—Sí. Yelén me hizo esta misma objeción. Pero…
—Es cierto. Le dijiste que Marta ya lo habría previsto. Wil, te concedo que cuando quieres eres la persona más convincente que he conocido (y he visto muchos expertos…). Dicho sea de paso, yo te apoyé en esto. Creo que Yelén está convencida de que Marta era casi sobrehumana, y no me sorprendería que el asesino pensara igual. Pero mi punto de vista es que sé por dónde vas —continuó Lu, mientras Wil adoptaba una expresión de correcta sorpresa—. Tú viste algo en el diario que nosotras no vimos. Pero sabes muy poco más de lo que nos has contado y no tienes más pistas. Y esta es la razón de esta cacería de patos salvajes —gesticuló hacia la tierra que había por debajo del volador—. Confías en haber convencido al asesino de que pronto sabrás su identidad. Nos has colocado a los dos como señuelos para hacer que salga a la vista.
Era una perspectiva que, al parecer, le gustaba.
Y su teoría estaba desagradablemente cerca de la realidad. Wil había intentado crear una situación en que el enemigo se vería obligado a atacarle. Lo que no podía comprender era su actividad relacionada con los tecno-min. ¿Cómo era posible que al hacerles daño a ellos, pudiera esconderse el asesino?
Wil se encogió de hombros; esperaba que toda esta lucha interior no asomara a su cara.
Della le observó durante un segundo, con la cabeza ladeada.
—¿No contestas? Entonces es que todavía me tienes en la lista de sospechosos. Si mueres y yo sobrevivo, entonces los demás caerán sobre mí… y si se unen todos, me superarán en cañones. Eres más astuto de lo que creía, y también tienes más agallas de lo que pensé.
Transcurrió la mañana, lenta y tensa. Della no prestó la menor atención al paisaje. Era lo bastante lógica, y tal vez hasta con mayor brillantez que de ordinario. Pero había una especie de soberbia en sus maneras, como si quisiera mantener la realidad a distancia y considerar todo aquello como un juego inmensamente interesante. Estaba llena de teorías. No era de extrañar que su sospechoso número uno fuese Juan Chanson.
—Sé que disparó sobre mí. Juan ha asumido el papel de protector de la especie. Me recuerda al centauro. Pienso que nuestro asesino debe ser como aquel centauro, Wil. Aquella criatura estaba tan atrapada por los preceptos de su deber racial que mató a los últimos supervivientes. Aquí estamos viendo la misma cosa: asesinatos y preparación para más asesinatos.
El «programa de búsqueda» de Wil les alejó lentamente del Lago de los Pacistas. Cincuenta mil años antes, aquello había sido un desierto vitrificado, pero los bosques de jacarandas habían recuperado el terreno desde hacía ya algunos miles de años. Aunque aquellos bosques no existían cuando Marta estuvo por allí, eran muy parecidos a los que ella había tenido que atravesar en sus viajes. Wil estaba viendo la parte aérea del mundo que Marta había descrito. Hacia el Noreste, una faja grisácea se extendía por el borde del reino de los bosques. Aquello debía ser la telaraña kudzu, que mataba la jungla y evitaba su invasión. En el lado de las Jacarandas, de vez en cuando aparecían unas manchas plateadas que eran el resultado de los ataques que las telarañas hacían a los árboles que no eran Jacarandas y que habían crecido detrás de la barrera. Las Jacarandas, propiamente dichas, formaban un inacabable mar verde teñido por una espuma azulada de flores. Sabía que allí había también unas vastas telarañas, pero aquellas estaban debajo de la cubierta de hojas, donde las orugas domesticadas por las arañas podían aprovechar las hojas sin tener que estar a la sombra.
Aquí y allí unos brillantes copos de nubes flotaban sobre todo aquello, trazando caminos de sombra.
Marta había andado algunos kilómetros antes de encontrar una cortina de telarañas. Desde su altitud, ellos podían ver algunas simultáneamente. Ninguna de ellas tenía menos de treinta metros a través. Temblaban a causa de la brisa que había a la altura de las copas de los árboles, y sus colores iban alternando entre el rojo y el azul eléctrico. En alguna parte por ahí abajo debía de haber el cauce fosilizado, recuerdo del riachuelo que Marta había seguido en una de sus últimas expediciones partiendo del Lago de los Pacistas. Wil recordaba cómo debía de haber sido entonces aquel territorio: kilómetros de gris, el agua y el viento luchando todavía para romper la superficie vítrea. Marta debió transportar toda la comida que hubo necesitado.
Al frente, el bosque estaba salpicado con kudzu en zonas reducidas y repartidas irregularmente. Las cortinas de telarañas estaban distribuidas por todas partes. Se veía más azul, rojo y plata, que verde.
Della le dio la explicación oportuna.
—Los que Marta plantó se extendieron a partir de su línea de señalización. Es donde el nuevo bosque se encuentra con el antiguo; es como una guerra civil entre jacarandas.
Wil sonrió al oír la metáfora. Aparentemente, los dos bosques y sus arañas eran lo bastante diferentes para excitar el reflejo kudzu. Pensaba que tal vez las cortinas de telarañas podían ser como las concentraciones de animales en las fronteras de sus territorios. El revoltijo de colores pasó lentamente por debajo de ellos, y volvieron a volar por encima de Jacarandas normales.
—Ya nos hemos alejado mucho de donde llegó Marta en esta dirección, Wil. ¿Crees que alguien va a creer que estamos haciendo aquí una investigación seria?
Fingió no haberlo oído.
—Sigue esta línea otros cien kilómetros, luego vira y dirígete al lago donde Marta encontró los pescadores.
Treinta minutos después flotaban sobre un agua de color verde y castaño, era más un pantano que un lago. Las Jacarandas habían alcanzado el borde; parecía que el kudzu llegaba hasta el agua. Cincuenta mil años atrás, allí había habido una tierra maderera normal.
—¿Cuál es nuestra situación defensiva, Della?
—Fría, fría. A excepción del asunto del supresor, no se aprecia acción enemiga. Los NM y los Pacistas se han preparado, pero han cesado de dirigirse acusaciones. Hemos discutido la amenaza entre todos los tecno-max. Han estado de acuerdo en mantenerse alejados del aire por ahora y en aislar sus fuerzas. Si alguien ataca, sabremos su identidad. Y acabo, Wil: no creo que el enemigo se haya creído tu farol.
No había nada que hacer al respecto, y preguntó:
—¿Exactamente, hacia donde está el norte, Della?
Maldito volador, que no tenía casco de mando ni holos. Se sentía como un recluso dentro de un cuarto acolchado.
De repente, una flecha roja marcada con la palabra NORTE apareció sobre el bosque. Parecía que era sólida y media kilómetros de longitud; así pues las ventanas, después de todo, eran holos.
—Bien. Retrocede hasta el este del lago. Desciende a mil metros.
Se desplazaron de lado, casi en caída libre. Todavía podían ver gran parte del lago.
—Traza una circunferencia que marque el perímetro original del lago. Que vaya marcada en grados —estudió el lago y la línea azul que ya lo rodeaba—. Quiero penetrar en el bosque hasta unos diez kilómetros de la orilla del lago con un rumbo de treinta grados a partir del norte.
Volaban tan cerca de la cubierta del bosque que podían distinguir las flores y las hojas que se alejaban velozmente a su paso. La cubierta parecía profunda y densa.
—¿Vas a tener problemas para encontrar donde posarte?
—No hay problema.
Cesó su movimiento hacia adelante. Estaban rozando las copas de los árboles. De sopetón, el volador golpeó directamente hacia abajo. Por un momento, la G negativa dejó a Wil colgado de su arnés. A su alrededor sonaron unos cortantes ruidos de destrucción.
Y habían logrado atravesar. Lo que estaba en el suelo estaba iluminado por los rayos de sol que les seguían por el agujero que acababan de abrir en la cubierta. Allí donde no llegaba aquella luz, todo era oscuro y verdoso. La basura iba cayendo por todas partes, a su alrededor. La mayor parte no tenía importancia. La telaraña de abajo tenía una acumulación de siglos de alas y restos de insectos, eran como pecios cíe un naufragio que todavía no habían aflorado a la superficie. Entonces cayó todo a la vez, oscilando a lado y lado del rayo de luz. Algunos residuos, ramas, flores, estaban todavía en el aire, sujetos por pedazos de telaraña. Más que cualquier otra cosa, a Wil le parecía aquello como si se hubieran sumergido en aguas profundas. El volador se apartó de la luz y sus ojos se adaptaron poco a poco a la penumbra.
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