Isaac Asimov - Un guijarro en el cielo

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Joseph Schwartz paseaba ensimismado por las calles de Chicago. Levantó un pie en el siglo XX y se encontró con que lo había plantado en el año 827 de la Era Galáctica. Todavía estaba en la Tierra, pero en una época en que la Humanidad había colonizado la Galaxia y en la que los terrestres eran considerados parias condenados a la superficie de un mundo radiactivo. Joseph descubre los planes de los extremistas que amenazan la supervivencia de todo el Imperio Galáctico, y sólo él puede prevenir el desastre.

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Los vasos altos parecieron surgir de la nada y quedaron colocados en sus nichos correspondientes esperando el momento de ser cogidos.

Arvardan cogió el verde, y por un momento sintió su frescura contra la mejilla. Después se llevó el vaso a los labios y saboreó su bebida.

—Perfecto —comentó, y dejó el vaso sobre el ancho brazo de su cómodo sillón—. Tal y como usted ha dicho, Procurador Ennius, hay miles de planetas radiactivos, pero sólo uno de ellos está habitado…, éste, Procurador.

—Bien… —Ennius hizo chasquear los labios sobre su vaso, y pareció perder parte de su sequedad después de tomar un trago del líquido que contenía—. Puede que la Tierra resulte excepcional en ese sentido, pero considero que es una distinción muy poco envidiable.

—Ah, pero no se trata tan sólo de una cuestión de particularidad estadística —dijo Arvardan con voz decidida hablando entre sorbo y sorbo—. Es algo que va mucho más lejos, y encierra potencialidades inmensas. Los biólogos han demostrado, o afirman haber demostrado, que en los planetas donde la intensidad de la radiactividad existente en la atmósfera y los mares supera cierto punto de la escala de medición nunca llega a desarrollarse la vida…, y la radiactividad de la Tierra supera ese punto por un margen considerable.

—Es interesante. No lo sabía, doctor Arvardan, y supongo que esto constituiría una prueba definitiva de que la vida de la Tierra es fundamentalmente distinta de la del resto de la Galaxia, ¿no? Eso debería satisfacerle, puesto que usted es de Sirio. —El comentario pareció hacerle sentir una alegría sarcástica—. ¿Sabe que el mayor problema con el que se tropieza uno al gobernar este planeta es el de controlar el intenso sentimiento antiterrestre que existe en todo el Sector de Sirio? —añadió a continuación el Procurador Ennius en tono confidencial—. Y los terrestres devuelven ese odio con creces, desde luego… No estoy afirmando que el sentimiento antiterrestre no exista de forma más o menos difusa en muchos lugares de la Galaxia, naturalmente, pero nunca con tanta intensidad como en el Sector de Sirio.

Arvardan respondió en un tono apasionado e impregnado de vehemencia.

—Procurador Ennius, rechazo lo que usted quiere dar a entender —dijo—. Le aseguro que soy el más tolerante de los hombres. Creo con toda mi convicción en la unidad de la raza humana, y eso incluye también a la Tierra. Toda la vida es fundamentalmente una, porque toda ella se basa en complejos proteínicos que se hallan en un estado de dispersión coloidal…, lo que llamamos protoplasma. El efecto de la radiactividad al cual acabo de hacer referencia no es aplicable únicamente a algunas formas de vida humana o a algunas formas de cualquier tipo de vida. Se aplica a toda la vida, porque es algo basado en la mecánica cuántica de esas macromoléculas; lo cual quiere decir que se aplica a usted, a mí, a los terrestres, a las arañas y a los microbios.

»Como probablemente ya sabe, tanto las proteínas como los ácidos nucleicos son agrupamientos inmensamente complicados de nucleótidos de aminoácidos y otros compuestos especializados dispuestos formando intrincadas arquitecturas tridimensionales que resultan tan poco estables como los rayos del sol en un día nublado. Esta misma inestabilidad es la vida, puesto que la vida cambia constantemente de posición en un esfuerzo por mantener su identidad…, igual que si fuese una vara muy larga colocada en equilibrio sobre la nariz de un acróbata.

»Pero esos productos químicos maravillosos tienen que ser formados a partir de la materia inorgánica antes de que pueda existir la vida. Así pues, en el principio mismo y por influencia de la energía irradiada por el sol que caía sobre esas inmensas soluciones que llamamos océanos, las moléculas orgánicas fueron aumentando gradualmente su complejidad pasando del metano al formaldehído y, finalmente, a los azúcares y almidones en una dirección y de la urea a los aminoácidos y las proteínas en otra. Estas combinaciones y desintegraciones de átomos son fruto de la casualidad, naturalmente, y en un mundo el proceso puede requerir millones de años mientras que en otro puede realizarse en sólo unos centenares de años; pero lógicamente lo más probable es que dure millones de años, y lo más probable es que no llegue a ocurrir nunca.

»Bien, los fisicoquímicos orgánicos han elaborado con gran exactitud toda la cadena de reacciones, especialmente en la parte energética…, es decir, las relaciones de energía generadas con cada cambio atómico. Ahora se sabe sin lugar a dudas que varias de las etapas cruciales del proceso de creación de la vida requieren la ausencia de energía radiada. Si esto le parece extraño, Procurador Ennius, me limitaré a decirle que la fotoquímica —es decir, la química de las reacciones inducidas por la energía radiada— es una rama muy bien desarrollada de la química general; y que existen innumerables casos de reacciones muy sencillas que se desarrollarán de manera distinta según se lleven a cabo en presencia o en ausencia de los cuantos de energía luminosa.

»En los planetas normales el sol es la única fuente de energía radiante o, por lo menos, la mayor. Los compuestos de carbono y nitrógeno se combinan una y otra vez al amparo de las nubes o durante la noche en las formas posibilitadas por la ausencia de esas diminutas fracciones de energía con que son bombardeados por el sol, como si se tratase de bolas que hacen impacto en un número infinito de palos de bolera de dimensiones infinitesimales.

»Pero en los planetas radiactivos la situación es muy distinta, ya que con sol o sin él cada gota de agua está iluminada por el veloz tránsito de los rayos gamma que embisten los átomos de carbono —o los activan, como dicen los químicos—, incluso en lo más tenebroso de la noche e incluso a diez kilómetros de profundidad; obligando a que ciertas reacciones clave sigan una determinada orientación…, una orientación que nunca acaba dando como consecuencia la vida.

Arvardan había vaciado su vaso. Lo dejó encima del armario, y el vaso quedó introducido instantáneamente en un compartimento especial donde fue lavado, esterilizado y puesto en condiciones de volver a ser llenado.

—¿Otra copa? —preguntó Ennius.

—Pregúntemelo después de cenar —replicó Arvardan—. Por ahora ya he bebido bastante.

Ennius alzó un dedo, y una uña que había sido sometida a un concienzudo proceso de manicura repiqueteó sobre el brazo del sillón haciendo un ruidito casi imperceptible.

—Cuando habla consigue que los procesos de la vida parezcan fascinantes, doctor Arvardan —dijo—. ¿Pero cómo se explica entonces que haya vida en la Tierra? ¿Cómo llegó a desarrollarse?

—¿Ve? Usted también empieza a tener dudas, ¿no? Pero yo creo que en realidad la respuesta es muy sencilla: cuando el grado de radiactividad supera el mínimo requerido para detener la creación de la vida, aún no basta para destruir la vida que ya se ha formado. ruede modificarla, desde luego, pero no la destruye salvo cuando llega a alcanzar intensidades realmente excesivas; y en ese caso los !procesos químicos son distintos. En el primer supuesto se trata de impedir que las moléculas crezcan, y en el segundo las moléculas complejas que ya se han formado deben ser destruidas. No es lo mismo, ¿comprende?

—No entiendo cuál es la aplicación de todo eso que me está diciendo —replicó Ennius.

—¿Acaso no le parece evidente? En la Tierra la vida se originó antes de que el planeta se volviese radiactivo. Mi querido Procurador, es la única explicación posible que no nos exige negar el hecho de que hay vida en la Tierra, y que no destruye un número tan elevado de teorías químicas como para poner patas arriba la mitad de esa ciencia.

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