Ascendió oblicuamente sobre el terreno. Por unos momentos tuvo la visión del Mar Interior, azul pero con sus orillas envueltas en bruma. Había burbujas alrededor de las fincas de los avanzados y alrededor del barrio de la ciudad de los NM. Hacia el oeste había algunas muy grandes. ¿Estarían alrededor de las fábricas automáticas? Todo estaba en estasis excepto la finca de las Korolev. Ya estaba encima del castillo y descendía rápidamente. Los jardines y las torres no habían cambiado, pero un enorme círculo marcado por un sutil pero brusco cambio en el tono verde del bosque circunscribía la finca. Al igual que él, las Korolevs habían estado en estasis hasta hacía poco. Por alguna razón habían dejado emburbujados a los demás. Por alguna razón, querían hablar en privado con W. W. Brierson.
La biblioteca de las Korolev no tenía librerías cargadas con cartuchos de datos ni con libros de papel y tinta. Los datos podían tenerse en cualquier otra parte; la biblioteca era un lugar para estar sentado y pensar (con los adecuados aparatos auxiliares), o también para mantener una pequeña reunión. Las paredes estaban llenas de ventanas de holovisión que permitían ver la zona de campo de los alrededores. Yelén Korolev estaba sentada ante una gran mesa de mármol, en el centro de ella. Hizo una seña a Wil para que fuera a sentarse a su lado.
—¿Dónde está Marta? —preguntó Brierson automáticamente.
—Marta está… muerta, Inspector Brierson —la voz de Yelén era todavía más baja de lo habitual—. Asesinada.
Parecía que el tiempo se hubiera detenido. ¿Marta, muerta? Había recibido heridas de bala que le habían causado menos dolor físico que aquellas palabras. Abrió la boca, pero las preguntas no acudían a ella. En cualquier caso, era Yelén quien quería preguntar.
—Y quiero saber qué tienes que ver tú en esto, Brierson.
Wil movió su cabeza hacia los lados, más en señal de confusión que de negativa.
Ella dio una palmada sobre la mesa de mármol.
—¡Despierta ya, caballero! Te estoy hablando. Eres la última persona que la vio viva. Ella había rechazado tus proposiciones. ¿Valía la pena que la mataras sólo por eso, Brierson? ¿Valía la pena realmente?
La insensatez de la acusación devolvió a Wil a la realidad. Miró a Yelén, y vio que ella estaba mucho peor que él. Al igual que Marta, Yelén Korolev había crecido en el Hainan del siglo veintidós. Pero Yelén no tenía la menor traza de sangre china. Era descendiente de los rusos que habían escapado de la China Central después de la derrota de 1997. Sus claras facciones eslavas eran normalmente frías, y algunas veces ofrecían un humor irónico. Aquellas facciones eran tan suaves como siempre, pero la mujer seguía frotándose la mejilla, y su dedo índice no cesaba de trazar el perfil de sus labios. Estaba en un estado de shock, con los ojos desviados, unos ojos que Wil sólo había visto antes en dos ocasiones, y en ambas habían anunciado una muerte repentina. Por el rabillo del ojo vio que uno de los robots de protección flotaba hasta el lado más apartado de la mesa, para mantenerla ampliamente distanciada de su objetivo.
—Yelén —dijo por fin, tratando de que su voz fuera serena y razonable—, hasta este mismo momento no sabía lo de Marta. Me gustaba… la respetaba más que cualquiera de los otros de la colonia. Jamás habría podido causarle daño.
Korolev le miró durante un largo instante, y después soltó un entrecortado suspiro. La impresión de tensión mortal había disminuido.
—Ya sé lo que intentaste hacer aquella noche, Brierson. Sé cómo intentabas pagar nuestra caridad. Siempre odiaré las agallas que tuviste aquella noche… Pero sé que dices la verdad respecto a una cosa: no existe la más remota posibilidad de que tú o cualquier otro tecno-min pudiera haber matado a Marta.
Le miraba fijamente, recordando la colaboradora que había perdido o tal vez estaba comunicando con la cinta de su cabeza. Cuando volvió a hablar, su voz era más suave, casi perdida.
—Tú fuiste un policía, en un siglo donde el asesinato era todavía una cosa muy corriente. Hasta llegaste a ser famoso. Cuando era muy joven, leí todo lo que se refería a ti… Haré cualquier cosa para atrapar al asesino de Marta, inspector.
Wil se inclinó hacia adelante.
—¿Yelén, qué sucedió? —dijo suavemente.
—Fue… fue abandonada, se la dejó fuera de todas nuestras burbujas.
Por un momento, Wil comprendió. Después recordó que hacía poco había paseado por la calle desierta preguntándose si se encontraba solo, preguntándose cuántos años deberían pasar hasta que se abrieran las otras burbujas. Antes había creído que ser secuestrado en el futuro era el crimen más terrible que podía cometerse con las burbujas, pero ahora se daba cuenta de que ser abandonado en un presente vacío podía ser igualmente horroroso.
—¿Cuánto tiempo estuvo sola, Yelén?
—Cuarenta años. Sólo cuarenta malditos años. Pero no tuvo cuidados sanitarios. No tuvo robots. Sólo tuvo la ropa que llevaba puesta. Me siento orgullosa de ella. Aguantó cuarenta años. Sobrevivió al desierto, a la soledad, a su propio envejecimiento. Durante cuarenta años. Y casi lo logró. Otros diez años… —su voz se quebró y se tapó los ojos—. Vuelve atrás, Korolev —dijo—. Sólo los hechos.
»Ya sabes que hemos de viajar hasta que llegue el momento en que la burbuja de los Pacistas se abra. La noche de la fiesta, habíamos planeado viajar a través del tiempo. Cuando todo el mundo estuviera bajo techo, empezaríamos a dar saltos de burbujas de tres meses. Cada tres meses las burbujas explotarían y nuestros sensores necesitarían sólo unos microsegundos para comprobar las cámaras automáticas y ver si los Pacistas seguían estando en estasis. Si era así, automáticamente nos emburbujaramos durante otros tres meses. Aunque hubiésemos de esperar cien mil años, todo lo que habríamos visto sería más o menos un segundo de película y de relámpagos.
»Pues bien. Este era el plan, pero lo que sucedió fue que el primer salto fue de cien años para todos los que estaban en el espacio próximo a la Tierra. Los otros viajeros avanzados habían estado de acuerdo en seguir nuestro programa. También estaban en estasis. La diferencia entre tres meses y cien años fue insuficiente para que sus programas de control diesen la alarma. Marta estaba sola. Cuando se hubo convencido de que el intervalo de salto entre las observaciones era mayor de tres meses, se dirigió andando alrededor del Mar Interior, hacia la burbuja de la Autoridad Pacista.
Era un paseo de dos mil quinientos kilómetros.
Yelén observó el asombro en la cara de él.
—Somos supervivientes, inspector. No hubiéramos llegado hasta aquí si dejáramos que las dificultades nos hicieran desistir. De todas formas, el área que rodea la burbuja de los Pacistas es todavía una llanura vitrificada. Le costó décadas hacerlo, pero dejó una señal allí.
La ventana que estaba detrás de Yelén se convirtió de repente en una vista desde el espacio. Desde aquella distancia, la burbuja no era más que un destello de luz solar con una sombra puntiaguda. Una línea negra irregular se extendía a partir de allí hacia el Norte. Aparentemente, la fotografía había sido tomada a la hora local de la puesta de sol y la línea negra era la sombra del monumento de Marta. Debía tener una altura de varios metros y docenas de kilómetros de longitud. La imagen sólo duró unos segundos: el espacio de tiempo que Yelén lo estuvo recordando.
—Es posible que tú no lo sepas, pero tenemos muchos equipos en las zonas de Lagrange. Parte de ellos están en estasis de kiloaños. Otros vigilan con un período de décadas. Ninguno de ellos vigila cuidadosamente el terreno… pero esta estructura lineal fue lo bastante importante para hacer accionar un monitor de alta sensibilidad. Eventualmente los robots enviaron un aterrizador para que investigara… pero llegaron unos cuantos años tarde.
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