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Ursula Le Guin: Los desposeídos

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Shevek, un físico brillante, originario de Antares, un planeta aislado y “anarquista”, decide emprender un insólito viaje al planeta madre Urras, en el que impera un extraño sistema llamado el “propietariado”. Shevek cree por encima de todo que los muros del odio, la desconfianza y las ideologías, que separan su planeta del resto del universo civilizado, deben ser derribados. En este contexto la autora explora algunos de los problemas de nuestro tiempo: la posición de la mujer en la estructura social, la complejidad de las relaciones humanas, los méritos y las promesas de las ideologías, las perspectivas del idealismo político en el mundo actual.

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—Algunas personas entienden —dijo Takver con deliberado optimismo—. Una mujer en el ómnibus ayer, no sé dónde la había conocido, trabajos del décimo día, supongo, me dijo: «¡Tiene que ser maravilloso vivir con un gran científico, tiene que ser tan interesante!» Y yo dije: «Sí, por lo menos siempre hay algo de qué hablar». ¡Pilun, no te duermas, chiquitina! Shevek volverá pronto e iremos al comedor. Sacúdela, Dap. Bueno, ves, ella sabía quién era Shev, pero no mostraba odio ni desaprobación; fue muy simpática.

—La gente sabe quién es Shev —dijo Bedap—. Es raro, pues no pueden comprender los libros de él como tampoco los comprendo yo. Unos pocos, un centenar lo entienden, dice él. Esos estudiantes de los Institutos de la División, que tratan de organizar los cursos de Simultaneidad. Yo por mi parte creo que unas pocas docenas sería una estimación magnánima. Y sin embargo la gente sabe quién es, piensan que es alguien de quien tienen que sentirse orgullosos. Eso al menos es mérito del Sindicato. Imprimir los libros de Shev. Quizá la única cosa sensata que hayamos hecho.

—¡Oh, por favor! Parece que has tenido una sesión difícil hoy en la CPD.

—Tuvimos. Me gustaría dañe ánimos, Takver, pero no puedo. El Sindicato está despertando un vínculo social básico, el miedo a los extranjeros. Había hoy allí un individuo joven que amenazó abiertamente con represalias violentas. Bueno, es una opción miserable, pero encontrará gente dispuesta. Y esa Rulag, maldición, ¡es una adversaria formidable!

—¿Tú sabes quién es ella, Dap?

—¿Quién es?

—¿Shev nunca te lo dijo? Bueno, él no habla de ella. Es la madre.

—¿La madre de Shev?

Takver asintió.

—Ella lo abandonó cuando Shev tenía dos años. El padre se quedó con él. Nada insólito, desde luego. Excepto los sentimientos de Shev. Él siente que ha perdido algo esencial, él y el padre, los dos. No defiende un principio general, que los padres siempre tengan que quedarse con los hijos, o algo semejante. Pero la importancia que tiene para él la lealtad se remonta a ese entonces, creo yo.

—Lo que sí es insólito —dijo Bedap con energía, olvidándose de Pilun, que se le había dormido en el regazo—, indudablemente insólito, ¡son los sentimientos de ella! Ha estado esperando que él asistiera a una asamblea de Importación y Exportación, eso era evidente, hoy. Ella sabe que Shev es el alma del grupo, y nos odia a causa de él. ¿Por qué? ¿Culpa? ¿Tan podrida está la sociedad odoniana que ahora nos mueve la culpa?… Sabes una cosa, ahora que lo sé, se parecen mucho. Sólo que en ella todo está endurecido, petrificado… muerto.

La puerta se abrió mientras Bedap hablaba. Entraron Shevek y Sadik. A los diez años, Sadik era alta y delgada, larga de piernas, flexible y frágil, con una nube de cabellos oscuros. Detrás entró Shevek; y Bedap, al observarlo a la curiosa luz nueva del parentesco con Rulag, lo vio como uno ve a veces a un viejo amigo, con una nitidez a la que contribuye todo el pasado: el rostro espléndido y reticente, lleno de vida pero demasiado, consumido hasta el hueso. Era un rostro muy personal, y sin embargo las facciones no sólo eran pareció a las de Rulag sino a las de muchos otros anarresti, seres privilegiados por una visión de libertad, y adaptados a un mundo árido, un mundo de distancias, de silencios, de delaciones.

En el cuarto, entre tanto, mucha intimidad, mucha conmoción, comunión: saludos, risas, Pilun pasada de mano en mano, con protestas de parte de ella, para ser besada, la botella pasada de mano en mano para ser escanciada, preguntas, conversaciones. Sadik fue el centro principal de atención, porque era la que menos tiempo pasaba con la familia, y luego Shevek.

—¿Qué quería el viejo Barbas?

—¿Estuviste en el Instituto? —preguntó Takver, observándolo cuando se sentó junto a ella.

—Pasé por allí. Sabul me dejó una nota esta mañana en el Sindicato. —Shevek bebió el zumo de fruta y bajó la taza revelando una curiosa mueca inexpresiva—. Dijo que la Federación de Física tiene un puesto vacante. Autónomo, permanente.

—¿Para ti, quieres decir? ¿Allí? ¿En el Instituto?

Shevek asintió.

—¿Sabul te lo dijo?

—Está tratando de reclutarte —dijo Bedap.

—Sí, eso creo. Si no lo puedes eliminar, domestícalo, como decíamos en Poniente del Norte. —Shevek se echó a reír repentina, espontáneamente—. Es gracioso ¿no?

—No —dijo Takver—. No es gracioso. Es repugnante. ¿Cómo pudiste siquiera hablar con él? Después de todas esas calumnias que ha echado a rodar, la mentira de que le robaste los Principios, ocultar que los urrasti te habían dado ese premio, y luego el año pasado apenas, cuando separó y echó de Abbenay a esos chicos que organizaron el curso, a causa de tu «influencia cripto-autoritaria». ¡Tú, autoritario!… Fue algo repulsivo, e imperdonable. ¿Cómo puedes tratar amablemente a un hombre así?

—Bueno, no es sólo Sabul, tú sabes. El no es más que el portavoz.

—Ya sé, pero le gusta ser el portavoz. ¡Y ha sido tan miserable durante tanto tiempo! Bueno, ¿qué le dijiste?

—Yo contemporicé… como dirías tú —dijo Shevek, y se rió otra vez. Takver lo volvió a mirar; ahora sabía que aunque Shevek trataba de dominarse, estaba en un estado de extrema tensión o excitación.

—¿Entonces no lo rechazaste rotundamente?

—Le dije que había resuelto hace años no aceptar puestos de trabajo regulares, mientras pudiera dedicarme a la labor teórica. Entonces él dijo que como se trataba de un puesto autónomo nada me impediría proseguir con mis investigaciones, y que al darme el puesto se proponían, oíd cómo lo dijo, «facilitarme el acceso a los canales normales de publicación y difusión». La prensa de la CPD, en otras palabras.

—Bueno, entonces has triunfado —le dijo Takver, mirándolo con una expresión extraña—. Has triunfado. Editarán todo lo que escribas. Era lo que querías cuando regresamos aquí, cinco años atrás. Los muros han sido derribados.

—Hay muros detrás de los muros —dijo Bedap.

—Sólo habré triunfado si acepto el puesto. Sabul me ofrece… legalizarme. Oficializarme, Y separarme así del Sindicato de Iniciativas. ¿No te parece ése el verdadero motivo, Dap?

—Desde luego —dijo Bedap, el rostro sombrío—. Dividir para debilitar.

—Pero volver a tomar a Shev en el Instituto, y editar lo que escribe en la prensa de la CPD es dar una aprobación implícita a todo el Sindicato, ¿o no?

—Así podría entenderlo la mayoría de la gente —dijo Shevek.

—No —dijo Bedap—. Darán explicaciones. El gran físico se dejó engañar durante un tiempo por un grupo desaprensivo. Los intelectuales siempre se dejan engañar, porque piensan en cosas desatinadas, como el tiempo y el espacio y la realidad, cosas que no tienen ninguna relación con la vida real, por eso se dejan engañar fácilmente por desviacionistas malintencionados. Pero los nobles y benévolos odonianos del Instituto le hicieron ver qué equivocado estaba, y él ha retornado al redil de la verdad orgánico-social. Despojando al Sindicato de Iniciativas de todo derecho a reclamar la atención de alguien, tanto en Anarres como en Urras.

—No dejaré el Sindicato, Bedap.

Bedap alzó la cabeza, y dijo al cabo de un rato:

—No. Ya sé que no lo dejarás.

—Bueno. Vayamos a comer. Esta panza gruñe: escúchala, Pilun, ¿la oyes? ¡Rour, rour!

—¡Upa! —dijo Pilun en un todo imperioso. Shevek la alzó y se puso de pie, balanceándola sobre un hombro. Detrás de ellos, el móvil suspendido del techo oscilaba, solitario. Era una pieza grande, de alambres batidos y achatados; de canto parecían casi invisibles, y las formas ovaladas centelleaban a intervalos, desvaneciéndose de acuerdo con la luz junto con las dos burbujas de vidrio transparente que giraban también en órbitas elipsoidales, intrincadamente entrelazadas alrededor del centro común, sin encontrarse nunca del todo, sin separarse. Takver lo llamaba el Habitante del Tiempo.

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