—¡Bah! Estamos apantallados —le soltó el brazo—. Además, Don ya sabe lo que pienso de él. Durante todos estos años, han estado fingiendo que apoyaban nuestro plan. Nosotros les ayudamos, les dimos planos de fábricas que no existían cuando ellos abandonaron la civilización. Durante todo el tiempo, no hacían otra cosa que esperar y tomar sus preciosas fotografías, mientras nosotros hacíamos todo el trabajo de reunir en un mismo sitio y a un mismo tiempo todo lo que quedaba de la raza humana. Y ahora que ya estamos todos juntos, cuando necesitamos la cooperación de todos, ahora empiezan a intentar que la gente se aparte de nosotras con sus palabritas dulces. Bien, voy a decírtelo, Wil. Nuestra colonia es la última esperanza de la humanidad. Y haré cualquier cosa, cualquiera para protegerla.
Marta siempre había aparentado ser tan optimista, tan alegre, que su actual furia era sorprendente. Pero una cosa no significaba que la otra fuera pura hipocresía. Marta era como una gata que de repente se volvía feroz, hasta mortal, para proteger a sus gatitos.
—¿Dices que los Robinson quieren destruir la ciudad? ¿Es que quieren tener su propia colonia?
Marta asintió.
—Sí, pero no como tú piensas. Estos lunáticos quieren seguir viajando a través del tiempo para ver su camino hacia la eternidad. Robinson supone que podrá convencer a muchos de nosotros para que vayamos con ellos, hasta conseguir un sistema estable. Él llama a esto una «urbanización en el tiempo». Durante los próximos miles de millones de años, su colonia deberá estar fuera del estasis un mes cada megaaño. Hasta que el sol deje de marcar la secuencia principal, viajarán por el espacio, emburbujándose cada vez por períodos más largos. ¡Quiere, literalmente, seguir la evolución de todo este condenado universo!
Brierson recordó la impaciencia de Tammy Robinson por vivir al mismo ritmo que el universo. Había estado haciendo propaganda de los proyectos que su padre debía de estar planteando a los asistentes en el teatro.
Wil sacudió su cabeza y rió.
—Lo siento. No me río de ti, Marta. Pero es que comparo lo que dices con las cosas por las que podrías preocuparte. Es ridículo.
»Mira, muchos de los tecno-min son como yo. Sólo han transcurrido unas semanas en tiempo objetivo, desde que abandoné la civilización. Hasta los Neo Mejicanos han estado sólo unos pocos años en el tiempo real antes de ser rescatados por vosotras. No hemos vivido siglos «viajando» como vosotros, los tipos avanzados. Todavía nos duele, queremos parar en un sitio y reconstruir.
—Pero Robinson es tan astuto…
—Es muy astuto, de acuerdo. Vosotras habéis estado muchísimo tiempo alejadas de esta clase de gente. En la civilización, estábamos expuestos a presiones comerciales casi todos los días… En cualquier caso, sólo hay un argumento que tendría que preocuparos.
Marta sonrió tristemente.
—Yelén y yo nos preocupamos por muchas cosas, Wil. ¿Tienes algo nuevo para nosotras?
—Tal vez.
Wil permaneció en silencio durante unos momentos. La fuente que estaba más allá de su banco canturreaba. Los árboles dejaban oír suaves silbidos. Nunca había esperado tener una oportunidad como aquélla. Hasta entonces, las Korolevs habían sido bastante accesibles, a pesar de que parecía que prestaban poca atención a lo que se les decía.
—Todos os estamos muy agradecidos a ti y a Yelén. Nos habéis salvado de una muerte cierta, o por lo menos, de tener que vivir en un mundo vacío. Tenemos una oportunidad para volver a desarrollar la raza humana… Pero al mismo tiempo, muchos tecno-min se sienten agraviados por vuestra actitud y la de los demás viajeros avanzados. Os habéis aposentado en los castillos de la parte alta de la ciudad. Les molesta que vosotras toméis todas las decisiones, que decidáis lo que vais a compartir y lo que va a ser el objetivo del trabajo de ellos.
—Lo sé. No os hemos explicado muy bien las cosas. Parece que seamos omnipotentes. ¿Pero no lo entiendes, Wil? Nosotros, los tecno-max, somos unas pocas personas que procedemos de los años 2200 y que hemos traído lo que en nuestra era resultaba ser lo mejor en equipo de acampada y de supervivencia. Está claro que podemos fabricar cualquiera de los productos de consumo de vuestra época. Pero no podemos reproducir nuestros instrumentos más avanzados, los autones. Cuando éstos nos fallen, estaremos tan desamparados como vosotros.
—Suponía que los autones duraban centenares de años.
—Es verdad, pero sólo si los utilizamos únicamente para nosotros. Si han de ayudar a todo un ejército de tecno-min, durarán menos de un siglo. Nos necesitamos mutuamente, Wil. Separados, ambos grupos se encaminan a la muerte. Juntos, nos queda una oportunidad. Podemos daros bases de datos, equipo y una buena aproximación al nivel de vida del siglo veintiuno… durante algunas décadas. A medida que mengüe nuestra ayuda, vosotros podréis darnos la mano de obra junto con la inteligencia y la ingenuidad para llenar los baches. Si alcanzamos un elevado índice de nacimientos, y podemos construir una infraestructura como la del siglo veintiuno, podremos salir de este atolladero.
—¿Mano de obra voluntaria? ¿Como el trabajo de peón que hemos tenido que hacer?
No intentaba que su pregunta resultara grosera, pero salió así.
Ella volvió a tocarle el brazo.
—No, Wil. Esto fue una muestra de nuestra estupidez y arrogancia.
Se detuvo, y sus ojos buscaron los de él.
—¿Alguna vez has volado a retropropulsión, Wil?
—¿Qué? Oh, no —por lo general, Wil no andaba buscando riesgos.
—¿Pero en tus tiempos era un gran deporte, no es cierto? Una especie de vuelo planeado, pero mucho más excitante, especialmente para los puristas que no llevaban burbujeadores. Nuestra situación me recuerda una catástrofe típica en la retropropulsión: estás a veinte mil metros de altura retropropulsándote solo. De repente tu propulsor se apaga. Es un problema interesante. Estos pequeños juguetes no pesan más que unos pocos centenares de kilos y no llevan turbinas. No puedes hacer más que picar directamente al infierno. Si consigues que tu velocidad sobrepase Mach uno, tal vez tu cohete se vuelva a encender, si no es así, vas a hacer un bonito cráter.
»Pues bien, por ahora estamos bien. Pero a la civilización subyacente se le ha apagado el cohete. Nos queda una larga trayectoria para caer. Contando con los Pacistas, habrá aproximadamente unos trescientos tecno-min. Con vuestra ayuda deberíamos ser capaces de volver a encender el cohete a un cierto nivel de tecnología, digamos al de la del siglo veinte o al de la del veintiuno. Si lo logramos, podremos volver a elevarnos. En caso contrario, si volvemos a una era anterior a la de las máquinas cuando nuestros autones fallen… seríamos demasiado primitivos y demasiado pocos para poder sobrevivir. Así. Retirar la ceniza no era necesario. Pero no puedo disfrazar el hecho de que serán unos tiempos difíciles y de trabajo duro…
Miró hacia abajo.
—Sé que antes ya habías oído casi todo esto, Wil. Es difícil lograr que la gente acepte una perspectiva como ésta, ¿verdad? Pero yo creía disponer de más tiempo. Creía que podría convencer a la mayoría de vosotros de nuestra buena voluntad… No había contado con Don Robinson, sus zalameras ofertas y su buen compañerismo.
Marta parecía desamparada. Wil intentó darle golpecitos en el hombro. No dudaba de que Robinson tenía planes parecidos a los de las Korolevs, planes que deberían permanecer secretos hasta que los tecno-min formaran parte del viaje de su familia.
—Creo que la mayoría de nosotros, los tecno-min, podemos darnos cuenta de lo que hay detrás de Robinson. Pero sólo si dejas bien sentado en qué aspectos sus promesas son mentiras. Si puedes bajar de tu castillo. Concéntrate en Fraley: si Robinson le convence, es muy probable que pierdas los Neo Mejicanos. Fraley no es tonto, pero es muy rígido y se deja arrastrar por la ira. Odia verdaderamente a los Pacistas. Casi tanto como a mí.
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