del cuarto, y acostaron a Sadik junto a la pequeña. Cuando dijo buenas, noches, Sadik parecía a punto de llorar, pero media hora más tarde oyeron que respiraba acompasadamente y supieron que se había dormido.

Shevek se había instalado en la cabecera de la plataforma con un cuaderno de notas y la pizarra que usaba para los cálculos.

—Numeré las páginas del manuscrito —dijo Takver.

—¿Cuántas son?

—Cuarenta y una. Incluyendo el apéndice.

Shevek asintió. Takver se puso de pie, miró por encima del biombo a las niñas dormidas, y volvió a sentarse al borde de la plataforma.

—Sabía que algo andaba mal. Pero ella no decía nada. Nunca se ha quejado, es una estoica. No pensé que ese fuera el problema. Creía que nos concernía sólo a nosotros. No se me ocurrió que pudieran hostigar a los niños. —Hablaba en voz baja, con encono—. Crece, sigue creciendo… ¿Será distinto en otra escuela?

—No sé. Si ella pasa mucho tiempo con nosotros, quizá no.

—No estarás sugiriendo…

—No. Enuncio un hecho, nada más. Si hemos elegido para ella la fuerza del amor personal, no podemos ahorrarle lo que trae aparejado, el riesgo del dolor. El dolor que recibe de nosotros, y por nosotros.

—No es justo que la atormenten por lo que hacemos; es tan buena, tan noble, como agua cristalina… —Takver calló, ahogada por un breve acceso de llanto; se secó los ojos, apretó la boca.

—No es lo que nosotros hacemos. Es lo que yo hago —dijo Shevek, y puso a un lado el cuaderno de notas—. Tú también has estado sufriendo.

—A mí no me importa lo que ellos piensan.

—¿En el trabajo?

—Puedo conseguir otro puesto.

—No aquí, no en tu campo.

—Bueno ¿quieres que me vaya a otra parte? Los laboratorios pesqueros de Sorruba en Paz-y-Abundancia me tomarían sin duda. ¿Pero qué pasa contigo? —Lo miró, enojada.

—Te quedas aquí, supongo.

—Podría ir contigo. Skovan y los otros están progresando en iótico, podrían atender la radio, y ésa es ahora mi tarea principal en el Sindicato. En Paz-y-Abundancia podría dedicarme a la física tan bien como aquí. Pero a menos que renuncie al Sindicato de Iniciativas, eso no resuelve el problema, ¿no? Yo soy el problema. Yo soy el que crea dificultades.

—¿Se preocuparían por eso, en un pueblo pequeño como Paz-y-Abundancia?

—Temo que sí.

—Shev, ¿cuánto de este odio has estado soportando? ¿Lo has estado callando, como Sadik?

—Y como tú. Bueno, a veces. Cuando estuve en Concordia, el verano pasado, fue un poco peor de lo que te dije. Hubo pedreas, y luchas. Los estudiantes que me habían pedido que fuese tuvieron que pelear por mí. Lo hicieron, pero me marché en seguida; la situación era peligrosa para ellos. Bueno, los estudiantes buscan el peligro. Y al fin y al cabo también nosotros lo hemos buscado, hemos exacerbado deliberadamente a la gente. Y hay muchos que nos apoyan. Pero ahora… empiezo a preguntarme si no te estoy poniendo en peligro, a ti y a las niñas, Tak. Al quedarme con vosotras.

—Tú, por supuesto, no corres ningún peligro —dijo ella, con vehemencia.

—Yo lo he buscado. Pero no se me ocurrió que el resentimiento tribal se extendería a vosotras. No es lo mismo, creo, que me amenacen a mí o que os amenacen a vosotras.

—¡Altruista!

—Tal vez. No puedo evitarlo. En verdad, me siento responsable, Tak. Sin mí, tú podrías ir a cualquier parte, o quedarte aquí. Has trabajado para el Sindicato, pero lo que desaprueban es tu lealtad hacia mí. Yo soy el símbolo. De modo que no… no hay sitio para mí a donde ir.

—Ve a Urras —dijo Takver. La voz era tan áspera que Shevek se echó hacía atrás como si ella le hubiera golpeado la cara.

Takver no lo miró; pero dijo otra vez en un tono más suave:

—Ve a Urras… ¿Por qué no? Allí te quieren. Aquí no. Quizás empiecen a abrir los ojos cuando te hayas ido. Y tú quieres ir. Lo vi esta noche. Nunca lo habías pensado antes, pero hoy durante la cena, cuando hablamos del premio, lo vi, noté cómo te reías.

—¡No necesito premios ni recompensas!

—No, pero necesitas que te escuchen, necesitas discusión y estudiantes… sin las ataduras que te impone Sabul. Y mira: tú y Bedap habláis continuamente de espantar a la CPD con la idea de que alguien vaya a Urras, y afirme el derecho a decidir libremente. Pero si habláis y habláis y nadie va, fortaleceréis la posición del otro bando, y habréis demostrado que nada puede cambiar una costumbre. Ahora que lo habéis planteado en una asamblea de la CPD, alguien tendrá que ir, Y tienes que ser tú. Ellos te han invitado; tienes una razón. Ve a buscar tu premio… el dinero que están guardando para ti —concluyó, con una carcajada súbita y genuina.

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