Wil hizo esfuerzos para que su mente no se detuviera en pensar lo que el aterrizador pudo encontrar allí. Dio gracias a Dios porque la imaginación de Yelén no lo hizo aparecer en las ventanas.
Pero había que seguir un método.
—¿Cómo pudo pasar esto? Estaba convencido de que ni un antiguo ejército podía derribar la seguridad de los autones de vuestro hogar.
—Es cierto. Ningún tecno-min podía allanarla. A primera vista, ni los viajeros avanzados podrían hacerlo: es posible vencer a un tecno-max, pero para ello harían falta unas batallas muy duras. Fue un sabotaje. Y creo saber cómo sucedió. Alguien utilizó nuestras comunicaciones con el exterior para hablar con nuestros sistemas de programación de horarios, que no eran todo lo seguros que deberían haber sido. Marta fue excluida de la lista de comprobación final y el período del primer salto se programó en cien años en vez de lo previsto en el plan original de observaciones. El asesino tuvo suerte: si hubiera dispuesto un tiempo algo más dilatado, se habrían disparado alarmas de todas clases.
—¿Podría repetirse?
—No. El que lo hizo sabía mucho, Brierson. Pero básicamente se aprovechó de un fallo. Este fallo ya no existe, y ahora extremo mis precauciones sobre el modo en que mis máquinas aceptan las comunicaciones exteriores.
Wil asintió. Aquello era de un siglo después del suyo, aunque su especialidad hubiera sido la computación forense. No podía hacer otra cosa que aceptar su palabra de que en lo sucesivo ya no habría más peligro de aquella clase de asesinato. Wil se había especializado más en el aspecto humano; y por tanto, preguntó:
—Motivo. ¿Quién podía desear la muerte de Marta?
La risa de Yelén era amarga.
—Mis sospechosos.
Las ventanas de la biblioteca se convirtieron en un mosaico de imágenes de la población de la colonia. Algunos de ellos sólo aparecían en pequeñas fotografías (todos los Neo Mejicanos ocupaban un solo panel). Otros, Brierson por ejemplo, merecían un espacio mayor.
—Casi cualquiera pudo haberse sentido agraviado por nosotras. Pero los tipos del siglo veintiuno, como tú, no disponéis de los fundamentos técnicos para hacer una cosa así, por más atractivo que pudiera parecerles el asunto —miró a Wil—. Tú no estás en la lista.
Las imágenes de los tecno-min desaparecieron de las ventanas. Las restantes se quedaron destacando sobre el panorama como si fueran carteles anunciadores. Eran todos los viajeros avanzados (exceptuando a Yelén): los Robinson, Juan Chanson, Mónica Raines, Philippe Genet, Tung Blumenthal, Jason Mudge y la mujer que Tammy decía que era una espacial.
—¿Preguntas el motivo, Inspector Brierson? No me atrevo a pensar ningún otro que no fuera la destrucción de nuestra colonia. Una de estas personas quiere que la Humanidad se extinga definitivamente. O, lo que tal vez sea más verosímil, quiere dirigir su propia función con la gente que nosotras hemos rescatado; probablemente ambas hipótesis llevan al mismo sitio.
—Pero, ¿por qué Marta? Al matarla dejo ver sus intenciones, sin…
—¿Sin anular el Plan Korolev? No lo entiendes, Brierson —se pasó la mano por el pelo rubio y miró fijamente hacia la mesa—. Creo que ninguno de vosotros lo entiende. Ya sabes que soy ingeniero. También sabes que soy testaruda y que he tenido que tomar muchas decisiones impopulares. El plan nunca hubiera podido llegar tan lejos sin mí. Pero lo que no sabes es que Marta era el cerebro que estaba detrás de todo esto. Cuando estábamos en la civilización, Marta era Directora de Proyectos, una de las mejores. Todo esto lo había proyectado incluso antes de que dejáramos la civilización. Pudo prever que la tecnología y la gente se dirigían a una especie de singularidad en el siglo veintitrés. Realmente quería ayudar a la gente que anduviera perdida por el tiempo.
»…Ahora hablemos de la colina. Para conseguir que tuviera éxito era imprescindible un genio especial como era ella. Sé cómo hacer funcionar los aparatos, y puedo llegar más lejos que cualquiera que juegue limpio. Pero ahora que no contamos con Marta todo puede fracasar. Aquí somos muy pocos, y hay demasiadas envidias entre nosotros. Creo que el asesino ya debía de saber todo esto.
Wil asintió, algo sorprendido de que Yelén reconociera tan abiertamente sus propias limitaciones.
—Voy a tener mis manos muy ocupadas, Brierson. Tengo la intención de emplear algunas décadas de mi vida en prepararme para el tiempo en que los Pacistas salgan y ayuden a la colonia. Si quiero que el sueño de Marta tenga éxito, no puedo permitirme el lujo de usar mi propio tiempo para perseguir a su asesino. Pero quiero coger a este asesino, Brierson. Algunas veces… algunas veces noto como si estuviera algo loca. Ansío cogerle. Te ayudaré hasta el límite de lo razonable en este asunto, ¿quieres encargarte de este caso?
Habían pasado cincuenta megaaños, y todavía había un trabajo para Wil Brierson.
Había algo obvio que debía pedir, algo que no dudaría en exigir si había que volver a la civilización. Miró el autón de Yelén, que se cernía sobre el extremo de la mesa. Bien… sería mejor que esperar a tener testigos. Y que fueran poderosos. Por fin dijo:
—Necesito medios personales de transporte. Y también protección física. Algunos medios para comunicarme públicamente con toda la colonia. Quiero que todos me ayuden en este problema.
—Esto está hecho.
—También voy a necesitar vuestras bases de datos, por lo menos aquellas que se refieran a la gente de la colonia. Necesito saber dónde y cuándo nació cada uno, y exactamente cómo fueron emburbujados después de la Extinción.
Los ojos de Korolev se estrecharon.
—¿Es para tu venganza personal, Brierson? El pasado murió. No quiero que crees problemas con antiguos enemigos tuyos. Por otra parte, los tecno-min no son sospechosos; no es necesario que andes husmeando entre ellos.
Wil sacudió su cabeza. Igual que en tiempos pasados: los clientes querían decidir qué debía ver el profesional.
—Tú eres una tecno-max, Yelén. Pero vas a utilizar un tecno-min, precisamente a mí. ¿Qué te hace pensar que el enemigo no tiene sus propios cómplices? Gente como Steve Fraley son ahora los títeres, pero se mueren de ganas de ser los titiriteros. Enfrentar a Korolev contra su enemigo sería un juego que le gustaría al Presidente de Nuevo Méjico.
—Humm. De acuerdo. Tendrás las bases de datos, pero pondremos en clave lo de tu secuestro.
—Además quiero la misma interfaz de alta velocidad que tú usas.
—¿Sabes utilizarla? —Su mano rozó distraídamente la cinta de cabeza. —Uh, no.
—En este caso, olvídate de ello. Los modelos modernos son mucho más fáciles de usar que los de tu época, pero yo crecí con uno y todavía no puedo visualizar correctamente con él. Si no empiezas cuando eres niño, pueden pasar años sin que logres dominarlo.
—Mira, Yelén. El tiempo es la única cosa de la que no carecemos. Sólo Dios sabe cuantos miles de años faltan para que los Pacistas aparezcan y tú vuelvas a asentar la colonia. Aunque yo tardara cincuenta años en aprender, no importaría mucho.
—El tiempo es algo que tú no tienes, caballero. Si te pasas un siglo condicionándote para este trabajo, perderás tu perspectiva, que es lo que valoro en ti.
Ella se apuntó aquel tanto. Él recordaba que a Marta le había caído mal la propaganda de Robinson.
—No hay duda —continuó ella— de que existen aspectos de técnica elevada en este asesinato. Es posible que sean los aspectos más importantes. Pero ya tengo ayuda experta en este campo.
—Oh. ¿Alguien en quien puedes confiar entre los tecno-max? —Hizo un ademán con su pulgar señalando a las borrosas caras de las paredes. Korolev sonrió levemente.
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