Dios quiera que esta locura no afecte a su habilidad.
El horizonte osciló de nuevo. No se apreciaba ninguna aceleración ni ningún sonido. Era como unos efectos especiales mal pergueñados de una película antigua. Pero estaban a más de mil kilómetros de altura, el Mar Interior era como una pequeña charca salpicada de nubes. Y se podía apreciar cómo se alejaba la Tierra; estaban viajando a docenas de kilómetros por segundo. ¿Sería posible que, sin Yelén, los otros pudieran proteger a los tecno-min de unos pocos misiles balísticos? El hado maléfico le dio una pronta respuesta: tres brillantes chispazos se iluminaron en la costa sur, a un tercio del camino que iba del Extremo Oeste hasta los Estrechos del Este. Wil gimió.
—Esto han sido explosiones en la parte superior de la atmósfera, sobre Ciudad Korolev —dijo Della—. Si los Dasguptas propagaron tu aviso, no debe de haber habido demasiadas bajas —había perplejidad en su voz.
—¿Pero dónde están Chanson, Genet y Blumenthal? Seguramente…
—Seguramente, ¿podrían evitar esto?
Cuando Della acababa de formular la pregunta, cambió de pantalla durante unos momentos, y luego:
—¡Oh… uouou!
Sus palabras eran casi un suspiro, lleno de admiración y sorpresa. Estuvo callada unos momentos más. Después su mirada se posó en Wil.
—Durante todo el rato, estábamos esperando poder hacer salir al asesino a espacio abierto. ¿No es verdad? Bien… tenemos un pequeño problema. Todas las fuerzas de los tecno-max se han vuelto contra nosotros.
Aquello parecía un relato corto que Wil había leído en cierta ocasión: el detective se encierra en una habitación con todos los sospechosos. Todos los sospechosos resultan culpables… Una fosa sin lápida para el detective. Final feliz para todos los sospechosos.
—Tienen más armas que nosotros, Wil. Esto se va a poner muy interesante.
La sonrisa había desaparecido casi por completo de su cara, y había sido sustituida por una mirada de intensa concentración. Unas súbitas luces y sombras se alternaron dentro de la cabina. Wil miró hacia arriba y vio una serie de puntos luminosos que se encendían primero y luego se apagaban hasta la oscuridad.
—Tienen una gran cantidad de material en las zonas del Lagrange. Nos lo están echando encima, al mismo tiempo que nos atacan con todas las armas de sus bases en la Tierra. No tenemos manera de llegar a mi alojamiento, por ahora.
Volvieron a descender a baja altitud, el horizonte se extendía plano a su alrededor, y los Alpes Indonésicos desfilaban por debajo de ellos. Sus cinturones de seguridad se tensaron y el volador salió disparado hacia adelante a muchas G, y luego se desvió hacia un lado. La conciencia de Wil desapareció en una penumbra rojiza. Le pareció oír que Della decía:
—…perdido el tiempo real cada vez que hemos salido proyectados por explosiones nucleares. Ahora no puedo permitirlo.
Estaban de nuevo en caída libre por lo menos durante un segundo, luego en una aceleración aplastante y otra vez en caída libre. Se producían relámpagos a todo su alrededor, iluminando el mar y las nubes con unos soles suplementarios. Más aceleración. Las cosas no resultan tan excitantes, cuando toda va bien.
El horizonte dio una sacudida y la aceleración cambió de signo. Sacudida. Sacudida. Cada traslación del mundo exterior iba acompañada de un cambio de aceleración, porque el sistema antigravedad se estaba usando combinado con los impulsos de explosiones nucleares. Las palabras de Della llegaron en forma de entrecortados jadeos.
—Son unos hijos de puta.
Alrededor de ellos el horizonte se alzó, a varios kilómetros por segundo. La aceleración era muy elevada, hacia el espacio.
—Han dejado atrás a mis defensores.
Sacudida. Iban mucho más bajos, arrojándose paralelamente a la gran pared que era la Tierra.
—Estoy en sus puntos de mira.
Sacudida.
—Siete impactos directos dentro de — Sacudida. Sacudida.
Sacudida. Otra vez en caída libre. Esta última les había llevado alto sobre el Pacífico. Abajo, todo era azul y nubes del océano.
—Tendremos un minuto de respiro. He reagrupado mis fuerzas y me he proyectado por impulso nuclear en medio de ellas. El enemigo, ahora mismo, ha conseguido pasar.
Hacia el Oeste, soles puntuales relampagueaban cada vez más intensamente. En el cielo que tenían debajo, se veía algo fantástico: cinco explosiones, luego una docena. Las nubes iban surgiendo rápidamente como en una cristalización rápida, alrededor de unas hebras de fuego. ¿Serían armas de energía dirigida?
—Somos la pieza principal de este juego; intentan echarnos de esta era.
En alguna parte, Wil encontró su voz. Y lo que era más difícil todavía: parecía estar tranquilo.
—No hay nada que podamos hacer, Della.
—Pues… yo no he llegado hasta tan lejos para retirarme ahora —pausa—. Muy bien. Hay otra manera de proteger a la pieza principal. Algo arriesgada pero…
El asiento de Wil de pronto cobró vida. Los lados se doblaron hacia dentro, haciéndole cruzar los brazos sobre su vientre. El descansapiés se levantó, forzando a sus rodillas hasta casi el nivel de su pecho. Al mismo tiempo, todo el conjunto giró de lado, para quedar encarado con una Della Lu en posición análoga. Aquello empezó a comprimirse dolorosamente, apretando a ambos hasta convertirlos en un paquete redondo. Y luego…
Hubo una caída instantánea. La aceleración osciló, y luego se estabilizó a una G.
La butaca aflojó su presión.
La luz del sol había desaparecido. El aire era cálido y seco. ¡Ya no estaban en el volador! El «campo de una G» era el de la Tierra. Habían aterrizado.
Della ya se había puesto en pie y estaba desmantelando parte de su butaca.
—Bonita puesta de sol, ¿verdad? —hizo un gesto con su cabeza hacia el horizonte.
Ocaso o aurora. Wil no tenía noción de la dirección, pero el calor del aire le hacía suponer que estaban al final del día. El sol era rojizo, y su luz enfermiza llegaba hasta ellos a través de un plano horizontal. De pronto se sintió enfermo. ¿El disco del sol estaba enrojecido por que estaba cerca del horizonte, o era su propio color?
—Della, ¿hemos… saltado muy lejos?
Ella le miró mientras seguía revolviendo en sus cosas.
—Aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos. Si podemos vivir otros cinco, estaremos bien.
Sacó un mástil de un metro de longitud del respaldo de su butaca, le colocó una correa, y se lo colocó sobre los hombros. Vio metal reluciente en los lugares donde la burbuja había segado la butaca para separarla del volador de Della. La burbuja debía haber medido, escasamente, un metro de diámetro. No era de extrañar que hubiesen estado tan apretados.
—Debemos evitar que nos vean. Ayúdame a arrastrar todo esto hasta allí —señaló hacia una colina que parecía un pomo de puerta y estaba a un centenar de metros de distancia.
Se encontraban en un profundo cráter de suciedad y de roca acabada de trocear. Wil cogió una silla con cada mano y tiró de ellas; rápidamente salió del cráter y quedó sobre la hierba. Della le hizo señas para que se detuviera. Tomó una de las sillas y le dio la vuelta.
—Arrástrala sobre el lado liso. No quiero dejar ningún rastro.
Della se inclinó de nuevo sobre la carga, arrastrándola con presteza sobre la corta hierba. Will la seguía, tirando de la suya con una sola mano.
—Cuando dispongas de un minutos, me gustaría saber qué vamos a hacer.
—Te lo explicaré, pero antes hemos de poner esto a cubierto.
Se volvió, se echó la carga al hombro y trotó, o poco menos, hacia la colina pedregosa. Les costó varios minutos llegar hasta allí, porque la colina era mayor y más alejada de lo que había parecido en principio. Se alzaba sobre la hierba y los arbustos como un guardián amenazante. A excepción de los pájaros que echaron a volar cuando se acercaron a ella, parecía estar sin vida.
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