Ursula Le Guin - Los desposeídos

Здесь есть возможность читать онлайн «Ursula Le Guin - Los desposeídos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1983, ISBN: 1983, Издательство: Minotauro, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los desposeídos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los desposeídos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Shevek, un físico brillante, originario de Antares, un planeta aislado y “anarquista”, decide emprender un insólito viaje al planeta madre Urras, en el que impera un extraño sistema llamado el “propietariado”. Shevek cree por encima de todo que los muros del odio, la desconfianza y las ideologías, que separan su planeta del resto del universo civilizado, deben ser derribados. En este contexto la autora explora algunos de los problemas de nuestro tiempo: la posición de la mujer en la estructura social, la complejidad de las relaciones humanas, los méritos y las promesas de las ideologías, las perspectivas del idealismo político en el mundo actual.

Los desposeídos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los desposeídos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—En última instancia, la verdad suele empeñarse en servir sólo al bien común —dijo Keng.

—En última instancia, sí, pero no estoy dispuesto a esperar el final. Sólo tengo una vida, y no la derrocharé por la codicia, el lucro y las mentiras. No serviré a ningún amo.

Ahora la calma de Keng era mucho más forzada, mucho más deliberada que al principio de la conversación. La fuerza de la personalidad de Shevek, esa fuerza que no frenaba ahora ninguna timidez, ninguna cautela, era formidable. La conmovía profundamente, y lo miraba con compasión, y hasta con algo de miedo.

—¿Cómo es? —dijo—, ¿cómo puede ser, esa sociedad que lo hizo a usted? Le oí hablar de Anarres, en la Plaza, y lloré al escucharlo, pero en realidad no le creí. Los hombres siempre hablan así del terruño, de la patria lejana… Pero usted no es como los demás hombres. Hay cierta diferencia en usted.

—La diferencia de la idea —dijo él—. Por esa idea he venido aquí. Por Anarres. Ya que mi pueblo se negaba a mirar hacia afuera, pensé que podía conseguir que otros nos mirasen. Pensé que sería mejor no mantenernos aislados detrás de un muro, sino ser una sociedad entre las otras, un mundo entre otros mundos, dando y recibiendo. En eso me equivocaba… estaba profundamente equivocado.

—¿Porqué? Seguramente…

—¡Porque no hay nada, nada en Urras que nosotros los anarresti necesitemos! Nos fuimos con las manos vacías, hace ciento setenta y cinco años, e hicimos bien. No llevamos nada. Porque no hay nada aquí, nada más que los Estados y sus armas, los ricos y sus mentiras, y los pobres y su miseria. No hay modo de actuar honestamente, con el corazón limpio, en Urras. No hay nada que uno pueda hacer en que no intervenga el lucro, y el miedo de perder, y el ansia de poder. No es posible darle a alguien los «buenos días» sin tener presente cuál de los dos, usted o el otro, es el «superior», o tratar de demostrarlo. No puede actuar como un hermano con la gente, tiene que manipularlos, o mandarlos, obedecerles, o engañarlos. No puede tocar a otra persona, pero sin embargo no lo dejan solo. No hay libertad. Es una caja… Urras es una caja, un paquete guardado en un hermoso envoltorio de cielo azul y prados y bosques y grandes ciudades. Y usted abre la caja, ¿y qué hay dentro? Un sótano negro lleno de polvo, y un hombre muerto. Un hombre a quien le ametrallaron la mano porque la tendía a los otros. He estado en el Infierno por fin. Desar tenía razón; es Urras; el Infierno es Urras.

A pesar del tono apasionado, Shevek hablaba con sencillez, con una especie de humildad, y una vez más la Embajadora de Terra lo observaba con una extrañeza a la vez simpática y cautelosa, como si no supiera de qué modo interpretar aquella sencillez.

—Los dos somos extraños aquí, Shevek —dijo al fin—. Yo de un lugar mucho más lejano en el espacio y en el tiempo. Sin embargo empiezo a pensar que soy mucho menos extraña a Urras que usted… Déjeme que le diga qué me parece este mundo. Para mí, y para todos mis semejantes terranos que han visto este planeta, Urras es el más benévolo, el más variado, el más hermoso de todos los mundos habitados. Es el mundo que se parece más que ningún otro al Paraíso.

Ella lo miró con ojos serenos sagaces; él no respondió.

—Sé que está plagado de males, de injusticia, de codicia, de locura, de derroche. Pero también está colmado de bendiciones, de belleza, de vitalidad, de triunfos. ¡Es como un mundo tendría que ser! Está vivo, tremendamente vivo… vivo, a pesar de todos esos males, y con esperanza. ¿No es cierto?

Shevek asintió con un movimiento de cabeza.

—Ahora, usted, hombre de un mundo que ni siquiera alcanzo a imaginar, usted que ve mi Paraíso como Infierno, ¿quiere que le diga cómo es el mundo mío?

Él la miró en silencio, con ojos claros y firmes.

—Mi mundo, mi Tierra, es una ruina. Un planeta arruinado por la especie humana. Nos multiplicamos y nos devoramos unos a otros y peleamos hasta que no quedó nada en pie y entonces perecimos. No dominábamos ni nuestros apetitos ni nuestra violencia; no nos adaptamos. Nos destruimos a nosotros mismos. Pero primero destruimos el mundo. Ya no quedan bosques en mi tierra. El aire es gris, el cielo es gris, siempre hace calor. Es habitable, todavía es habitable, pero no como este mundo. Este es un mundo vivo, una armonía. El mío es una discordia. Ustedes los odonianos eligieron un desierto; nosotros los terranos hicimos un desierto… Y allá sobrevivimos, como sobreviven ustedes. ¡Es dura la gente! Ahora somos casi medio billón. En un tiempo fuimos nueve billones. Todavía se pueden ver por doquier las antiguas ciudades. Los huesos y los ladrillos se convierten en polvo, pero las pequeñas panículas de material plástico nunca se pulverizan; tampoco ellas se adaptan. Fracasamos como especie, como especie social. Ahora estamos aquí, tratando como iguales con otras sociedades humanas de otros mundos, sólo gracias a la caridad de los hainianos. Llegaron, nos ayudaron. Ellos construyeron naves y nos las dieron, para que pudiéramos abandonar nuestro mundo en ruinas. Nos tratan con gentileza, con caridad, como el hombre sano trata al enfermo. Son gente muy extraña, los hainianos; más antiguos que cualquiera de nosotros, infinitamente generosos. Son altruistas. Impulsados por una culpa que nosotros ni siquiera comprendemos, pese a todos nuestros crímenes. Lo que los impulsa en todo cuanto hacen, creo, es el pasado, ese pasado infinito que tienen. Bueno, hemos salvado cuanto podía salvarse, y hemos organizado una especie de vida entre las ruinas, en Terra, del único modo posible: por la centralización total. Una vigilancia absoluta de cada acre de terreno, cada resto de metal, cada onza de combustible. Racionamiento total, control de la natalidad, eutanasia, conscripción universal de las fuerzas del trabajo. La recimentación absoluta de cada vida, y la supervivencia racial como meta. Habíamos conseguido todo eso, cuando llegaron los hainianos. Nos llevaron… un poco más de esperanza. No mucha. Hemos sobrevivido. … Sólo podemos mirar de afuera este mundo espléndido, esta sociedad vital, Urras, este Paraíso. Sólo somos capaces de admirarlo, tal vez con algo de envidia. No mucho.

—Entonces Anarres, la Anarres de que usted me oyó hablar… ¿qué significaría para usted, Keng?

—Nada, Shevek. Perdimos la posibilidad de nuestro propio Anarres siglos atrás, antes que Anarres naciera.

Shevek se levantó y se acercó a la ventana, una de las troneras largas, horizontales de la torre. Había un nicho en el muro debajo de la ventana; un arquero hubiera podido encaramarse allí y espiar hacia abajo, y apuntar a los asaltantes en la puerta; si uno no subía ese peldaño, no veía nada, sólo el cielo bañado por el sol, ligeramente brumoso. Shevek se detuvo al pie de la ventana, mirando hacia afuera, los ojos llenos de luz.

—Ustedes no comprenden lo que es el tiempo —dijo—. Dicen que el pasado se ha ido para siempre, que el futuro no es real, que no hay cambio, que no hay esperanza. Piensan que Anarres es un futuro inalcanzable, así como es inmutable el pasado. Y entonces no les queda más que el presente, ese Urras, el presente rico, real, estable, el momento, el ahora. ¡Y se les ocurre que esto puede poseerse! Lo envidian de algún modo. Piensan que les gustaría tener algo parecido. Pero no es real, ¿entiende? No es estable, no es sólido… nada lo es. Las cosas cambian, cambian… Nadie puede tener nada. Y menos que nada el presente, a menos que se lo acepte junto con el pasado y el futuro. No sólo el pasado, sino también el futuro. ¡No sólo el futuro sino también el pasado! Porque ellos sí son reales: sólo esa realidad hace real el presente. Ustedes no tendrán y ni siquiera comprenderán a Urras a menos que acepten la realidad, la realidad perdurable, de Anarres. Usted tiene razón, nosotros somos la clave. Pero cuando usted lo dijo, no lo creía de verdad. Usted no cree en Anarres. Usted no cree en mí, aunque estoy aquí con usted, en esta sala, en este momento… Mi pueblo tenía razón, y era yo el que estaba equivocado, en esto: nosotros no podemos ir hacia ustedes, pues no lo permitirían. No creen en el cambio, en el azar, en la evolución. Nos destruirían antes que admitir nuestra realidad, ¡antes que admitir que hay alguna esperanza! No podemos ir hacia ustedes. Sólo podemos esperar que ustedes vengan a nosotros.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los desposeídos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los desposeídos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los desposeídos»

Обсуждение, отзывы о книге «Los desposeídos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x